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Los humanistas empezaron a realizar búsquedas sistemáticas, especialmente en las bibliotecas monásticas, de escritos de sus autores clásicos predilectos, en particular de textos de Cicerón, al que consideraban (según la frase de Petrarca), como "el gran genio" de la Antigüedad. Estas búsquedas de' tesoros pronto produjeron toda una serie de importantes descubrimientos… Todas las Cartas familiares de Cicerón fueron recuperadas por Salutati en la biblioteca de la catedral de Milán en 1392. La Historia de Tácito y de Tucídides, así como muchas Vidas de Plutarco fueron redescubiertas, y por primera vez en siglos se pusieron al alcance del público. El obispo Landriani descubrió un manuscrito completo de El Orador de Cicerón, en la biblioteca de Lodi en 1421. Y Poggio Bracciolini realizó toda una serie de espectaculares descubrimientos en los monasterios del Norte que visitó mientras asistía al Concilio de Constanza entre 1414 y 1418. Buscando en St, Gallen en 1416, recuperó una versión completa de la Retórica de Quintiliano… Y dos años después, en Langres, tropezó con los poemas de Estacio y de Manilio, la filosofía de Lucrecio y varios discursos de Cicerón, antes consideradas como perdidos
Sin embargo, el descubrimiento más importante fue que, a consecuencia de haber adquirido tantos textos nuevos y de llegar así a reconocer (que) habían sido escritos originalmente, en -y para- un tipo muy distinto de sociedad, los humanistas gradualmente empezaron a adoptar una nueva actitud hacia el mundo antiguo. Hasta entonces, el estudio de la Antigüedad clásica -con sus altibajos a lo largo de la Edad Media - no había generado ningún sentimiento de radical discontinuidad con la cultura de Grecia y Roma. Un sentido de pertenecer esencialmente a la misma civilización seguía persistiendo, en ninguna parte tan poderoso como en Italia, donde el código de Justiniano aún estaba jurídicamente en vigor, donde la lengua latina era de uso diario en todas las ocasiones cultas y oficiales, y donde la mayor parte de las ciudades seguían ocupando los sitios de las antiguas aglomeraciones romanas….
Sin embargo, a finales del trecento encontramos una actitud totalmente distinta. Como lo resume Panofsky, "el pasado clásico fue considerado, por primera vez, como totalmente separado del presente" (1960, p. 113). Se alcanzó un nuevo sentido de la distancia histórica, como resultado del cual la civilización de la antigua Roma empezó a aparecer como una cultura totalmente separada, que merecía -que en realidad, requería- ser reconstruida y apreciada, hasta donde fuera posible, en sus propios términos distintivos…. Un sorprendente símbolo de este cambio puede verse en la nueva actitud adoptada hacia los restos físicos de la Roma imperial. Durante la Edad Media, había habido un tráfico de mármol arrancado de los antiguos edificios, parte del cual había llegado hasta la abadía de Westminster y la catedral de Aquisgrán (Weiss, 1969, p. 9). Sin embargo, a comienzos del siglo xv, bajo el apremio de escritores como Flavio Biondo en su Roma restaurada, tal vandalismo llegó a parecer casi sacrílego, y la investigación arqueológica y conservación de la ciudad antigua empezaron a emprenderse por vez primera (Robathan, 1970, pp. 203-205, 212-213).
Pero el síntoma más importante de la nueva visión fue, desde luego, el desarrollo de un estilo clásico no anacrónico. Esto se logró por primera vez en la escritura y arquitectura de Florencia de comienzos del Quattrocento: Ghiberti y Donatello empezaron a imitar las formas y técnicas exactas de la estatuaria antigua, mientras que Brunelleschi hizo una peregrinación a Roma para medir la escala precisa y las proporciones de los edificios clásicos, siendo su intención -como lo expresó su biógrafo Antonio Manetti- "renovar y sacar a luz" un estilo verdaderamente romano, y no simplemente romanesco (Panofsky, 1960, pp. 20, 40). Dentro de una generación, una transformación similar había invadido el arte de la pintura: Mantegna empezó a introducir un clasicismo exacto en sus frescos, y los mismos valores pronto fueron adoptados y desarrollados en Florencia por Pollaiuolo, Botticelli y toda una larga sucesión de sus discípulos y seguidores (Panofsky, 1960, pp. 174-176).
Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno, Méjico, 1978 reimpresión 1993.
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