Neither a borrower nor a lender be/ For loan oft loses both itself and friend/ And borrowing dulls the edge of husbandry/ This above all: to thine own self be true/ And it must follow, as the night the day/ Thou canst not then be false to any man.W. Shakespeare, Hamlet
Estoy empezando a leer el libro Morals and Markets de Daniel Friedman y Daniel McNeill. Tiene buena pinta y me sugiere lo siguiente.
Si tuviéramos que elaborar una lista de la aparición sucesiva de los contratos en el tiempo, habría que decir que lo primero fue la sociedad y con ella, el préstamo. A continuación, la permuta y, en fin, la compraventa.
Este orden temporal se corresponde con las tendencias innatas – genéticas – de los seres humanos desde el homo habilis hasta el homo sapiens. Cuentan los autores que los murciélagos vampiros, los que se alimentan de sangre, necesitan encontrar una fuente de alimento, al menos, cada tres días, de modo que si pasan tres días sin haber encontrado una vaca u otro animal al que puedan chupar la sangre, mueren. Cazan en grupo, y unos murciélagos tienen más suerte que otros y unos “pillan” una determinada noche y otros, no. De modo que el que no ha tenido suerte un par de noches seguidas, se aproxima a otro murciélago que ha tenido más suerte y le pellizca para “pedirle” que le ceda un poco de sangre. El pellizcado acepta, normalmente la petición y regurgita sangre para facilitársela al sediento. Según los estudiosos, esta conducta es una muestra de mutualismo entre los miembros de la misma especie. El donante de sangre se cubre, mediante esta conducta, del riesgo de ser él el que no consiga un nuevo aporte en los próximos días. Si el donatario ha tenido más suerte, podrá “reciprocar” y no morir de inanición.
Los seres humanos inician su aventura en la tierra en grupos o bandas de cazadores-recolectores. Estos grupos cazaban y recolectaban en grupo. No había especialización salvo por géneros (los varones cazaban y las mujeres recolectaban). Todos contribuían en la misma forma “al fin común” – la supervivencia del grupo – participando en las actividades de caza y de recolección. En un grupo así, lo normal es que no haya jerarquías, ni intercambios bilaterales entre los miembros del grupo. Adam Smith acertaba y se equivocaba cuando decía que los seres humanos somos los únicos animales que intercambian. El intercambio tiene que haber aparecido relativamente tarde en la evolución. La lógica de las relaciones económicas entre los miembros de las bandas de cazadores-recolectores debía de ser la del compartir, no la del intercambiar.
El intercambio bilateral entre miembros de un grupo exige una cierta especialización, esto es, que cada miembro del grupo se especialice en producir algo y cubra el resto de sus necesidades de los demás miembros del grupo. Si no hay especialización, no hay necesidad de intercambiar (la permuta). Lo que hay es contribución de todos al fin común, esto es, lo que constituye la esencia del contrato de sociedad. Las bandas debieron aprender a intercambiar en sus relaciones con miembros de otros grupos, y esos intercambios debieron de ser, inicialmente, “forzosos” en el sentido de que se apropiaban de los bienes de la banda tras su conquista o exterminio. El final del proceso es la sustitución de la permuta por la compraventa cuando se inventa el dinero.
Pero, aunque no haya especialización, lo que sí que hay (es la esencia de las sociedades mutualistas) es “socorro mutuo” entre los miembros del grupo. En un grupo en el que alguno de los miembros ha tenido más suerte que otro en la obtención de alimento, lo obtenido – mediante la caza o la recolección – se comparte. Los beneficios de tal conducta son obvios: aumentan las posibilidades de supervivencia de todos los miembros del grupo mediante un reparto de los “excedentes” que minimiza las muertes de aquellos miembros del grupo que han tenido peor suerte siempre que los individuos sean cooperadores (los tramposos, los egoístas acaban por desaparecer porque los demás miembros del grupo dejarán de cooperar con ellos y, por tanto, morirán cuando tengan mala suerte con la caza unos cuantos días seguidos).
