La convivencia entre académicos, gestores de la cosa académica y políticos en Madrid
Hace mucho tiempo, leí un trabajo de Núñez sobre los efectos de la educación sobre el crecimiento económico. Sabía de su relación con Tortella cuya historia económica de la España contemporánea me generó, simplemente, envidia. Era el Manual que me gustaría escribir de mayor. Ya soy mayor y ahí sigo con el Manual de Sociedades sin terminar.
Núñez ha publicado este año un panfleto (no se entienda en sentido peyorativo sino en el de escritos polémicos con objetivos políticos o de política jurídica) titulado Universidad y Ciencia en España. Claves de un fracaso y vías de solución. El libro se lee de un tirón (aunque se nota que ha escrito los capítulos por separado porque hay muchas repeticiones) y mezcla anécdotas personales (la de Jon Juaristi y Virgilio Zapatero es muy buena) con discursos sobre los problemas generales de la Universidad y la gestión de la investigación. Es un repaso de sus años como Directora General de Universidades e Investigación de la Comunidad de Madrid bajo el mandato de Esperanza Aguirre y la consejería de Luis Peral (viceconsejera, Carmen González) y de su destitución por parte de Lucía Figar.
Lucía Figar es la “mala” de la historia que nos narra Núñez. Lo curioso es que el dibujo que Núñez pinta de ella es la de una Esperanza Aguirre bis. Inculta, poco preparada, con dotes y ganas de mandar y bastante astuta. Esperanza Aguirre, que se ha hecho mayor y ha madurado, ahora es mucho menos inculta, está más preparada y se ha vuelto más astuta. El retrato de Aguirre no es el objetivo del libro pero hay suficientes pinceladas como para hacerse una idea de la idea que Núñez tiene de Aguirre. Yo tenía una imagen de Figar antes de leer el libro mejor de la que tengo ahora. Sé muy poco de la consejera de educación de la Comunidad de Madrid pero lo que se ha hecho bajo su mandato no me parece, en general, mal. Quizá porque no sabía nada de la Enseñanza Universitaria y no se fiaba de alguien que no había sido elegida por ella, se puso en manos de quien no debía y algunas cosas acabaron mal. Lo cierto es que el sistema universitario madrileño no ha mejorado significativamente en los últimos años. Algunos economistas de FEDEA y de la Carlos III tampoco salen bien parados. Pero el que, a mi juicio, sale peor parado es Ángel Gabilondo, rector de la UAM a la sazón, a quien nos presenta Núñez como una simple marioneta en manos de los sindicatos, desleal y nefasto gestor. No en vano le hicieron Ministro de Educación y se hizo famoso por el Reglamento de Estatuto de los profesores universitarios que pasará a la pequeña historia como el único ejemplo de norma posmoderna. En un momento, Núñez cuenta que Gabilondo cedió, frente a las universidades de Alcalá y Rey Juan Carlos, obteniendo un volumen de fondos muy inferior al que le correspondía. Al nivel de Gabilondo queda Peces-Barba. Debo decir que tiendo a creer a Núñez en lo que cuenta respecto de Peces-Barba. Las decisiones tomadas por éste cuando su candidato perdió el rectorado de la Carlos III son infames. Pero, en fin, yo no soy neutral respecto del personaje (aquí, aquí, y aquí). De Berzosa…
Este tipo de libros es absolutamente necesario. Cada individuo que ha participado en la gestión de lo público y sabe escribir por profesión o afición, debería contar “su verdad” sobre lo ocurrido. Es un deber hacia la Sociedad. Cuenta Gregorio Morán en esta espléndida entrevista que le hacen los de JotDown que Martín Villa quemó no sé cuantos documentos que recogían la labor de los servicios secretos del franquismo en la vigilancia de los opositores y que, debido a esa orden, él se queda sin saber si tenía un vigilante asignado o no. Los políticos españoles no escriben libros de memorias y eso tiene que ver también con la falta de transparencia de toda la actividad pública española. Me gustaría saber, por ejemplo, la “verdad” de Ana Mato y lo que sabía de lo que hacía y no hacía su marido, o la de Arenas y sus merendolas en Madrid a costa del contribuyente, o la de Camps y su relación con “El bigotes”!, o la de Jordi Pujol, aunque sean exculpatorios. Pero aquí, salvo Fraga, nadie escribe nada sobre lo que hizo y dejó de hacer. Aznar, por ejemplo, se ofende cada vez que alguien saca algo de su relación con Blesa pero no nos explica por qué lo nombró presidente de CajaMadrid y, por las mismas razones, por qué nombró a Villalonga presidente de Telefonica cuando ninguno de los dos estaba preparado para el cargo y solo tenían en común ser amigos personales suyos. No creo que sea fácil justificar conductas así.
Núñez tiene las ideas muy claras. Son pocas y buenas como corresponde a un reformista ilustrado. Comienza repasando la legislación universitaria española desde comienzos del siglo XIX. Su conclusión es que copiamos el modelo francés de modo parcial. No introdujimos la “gran idea” francesa que fue la creación de las Grandes Écoles junto a un sistema uniforme y muy controlado administrativamente de establecimientos universitarios. Copiamos solo lo segundo. A comienzos del siglo XX, la Junta de Ampliación de Estudios fue un intento de lo que yo llamaría regulación dual, esto es, de reformar la Universidad – y la enseñanza secundaria – desde fuera, añadiendo piezas al sistema que funcionasen bajo otras reglas y que pudieran “infectar” de buenas prácticas y buen capital humano al sistema en general. Su modelo – no en vano es historiadora económica – es, pues, el de la Junta de Ampliación de Estudios.
Su segunda idea es la de evitar la captura del regulador (la Comunidad Autónoma que es la que transfiere el dinero a las Universidades) por los regulados (los rectores). Al corporativismo universitarios y los incentivos perversos de los rectores para aumentar sin fin las plantillas universitarias con sueldos individuales cada vez más bajos le dedica Núñez una buena parte de su discurso. Explica claramente por qué el reparto de competencias entre el Estado, las CC.AA. y las Universidades unido al sistema de gobierno de la Universidad (autogestionario, que no democrático) genera esos incentivos perversos. Dentro de las competencias de la Comunidad Autónoma, lo que se puede hacer es establecer reglas estables que rijan las relaciones entre las Universidades y la Administración que las financia. Se eliminan los chalaneos y las negociaciones y los rectores con puro que entraban – ya no, ¡pobrecitos!, no los recibe ni el subdirector general – diciendo al Director General “ustednosabeconquienestáhablando”. El dinero se reparte con criterios objetivos y las Universidades pueden distribuirlo internamente como les parezca sabiendo que no por crear más plazas de profesor conseguirán más. Pero sí, si consiguen más alumnos lo que desató una cierta batalla entre las universidades madrileñas por atraer estudiantes. Lo que no está mal, claro.
La tercera es que hay que desburocratizar la actividad investigadora y académica en general. Aquí es donde Núñez nos cuenta su IMDEA y aquí es también donde su narración es más polémica. Parece que los IMDEA funcionan bien. No tengo información. La idea es buena y Núñez la defiende bien. Pero la última parte del libro está dedicada a IMDEA Ciencias-sociales
La verdad es que, siendo ella historiadora económica, tiene que hacer esfuerzos para justificar un IMDEA – Ciencias sociales. Luego justifica el nombramiento como director de Benigno Valdés (que no tiene un cv comparable al de los miembros de los Patronatos de los otros IMDEA). La historia acabó mal porque Lucía Figar se empeñó en cargárselo. Núñez no nos cuenta por qué Lucía Figar quiso cargárselo. Ella misma descarta que fuera la inquina de Figar hacia Núñez ya que el ataque demoledor se produjo años después de que Núñez hubiera dejado de ser directora general. Al final, se inclina por creer que Figar quería controlar el instituto y que, como había sido diseñado para que no pudiera ser controlado por los políticos, prefirió cargárselo. Supongo que los políticos no tienen igual interés en controlar un instituto que se dedica a la Nanotecnología o al software. Figar debería dar su versión y Jon Juaristi, también. Y Michele Boldrin, también.
En fin, tras la polémica de las becas y el discurso dominante que imputa los males de la universidad española a los recortes, el libro de Núñez es un recordatorio para que no nos despistemos: hay que diseñar bien las instituciones (y los mercados, como el eléctrico). Si el diseño institucional es malo, el dinero que arrojemos sobre la Universidad se despilfarrará en gran medida.
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