martes, 14 de mayo de 2013

Las empresas mutualistas: costes de formación

Las empresas mutualistas tienen más costes de organización inicial, de manera que el “fallo de mercado” que resuelven tiene que ser especialmente grave para que se consoliden. Básicamente, una empresa mutualista es aquella en la que los dueños – titulares residuales – son los empleados, los proveedores o los clientes. En el primer caso, nuestra legislación las denomina cooperativas de trabajo asociado, en el segundo, cooperativas de productores (como en el caso de los agricultores que ponen en común su producción para ser transformada) y en el tercero, son mutuas o cooperativas de consumo (como ocurre con las mutuas de seguro o las cooperativas de vivienda).
Históricamente, las mutuas representaban una forma de organización casi predominante en la organización de determinadas actividades como la banca o los seguros o la prestación de servicios públicos (teléfonos, agua, luz). Un proceso de desmutualización ha reducido la presencia de este tipo de organización sin que nuevas mutuas hayan aparecido en el panorama empresarial.

En este trabajo de Peter Molk se explica esta evolución sobre la base de que los costes iniciales de organizar una empresa como una mutua son más elevados que los de organizar una sociedad anónima o limitada.
Son los incentivos de la propiedad privada los que reducen el atractivo de estas formas empresariales:
“el emprendedor – el fundador – que organiza una cooperativa, en lugar de una empresa que sea propiedad de los inversores, comparte la mayor parte de los beneficios de la empresa con los demás miembros de la cooperativa en lugar de retenerlos en exclusiva. En consecuencia, a menos que el emprendedor tenga una preferencia intensa por el bienestar de los demás o a no ser que la cooperativa proporcione ventajas excepciones en relación con la propiedad capitalista, no se fundarán cooperativas”.
El planteamiento parece correcto (las distintas formas de empresa presentan costes de su propiedad diferentes) pero la propuesta de política legislativa – reducir los costes de formación de la cooperativa vía subvención – es más discutible. Los mercados generan incentivos para crear cooperativas precisamente como solución a fallos de mercado que hacen que las empresas capitalistas sean menos eficientes. Estos fallos de mercado son básicamente dos.
El primero, puesto de manifiesto por Hansmann, es que se trate de un sector de oferta monopolista (solo puede haber una compañía telefónica en una ciudad de principios del siglo XX o una empresa de suministro de agua o de electricidad). En un entorno en el que los mercados de capitales no se han desarrollado y que el crédito bancario no está disponible porque el emprendedor carece de activos tangibles que sirvan de garantía, los costes de coordinar a los consumidores de esos productos o servicios pueden ser inferiores a los de procurar el capital necesario para organizar la empresa.
El segundo es que el emprendedor pueda obtener beneficios de su carácter de tal que superen los costes de emprender, sobre todo, en términos de dispersión del riesgo. Los beneficios personales pueden derivar de su condición de administrador de la cooperativa o de prestador de servicios a la cooperativa. Las cooperativas de vivienda, por ejemplo, son iniciadas normalmente por un promotor inmobiliario que organiza a los particulares interesados en adquirir una y que se beneficia del precio que cobra a la cooperativa por la prestación de servicios de gestión. Además, ser gestor de la cooperativa le permite iniciar otros negocios por su cuenta. Y, del lado de los costes, no necesita financiación – que adelantan los cooperativistas – ni asume riesgos. Que estos costes de constituir la cooperativa no son tan elevados o, al menos, que la razón del reducido número de nuevas cooperativas no es la imposibilidad para el emprendedor de capturar una fracción significativa de los beneficios, se deduce de la extensión y crecimiento del sector no lucrativo de la Economía. Las empresas not for profit representan una parte muy significativa de la actividad económica y surgen cada día nuevas empresas con forma de fundaciones. Nuevamente, el emprendedor no necesita ser un Vicente Ferrer para adoptar estas formas organizativas. La mayoría de ellos – piénsese en los médicos que forman un hospital – pueden obtener una parte sustancial de los beneficios por vías distintas al reparto de los dividendos.
Por otra parte, si las cooperativas resuelven fallos de mercado, el desarrollo de los mercados reduce el “hueco” para forma mutualistas. Así ha ocurrido en el sector de la banca y de los seguros.
En este sentido, la forma de sociedad anónima o limitada es tan flexible que puede imbuirse de los principios cooperativistas, simplemente, organizando el capital de modo que cada accionista tenga una acción y, por lo tanto, un voto y previendo un mercado interno para las participaciones. Así están organizados muchos clubes deportivos con la ventaja de que se atribuye la propiedad de las instalaciones a los socios que retienen así la cuota de liquidación correspondiente. Las cooperativas de clientes – mutuas y cooperativas de consumo – y las cooperativas de trabajadores presentan elevados costes de agencia, solo que distintos a los de las sociedades anónimas. En aquéllas, el conflicto entre acreedores y accionistas no existe pero el control de la conducta de los gestores es mucho más elevado que en una sociedad anónima y los efectos benéficos de los mercados de capitales no existen. Lo ocurrido en la Mutua Madrileña desde la presidencia de Ramírez Pomatta o lo sucedido en muchas cooperativas de viviendas son buenos ejemplos de la dificultad de controlar a los administradores por parte de los mutualistas.
Las cooperativas de proveedores existen por las mismas razones que mueven a las empresas a integrarse verticalmente: el mercado puede estar dominado por los compradores (relación entre agricultores o ganaderos e industria agroalimentaria) o hay economías de escala (en la adquisición de insumos o en la prestación de servicios a los productores) o de producción conjunta (esto es, de realizar bajo una misma empresa las actividades de producción y transformación o distribución) o hay que realizar inversiones específicas para incrementar la eficiencia de la producción por parte de los proveedores que no puede conseguirse a través de contratos con la empresa transformadora.
En cuanto a las cooperativas de trabajo asociado, sus ventajas (si el capital humano es lo más valioso, atribuir la propiedad a los trabajadores suele ser eficiente) y sus inconvenientes (concentración del riesgo en el trabajador individual) son conocidos. Nuevamente, las formas anónima y limitada permiten atribuir la titularidad residual a los trabajadores utilizando una forma capitalista de empresa.
En fin, las empresas mutualistas tienden a ser más longevas que las capitalistas. En la medida en que los miembros carecen de derechos en la liquidación o sus derechos de propietarios son limitados, tienen también menos incentivos para liquidar la cooperativa.

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