En la Revista del Foment, en su número de otoño de 2016, Benito Arruñada escribe sobre las nuevas tecnologías y la enseñanza superior. Dice algunas cosas interesantes sobre la “robustez” de la universidad tradicional frente a las nuevas tecnologías y la especial adaptación de los cursos on-line para el aprendizaje de un determinado tipo de contenidos pero no tanto para desarrollar el pensamiento crítico y analítico y, sobre todo, para mejorar las habilidades de interacción social de los estudiantes ni, probablemente, para proporcionar a los empleadores una señal de calidad de los universitarios cuando se incorporan al mercado de trabajo.
… no debe sorprendernos que incluso aquellos estudiantes con un rendimiento académico aceptable tengan serias dificultades para procesar textos escritos de cierta extensión. Les cuesta también formarse su propia opinión, desarrollar y defender argumentos o criticar los de los demás. Lógicamente, les resulta muy difícil participar en clase y, en general, expresar su opinión. El motivo no es una dificultad para expresarse sino que en esos temas carecen de opinión.
Lo pone bien de relieve el hecho de que esos mismos estudiantes que se muestran incapaces de opinar en clase se muestran muy expresivos y argumentan con gran eficacia cuando, por los motivos más diversos, solicitan un trato especial respecto al resto de la clase o, aún más, cuando acuden a “revisar” su examen —esto es, a renegociar su nota con el profesor—. Son, por tanto, muy buenos negociadores y exhiben gran capacidad para racionalizar su conducta.
No padecen, en mi opinión, un déficit expresivo sino formativo. Años de educación en la renegociación de las reglas con sus padres les ha entrenado para renegociarlo todo a su favor. Años de empollar apuntes no les ha entrenado para seleccionar y adquirir información con vistas a formarse su propia opinión acerca de la realidad. Son buenos manipuladores pero malos analistas. En este sentido, al valorar cómo ejerce su función la universidad, quizá el déficit más grave surge al aplicar a casos reales la teoría que esos estudiantes han aprobado en los exámenes. Cuando se les confronta con un problema real, lo suelen estudiar y analizar con los mismos instrumentos que hubieran utilizado antes de entrar en la universidad. De modo que, para estudiarlo, acumulan de forma acrítica datos de prensa y, crecientemente, de internet; mientras que, para analizarlo, no suelen emplear más recurso que su sentido común.
Este modelo es quizá tanto más nocivo cuanto menos científica sea la disciplina correspondiente, y, como consecuencia, más necesario sería contar con una visión abierta y menos dogmática. Sospecho que es este el caso tanto de la economía como de la administración y dirección de empresas. Resulta penoso observar a buenos estudiantes de último curso que, cuando confrontan problemas económicos —por ejemplo, la escasez o el coste de un determinado bien o servicio— carecen de la actitud y aptitud necesarias para empezar a pensarlos desde la economía, preguntándose —por ejemplo— cuáles son los precios o los costes de oportunidad.
Y sucede algo similar cuando estudiantes de ADE confrontan casos empresariales y directivos. Nada hay más frustrante que ver cómo, al abordar estas situaciones reales, muchos licenciados con buenas calificaciones son incapaces de emplear los instrumentos analíticos que han demostrado dominar en varias docenas de exámenes, especialmente aquellos con respuestas “recuadrables”.
Todo ello sucede pese a que parece claro que son cada vez más necesarios los métodos de docencia socrática, aquella en la que el alumno estudie los materiales antes de las clases y estas se empleen ante todo para explorar, aplicar y discutir. Es así porque hace que el estudiante no solo trabaje sino que trabaje de forma diferente. Si el método funciona, debe ayudarle a llenar déficits comunes en su madurez, tanto en el plano técnico como intelectual. En lo técnico, debe hacerle más capaz de procesar grandes volúmenes de información para “adquirir” con discernimiento aquella información que sea más valiosa, así como de exponer sus ideas por escrito y en público. En el plano intelectual, el método debe favorecer que el estudiante sea más capaz de formarse una opinión propia, en vez de aprender recetas probablemente anticuadas, y, lo que es esencial, que esté en mejores condiciones para aplicar los conocimientos teóricos al enfrentarse con problemas reales…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario