domingo, 20 de noviembre de 2016

Ciencias y Humanidades

ralphcrane82G460

Ningún empeño humano está totalmente libre de valores. Puede alojarse un grano de ideología, de condicionamiento sociohistórico, hasta en la más pura de las abstracciones. Sin embargo, sólo un despotismo lunático dirá que la teoría de la relatividad es «corrupción judía» o tratará de erradicar la genética mendeliana en nombre del estalinismo. Hasta donde es humanamente posible, el teorema matemático, el método de conjeturas y refutaciones en la ciencia, buscan «verdades» —un concepto, una palabra que adolece de la fragilidad más vulnerable— independientes de implicaciones éticas, religiosas o políticas. No hay soluciones capitalistas ni socialistas a las ecuaciones no lineales. Someter los descubrimientos biogenéticos al provecho económico es una obscenidad, como también lo es la censura de la investigación matemática y física en pro de intereses militares. Allí donde más se aproxime a un ideal de progreso desinteresado y compartido será donde el descubrimiento científico constituya el constructo más maduro de la libertad humana.


Esto también establece una diferencia entre el proceso de enseñanza y aprendizaje en las ciencias y en las humanidades. Puede haber subversión personal en el discípulo, en su refutación del Maestro, en su adopción de un modelo de evolución darwiniano en vez de lamarckiano. Pero esto surgirá de unas necesidades inherentes a la ciencia misma. El triunfo auténtico, aunque pocas veces reconocido, del Maestro es ser refutado, superado por el descubrimiento del discípulo. Es discernir en el alumno una fuerza y un futuro superiores a los suyos. Isaac Barrow dimite de su cátedra lucasiana en favor de Isaac Newton. David Hilbert no cuestiona realmente a Kurt Gödel cuando aparece su artículo entre alabanzas. Estos hombres son servidores de un compromiso mucho más grande que ellos mismos. 
Esta neutralidad que caracteriza a la verdad guarda relación con el anonimato, con la impersonalidad de las ciencias puras y aplicadas. El genio individual es tan conspicuo en la historia de las ciencias como en la de la literatura y las artes. Pero importa mucho menos. La Divina comedia no se habría escrito sin Dante, las Variaciones Goldberg sin Bach. La temprana muerte de Schubert deja espacios de sensibilidad sin llenar. Esto no sucede ni en las matemáticas ni en las ciencias. Se dice que un trabajo de álgebra puede revelar un estilo personal. Otro algebrista, sin embargo, habría resuelto el teorema de Fermat o llegado a la conclusión de Riemann. Darwin no fue otra cosa que el más concienzudo y consecuente de una manada de investigadores en zoología y geología que trabajaban simultáneamente en el umbral de una teoría de la evolución y selección naturales. Una docena de centros de investigación y «aceleradores de partículas» se afanan hoy con los mismos enigmas en la física de partículas y en la cosmología. Las publicaciones en revistas científicas, los anuncios en las páginas científicas de Internet llevan a menudo treinta o más firmas. Las teorías, los descubrimientos, las soluciones matemáticas son, en un sentido fundamental, anónimas y colectivas, sea cual fuere la gloria que la casualidad o las relaciones públicas hayan otorgado a este o aquel individuo. Este trabajo en equipo y la naturaleza inevitable de la tarea —si no se llega hoy al resultado, se llegará mañana— son muy diferentes de lo que experimentan el discípulo del filósofo o el compositor incipiente en una clase magistral. No hubo nada de inevitable en la teoría de las ideas de Platón ni en la Capilla Sixtina 
(Los) hallazgos (del científico)… están al servicio de un progreso que anulará o enmendará sus esfuerzos. Sólo el arte es «cumplimiento» en el sentido de que ningún producto subsiguiente lo tornará obsoleto.

George Steiner, Lecciones de los maestros, Madrid 2016, pp156-157, 167

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