lunes, 7 de agosto de 2017

Psicología política y evolución: el papel de la envidia

ocre


Dibujo: Ocre, @lecheconhiel


Compassion, but not envy, predicts personally helping the
poor. Envy, but not compassion, predicts a desire to tax the
wealthy even when that costs the poor



El punto de partida es que los humanos, desde hace cientos de miles de años, hemos interactuado con otros humanos que tenían “más” o tenían “menos” que nosotros, de manera que cabe esperar que “nuestras motivaciones – procesos mentales –” hayan venido configurados por las fuerzas de la selección natural. O sea que nuestra actitud frente al hecho de que otros en nuestro grupo tengan más o menos que nosotros debe poder explicarse en términos evolutivos.

En el trabajo que resumimos a continuación, los autores tratan de averiguar “qué tipo de mecanismos específicos de carácter psicológico contribuyen a formar la respuesta de un individuo a una política” determinada, en el caso, a una política redistributiva. En otros términos que “sistemas motivacionales, emocionales e interpretativos se activan” – y configuran la respuesta – cuando se trata de implementar una política que redistribuye los recursos en el seno de un grupo. Lo interesante del trabajo es que analizan la cuestión desde una perspectiva psicológica (no desde la geografía, el clima, las instituciones etc), es decir, desde “un conjunto variado de programas neurocomputacionales que la selección natural construyó y que están especializados funcionalmente para resolver problemas adaptativos recurrentes y muy antiguos”

Su estrategia de análisis es que si hay tres tipos de “jugadores” en un grupo humano (YO, el OTRO-QUE-ES-MÁS-RICO-QUE-YO y el OTRO-QUE-ES-MÁS-POBRE-QUE-YO) las motivaciones que configuran nuestra respuesta al problema de la redistribución son: la compasión – respecto del que tiene menos –; la envidia – respecto del que tiene más – y el interés propio – egoísmo – en relación con los que tienen lo mismo que yo (como veremos, en realidad, mutualismo en este último caso porque son juegos de suma positiva los que jugamos con aquellos que están en situación semejante a la nuestra, es decir, la interacción “inteligente” es “sumar fuerzas” para lograr resultados que benefician a ambos).


Estos términos de la discusión tienen sentido porque las razones públicas “para apoyar una determinada política son distintas de las privadas o incluso las inconscientes” y porque una política redistributiva puede tener como resultado, simplemente, una transferencia de recursos o aumentar o disminuir el volumen de recursos total. Si la redistribución es un juego de suma positiva, tras la redistribución, el grupo puede ser “más rico”. Si es un juego suma cero, no y si es un juego de suma negativa, tampoco.

“el proceso de quitárselo a unos para dárselo a otros puede disminuir el total (como sucede cuando impuestos muy elevados sobre la renta reduce la productividad de los individuos porque desincentiva el trabajo) o puede aumentar el total (como sucede cuando la asistencia a los hambrientos permite que puedan trabajar y ganarse la vida).

Una “psicología política” producto de la evolución vendría determinada por


la maximización del bienestar.


Por ejemplo, los individuos estarán más dispuestos a compartir cuando la productividad individual (lo que podemos conseguir por nosotros mismos) esté más sujeto a varianza de manera que la actividad en grupo la reduce. Así, los humanos cooperaban “fácilmente” para cazar grandes piezas. Y, en sentido contrario, menos dispuestos a hacerlo cuando pueden ser fácilmente explotados por otros individuos que se comportan como gorrones. De manera que no es raro que compartamos fácilmente el producto de la caza de grandes piezas pero que no nos sintamos muy motivados para compartir el producto de actividades – como la recolección de frutos silvestres – que cualquiera puede llevar a cabo individualmente y cuyo producto no varía significativamente porque se realice en grupo. La existencia de grandes ganancias de la cooperación en grupo y el carácter arriesgado (variable) de tales ganancias (con un aumento del producto esperado como consecuencia de la realización de la actividad de forma cooperativa) es la “pista” más relevante para que nuestro cerebro se disponga motivacionalmente a cooperar y explica también por qué estamos menos dispuestos a ayudar a otros cuando creemos que su situación penosa es producto de su propia conducta.

