jueves, 2 de noviembre de 2017

Entre la organización y el mercado: diseño de mercados en el seno de una organización

feeding-america


El caso que vamos a contar a continuación es un ejemplo extraordinario de la mezcla de mercados y organizaciones. Las organizaciones – las empresas, las asociaciones, los grupos de sociedades, las Administraciones públicas, las comunidades de regantes, los Montes de Piedad – no son mercados porque para conseguir sus objetivos no pueden confiar en la mano invisible que conduce a los individuos desde la persecución irrestricta de su interés al bienestar de todos porque no hay precios. La coordinación explícita es imprescindible para lograr el fin común o, lo que es lo mismo, asegurar la contribución de todos los individuos a la producción en común. Los mercados funcionan si hay precios. Los precios son el mecanismo que articula la cooperación. Los precios informan a los productores de lo que tienen que producir y a los consumidores de lo que tienen que comprar. Las decisiones pueden ser individuales – no se requiere coordinación explícita – porque las conductas individuales (comprar o vender) reflejan las preferencias de unos – productores – y otros – compradores expresadas en su disposición a pagar – compradores – o a entregar el producto – productores – al precio de mercado.

Pero en el seno de las organizaciones no hay precios que permitan la maximización de los beneficios de todos los miembros del grupo porque no hay un mecanismo que coordine las decisiones individuales de cada uno de los miembros del grupo. Son necesarias normas, esto es, acuerdos sobre cómo se tomarán las decisiones individuales y qué decisiones individuales son “aceptables” y cuáles no. Los economistas hablan entonces de “órdenes” y, los más perspicaces, de contratos explícitos (por oposición a los contratos implícitos que articulan las transacciones de mercado).


Si colocamos en una misma línea la organización pura (todo lo decide la cúspide del grupo en una suerte de planificación central coactiva) y el mercado puro (con un subastador – Walras – que casa la oferta y la demanda), las organizaciones realmente existentes se encuentran en algún punto intermedio entre ambos. Y cuando hablamos de “diseño de mercados”, a menudo lo que tratamos es de aprovechar las ventajas del mercado en la asignación eficiente de los recursos en el seno de un grupo delimitado de personas que, a falta de la tecnología contractual adecuada, recurren a las normas explícitas para asignar los recursos a los miembros del grupo.

El diseño de mercados empieza a tener una cierta tradición. Recuérdese el caso de los “mercados de riñones” diseñado por Alvin Roth. En el trabajo que comentamos a continuación, el mercado diseñado es el de los bancos de alimentos en los EE.UU. La clave es la utilización del mecanismo de los precios en lugar de utilizar reglas para asignar los recursos.

Piénsese en la asignación de alumnos a los colegios o de fondos a proyectos a ayuntamientos o a escuelas. Las posibilidades del “diseño de mercados” son enormes.

La forma tradicional de asignar los alimentos recibidos de los donantes (fabricantes o distribuidores) a cada una de las filiales locales era la de prior tempore, potior iure. Se atendían las peticiones de cada banco local según el orden de petición. Naturalmente, eso no garantizaba la correcta asignación de los recursos, es decir, que cada lote – un camión – fuera allí donde podía ser más útil. Para que los bancos locales internalizaran el coste de hacerse con un lote que podía ser más útil a otro banco local, los organizadores instauraron un sistema de subastas de los lotes en el que los bancos locales pujaban con una moneda imaginaria de la cual disponían en cantidades limitadas, esto es, un número ajustado a la importancia relativa del banco local en relación con todos los bancos del país. La “cuenta” de cada banco local se volvía a poner a su nivel inicial al comienzo de cada día, es decir, el número de monedas imaginarias asignado actuaba como un presupuesto diario para cada banco local. Dos veces al día, la cúspide de la organización subastaba la comida disponible y los bancos locales pujaban en función de su interés (tipo de alimentos) y sus necesidades (cantidad) además de su capacidad para soportar los costes de transporte. Se permitía incluso comprar “a crédito” si el valor de una carga de alimentos excedía el presupuesto de uno de los bancos locales (los más pequeños) siempre que pudieran devolver el crédito en los días inmediatamente posteriores y se permitían pujas negativas para que cuando un donante – un Wallmart – regalaba comida que nadie quería, las relaciones con el donante no se vieran perjudicadas: el banco local que estaba dispuesto a quedarse esa comida por menos “dinero”, se adjudicaba el lote y podía usar el precio obtenido para pujar en otra subasta. El sistema se completa con una “valvula” que elimina el “mercado” como mecanismo de asignación y lo sustituye por una decisión de un comité para casos excepcionales (una catástrofe natural, por ejemplo, que afecte a una zona del país). Por último, si un banco local recibía lotes de comida que no podía distribuir, podía colocarlo en el “mercado” y asignarlo a otro banco de otra localidad.

La conclusión de la autora


Visto desde la distancia por un economista académico, la idea de que una moneda especializad pueda usarse para asignar lotes de alimentos de manera más eficiente al mismo tiempo que se respetan las necesidades relativas de diferentes áreas geográficas puede parecer sencilla… pero es notable que rara vez observemos este tipo de solución basada en un “dinero monopolístico” como mecanismo para asignar recursos en entornos reales.

¿Cómo es que funcionó para Feeding America?… Dos (posibles) respuestas parecen plausibles: la primera es que los mercados dinámicos con dineero sólo funcionan si un participante que no consigue encontrar lo que quiere hoy está dispuesto a esperar a mañana para gastar el presupuesto del que dispone. En el caso de Feeding America, el flujo de productos es grande y constante: más de un cuarto de millón de kilos de alimentos al día. De manera que los participantes que no encuentran lo que quieren hoy, saben que es probable que no tengan que esperar mucho para que aparezca lo que quieren. En segundo lugar, los participantes – los bancos de alimentos locales – son jugadores repetitivos que participan en un juego cuya última ronda no está a la vista. Es un juego sin final, de manera que es plausible modelizar el juego como uno <<infinitamente repetido>> lo que, de nuevo, facilita que los bancos locales renuncien al consumo del día de hoy si los productos que desean no están disponible… no es una victoria de los mercados per se, sino más bien una ilustración de cómo un sistema flexible de asignación de opciones puede combinarse para (mejorar)… la equidad del sistema (y con ello lograr el consenso de los participantes, esto es, su disposición a participar en el juego y la estabilidad del propio juego)

Canice Prendergast, How Food Banks Use Markets to Feed the Poor, Journal of Economic Perspectives—Volume 31, Number 4—Fall 2017—Pages 145–162

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