viernes, 22 de julio de 2016

Leyendo a Polanyi


polanyi111

Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por sonseguir unión con hembra placentera.

“Polanyi was correct in his major contention that the nineteenth century was a unique era in which markets played a more important role than at any other time in history”
“Further significant advance in economic history requires that we succeed in defining and explaining the different allocation systems that have characterised economic organisation in the past five millennia. It was Karl Polanyi’s intuitive genius that he saw the issues”

Fuera del sistema de mercados creadores de precios, el análisis económico pierde casi toda su pertinencia en tanto que método de investigación sobre el mecanismo de la economía 

todas las sociedades conocidas por los antropólogos y
por los historiadores restringían los mercados a las mercancías en sentido
estricto.
Si los llamados
móviles económicos fuesen connaturales al hombre, deberíamos considerar
totalmente innaturales a todas las sociedad primitivas.

El más grande jurista del siglo XIX, hemos dicho en alguna ocasión, es Ihering. Y si hay dos juristas influyentes fuera del ámbito estricto del Derecho en el siglo XX, uno es Hayek (en Filosofía Política y Economía) y el otro, Polanyi (en Antropología Económica y en Ciencia Política. Yber & Konczal sobre la vigencia actual del pensamiento de Polanyi y esta entrada de DeLong que relaciona las concepciones de Polanyi con las de Keynes). Es curioso que ninguno de los dos se estudie de forma significativa en las Facultades de Derecho y, para el que suscribe, es lamentable haber pasado la cincuentena sin haber leído nada de Polanyi. El lamento no es absoluto porque, afortunadamente, lo hemos “leído” y nos ha influido a través de otros autores. No nos cabe duda de que podría organizarse un gran curso para juristas a través del comentario de textos de estos tres grandes del Derecho y, como tales, grandes de las Ciencias Sociales en general. Porque los planteamientos de Hayek y los de Polanyi (como los de Coase) sólo se explican completamente si se tiene en cuenta su formación como juristas (“Polanyi fue discípulo de Gyula Pikler, una eminente autoridad en derecho romano de la Universidad de Budapest…tenía cincuenta años cuando las circunstancias en Inglaterra me llevaron a los estudios sobre historia económicap 27 y 38).

En todo caso, debo advertir que lo que sigue es una entrada muy egoísta y, por ello, supongo que poco entretenida para los lectores del blog.


Karl Polanyi sostuvo en “La gran transformación” y en “El sistema económico como proceso institucionalizado” que los mercados solo organizan las interacciones económicas en una época reciente (desde la Revolución Industrial) y que nunca han determinado la vida y los resultados sociales. En la Historia han prevalecido otras formas de asignación de los recursos en las que los intercambios de mercado han jugado un papel menor porque los mercados, que han hecho rica a la Humanidad, no se adaptan al ser humano conformado por la Evolución y la selección natural, son “cognitively unnatural” para los seres humanos en la feliz expresión de Pinker.

En el trabajo último citado, Polanyi distingue dos sentidos atribuibles al comportamiento económico de los individuos: en sentido sustantivo, hace referencia a la supervivencia y, por tanto, a la dependencia del hombre respecto de la naturaleza y de sus semejantes para lograr ésta, esto es, para “satisfacer sus necesidades materiales”. En sentido formal, lo que se entiende por el comportamiento racional (de los medios en relación con los fines) en un entorno de mercado: maximizar la utilidad mediante el intercambio mediante elecciones de usos alternativos para medios escasos. El comportamiento económico sustantivo – continúa Polanyino viene determinado por la escasez, sino por la supervivencia:
la subsistencia del hombre puede imponer o no una elección y si hay elección esta no está obligatoriamente determinada por el efecto limitativo de la “escasez” de los medios; de hecho, algunas de las condiciones físicas y sociales más importantes para vivir, tales como tener aire, agua, o el amor de una madre por su hijo, no son en general tan limitadas…
Pero, una vez que los mercados – creadores de precios – se generalizan, se generalizan también los comportamientos formalmente económicos, esto es, las elecciones basadas en el uso alternativo de medios escasos o de maximización.  Si suponemos – como hace la Economía neoclásica – que los individuos sólo actúan en entornos de mercados competitivos, su comportamiento sólo puede racionalizarse según el modelo del homo oeconomicus. Pero este análisis no es aceptable para las economías de subsistencia, donde sólo el sentido sustantivo puede explicar el comportamiento económico humano, esto es, “la provisión continuada de los medios materiales que permiten la satisfacción de las necesidades” y garantizan la subsistencia. 

