En el libro Enlightenment 2.0, Heath hace un llamamiento a favor de introducir más racionalidad en la discusión pública. Hoy, Chris Dillow hace lo propio cuando propone a la izquierda que abandone su cara más antipática (la de los que se creen superiores moralmente y no echan cuenta de la sensibilidad y los derechos de los que no son de su grupo) y ensaye nuevas técnicas para promover el cambio social.
Una pasa por seguir el consejo de Heath y tratar de convencer a los de derechas de sus errores (con argumentos, no con consignas o falacias). Otra de sus propuestas va dirigidas a la autoorganización. (y más generalmente, hacia la descentralización y las mejoras marginales y locales de los servicios públicos). Si las empresas capitalistas nos parecen mal, compremos los productos y recibamos servicios de empresas no capitalistas, es decir, de pequeñas empresas en las que no se distinguen a trabajadores y dueños, es decir, a empresas cooperativas o mutualistas. Esta actitud haría mucho más simpática a la izquierda. Incluso sí aplicada a los contratos públicos (dar preferencia a las empresas que estén organizadas en forma de cooperativa de trabajo o de consumo), porque estaría basada en la lógica de la mutualidad, no de la redistribución. La razón es que, en la medida en que compitan en el mercado con empresas capitalistas, triunfarían sólo sí convencen al público - a los clientes - del mayor valor de su propuesta frente a la que hacen las empresas organizadas capitalistamente (esto es, aquellas en las que el dueño o titular residual es el que ha aportado el capital).
El problema es que ni siquiera los más convencidos de la izquierda actúan como predican. Estas empresas en manos de los trabajadores no suelen triunfar porque la solidaridad entre los trabajadores quiebra rápidamente cuando asoma el homo sapiens entre ellos. Los trabajadores más esforzados son explotados por sus colegas como antes lo eran por los propietarios-accionistas. De ahí que estas empresas sean casi necesariamente pequeñas: para mantener reducidos los costes de agencia. Y cuando crecen mucho no son exitosas salvo que el producto o servicio que vendan sea muy sencillo (costes de agencia bajos). Si no es el caso, los trabajadores-mutualistas serán explotados por los que estén al mando, esto es, por los gestores. Es lo que pasa en los partidos, sindicatos y en las empresas mutualistas salvo casos excepcionales.
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