Los autores seleccionan esas tres motivaciones (compasión, envidia e interés propio) porque el “ambiente” en el seno de un  grupo debió seleccionar tales motivaciones si se supone – lo que parece razonable – que a lo que los individuos se enfrentaban en sus interacciones con otros era a la percepción de la situación de los otros en términos de comparación con el propio individuo. Desde esta perspectiva, los individuos estaban “en mejor” o “en peor” situación que uno mismo. La igualdad absoluta no estaba nunca presente pero era, probablemente, el “equilibrio” hacia el que una economía de subsistencia debía dirigir las actitudes individuales. La percepción de la desigualdad – que otro esté mejor o peor que yo – debía provocar la activación del mecanismo psicológico correspondiente, continúan los autores, por lo que tiene sentido preguntarnos qué tipo de mecanismos psicológico se activa cuando nos relacionamos con alguien que está mejor o peor que nosotros. Repetimos, en una economía de subsistencia estos mecanismos son distintos a los que cabría esperar en una economía moderna. En la economía de subsistencia, que alguien esté “peor” significa que está al borde de la inanición; que alguien esté “mejor” significa que le sobran recursos para llegar al día siguiente. Que experimentemos “compasión” por el primero y “envidia” por el segundo parece una asunción lógica. En relación con los que están en una situación semejante, la lógica de la supervivencia debe llevarnos – psicológicamente – a la interacción mutualista, esto es, a no sacrificar el propio interés pero cooperar con el otro para mejorar la condición de ambos (protegiéndonos mejor frente a los riesgos o disminuyendo la varianza en la obtención de alimento – hoy por tí, mañana por mí – mediante la búsqueda de alimento en común).

Si la situación del que está peor es temporal y no estructural, la compasión no tiene nada de altruista. Los individuos pueden “verse” a sí mismos en ambas situaciones. Es una forma de mutualismo: hoy por tí, mañana por mí. Es lógico, pues, que en todas las sociedades primitivas se compartieran los recursos. No es extraño que la selección natural generara una psicología universal en los humanos que les lleve a compartir si, al mismo tiempo, hay un mínimo de garantía de reciprocidad (que bien pudo proporcionarlo el parentesco genético entre los miembros de una banda). O sea, que la compasión y el interés propio no solo no son incompatibles sino que forman parte de la misma racionalidad fundada en la maximización de las posibilidades de supervivencia: comportarse compasivamente con otros es una poderosa señal para el caso en que uno necesite la compasión de los otros. Cuando los roles se convierten en “estructurales”, la cosa cambia.

Así pues, en relación con los que “están peor” la racionalidad de la compasión como mecanismo psicológico es sencilla de explicar. Pero, ¿qué pasa


cuando nos relacionamos con otros miembros del grupo que están mejor que nosotros?


En este punto, los autores explican – mejor que nosotros – la idea que hemos expuesto más arriba acerca de la importancia de que se trate de una Economía de subsistencia o una Economía – llamémosla – de bienestar, es decir, que se ha librado de la “trampa malthusiana”.

Dicen los autores que es obvio que el interés propio de cada individuo es el de que se produzcan transferencias de recursos a su favor por parte de los más favorecidos. El objetivo de cualquiera es aumentar el nivel de los propios recursos, no reducir el bienestar de los que están mejor, pero, naturalmente, esta reducción del bienestar será, normalmente, un efecto o consecuencia de dicha redistribución a “mi” favor.

Pues bien, cuando se trate de bienes posicionales o en sociedades que viven al borde de la supervivencia – economías de subsistencia – el efecto de la reducción del bienestar del que, al inicio de la interacción, está mejor es, necesariamente, devastador: “o tú, o yo”. Bienes posicionales son el liderazgo o el acceso sexual. No puede haber mas que un líder y sólo uno puede ser el padre de la criatura. Pero, si estamos en una economía de subsistencia, los bienes físicos – los alimentos – pueden ser fácilmente bienes posicionales en este tipo de entorno.

