¿Quién quiere que los equipos de fútbol ganen dinero? ¿Para dárselo a quién?
If football clubs really did collapse beneath their debts, there would now be almost no football clubs left. “We must be sustainable,” clubs say nowadays, parroting the latest business cliché. In fact they are fantastically sustainable. They survive even when they go bust. You can’t get more sustainable than that.
El modelo europeo es preferible al norteamericano: ligas europeas y norteamericanas comparadas
Aunque la situación en Europa es más variada, puede decirse que una diferencia básica en la organización del deporte profesional entre Europa y los EE.UU consiste en que en Europa los equipos de fútbol están organizados como asociaciones y en los EE.UU. como sociedades anónimas. Es el caso, todavía hoy, de tres de los principales clubes de fútbol profesionales en España (Real Madrid, Barcelona, Atletico de Bilbao y Osasuna) aunque el resto fueron obligados por el legislador y sus pérdidas y endeudamiento a convertirse en sociedades anónimas deportivas por la Ley del Deporte (art. 19).
Esta norma es fascinante para cualquier estudioso de las organizaciones. A mi juicio, – y no puedo desarrollar el argumento aquí – la norma es inconstitucional porque limita innecesaria e injustificadamente la libertad de asociación en su vertiente del derecho de los grupos sociales a organizarse como les venga en gana (libertad de autoorganización). La norma sería constitucional si fuera una disposición adicional y transitoria, como lo es la disposición adicional 7ª de la Ley del Deporte que permitió a los clubes de fútbol que tuvieran un patrimonio neto positivo en 1990, conservar la forma de asociación deportiva. Una regulación coherente con la libertad de asociación consagrada en el art. 22 CE hubiera sido, precisamente, la contraria: mantener como forma “normal” (sin perjuicio de que los socios hicieran uso de las posibilidades de transformación voluntaria en otra forma societaria) de los clubes deportivos profesionales la de asociación y obligar a los clubes con pérdidas que desearan acogerse a un plan público para sanearlos a transformarse en sociedades anónimas previendo, simultáneamente, la posibilidad de “recuperar” la forma de asociación una vez finalizado el proceso de saneamiento y estableciendo que, si vuelven las pérdidas, la asociación se vea obligada a disolverse. El problema se ha complicado porque nuestra legislación societaria (Ley de Modificaciones estructurales) no prevé, como norma general, la posibilidad de que una sociedad anónima se transforme en asociación (v., art. 4 LMESM).
Fuente: Helmut Dietl and Tobias Duschl “The Organization of Professional Sports Leagues: A Comparison of European and North-American Leagues from the Perspective of Platform Organization” December 2009
La diferencia entre los clubes europeos y norteamericanos sirve a los autores de este trabajo para discutir qué es lo que maximizan los clubes europeos y los norteamericanos. Ser una asociación tiene una gran relevancia desde el punto de vista de gobierno de una organización y de los incentivos para generar beneficios y, sobre todo, para repartirlos o reinvertirlos. Así, en una asociación, nadie puede hacerse con el control de la misma porque los votos se reparten por cabezas. Nadie puede hacerse con el patrimonio de la asociación porque los asociados no tienen derecho a la “cuota de liquidación” y sólo a la devolución de lo que hubieran aportado a la asociación (v., Ley de Asociaciones). Los socios pueden ser obligados a continuar realizando aportaciones – cuotas – al fondo social si quieren seguir disfrutando de la condición de socio y los administradores – la Junta Directiva – es elegida mediante elecciones y no por acumulación de participaciones en el capital social. Además, los socios tienen libertad de entrada y salida. Cualquiera puede hacerse socio de un club deportivo y, entre los grandes, normalmente no hay barreras estatutarias para la entrada salvo el límite del tamaño del estadio en cuanto a la posibilidad de asistir a los partidos.En el lado oscuro, los socios están infinitamente “dispersos” de modo que sus posibilidades de control de los administradores son muy reducidas. Sus costes de coordinación – organizarse los socios para relevar a los administradores – son muy elevados y no tienen incentivos para hacerlo ya que los beneficios de echar a los actuales administradores se reparten entre todos los socios y los costes de hacerlo han de asumirlos ellos en exclusiva. No pueden “votar con los pies” porque no pueden vender su participación en la asociación y, sobre todo, “no tienen dónde irse” porque ser socio de un equipo de fútbol no es sustituible por serlo de otro equipo distinto. Es decir, los asociados sufren de costes de agencia parecidos a los de los mutualistas aunque están mejor que éstos porque, normalmente, pertenecer a una asociación no implica jugarse el propio patrimonio lo que sí ocurre con los mutualistas que son verdaderos dueños del patrimonio de la mutua. En sentido contrario, un mutualista sólo sufre una pérdida patrimonial si la mutua quiebra. Un aficionado pierde algo vitalmente más importante si su equipo desaparece.
