El libro que reseñamos a continuación podría recomendarse en los Institutos de Bachillerato, especialmente, a las mujeres, ahora que está de moda lo de potenciar las vocaciones científicas entre ellas. Suzana Herculano-Houzel demuestra que se puede llegar a ser una gran científica en un país (Brasil) que no se encuentra entre los más ricos del planeta (ha acabado en EE.UU., naturalmente) y partiendo – casi – de cero. Herculano no iba para científica, aunque estudió Biología, sino para periodista de divulgación científica.
Y, como todos los científicos, ("You never set out to discover something new. You stumble upon it and you have the luck to recognise that what you’ve found is something very interesting…“But once you see it, you think why didn’t anyone else think of it before?”) se topó con una nueva forma de contar cuántas neuronas tiene un cerebro. Hasta que esta científica decidió hacer puré el cerebro para contar una por una las neuronas, el método utilizado consistía en analizar al microscopio secciones del cerebro y extrapolar el conteo. Así pudo determinar que el cerebro humano tiene 89 mil millones de neuronas, entre 10 y 15 mil millones menos que las que se suponía que tenía. La narración del “descubrimiento” y de la aplicación de su nueva técnica a cuantos más cerebros de cuantos más animales, mejor es muy divertida y la autora aprovecha muy bien sus grandes cualidades de divulgadora. Por cierto, ahora que está de moda organizar los cursos académicos en torno a proyectos, el libro de Herculano-Houzel se adapta bien a este objetivo ya que permite examinar conjuntamente problemas de cálculo, de biología, algunos de química y de historia cultural.
El resto del libro es una narración de los descubrimientos que, con esa herramienta analítica, se fue topando a continuación y que constituye la parte más interesante del libro.
Básicamente, Herculano nos cuenta que el cerebro humano no tiene nada de especial. Es un cerebro de un primate, “construido” conforme a las mismas leyes que se han construido por la evolución los cerebros de los demás primates. Son los grandes simios (orangutanes y gorilas) – no los humanos – los que se separan de los demás primates en la relación entre el tamaño del cerebro y el número de neuronas. Estos grandes simios tienen un número desproporcionadamente bajo de neuronas en comparación con los demás primates y, especialmente, en relación con el humano debido, precisamente, al gran tamaño de sus cuerpos. Los outliers no son, pues, los humanos, sino los orangutanes y los gorilas porque tuvieron que “elegir” entre aumentar el tamaño del cuerpo o aumentar el número de sus neuronas y los límites a la cantidad de energía que podían obtener sin parar de comer en todo el día (y el tamaño de su boca, entre otras cosas) les impidió mantener un cerebro con más neuronas que unos 30 mil millones que son las que tienen.
La explicación de por qué los humanos consiguieron aumentar el número de neuronas de su cerebro más allá de los 30 mil millones que, como un límite impuesto por las necesidades energéticas del cuerpo y del cerebro que podían satisfacerse alimentándose de alimentos crudos, se impuso por la evolución a todos los primates se encuentra, precisamente en que empezamos a andar a dos patas (la bipedalidad) y las extremidades superiores que quedaron libres para manipular objetos lo
- que nos convirtió en excelentes cazadores (por nuestra atlética estructura corporal);
- que nos permitió cazar en grupo grandes piezas,
- que nos permitió obtener alimentos más ricos en proteínas,
- que empezamos a cocinar porque aprendimos a controlar el fuego (hace 1 millón y medio de años)
- que permitió superar esos límites y que aumentara el número de neuronas que podíamos “alimentar”, que permitió que nuestras respuestas conductuales fueran más flexibles,
- que permitió que empezáramos a comunicarnos con el lenguaje (400.000 años)
- que permitió que siguiera aumentando el número de neuronas, lo
- que hizo más flexibles nuestras respuestas al entorno y nos hizo mejores cazadores y capaces de más cooperación con otros humanos, lo
- que nos convirtió en fabricantes de herramientas – tecnología – previa transformación de los productos de la naturaleza, lo
- que aumentó la obtención y aprovechamiento de los alimentos, lo
- que permitió que aumentara el número de neuronas hasta
- que empezamos a fabricar nuestros propios alimentos (la agricultura).
El último capítulo se refiere a los “materiales”.
Este gráfico está en la página 191
Herculano-Houzel se suma así a los que, como Henrich, promueven la idea de que cultura y genética coevolucionan. Nuestros 89.000 millones de neuronas son producto no sólo de la genética, sino también de la cultura humana. Si nuestros antepasados no hubieran aprendido a controlar el fuego, no habrían cocinado los alimentos y no habrían podido tener un cerebro con 89.000 millones de neuronas. Y si no hubieran inventado las cantimploras (con estómagos de animales), no habrían podido cazar antílopes y tampoco habrían podido tener un cerebro de 89.000 millones de neuronas. La cultura (el conjunto de conocimientos, ideas y creencias que se transmiten por vía no genética) permitió a los humanos incrementar el consumo de energía a niveles imposibles de soñar por un gorila o un orangután. Y usar esa energía para convertirnos en los amos de la naturaleza.
Fascinante para el que suscribe es, sobre todo, que este planteamiento implica que el homo sapiens venía ya “cargado” con una determinada moralidad, producto de los casi dos millones de años previos a la aparición del homo sapiens en los que puede hablarse de cultura entre el género homo. La caza, la socialidad –interdependencia- y la digestión de alimentos antes de entrar por la boca de un humano (la invención del cocinado de los alimentos) precedieron en mucho al homo sapiens, de manera que si las reglas morales se formaron en torno a la caza y a la socialidad, difícilmente puede creerse que aquellas reglas se ajustan a las sociedades de mercado de nuestros días.
Suzana Herculano-Houzel The Human Advantage A New Understanding of How Our Brain Became Remarkable, 2016
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