Y aquí es donde entra


la envidia como emoción


Con los bienes posicionales, el hecho de que el que está mejor pierda recursos es un bien en sí mismo para el otro incluso aunque él no reciba los que pierde el que está mejor.

Si el que está mejor tiene acceso a 3 mujeres y yo sólo a 1, que pierda el acceso a una de ellas mejora mi posición relativa en lo que a status dentro del grupo se refiere aunque yo no haya visto mejorar mi acceso a la reproducción con más mujeres. Por tanto, que el otro – el que tiene más – esté peor, “es el objetivo – el bien – en sí mismo” de mi interacción con él y es el resultado para cuya consecución estaré dispuesto a invertir recursos: reducir el bienestar de otros es el objetivo en sí mismo. Y a esas actitudes sirve la emoción de la envidia.

Por lo tanto, el apoyo a la redistribución debe ser mayor en aquellos más dispuestos a sentir envidia. [Si en un caso concreto es prudente actuar por egoísmo y envidia de una manera que perjudica a otros depende de si tal acción puede llevarse a cabo encubiertamente, si la responsabilidad puede ser repartida entre muchos otros, y la diferencia en la potencia y agresividad o el poder de cada uno de los jugadores

Debe de haber, sin embargo, una diferencia importante entre bienes como el status social y los alimentos incluso en economías de subsistencia que sugiere que la emoción de la envidia no se desarrollará en igual medida en relación con unos y con otros. Si alguien tiene la posición de líder en el grupo, el objetivo de los otros que no disfrutan de tal posición sólo puede ser arrebatársela, no compartirla ni aumentar la disponibilidad de tal bien para que todos estén mejor. Es decir, no hay juegos de suma positiva disponibles (de hecho esta característica es consustancial a los bienes posicionales). Con los alimentos, aunque sean escasos, existe siempre la alternativa de aumentar el volumen de éstos, de manera que la emoción que puede conducir a arrebatárselos o a propiciar la redistribución desde los que tienen más no será, normalmente, la envidia sino el simple egoísmo e instinto de supervivencia.

Lo característico de la envidia, como dicen los autores (recuérdese a Shylock, su objetivo no es recuperar su dinero con intereses. Es matar a Antonio) es que el objetivo de la misma es que otro esté peor de lo que está, no que uno mejore su condición. La emoción prevalente en relación con los alimentos en una economía de subsistencia no debería ser, pues, generalizadamente la envidia sino la aversión a la desigualdad y conductas aparentemente “envidiosas” deberían explicarse en términos de aversión a la desigualdad.


Los resultados


“si la mente ve la redistribución moderna como un juego de tres jugadores que desata la compasión, la envidia y el interés propio, entonces, la intensidad de estas tres emociones y motivos predecirán independientemente el apoyo por la redistribución” en una Sociedad…

Para probar esta predicción, hicimos una regresión del apoyo de los participantes a la redistribución simultáneamente con su disposición hacia la compasión, a la envidia y a la ganancia/pérdida personal esperada de la redistribución. Como se predijo, los tres motivos tienen efectos positivos, significativos e independientes sobre el apoyo a la redistribución. Esto es cierto en los cuatro países analizados: Estados Unidos… India… Reino Unido e Israel (IL) … Conjuntamente, estos motivos representan el 13-28% de la varianza en apoyo a la redistribución.

Es decir, que cuanto más compasivos, más envidiosos y más egoístas los individuos, mayor apoyo a la redistribución y cada una de estas variables explican de forma independiente el efecto de apoyo a la redistribución o, dicho de otra forma,


los que apoyan políticas redistributivas lo hacen movidos no sólo por motivos que consideraríamos altruistas ni siquiera por motivos que consideraríamos racionalmente egoístas. Los que apoyan la redistribución lo hacen, también, por pura y simple envidia


hacia los que, en su grupo, están mejor que ellos. Pero no porque sean “malos”. Es que la evolución nos ha hecho así.