Consecuencias de la estructura de propiedad de los clubes sobre el funcionamiento de las empresas y de los mercados
Si las asociaciones carecen de ánimo de lucro subjetivo (pueden obtener beneficios por su actividad pero no pueden repartirlos sino que han de invertirlos en el fin social), una consecuencia importante para las asociaciones deportivas es que no tratarán de maximizar beneficios sino éxitos deportivos. Los autores de este trabajo analizan las diferencias entre los clubes europeos y los norteamericanos consecuencia de esta diferencia en el “fin social”.
Una primera diferencia se refiere al traslado de la sede social. Que un equipo de fútbol europeo traslade su sede social es inaudito (aunque véase este caso). Los equipos norteamericanos lo hacen a menudo y el episodio de los Simpson al que pertenece la imagen narra uno de esos casos. El control del club en manos de su principal accionista le permite adoptar este tipo de decisiones, lo que no puede hacer una Junta Directiva de una asociación porque, en tal caso, pesa sobre los administradores coordinar a una mayoría de los socios para que voten a favor del mismo. La posibilidad de trasladar la sede social tiene efectos secundarios muy importantes sobre las fuentes de ingreso de los clubes ya que pueden hacer competir a las ciudades por acoger a los clubes y, por tanto, obtener ingresos o instalaciones mejores por esa vía.
Otra consecuencia general y relacionada con la anterior es la mayor identificación del socio con el club en Europa. Uno es del mismo equipo toda la vida porque el equipo “es” el equipo de la ciudad y sólo equipos enormes consiguen generar seguidores en todo el territorio nacional. Poca gente del Racing que viva en Huelva, vaya.
Una tercera consecuencia que extraen los autores – ésta basada en Hansmann – es que los clubes de fútbol europeos recibirán mayores donaciones – tendrán ceteris paribus sponsors en mayor medida – que los clubes norteamericanos. El sponsor puede temer, con razón, que el dinero acabe en el bolsillo de los dueños mientras que el carácter “non profit” de las asociaciones deportivas reduce tal riesgo. Si Qatar Foundation entrega cien millones de euros al Barcelona, los cataríes pueden asegurarse que el dinero no va a parar a los bolsillos de los directivos (no así con la compraventa de jugadores, que constituye, junto con las obras en los estadios las principales vías de obtención de ingresos de los clubes donde los insiders pueden apropiarse más fácilmente de los bienes sociales, de ahí que los casos de corrupción más notables tengan que ver con estas cuestiones). Si lo hacen con un equipo de la liga estadounidense de baloncesto, el dueño del club dirá que el club es suyo y, por tanto, que los ingresos que pueda obtener por cualquier concepto, también. Pero la razón por la que recibirán más donaciones o “esponsorización” es también – dicen estos autores – porque ese dinero se destinará, en un club con forma de asociación, a maximizar las posibilidades de triunfos deportivos del club, lo que maximiza, también, el interés del donante en lograr la máxima exposición publicitaria – y más reputada – para su propia imagen.
Su conclusión es que
“Como resultado de la inexistencia de titulares residuales en muchos equipos de fútbol europeos, el principal objetivo de la mayoría de éstos es maximizar las victorias deportivas. Todos los ingresos se destinan a mejorar la calidad de los equipos como medio para maximizar la probabilidad de las victorias. Por el contrario, los clubes que tienen forma de sociedad anónima y tienen propietarios, normalmente, maximizan los beneficios. Para seguidores y sponsors, por supuesto, son más atractivos los clubes que maximizan las victorias que los que maximizan beneficios”
Se explica así que los clubes de fútbol europeos sean los que más ingresos tienen pero que sus beneficios sean muy inferiores a los de los clubes de fútbol americanos. En cuanto a la distribución de los ingresos, lo que las estadísticas indican es que hay una cierta estabilidad pero, en cuanto a los ingresos conjuntos, no han hecho más que aumentar incluso en una época de recesión económica lo que indica, necesariamente, que la Sociedad asigna más recursos al fútbol. Si suponemos racionalidad en tal asignación en cuanto se trata de fondos privados aportados por particulares, la conclusión no puede ser otra que la Sociedad extrae mayor bienestar del fútbol.
Meritocracia, competencia y libertad de acceso en el fútbol europeo
Pero las diferencias entre el deporte profesional norteamericano y el europeo no se limitan al tipo societario utilizado por los clubes. Se extiende a la mayor intervención pública que soporta el deporte profesional en Europa. Ésta tiene consecuencias muy relevantes, unas positivas y otras, no tanto. Entre las primeras se encuentra que la organización de las ligas – de los torneos – en Europa es un modelo de “meritocracia”. En los EE.UU., los dueños de los equipos son, también, los dueños del torneo. Las ligas de fútbol americano, beisbol y baloncesto son asociaciones de clubes autogobernadas y, por tanto, un club “cerrado”. Los torneos europeos de fútbol se basan en el libre acceso “meritocrático”. Hasta el más modesto y humilde club de fútbol puede llegar a la División de “honor” si gana sistemáticamente a sus rivales en las ligas inferiores. Este esquema se reproduce – dicen los autores – en el ámbito europeo. Para participar en la Champions League hay que haber ganado el torneo nacional. En EE.UU., nadie puede participar en la liga sin el consentimiento de los clubes que forman parte de ella.
Técnicamente, las Ligas europeas tienen igualmente una estructura asociativa (son los clubes-asociaciones las que organizan la liga) pero la intervención pública impide a los socios apoderarse de éstas y disponer de ellas como tengan por conveniente. La regulación pública les impide, por ejemplo, “cerrar” la liga y no permitir el acceso a la misma arbitrariamente. La “entrada” y la “salida” están reguladas por normas que no están a disposición de los equipos que forman parte de la División de Honor en cada momento. En la organización de la Liga, el fútbol es diferente de otros deportes como el tenis o la Fórmula 1 o los toros. Así, en el caso de la Fórmula 1, el organizador de la competición es una empresa con ánimo de lucro y, por tanto, titular residual de los derechos que genere la competición. Los equipos – las escuderías – han de pactar con el titular de la organización su participación en la misma a través de contratos y sus derechos y obligaciones vendrán determinados por dichos contratos.
El sistema meritocrático maximiza la influencia social del fútbol europeo. La cobertura de las andanzas de los clubes alcanza a toda Europa porque todos están representados en los torneos nacionales o internacionales. No hay una gran ciudad europea que no tenga un club de fútbol. Y nos dicen los autores que Los Ángeles, en EE.UU., no tiene ningún equipo en la división de honor del fútbol americano.
Los salarios de los jugadores
La distinta organización afecta también al reparto de los ingresos del fútbol. Una diferencia notable entre EE.UU y Europa en este punto se refiere a los salarios de los jugadores. El cuadro refleja que más de dos tercios de los gastos de los clubes están asociados a la plantilla.
En EE.UU., el reparto de las jóvenes promesas y la cuantía de los salarios de los jugadores están regulados por los propios clubes. Es lógico que si no hay dueños – en los clubes europeos –, los jugadores “estrella” consigan apropiarse de una porción mayor del pastel de los ingresos del club, ya que no compiten con los accionistas por dichos ingresos. En la medida en que contribuyan marginalmente a aumentar el número de victorias, pueden exigir dicha mayor porción. En EE.UU., la organización de las Ligas impide a los jugadores apropiarse de una mayor porción de los ingresos de la Liga, simplemente, porque no tienen a donde ir – dicen los autores – si no están de acuerdo con el salario que les ofrece un determinado club. Mejor, sus opciones son limitadas ya que sólo pueden ir a otro equipo en el que su salario estará, en todo caso, limitado por el máximo pactado entre todos los dueños de los equipos.
Los equipos norteamericanos tienen un acuerdo restrictivo de la competencia al respecto que ha dado lugar a una copiosa jurisprudencia respecto a la aplicación del Derecho antimonopolio a tales acuerdos. En Europa, por efecto de la jurisprudencia en el caso Bosman, las opciones de los jugadores son enormes. No ya porque pueden irse a jugar a cualquier otro equipo de la misma Liga sino porque si éstos limitasen los salarios y las posibilidades de “salida” de sus jugadores, no podrían evitar que el jugador se vaya a una Liga extranjera y, aquella Liga que no incluya restricciones de salario y permita la movilidad acabará por acaparar a los mejores jugadores de toda Europa (lo que quiere decir, del mundo). Si las competiciones futbolísticas fueran exclusivamente nacionales, el acuerdo restrictivo sería eficaz para limitar o reducir los salarios de los jugadores, pero dado que son también internacionales, los clubes europeos compiten, no solo con los otros equipos nacionales sino con todos los equipos europeos. En Europa, la aplicación del Derecho de la Competencia no ha tenido por objeto el escrutinio de tal tipo de acuerdos porque no existen. Las autoridades se han ocupado de los acuerdos para la venta colectiva de los derechos de televisión, la regulación del doping, los derechos de los jugadores a cambiar de club, ayudas públicas…) sobre la base de tres principios: controlar el “poder de mercado” de las Ligas nacionales y de la UEFA o FIFA derivado de su posición dominante, una posición dominante inevitable porque no puede haber mas que una 1ª división nacional y una sola Champions League; control de los acuerdos entre clubes o de las decisiones de las organizaciones (ligas, UEFA, FIFA) que puedan restringir la competencia – como en materia de venta colectiva de los derechos de retransmisión – y control de estas entidades para que no limiten la libertad de circulación de personas – jugadores – o de capitales – “adquisición” de clubes – en el seno del mercado europeo lo que está justificado, a nuestro juicio, precisamente porque son entidades con poder de mercado (lo que justifica igualmente la regulación estatal del fútbol profesional) y no lo está respecto de aquellas entidades que carezcan de dicho poder de mercado ya que, como hemos explicado en otro lugar, (y aquí) las normas sobre libre circulación sólo pueden aplicarse a poderes públicos y, en el caso de organizaciones privadas, sólo por vía de las normas sobre libre competencia, la cual solo puede ponerse en peligro por entidades con posición de dominio derivada de su cuota de mercado o del hecho de que las restricciones a la competencia estén basadas en un acuerdo entre las instituciones competidoras.
Equilibrio competitivo y reparto colectivo de los ingresos
El modelo norteamericano de organización de los torneos genera, a priori, campeonatos más equilibrados competitivamente, lo que ha llevado a discutir si, en Europa, debería avanzarse hacia el modelo norteamericano. Nadie ha propuesto legalizar el cártel norteamericano sobre la selección y el salario de los jugadores. De hecho, tras la sentencia Bosman todas esas restricciones a la competencia serían contrarias al Derecho Europeo. Lo que se ha propuesto es únicamente es repartir los ingresos generados por el campeonato de forma más equilibrada entre los clubes, es decir, vender colectivamente los derechos de televisión y reparto entre todos los participantes de los ingresos de taquilla en los estadios. De hecho, la mayoría de las ligas europeas prevén, por imposición legal o por acuerdo de la liga, dicho reparto. La Comisión Europea ha considerado legítimas las restricciones de la competencia que tal venta colectiva provoca. Y no se ha pronunciado sobre los acuerdos para repartir las taquillas. Lo que se discute, a continuación, es si tal reparto
(i) permite augurar un mayor balance competitivo en los campeonatos;
(ii) si eso hará más atractivos para el público los campeonatos y si
(iii) permitirá que las cuentas de los clubes se saneen definitivamente.
A nuestro juicio, la respuesta a las tres cuestiones es negativa.
Se acusa al modelo español de generar dinámicas competitivas en las que unos equipos, los que ganan, obtienen más ingresos, con ello pueden “comprar” mejores jugadores, con lo que obtienen más victorias que pueden convertir en más ingresos etc. Entran en una “espiral virtuosa” que les consolida como los mejores y les aleja cada vez más de los restantes equipos que se ven encerrados en una “espiral viciosa” en dirección contraria de menos victorias, menos ingresos, peores jugadores etc.
Como hemos expuesto en el Homenaje a Aníbal Sánchez, la literatura económica no es unánime al respecto. Es decir, los campeonatos en los que los equipos pueden competir libremente por los jugadores, los ingresos y los aficionados no son necesariamente menos competitivos ni el balance competitivo es necesariamente menor que en aquellos donde los jugadores y los ingresos se reparten “equitativamente” de modo que no se generen esas espirales “virtuosas” o “viciosas” en cada uno de los equipos individualmente considerado. Así, algunos trabajos han recordado que la competencia en el deporte se plantea en distintos niveles cuando, como sucede singularmente en el fútbol profesional, los equipos participan simultáneamente en competiciones nacionales, europeas y mundiales. Los equipos en la parte baja de la tabla compiten, igualmente, no solo por lograr el campeonato sino también para evitar el descenso o para alcanzar posiciones “UEFA” o de Champions League. Los aficionados disfrutan de los mejores partidos – aunque no los jueguen sus equipos – y de la posibilidad de ver a algunos de los mejores equipos del mundo jugar en su ciudad y contra su equipo (al menos dos veces por temporada).
Téngase en cuenta que el “tamaño del mercado” limita las posibilidades de organizar un campeonato atractivo. El caso de Bélgica es paradigmático. Pero también el de Holanda, cuya liga y clubes tienen poco atractivo pero que disponen de un equipo nacional que está entre los mejores del mundo en los campeonatos europeos y mundiales. Y Europa se caracteriza, en el nivel nacional, por una fragmentación extraordinaria dado que hay numerosísimos Estados de pequeño tamaño y población. Para todos estos países pequeños, los ingresos procedentes de los campeonatos internacionales son los más relevantes. Y, como veremos, incluso para equipos de países grandes como Alemania.
Por tanto, un reparto equilibrado de los jugadores o de los ingresos (por ejemplo, a través de la venta colectiva de los derechos de retransmisión televisiva en lugar del sistema español en el que cada club negocia individualmente la venta de sus derechos) podría hacer más equilibrada la liga nacional pero reducir la potencia de los equipos que jueguen en campeonatos internacionales, además de reducir el atractivo del campeonato español ya que no existiría en él ningún equipo capaz de reclutar a estrellas internacionales. En sentido contrario, la existencia de equipos de categoría mundial en el fútbol español genera en los niños y adolescentes los incentivos para dedicarse al fútbol y explica que España haya pasado de ser un mero “importador” de jugadores a un exportador creciente sin que dicha exportación haya impedido que la Liga española esté poblada de algunos de los mejores jugadores del mundo.
Si no hay escasez de talento futbolístico (el mercado es mundial y hay niños superdotados en cantidades apreciables) y, por tanto, aunque los campeonatos son juegos “suma cero” el espectáculo del fútbol no lo es en el sentido de que la calidad y el atractivo para el público en relación con otros espectáculos puede aumentar; (ii) si las “estrellas” no son significativamente mejores jugadores (no contribuyen significativamente al número de victorias sino más bien al volumen de ingresos del club) que los muy buenos jugadores y éstos “cuestan” significativamente menos que aquéllas; si (iii) determinados clubes son preferidos por los jugadores a igualdad de salarios, una distribución más igualitaria de los ingresos procedentes, por ejemplo, de las retransmisiones televisivas no afectará en exceso al equilibrio competitivo de la competición. Sencillamente porque, como veremos inmediatamente, los ingresos reales no limitan las políticas de adquisición de jugadores de los clubes, dado que éstos están sometidos a soft budget constraints. La tensión competitiva se mantendrá porque los equipos que logren acumular durante varios años victorias en número suficiente podrán alterar la espiral viciosa y pasar a una espiral virtuosa. Basta recordar la suerte de equipos como el Córdoba, el Burgos o el Oviedo o, en sentido contrario, del Villareal o el Levante para darse cuenta de que los cambios sostenidos en el largo plazo son posibles.
Que muy pocos equipos españoles distintos del Madrid o el Barcelona lo hayan logrado tiene más que ver con la escasa profesionalidad de su gestión, las estrechas conexiones entre el fútbol, la corrupción y los políticos – como en las Cajas de Ahorro – y la falta de planificación a largo plazo. Un reparto más equilibrado de los derechos de retransmisión podría ser, en este sentido, contraproducente, al poner más ingresos en manos de los que los han despilfarrado. Los planes de saneamiento no han saneado los clubes. Hay que dejar quebrar a los clubes y transferir la “marca” libre de deudas haciendo pagar a los acreedores que han financiado a los gestores manirrotos cuando no corruptos y prohibiendo cualquier ayuda pública. La UEFA ha adoptado medidas para asegurar la estabilidad financiera de los clubes, aunque su aplicación no ha producido grandes cambios en la situación. En realidad, un reparto más equilibrado de los ingresos no resuelve el problema principal, que abordamos más adelante y es que los clubes de fútbol carecen de incentivos para equilibrar sus presupuestos.
La mayor igualdad entre los equipos que compiten en un campeonato no hace necesariamente más atractivo el campeonato.
Además, los aficionados pueden preferir más calidad a más igualdad en la calidad. Así lo indican algunos datos sobre asistencia a los estadios o la audiencia televisiva. Una mayor incertidumbre en los resultados provoca, paradójicamente, una menor asistencia a los estadios. Los aficionados van al campo a ver a su equipo ganar, no a ver a dos equipos de igual calidad, aunque, en sentido contrario, un campeonato más equilibrado aumenta la audiencia televisiva de los partidos. En general, no hay pruebas de que equilibrio en los ingresos, equilibrio competitivo y atractivo del campeonato estén relacionados.
Si el modelo europeo es tan estupendo ¿por qué están todos los equipos en quiebra? La ausencia de constricciones presupuestarias fuertes sobre los clubes
Es una evidencia que las Ligas europeas gastan todos sus ingresos – crecientes – en jugadores (salarios y “adquisiciones”) y no “ahorran” nada ni reparten dividendos entre sus accionistas. En cuanto a los beneficios, los datos de la liga española de 1ª División son esclarecedores (y eso que ocultan enormes diferencias entre clubes). El fútbol como negocio de los clubes es una ruina.
En el caso de la 1ª División española, los datos indican (aquí), además, que la Liga está sobreendeudada.
De esta deuda, los clubes deben a Hacienda casi 500 millones de euros, poco más de 700 millones a las entidades de crédito (suponemos que las Cajas se llevan la parte del león), y la otra mitad corresponde a “otros acreedores”, que ignoramos quienes son. Es muy posible que sean los propios insiders de los clubes (sus accionistas o directivos) los que sean titulares de tales créditos o que éstos sean correspondientes a anticipos de futuros ingresos realizados, por ejemplo, por los cesionarios de los derechos de televisión, derechos sobre las quinielas, taquilla o traspaso de jugadores.
La razón de esta situación lamentable desde el punto de vista financiero se encuentra en que las dinámicas competitivas se ven afectadas por el hecho de que en un mismo mercado estén presentes sociedades capitalistas y sociedades sin ánimo de lucro. En tales mercados, si la existencia o ausencia de ánimo de lucro proporciona una ventaja competitiva, las sociedades correspondientes florecerán o tenderán a extinguirse o, en el peor de los casos, tendrán que adaptar su conducta a la de las empresas exitosas. En el caso de los torneos europeos, probablemente, y a la vista de lo que se ha expuesto, los clubes sin ánimo de lucro se verán favorecidos ya que pueden invertir todos sus ingresos en los “instrumentos” que generen el mayor número posible de victorias lo que, a la vista de la dinámica competitiva que hemos expuesto más arriba, conducirá a largo plazo a que sean los equipos con mayores ingresos. Eso forzará a los equipos con ánimo de lucro a seguir a los líderes y maximizar igualmente los ingresos para maximizar las victorias que permitan aumentar los ingresos etc. Es decir, la forma jurídica puede ser menos relevante que la presión competitiva. Esta puede obligar a todos los clubes, con independencia de su estructura de propiedad y de gobierno a maximizar los ingresos.
Además, en el fútbol, es muy probable que las amenities of control (las rentas extramonetarias que extraen los que controlan un club de fútbol) sean tan elevadas que la obtención de beneficios sea una cuestión secundaria. En otras palabras, los equipos podrán allegar suficientes recursos – suficiente capital – sin necesidad de proporcionar dividendos siempre que logren éxitos deportivos.
Aún más, esta dinámica es sostenible porque – como se ha dicho por algún autor – los clubes de fútbol no sufren límites rígidos a sus gastos del lado de los ingresos. Es lo que se conoce como soft budget constraint. Su influencia social les permite recurrir a fuentes de financiación una vez agotados sus ingresos y gastar, permanentemente, por encima de sus ingresos corrientes o extraordinarios esperados sin tener que declararse en concurso a pesar de estar en desbalance. Igual que los bancos son finalmente rescatados por el Estado, los clubes de fútbol acaban siendo rescatados por un tercero, bien un inversor interesado en las “amenidades del control”, bien sus propios aficionados, bien – con más frecuencia de la deseable – los poderes públicos locales o regionales. Los gestores de estas empresas descuentan que serán rescatados y “los agentes tienen incentivos fuertes para incrementar los gastos por encima del presupuesto inicial dejando los costes adicionales – los déficit – a cargo del principal”, de modo que inician proyectos de inversión mucho más arriesgados de los que llevarían a cabo si la expectativa del rescate no existiera.
Ahora bien, no creemos que este análisis sea aplicable indiscriminadamente a todos los clubes de fútbol profesional. Un equipo que no obtenga éxitos deportivos no será salvado por la intervención de terceros mientras que siempre aparecerá un rescatador si el club tiene éxito deportivo. Si el club no tiene éxitos deportivos, los límites presupuestarios, probablemente, ejercen la presión correspondiente y el mercado acabará expulsándolo en forma de quiebra.
En segundo lugar, en el largo plazo, sólo acreedores que, a su vez, no estén sometidos a la disciplina del mercado seguirán dando crédito a los clubes. Es decir, de nuevo, aquellos para los que el valor de las amenidades del control sean muy elevados, los aficionados y la banca pública o el sector público directamente ya que los políticos siempre tenderán a creer que pueden ganar votos salvando al club más relevante de su región. Los políticos pueden utilizar el presupuesto público (condonación de deudas fiscales o a la seguridad social) o utilizar las entidades financieras públicas o semipúblicas para tal fin (lo que ha ocurrido en España con los equipos valencianos). Estas tres vías han sido utilizadas repetidamente en Europa.
El éxito del fútbol europeo puede medirse en su habilidad para suscitar interés en todo el mundo
Este gráfico (fuente) refleja que el éxito deportivo y el éxito económico no están correlacionados. Sólo Alemania ha logrado ambos y Francia es, en el extremo, la prueba de que la estabilidad financiera tiene un coste notable en términos de éxitos deportivos y que menor regulación y mayores éxitos deportivos están correlacionados como lo demuestran los casos de Inglaterra y España. El caso de Alemania se explica porque los que controlan los clubes tienen pocas posibilidades de endeudar a los clubes, responden personalmente de las deudas sociales y porque las fuentes de ingresos de los clubes son tales que los clubes más importantes pueden obtener ingresos comparables a los de otros grandes clubes europeos sin recurrir a los ingresos de televisión nacionales. Más de la mitad de los ingresos televisivos del único equipo “grande” de la Liga alemana – el Bayern München – proceden de su participación en la Champions League, y no de la Bundesliga. El Bayern ha subido puestos en la clasificación de ingresos porque tiene un mercado nacional enorme, lo que le permite obtener grandes ingresos comerciales y ha ganado la Champions lo que le permite incrementar sus ingresos procedentes de los derechos televisivos correspondientes. Pero la liga alemana, con un mercado potencial que duplica el tamaño de la española es la quinta en valor de sus derechos de retransmisión televisiva. Los equipos italianos, según Deloitte, no generan suficientes ingresos comerciales y derivados de entradas a los partidos. Lo que queremos poner de relieve es que lo extraño es que la Bundesliga no sea la primera del mundo y la que más interés despierte fuera de las fronteras alemanas. Eso es lo que hay que explicar.
El estudio de AT Karney es completamente erróneo porque confunde el desempeño económico-financiero con bienestar social. Rectius, utiliza unos parámetros para medir la contribución al bienestar social que no son convincentes (por ejemplo, para medir la “social performance” de una Liga apela al número de tarjetas rojas y amarillas, a la diversidad de origen de los jugadores; al número de socios que tienen los clubes o al número de entradas vendidas lo cual es ridículo).
Por un lado, porque no tiene en cuenta el distinto tamaño del mercado (Alemania tiene casi 90 millones de habitantes y España 45); ni el precio de las entradas (mucho más bajo en Alemania que en España sin contar con la diferencia de poder adquisitivo) ni la audiencia televisiva (sucedáneo del interés del público por los partidos). El número de tarjetas rojas y amarillas mueve a la risa como criterio de “social performance” del fútbol. El número de socios no tiene por qué reflejar directamente el apoyo social que tienen los clubes y depende de las tradiciones nacionales y de las ventajas asociadas a la pertenencia. No hay un país grande en Europa que tenga una mayor tradición asociativa que Alemania.
Un criterio particular utilizado es el “saldo” de “exportación/importación” de jugadores. Según un artículo reciente, para la temporada 2012-2013
CAMPEONATO | Jugadores vendidos | Jugadores comprados | SALDO en € |
Premier Inglaterra | € 306m | € 59m | - 247m |
Ligue1 Francia | €247m | € 82m | -165m |
Serie A Italia | €237m | € 210m | - 27m |
1ª División España | €228m | € 288m | 60m |
¿Qué indican estos datos? Que los equipos españoles – si eliminamos al Madrid y al Barcelona los datos serían mucho más espectaculares – están haciendo caja con sus jugadores. Ahora bien, si los equipos españoles son “mejores” en la captación de talento, los datos no indicarían una decadencia de la Liga española sino, más bien, una cierta especialización. Los casos de Falcao y Diego Costa en el Atlético de Madrid apuntarían en esta dirección y los del Valencia o el Sevilla, indicarían que otros equipos han vendido a sus mejores jugadores en un proceso de liquidación parcial de la entidad. El Racing, en este sentido, ha sido cantera de grandes jugadores para equipos más ricos y la potencia de la Selección española en los últimos tiempos ha aumentado, probablemente, el pool de talento disponible para los equipos españoles.
Sólo en en términos económico-financieros puede afirmarse que la Bundesliga es la primera liga de Europa. En términos de bienestar social, que podemos medir por el atractivo mundial de las distintas ligas europeas es muy probable que la Premier League y la Liga española generen mayor bienestar social que la alemana.
Compárese con lo que ha ocurrido con los deportes norteamericanos. Salvo el baloncesto, ni el fútbol americano ni el beisbol ni, por supuesto, el hockey sobre hielo tienen presencia significativa fuera de los EE.UU y los equipos norteamericanos no obtienen ingresos internacionales, lo que refleja la falta de interés –comparable- de asiáticos, latinoamericanos, africanos y europeos por las competiciones norteamericanas. Por el contrario, los equipos de fútbol europeos disfrutan de una enorme cantidad de seguidores en todo el mundo y se han generado mercados mundiales de jugadores y campeonatos. Los derechos de televisión y la venta de productos relacionados con los equipos se ha convertido igualmente en un fenómeno mundial y los campeonatos entre naciones (el campeonato de Europa y el Campeonato del Mundo) son los acontecimientos televisivos más seguidos junto con los Juegos Olímpicos. Y, dentro de Europa, no hay duda de que la Premier League y la Liga española están a la cabeza en interés internacional de sus torneos.
Todo lo cual indica que el modelo europeo de organización de las competiciones deportivas es un éxito; que debe continuarse permitiendo que compitan modelos de organización de las ligas nacionales y que un poco o un mucho de regulación – sea ésta europea o nacional, sea ésta promovida por los Estados o por las organizaciones internacionales – puede, fácilmente, empeorar las cosas.
Simplemente, han de aplicarse al fútbol los principios aplicables a cualquier actividad social: en principio, la competencia es el mejor mecanismo de asignación de los recursos y las restricciones a la competencia, impuestas por el Estado mediante la regulación o acordadas por los empresarios mediante contratos, tienen sobre sí la carga de probar que consiguen corregir una externalidad o un fallo de mercado y que lo hacen a un coste inferior al que provoca la distorsión de los incentivos de los participantes.
No tratemos a los equipos de fútbol como a los bancos en ningún sentido
Pero es dudoso que “haya-que-hacer-algo-al-respecto”, es decir, no parece que esta inestabilidad financiera y este exceso de gasto tenga un coste social importante. Salvo los costes derivados de la corrupción y, por tanto, el empleo de fondos públicos en salvar clubes, no resulta intuitivamente convincente que haya un daño para el bienestar social porque un jeque catarí o un millonario ruso decidan gastarse un dineral en asumir el control de un club o porque las empresas destinen una parte de sus gastos publicitarios en el fútbol o porque los aficionados decidan salvarlo. El coste social aparece cuando el Estado interviene selectiva o generalmente. Francia salvó a sus equipos de fútbol y les impuso un estricto control financiero a todos. El resultado es la liga menos atractiva de Europa. La intervención pública española ha sido general – con los planes de saneamiento de los años noventa – y particular – con equipos concretos salvados repetidamente por las autoridades locales o regionales con ayuda de las cajas de ahorro controladas por los políticos -. El resultado ha sido una de las ligas más atractivas de Europa y grandes cantidades de dinero público despilfarrado.
Los equipos de fútbol no son bancos. La quiebra de un equipo de fútbol no tiene efectos sistémicos. Por tanto, no está justificado ni el salvamento público de los equipos de fútbol – y los que controlan éstos han de recibir el compromiso creíble por parte de los Estados de que no se salvarán – ni la regulación “prudencial” de los equipos de fútbol limitando su endeudamiento o, de cualquier otra forma, regulando sus finanzas por parte del Estado. La disciplina del mercado es suficiente. Deben aplicarse las reglas generales sobre quiebras y sobre prohibición de ayudas públicas. El Derecho de la Competencia debe aplicarse igualmente para limitar las estrategias cooperativas entre clubes que puedan perjudicar a los aficionados o a los jugadores.
Lecciones del fútbol para la organización de las actividades económicas en general
La cuestión tiene un alcance general de gran trascendencia respecto de la forma en que los mercados y la competencia generan bienestar social. Es posible que, en el futuro, determinados productos o servicios dejen de poder ser proporcionados o prestados por empresas capitalistas maximizadoras de los beneficios. Es decir, que si fue un fallo de mercado el que permitió el florecimiento de empresas sin ánimo de lucro en el pasado (me refiero a las mutuas que eran la forma más extendida de las empresas bancarias, de seguros y de prestación de servicios en el siglo XIX) y que buena parte de los productos y servicios sean ofertados por empresas que carecen de ánimo de lucro, no es una estrategia sensata la de imponer a las empresas una estrategia de maximización de los beneficios en lugar de una estrategia de maximización de los salarios de los que trabajan en esas empresas o de la influencia social de éstas o de cualquier otro objetivo lícito. Las empresas maximizan beneficios porque es la forma de que el capital acuda a las empresas. Pero cuando las empresas – las actividades – pueden procurarse el capital que necesitan sin necesidad de acudir a los mercados de capitales para ello o recurriendo a proveedores de capital cuyos objetivos son otros, organizaciones que maximizan otros objetivos pueden pueden acabar predominando en el mercado. Es, probablemente, el futuro de la prensa y es el presente del fútbol. Esta reciente columna de Matt Yglesias sobre Amazon refleja bien estas evoluciones. Para que estas empresas no reduzcan el bienestar social sólo hay que impedir que el Estado se inmiscuya en su funcionamiento o le preste ayudas públicas y dejar que el mercado funcione.
Actualización: sobre los efectos sociales positivos de la retransmisión de los torneos de fútbol v., Doerrenberg, Philipp and Siegloch, Sebastian, Is Soccer Good for You? The Motivational Impact of Big Sporting Events on the Unemployed. IZA Discussion Paper No. 7890
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