Esta concepción de Polanyi reduce el papel del homo oeconomicus al modelo de comportamiento útil en entornos sociales caracterizados por los rasgos que definen un mercado competitivo, esto es, donde los precios cumplen la función de permitir la asignación eficiente de los recursos escasos maximizando la utilidad individual que los participantes extraen de éstos. De forma que los distintos modos de interacción (reflejados en el cuadro reproducido más abajo) se producen en un marco de relaciones sociales distinto. Las interacciones que determinan los procesos de producción y circulación de los bienes en el seno de los grupos y entre grupos no son transacciones de mercado ni, por tanto, responden a la lógica del intercambio guiado por el sistema de precios. La lógica de estas interacciones económicas (“trades” por posición a “market exchanges”) es la de reciprocidad (directa e indirecta) y redistribución (cuando existe un nexo jerárquico en el seno de un grupo, esto es, una autoridad central que distribuye entre los miembros del grupo) de los bienes y factores de la producción.

Las interacciones económicas son, en Polanyi, de tres tipos: intercambio de regalos (gift trade), intercambios administrados e intercambios de mercado. En cierto momento de la Historia, se equiparó el concepto de intercambio con el de intercambio de mercado, dice Polanyi y añade que la conducta economicista (maximizadora) no sirve para explicar el comportamiento de los individuos en las sociedades tradicionales, hay que utilizar conceptos como el de reciprocidad y redistribución y considerar que el objetivo que mueve a los individuos no es un cálculo racional basado en las exigencias de la escasez, sino la satisfacción de las necesidades materiales y sociales de la mejor manera posible.
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Organizaciones simétricas, estructuras centralizadas y sistemas de mercado

Continúa Polanyi explicando que estos tres conceptos no son idénticos a los tres, más simples, que resultarían de pensar en la conducta individual. Estos tres, más simples, serían la reciprocidad resultante de la ayuda mutua entre los miembros de un grupo; el reparto resultante de que hay redistribución entre los miembros del grupo y el mercado que resultaría de que los miembros de un grupo recurrieran con frecuencia al trueque. Polanyi piensa en los grupos humanos como unidades de análisis porque piensa en términos causales: las conductas individuales sólo adquieren significado e importancia económica. en el sentido de producir resultados sociales, en un marco de referencia en el que éstas tienen lugar.
“un simple comportamiento de reciprocidad a nivel personal no podría dar origen a un sistema de parentesco – de tribus -.  Lo mismo concierne a la redistribución. La redistribución presupone la presencia de un centro de atribución en la comunidad. Sin embargo la organización y la determinación de este centro no advienen simplemente como consecuencia de frecuentes actos de reparto tales como los que se producen entre individuos. Finalmente se puede decir lo mismo del sistema mercantil. Los actos de intercambio a nivel personal no crean precios más que si tienen lugar en un sistema de mercados creadores de precios, estructura institucional que en ningún caso es generada por simples actos fortuitos de intercambio”

Reciprocidad

La reciprocidad – dice Polanyi – afecta a la “organización sexual de la sociedad, esto es, a las relaciones familiares y entre parientes”, mientras que la redistribución es efectiva respecto de todos aquellos que “viven bajo un jefe común y, tiene, por tanto, carácter territorial”. Esta es la descripción de reciprocidad que dan los antropólogos (Harris)

Donantes y donatarios deben reconocerse recíprocamente como iguales, esto es, ha de existir simetría entre ambos, entendiendo por “ambos”, no los individuos, sino los grupos a los que pertenecen esos individuos (grupos, normalmente, de personas vinculadas entre sí por relaciones de parentesco), dando así entrada a la reciprocidad indirecta (A, que pertenece al grupo 1 dona a X, que pertenece al grupo 2 y X dona a B que pertenece al grupo 1 que dona a Y que pertenece al grupo 2). Aunque no vemos por qué no puede extenderse el razonamiento a los regalos en el seno de un grupo si el grupo es, como sucedía en las sociedades primitivas, igualitario y se afirma (Boyd & Richerdson) que la reciprocidad indirecta es efectiva en el seno de los grupos cerrados y de pequeño tamaño en los que los miembros se relacionan entre sí frecuentemente. Nowak & Sigmund
un donante ayudará a un donatario si es probable que el donatario ayude a otros, lo que significa, frecuentemente, que el donatario ha ayudado a otros en el pasado. En tal caso, es valioso publicitar la cooperación, en la medida en que el acto altruista se compensa por un aumento de las posibilidades de devenir beneficiario-donatario de un acto altruista en el futuro”.
La justificación es que entre los miembros de una tribu no hay intercambios, los intercambios se llevan a cabo entre tribus, de manera que no hay suficientes interacciones (“su tendencia a multiplicar los comportamientos de reciprocidad en lo concerniente a relaciones específicas limitadas en el espacio, el tiempo o de otro modo”) sería insuficiente como para que se produzcan, como decíamos, resultados sociales relevantes. De modo que solo si la conducta recíproca se lleva a cabo entre grupos organizados y simétricos aparecerán instituciones económicas de importancia.

Redistribución

La posibilidad de redistribución, esto es, que un determinado bien (alimentos cazados, por ejemplo) se reparta entre los individuos que forman el grupo, presupone la existencia de un “centro”, es decir, de un sujeto o institución encargado de asignar tales bienes entre los miembros y, por lo tanto, de una jerarquización y de cierta división del trabajo.

La redistribución se combina con la reciprocidad porque la primera refuerza la segunda y, eventualmente, los intercambios si se asignan las tareas por turnos, por ejemplo del primer caso y si se quiere favorecer al amigo que carece de un bien que necesita para sobrevivir.

La redistribución era el sistema de cobertura de riesgos para la supervivencia propio de todos los sistemas económicos preindustriales.

Mercados

Por el contrario,
“los intercambios de mercado son diferentes de otros modos transaccionales en cuanto no son expresión de ningún principio u obligación social: un intercambio de mercado está desconectado de cualquier matriz social porque es, intrínsecamente, expresión de una lógica formalista”.
Dice Polanyi que sólo podemos hablar de un sistema de mercado si los bienes se intercambian a precios que, a su vez, influyen en otros intercambios. Si los precios están fijados por un tercero distinto de las partes del intercambio, no estamos en un entorno de mercado. Es decir, que lo decisivo es cómo se forman los precios de las transacciones. Polanyi tiene una concepción dinámica de los mercados como mecanismos sociales generadores de precios, no una concepción estática basada en la suposición de competencia perfecta. No estamos ante un sistema de mercado si las partes del intercambio no determinan por sí el precio del intercambio, determinación en la cual, cada una de las partes tenderá “a establecer un precio que sea tan favorable como sea posible” para sí. Cuando el precio, por el contrario, está fijado por un tercero, no se inducen comportamientos egoístas y maximizadores en los individuos. 
El intercambio a precios fijos no implica nada más que la ganancia de cada uno de los participantes sobreentendida en la decisión de intercambiar; el intercambio a precios fluctuantes tiende a una ganancia que no puede obtenerse más que por una actitud implicando una relación netamente antagonista entre los participantes.
Obsérvese que, cuando los mercados son muy competitivos, la actitud “mercantil” de las partes de un intercambio resulta inútil. Los que intercambian sólo podrán hacerlo al precio de mercado, que deviene el precio “justo”. Se entiende así, por ejemplo, la importancia que la idea del precio justo tuvo en la era preindustrial y su absoluta irrelevancia en las sociedades de mercado contemporáneas. Pero Polanyi añade que, en economías de subsistencia, que los precios de los intercambios se determinaran por las partes – endógenamente, dirían hoy los economistasacabaría con la disolución de la Sociedad. ¿Se les ocurre una mejor explicación de la prohibición de la usura? ¿O de que el principal sentido de la ultrasocialidad de los humanos es, precisamente, reducir el riesgo de perecer en un entorno arriesgado?
Por atenuado que sea, el elemento de antagonismo que acompaña esta variante del intercambio es inevitable. Ninguna comunidad cuidadosa de proteger el fondo de solidaridad existente entre sus miembros puede tolerar que una hostilidad latente se desarrolle en torno de una cuestión tan vital para la existencia física y luego capaz de suscitar inquietudes tan vivas como las que causa la alimentación. Es por ello que las transacciones lucrativas concernientes a los víveres y productos alimenticios han sido universalmente desterradas en la sociedad primitiva y la sociedad arcaica. La prohibición muy extendida que pesa sobre el regateo de los alimentos explica que los mercados creadores de precios no hayan jamás existido en las instituciones antiguas.
Sólo cuando la asignación de los factores de la producción (fundamentalmente mano de obra y tierra hasta tiempos muy recientes) corresponde a los intercambios porque los factores de la producción se venden y se compran aparece la economía de mercado
Se puede determinar la época en la que el mercado llegó a ser una fuerza soberana en la economía, notando en que medida la tierra y la alimentación eran movilizadas por el intercambio, y en que medida la mano de obra devenía una mercancía que se podía comprar libremente en el mercado

Las mercancías como objeto de intercambio en los mercados y la mercantilización de la conducta humana

Y, en uno de sus últimos artículos,
El paso esencial fue el siguiente: el trabajo y la tierra fueron transformados en mercancías, es decir fueron tratados como si hubiesen sido producidos para ser vendidos. No obstante, se trató de la ficción más eficaz jamás imaginada. Adquiriendo y vendiendo libremente el trabajo y la tierra, se logró aplicarles el mecanismo del mercado. Ahora había oferta y demanda de trabajo, oferta y demanda de tierra. En consecuencia, había un precio de mercado, llamado salario, para el uso de la fuerza de trabajo y un precio de mercado, llamado renta, para el uso de la tierra. El trabajo y la tierra tenían mercados propios, en forma análoga a las verdaderas mercancías, que se producían con su contribución. Se puede entender todo el alcance de ese paso si se recuerda que "trabajo" no es más que un sinónimo de "hombre" y "tierra" no es más que un sinónimo de "naturaleza". La ficción de la mercancía ha sometido el destino del hombre y de la naturaleza al juego de un autómata que se mueve por sus propias normas y se rige por sus propias leyes.
Analíticamente, esta afirmación tiene cierto interés porque permite analizar las transacciones sobre el trabajo y la tierra en los términos que cualquier bien mueble, es decir, bajo el paradigma de la conducta racional, del homo oeconomicus. Los mercados de trabajo se analizarán entonces por comparación con el mercado de competencia perfecta y en términos de fallos del mercado o sesgos de los individuos que venden y compran la fuerza de trabajo como mercancía. En otro lugar, hemos dicho, avant la lettre que el contrato de trabajo debería analizarse en términos de producción en común y no concebirse como un contrato de intercambio de fuerza de trabajo por dinero, lo que es una prueba más de la utilidad analítica de las concepciones de Polanyi. O, por ejemplo, el hecho constatado de que la Revolución Industrial tardó más de cincuenta años en aumentar significativamente los ingresos de los más pobres.

En fin, aunque nadie niega la influencia de Marx en Polanyi, es más bien, una afirmación evolucionista, lo que queda demostrado en los siguientes pasos de ese trabajo en los que Polanyi niega que esté en la naturaleza humana cualquier instinto maximizador (“En realidad, el hombre jamás fue tan egoísta como querría esta teoría; aunque el mecanismo de mercado haya traído a escena su dependencia de los bienes materiales, sus móviles "económicos" jamás han constituido su único incentivo para trabajar”) y explica, adelantándose a los estudios antropológicos más modernos pero, al mismo tiempo, de la mano de Aristóteles o Adam Smith, que la ultrasocialidad humana deriva de las garantías que el grupo ofrece a la supervivencia individual en un entorno arriesgado y en el que los humanos viven en el margen de la subsistencia. Estas concepciones están hoy extendidas entre los que estudian la racionalidad humana (“Fue casi imposible evitar la conclusión errónea de que, así como el hombre "económico" era el hombre "real", así el sistema económico era "realmente" la sociedad”).

Analiza, a continuación la relación entre

Comercio, moneda y mercado

Llama comercio a lo que hoy llamaríamos un negocio de intercambio o un trato. Moneda al medio de intercambio (dice, como Alchian, “indirecto”, esto es, el uso de moneda multiplica las transacciones en relación con una permuta o trueque pero reduce los costes de transacción al añadirse un tertium – la moneda – que elimina la necesidad de encontrar, para proceder al intercambio, a quien posea lo que cada una de las partes desea obtener) y mercado al entorno institucional en el que los intercambios tienen lugar y que proporciona a las partes el precio. Pero, no nos equivoquemos, dice Polanyi (y North lo resalta)
Naturalmente se llega a ver mercados donde no existen y a ignorar el comercio y la moneda cuando existen por el hecho de la ausencia de los mercados.
En cuanto al comercio, Polanyi lo asimila al intercambio pacífico con miembros de otros grupos (“Es una actividad exterior al grupo”). No se comercia con los miembros del mismo grupo. Y es una actividad colectiva en las sociedades preindustriales: se realiza por el rey o por la comunidad de comerciantes con otro rey u otra comunidad de comerciantes en nombre del grupo. Polanyi también se da cuenta de que, en la época preindustrial, el comercio es, sobre todo, comercio internacional y a larga distancia. (“La “societas” romana, como más tarde la commenda, era una asociación comercial limitada a una sola empresa”).

La crítica de McCloskey

Las afirmaciones históricas de Polanyi son muy dudosas y han sido criticadas por historiadores de la Economía, algunas veces convirtiendo la exposición de Polanyi en un mamarracho. como hace McCloskey, p 125 acusándole de “to think of the market as something new, born in 1795” y suponiendo que la racionalidad humana es maximizadora en lugar de movida por la supervivencia y acumulando ejemplos desde Mesopotamia a los grandes industrialistas norteamericanos como si hubiera algo significativo en común entre ambos. La simple referencia a la Compañía de las Indias inglesa es suficiente para derrotar la crítica de McCloskey: ¿cómo sabía Catón el viejo si estaba obteniendo beneficios con sus olivos o estaba a pérdida sin precios de mercado para todos sus insumos –factores de la producción y no sólo para su producción? McCloskey, además, pretende argumentar la extensión de los mercados porque existieran precios para algunos productos en las economías preindustriales (sobre el "mercado" de la obsidiana en Mesopotamia y sobre la gran cantidad de piezas de arcilla encontradas en Mesopotamia que contabilizaban créditos), lo que supone caer en el error del que acusa a Polanyi. Peor, porque cuando da la razón a Polanyi, lo hace justo desde la perspectiva incorrecta.

Examinar las Economías preindustriales desde el prisma del modelo de equilibrio general y sus características como fallos o insuficiencias de los mercados realmente existentes en esas épocas (“Coase and Polanyi differ only in what they want done: Coase wants more markets, Polanyi less”) es un error. Precisamente, lo que Polanyi aporta es una forma de evitar el sesgo retrospectivo, que es el mayor pecado de un historiador: explicar el pasado como si fuera el presente solo que en una versión menos sofisticada y las relaciones económicas del mundo antiguo como mercados “imperfectos” (“how close to a perfect market economy does an actual economy have to be before the long-run considerations are to this or that degree amissible? How much of a self-regulating market needs to exist before we can assume approximately the functioning of market laws”?). Compárese con las precavidas afirmaciones de Arruñada en relación con la extensión de los mercados en Roma.

Como dice Blith,
What Polanyi was suggesting was that it is not the presence of markets in goods that matters, but the presence of relatively complete markets in factors that make a market society”.
Entre la descripción de la racionalidad humana de Adam Smith (la tendencia de los seres humanos a intercambiar, aunque en Smith no sea sólo descriptiva sino analítica para explicar la relación entre división del trabajo y el tamaño del mercado) y la de Polanyi, no tenemos duda de que los estudiosos de la evolución cultural y genética, los psicólogos sociales y los antropólogos están mucho más cerca de Polanyi que de Smith. McCloskey está con los psicólogos económicos (behavioural economics) que aplican la doctrina de los fallos de mercado a la racionalidad de los individuos en lugar de partir de la racionalidad humana tal-como-es, es decir, conformada por la supervivencia del individuo y no por la maximización de su utilidad. Que los mismos incentivos y regularidades estén presentes en la Roma del siglo II y en la Nueva York del siglo XXI no permite predecir resultados sin tener en cuenta las estructuras sociales, culturales, tecnológicas y, por supuesto, físicas que no pueden ser más diferentes en uno y otro tiempo y lugar.

Y, lo que roza la indecencia es menospreciar a Polanyi porque no era “especialista” y describirlo como un “economic journalist turned historian”. Bueno, Deirdre, Karl era doctor en Derecho y llegó a la Historia Económica, como hemos dicho, con más de 50 años. En otro artículo con coautor, McCloskey se muestra más comedida pero no menos equivocada.

Polanyi, habla más bien en términos de modelos que descripciones detalladas de la realidad pasada. Lo que dice, por ejemplo, del ánimo de lucro de los comerciantes en la “era arcaica” no es aplicable, ni de lejos, a los comerciantes de los siglos XIII en adelante. Como tampoco lo es la ausencia de precios de mercado – determinados mediante “regateo” que influía en los precios de otras transacciones – en la Edad Moderna, aunque deban recordarse las discusiones de los teólogos y juristas de estos siglos sobre el precio justo. Pero en su exposición, distingue finalmente unas épocas de otras bajo los términos de comercio de dones (aunque la Economía de la donación tenga más que ver con la de los intercambios que con el ánimo de liberalidad), comercio de gestión (donde no son las decisiones individuales las que determinan los resultados) y comercio de mercado y, creemos, incluye la época del Mercantilismo en este último modelo.

Es posible, como insiste Pseudoerasmus, que la Revolución Industrial se hubiera llegado a producir en la Holanda del siglo XVII si no se hubiera frustrado por no sabemos qué razones. No hay duda de que Holanda era una sociedad capitalista y que el mercantilismo (la Edad Moderna) presente muchos rasgos institucionales perfectamente homogéneos con las economías contemporáneas. Pero, en todo caso, la “comoditización” (la conversión de los factores de la producción – tierra, trabajo y capital – en una mercancía no producida pero destinada a ser vendida) a gran escala y mayoritariamente en lo que a las relaciones sociales se refiere, no se consuma hasta el siglo XIX. Así lo dice Polanyi en este trabajo posterior
Los mercados aparecen en todo tipo de sociedad humana y la figura del mercader es familiar a muchas civilizaciones. Pero los mercados aislados no se sueldan en un sistema económico. La ganancia motivaba a los mercaderes, como el valor a los caballeros, la piedad a los sacerdotes y el amor propio a los artesanos. La idea de universalizar el móvil de la ganancia jamás pasó por la cabeza de nuestros antepasados. Antes del segundo cuarto del siglo diecinueve, los mercados jamás fueron más que un elemento subordinado de la sociedad.
North lo entendió mucho mejor (y su proyecto de explicar la asignación de los recursos en el mundo preindustrial en términos de costes de transacción se ha revelado mucho más exitoso) cuando reconoce que
mercados generadores de precio no han dominado nunca de forma completa las decisiones económicas, ni siquiera en el siglo XIX”.

Y tiene razón Polanyi (recuérdese que estudió Derecho Romano) en que, en el mundo antiguo, la adquisición de bienes verdaderamente genuina en el mundo preindustrial es la que resulta de la ocupación y de la conquista, (lo que se corresponde mejor con la idea de que los humanos cooperaban intragrupo y competían con otros grupos, una idea hoy generalmente aceptada por los estudiosos de la evolución humana) jugando el comercio un papel marginal y los intercambios voluntarios y pacíficos la forma de distribuir los bienes adquiridos mediante la ocupación y la conquista entre los miembros del grupo. Sin una producción industrial y con una enorme fracción de los bienes necesarios para el sustento de la población en régimen de autoproducción (en el seno de la familia o del grupo asentado en un territorio) es difícil hablar de generalización de los mercados que nos llevaría a calificar de capitalistas a esas sociedades y aplicar la “conducta maximizadora” al análisis de las mismas. North lo ha explicado en términos de ausencia de propiedad privada individual perfectamente definida sobre los bienes como presupuesto de la existencia de mercados que puedan generar precios.

En todo caso, Polanyi no deja de hacer afirmaciones iluminadoras,
Lo que la naturaleza diferencia, el mercado lo homogeneiza. Incluso la diferencia que existe entre los bienes y su transporte puede desaparecer ya que es posible comprarlos y venderlos en el mercado: los primeros en el mercado de los productos, el segundo en el mercado del flete y de los seguros
En otro trabajo (apartado 10) hemos explicado cómo el condominio naval es la forma prevalente de acceder a los medios de transporte por parte de los comerciantes. Cuando el mercado se desarrolla, el condominio naval se convierte en una figura marginal y se sustituye, como dice Polanyi, por los fletes y los seguros.

Lo que dice de la moneda y los precios se recoge y amplía en el libro de Graeber. Lo que dice respecto de cómo se crea la abstracción de la “oferta” y la “demanda” tiene interés (recuérdese los ciclos del consumo y del capitalista: Mercancía-Dinero-Mercancía vs. Dinero-Mercancía-Dinero’ – Paz-Ares lo utilizó para explicar ¡la distinción entre la compraventa civil y la mercantil!)
“la oferta y la demanda” aparecían inseparables como hermanos siameses, mientras que en realidad constituían grupos distintos de personas según que dispusiesen de bienes en tanto recursos o los buscaran en tanto que bienes necesarios (o sea, para consumir)” 

Coda

Uno no puede evitar pensar que, una vez más, tiene razón Rodrik cuando considera el peor defecto de la Economía como Ciencia Social su escaso aprecio por las aportaciones de otras Ciencias Sociales. Se nos ocurre que es un problema más cutre que ese. Es, simplemente, que los economistas cultos se cuentan con los dedos de la mano. Si, además, insistimos en que sean matemáticos avanzados, estaremos distorsionando aún más, sus incentivos para convertirse en personas cultas y, con ello, productivas como economistas. De los juristas no hablamos porque, a diferencia de los economistas, ni siquiera han aprendido matemáticas. No creemos que sea excluyente para comprender mejor la realidad social ‘the sophisticated model-building skills of the economist’ (Cook, 1966), sobre todo para analizar las interacciones humanas en las que la racionalidad producto de la Evolución creada para maximizar las posibilidades de supervivencia pesan mucho más que la racionalidad maximizadora de la utilidad. Sin duda, esta es la tendencia en las Ciencias Sociales que, con más razón, ha reivindicado a Polanyi. Polanyi se quejaba de la dispersión de sus intereses que, creía, le hacía poco productivo (“Ich bin zu viel Polyphon: deswegen fertig nichts”, p 35) pero lo habríamos olvidado si se hubiera concentrado en un pequeño saber, sobre todo, en un siglo tan convulso como el que le tocó vivir.

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El cuadro de esta entrada y la ocasión para leer a Polanyi nos los han proporcionado Giuseppe Danese y Luigi Mittone, (Reciprocity, Exchange and Redistribution. An experimental investigation inspired by Karl Polanyi’s The Economy as Instituted Process CEEL Working Paper 3-08). Los autores realizan un experimento para comprobar el grado de eficiencia asignativa que se logra a través de donaciones entre los distintos participantes en el experimento en comparación con los resultados que se obtienen en los intercambios de mercado. Los autores concluyen que si diseñamos un experimento que los participantes conciban como un juego de intercambio de regalos, deberíamos observar altos niveles de eficiencia asignativa (esto es, que los recursos pasan, por esta vía, de donde tienen menos valor a donde tienen más valor, midiéndose el valor por las preferencias de los individuos que participan, exactamente igual que consiguen los intercambios de mercado mediante los contratos voluntarios) pero “si el juego se juega sin ningún tipo de simetría inducida, su nivel de eficiencia asignativa es muy modesto, lo que es una confirmación notable de la literatura antropológica, especialmente, de la noción de simetría de Polanyi así como de la descripción de Mauss del intercambio de regalos como un hecho social <<total>>”

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