lunes, 8 de agosto de 2016

Los activos negociados en mercados financieros no son manzanas ni coches

Santa María la Blanca 


y tampoco deberían negociarse las manzanas o los coches en mercados financieros


Esta discusión entre el “padre” de la hipótesis de los mercados financieros eficientes – Fama – y el “padre” de la psicología económica – Thaler – refleja bien las críticas que cabe hacer al Behavioural Law & Economics como un AED 2.0. Le dice Fama a Thaler que su modelo – la hipótesis de que los precios de un mercado de capitales profundo y líquido reflejan toda la información disponible sobre los activos que se negocian en esos mercados – sigue valiendo (“La idea no es que los mercados son eficientes. No lo son. Es solo un modelo. La cuestión es cuan ineficientes son”). La posición de Fama es que los precios no reflejan el valor que atribuyen a esos bienes los individuos que participan en un mercado financiero, sencillamente porque esos activos no tienen valor de uso. Las decisiones en un mercado financiero se adoptan en función de los “ingresos esperados” que, capitalizados, determinan el valor del activo. Por tanto, “with hindsight, every price is wrong” dice Fama.


Y es así, en relación con activos financieros porque sus precios no son mas que el resultado de capitalizar los ingresos esperados. No tienen valor de uso. Por tanto, en los mercados financieros observamos variaciones de los precios mucho más bruscas que en los mercados de productos: no es que el mundo se haya hecho súbitamente un 25 % más pobre o más rico. Es que “hay variación en los ingresos esperados”, porque lo que los que participan en el mercado “esperan” del futuro varía enormemente con pequeños cambios en la información disponible en función de la aversión al riesgo de los participantes. Y claro, “a toro pasado”, todos los precios se revelan erróneos una vez que se ha despejado la incertidumbre con la que tomaron su decisión los inversores. De ahí que, cuando un bien “entra” en los mercados financieros y se convierte en un “activo” cuyo precio se determina en función de los rendimientos esperados y no en función de las preferencias de los consumidores o usuarios del bien, como ha ocurrido con la vivienda, le ocurre lo mismo que a las acciones o a los activos financieros en general: se generan burbujas que son producto del mayor optimismo de un pequeño grupo de inversores.

Los beneficios sociales que generan los mercados de capitales en los que se negocien partes de empresas (acciones) son inmensos y sobradamente conocidos. Pero los beneficios sociales de negociar como si fueran activos financieros otros productos o “bienes” no están tan claros.

Lo que sucede con la vivienda (que es objeto de burbujas especulativas y sufre cambios bruscos de valor) es, probablemente, que se ha convertido, gracias a su introducción en los mercados financieros, en un “activo financiero”, de modo que su valor no viene determinado por las preferencias de los individuos respecto de los posibles usos sino de su carácter de activo cuyo precio viene determinado – al menos en buena medida - por la capitalización de los rendimientos esperados. Cuanto más usemos los mercados para satisfacer nuestras necesidades, más probable es que esos bienes acaben siendo negociados en “bolsas”, esto es, en mercados financieros y más probable es que generen esos riesgos sistémicos que generan los mercados financieros: las burbujas, el sobreendeudamiento y todo eso.

Lo que ha ocurrido con los mercados de futuros (productos agrícolas) es otro ejemplo. Han pasado de ser un mecanismo de seguro de los agricultores en los que las “primas” se determinaban competitivamente a un mercado puramente especulativo una vez que se ha permitido “apostar”, simplemente, a que las cosechas serían buenas o malas o a que el precio de la electricidad sería más o menos alto en unas semanas o meses. Lo propio con todos los mercados de derivados.

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