¿Cómo se distribuyen los individuos a este respecto en relación con su afiliación política? Los autores nos cuentan que, teniendo en cuenta la afiliación política (al partido demócrata o al republicano/libertario), los resultados obtenidos indican que los demócratas son más compasivos y más egoístas – esperan que la redistribución les beneficie personalmente – pero no más envidiosos que los republicanos.

Pero el apoyo a la redistribución a través del Estado no se explica exclusivamente en términos de compasión y egoísmo. La envidia es necesaria (aunque ni bastante ni suficiente) para explicar el apoyo a la redistribución por el Estado. Así, cuando se distingue entre lo que afirman los participantes en el experimento respecto a si habían ayudado a pobres en el último año y su apoyo a la redistribución a través del Estado, resulta que

“el apoyo a la redistribución a través del Estado no es un predictor único de que el individuo que apoya tal redistribución haya ayudado personalmente a los pobres”

lo que es coherente con lo que resulta de los datos estadísticos sobre conductas filantrópicas en los EE.UU:

el apoyo a la redistribución – a través del Estado – está correlacionado con menores aportaciones a causas caritativas de entidades religiosas o no religiosas… A diferencia del apoyo a la redistribución, la compasión, por sí sola, explica por qué la gente ayuda a los necesitados.

Pero la envidia sí. Los autores plantearon a los participantes en el estudio un escenario en el que los ricos pagaban un 10 % más en impuestos destinando el dinero recaudado a los pobres. Y otro en el que los ricos pagaban un 50 % más en impuestos pero los pobres sólo recibían la mitad del dinero que recibían en el primer escenario (para hacer realistas los dos escenarios se explicaba que la cosa era como con la famosa política reaganiana según la cual, impuestos más bajos generaban un aumento de la recaudación fiscal porque mejoraban los incentivos de los ricos para trabajar más y ganar más). Pues bien, los resultados fueron que “entre un 14 y un 18 % de los norteamericanos, indios y británicos que participaron indicaron su preferencia por el segundo escenario, esto es, por mayores impuestos para los ricos incluso si esta mayor tasa impositiva generaba menos recursos para ayudar a los pobres”. Hechas las regresiones correspondientes y simultáneas con el apoyo a la redistribución, la única emoción que explicaba los resultados era la envidia:

“un incremento en envidia está asociado con un 23, 47 y 43 % mayores posibilidades de preferir el segundo escenario en los EE.UU, India y el Reino Unido”.


¿Y qué hay del sentimiento de justicia? (fairness)


Los lectores del blog recordarán esta entrada en la que osábamos criticar un estudio según el cual los humanos no tendríamos aversión a la desigualdad sino a la injusticia. ¿Explica nuestra preferencia por la justicia – fairness – el apoyo a la redistribución? Los autores definen fairness en sentido sustantivo (poca variación en los ingresos de cada uno de los miembros de un grupo) y procedimental (igualdad formal y jurídica). Pues bien, a diferencia de las tres emociones de las que se ha hablado hasta aquí (compasión, envidia y egoísmo), la preferencia por la justicia no explica el apoyo a la redistribución.

O sea que no apoyamos la redistribución los humanos porque la redistribución nos parezca “justa”. La apoyamos porque nos parece que es lo compasivo, porque tenemos envidia del que tiene más y porque, en muchos casos, es lo que nos conviene personalmente.

Las consecuencias son importantes:


“no acabamos con los pobres, no porque no dispongamos de los recursos necesarios para conseguirlo, no porque no seamos suficientemente compasivos, sino porque somos envidiosos”


Si, además, los más envidiosos son los que deciden sobre el nivel de redistribución en una Sociedad, que Dios nos pille confesados.

Daniel Sznycer, Maria Florencia Lopez Seal, Aaron Sell, Julian Lim, Roni Porat, Shaul Shalvi, Eran Halperin, Leda Cosmides, and John Tooby, Support for redistribution is shaped by compassion, envy, and self-interest, but not a taste for fairness PNAS 2017 114 (31) 8420-8425

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