lunes, 13 de septiembre de 2021

Rob K. Henderson: al ser humano no le mueve–principalmente- el dinero, sino relaciones sociales satisfactorias

Foto: JJBOSE

Una condición sine qua non para la que lo que he traducido a continación suene convincente es, naturalmente, que estemos por encima del nivel de subsistencia y en esa situación, a la que se refería Adam Smith en la que todos tenemos lo suficiente para vivir una vida digna, determinándose dicho nivel por el acceso a bienes necesarios, precisamente, para llevar una vida social enriquecedora y emocionalmente satisfactoria, lo que implica acabar con la pobreza en la sociedad como tarea imprescindible para que cada miembro de ella pueda alcanzar el “libre desarrollo de la personalidad” al que se refiere el art. 10 CE. Pero, una vez alcanzado este nivel de desarrollo económico, tiene razón Henderson en que el marxismo – wonderful theory, wrong species decía E. O. Wilson – ha centrado el objetivo de los reformadores sociales en la redistribución económica cuando lo más prometedor para aumentar la felicidad (basada en las elecciones individuales de los miembros de una sociedad) es mejorar sus relaciones sociales. Es la psicología humana formada en millones de años de evolución en los que la supervivencia individual dependía decisivamente de las relaciones sociales, de la cohesión y de la cooperación en el seno del grupo humano al que pertenecía cada homínido. Cuando el entorno cambia, esa emoción deja de ser adaptativa o, si se quiere, la compasión se convierte en envidia. En esta entrada explico más detalladamente el papel evolutivo de la envidia resumiendo un importante trabajo sobre el particular de donde está sacada la cita que inicia esta.

Algunas personas argumentan que la redistribución de los recursos económicos mitiga la distribución injusta de las dotaciones genéticas. Tú y yo podríamos ser más inteligentes, más altos o más atractivos que el promedio. Y estos rasgos son económicamente lucrativos. Pero no conseguimos esos rasgos (y los beneficios financieros asociados), por lo que, según cierta lógica, deberíamos compartir nuestro dinero con aquellos que no fueron tan afortunados como nosotros. Pero esto depende de que creamos que los recursos económicos son el principal determinante de la felicidad. Y no es así: nuestras relaciones son al menos tan importantes para llevar una vida satisfactoria como el dinero. Sin embargo, nuestras élites son reacias a promover el matrimonio, la amistad, los lazos sociales, la vecindad, etc. Los factores no materiales que dan lugar a una vida rica y plena.
 
De alguna manera nos hemos vuelto reacios a respaldar públicamente cualquier tipo de valor que se encuentre fuera de la economía. Los gobiernos pagan a la gente para que se vacune. Las ciudades pagan a sus vecinos para que no disparen a otros vecinos.

Los líderes se han vuelto reacios a apelar a ideales o principios más elevados. La creencia dominante parece ser que lo único que importa son los incentivos económicos.

En un artículo de opinión del NYT de 2019, dos premios Nobel se refirieron a trabajos empíricos que indican que las personas sobreestiman la potencia de los incentivos económicos. Los autores informan que “el estatus, la dignidad, las conexiones sociales” son impulsores más poderosos del comportamiento. La pregunta es, en tal caso, por qué nos centramos en la redistribución económica? Hay muchas razones, algunas nobles, pero otras no tanto. Una en concreto consiste en que promover la amistad y el matrimonio no daña a los enemigos y la envidia maliciosa es el predictor más fuerte de apoyo a la redistribución. Los ricos quieren hacer daño a los que son más ricos que ellos. Si el 10% más rico de las personas más ricas descubriera que el matrimonio entre los pobres inflige dolor a las personas del 1% más rico, este decil superior sería el que más apoyaría al matrimonio.

Los afortunados entre nosotros pueden compartir nuestra riqueza, seguro. Pero también podríamos compartir nuestros valores, pasos que hemos dado para vivir una vida plena.

Rob Henderson

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