Esta conducta conduce al “hoy por tí y mañana por mí”, lo que implicaría que, entre los miembros del grupo se generan deudas y créditos. Los que han tenido más suerte (si tienen más habilidad sistemáticamente la relación cambia y aparecerá la especialización y el intercambio) un día determinado entregan parte de lo obtenido a los que han tenido menos suerte convirtiéndose así en “acreedores y deudores” recíprocos. Pero se trata, naturalmente, de una relación acreedor/deudor muy particular. No es una relación obligatoria en el sentido moderno., Es una relación de favor cuyo cumplimiento se basa en dos ideas básicas. La primera es que has de ser un miembro cooperativo. Si no estás dispuesto – como el murciélago vampiro – a ceder parte de la sangre obtenida cuando te la pide otro, no recibirás sangre cuando has tenido mala suerte de modo que ambos murciélagos han de poder “confiar” en que el que hoy “asume la deuda”, la “pagará” un día futuro cuando las tornas hayan cambiado (esta promesa de reciprocidad implícita ha de ser enforceable). La segunda es que es una obligación cuyo cumplimiento no es inexorable. Se adquiere la deuda bajo condición de que el ahora deudor se encuentre en el futuro en condiciones de pagarla, esto es, que tenga un “exceso” de sangre almacenada y que el que un día le “prestó” su excedente se encuentre en una situación de necesidad. Curiosamente, la evolución puede proporcionar más fácilmente este tipo de "obligaciones" que las obligaciones modernas o jurídicas.
Si los humanos tienen esta tendencia establecida en su armazón genético, cambiar las reglas de la deuda convirtiendo el pago de las deudas en una obligación incondicional (el “acreedor” no pregunta al deudor si necesita el préstamo y el deudor no se obliga bajo las dos condiciones que se acaban de exponer) el riesgo de “sobreendeudamiento” amenaza a cualquier sociedad humana. Porque, como grupo, estamos programados para sobreendeudarnos. Porque en el escenario descrito, los miembros del grupo tenderán a “endeudarse” en mayor medida que en un entorno en el que las deudas han de pagarse inexorablemente con independencia de la necesidad del acreedor y de la situación del deudor. Si se pagan inexorablemente – lo que es inevitable una vez que algunos miembros del grupo se especializan en prestar a otros – el volumen de “crédito” en esa Sociedad será mayor, ceteris paribus que en una Sociedad donde las deudas solo se contraen cuando hay necesidad y solo se pagan cuando el acreedor experimenta una situación de necesidad y el deudor tiene un “exceso” de bienes en relación con sus necesidades. O sea, que nuestro programa genético nos conduce a situaciones de sobreendeudamiento (“endéudate siempre que lo necesites y presta siempre que tengas excedentes y no te preocupes por cómo devolverás la deuda o si te pagarán el crédito”) porque no nos ha dado tiempo a evolucionar y cambiar para endeudarnos solo cuando preveamos que podremos pagar la deuda (“endéudate sólo cuando sea imprescindible y sepas que podrás devolver el crédito y presta sólo cuando sepas que te lo van a devolver”).
Si los humanos tienen esta tendencia establecida en su armazón genético, cambiar las reglas de la deuda convirtiendo el pago de las deudas en una obligación incondicional (el “acreedor” no pregunta al deudor si necesita el préstamo y el deudor no se obliga bajo las dos condiciones que se acaban de exponer) el riesgo de “sobreendeudamiento” amenaza a cualquier sociedad humana. Porque, como grupo, estamos programados para sobreendeudarnos. Porque en el escenario descrito, los miembros del grupo tenderán a “endeudarse” en mayor medida que en un entorno en el que las deudas han de pagarse inexorablemente con independencia de la necesidad del acreedor y de la situación del deudor. Si se pagan inexorablemente – lo que es inevitable una vez que algunos miembros del grupo se especializan en prestar a otros – el volumen de “crédito” en esa Sociedad será mayor, ceteris paribus que en una Sociedad donde las deudas solo se contraen cuando hay necesidad y solo se pagan cuando el acreedor experimenta una situación de necesidad y el deudor tiene un “exceso” de bienes en relación con sus necesidades. O sea, que nuestro programa genético nos conduce a situaciones de sobreendeudamiento (“endéudate siempre que lo necesites y presta siempre que tengas excedentes y no te preocupes por cómo devolverás la deuda o si te pagarán el crédito”) porque no nos ha dado tiempo a evolucionar y cambiar para endeudarnos solo cuando preveamos que podremos pagar la deuda (“endéudate sólo cuando sea imprescindible y sepas que podrás devolver el crédito y presta sólo cuando sepas que te lo van a devolver”).
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