We tend to observe patterns in nature, where indeed there are patterns… It is evidence coupled with intuition and judgement that gives us knowledge… If human intuition were completely out of line with nature and read patterns wrongly, presumably it would have been weeded out by the process of natural selection… s. What Randomized Controlled Trials do usefully and well is to describe… What human beings know comes from many sources, and to deem only one method valid and all others invalid is to slow the process of knowledge acquisition.
K. Basu
En un artículo publicado en 2010, Berg y Gigerenzer despliegan un crítica contra la llamada Psicología económica. Su punto de partida es que los modelos que utiliza la Psicología Económica no describen los procesos psicológicos que tienen lugar en los cerebros humanos cuando adoptan decisiones económicas. Por tanto, al igual que Friedman, son modelos que parten de la base de que los individuos actúan “como si” resolvieran problemas de optimización complejos (maximizar la utilidad que extraen de los bienes que pueden comprar con su presupuesto).
Más en concreto, lo que esta corriente económica asume es que “todos los inputs que se introducen en la función de utilidad son conmensurables” y, por tanto, intercambiables. Es decir que hay una cantidad de zapatos que proporciona igual utilidad que una cantidad de mandarinas o, peor aún
“que existe una cantidad de helado tal que puede compensar por la pérdida de cualquier tiempo de la compañía de una abuela”.
Y es obvio que los individuos reales no realizan esas comparaciones con gran parte de lo que los individuos consideran “bienes” que aumentan su bienestar.
Nuestros órganos físicos y nuestro cerebro procesan la información que percibimos (ej., percibimos de forma distinta los objetos que están más lejos) y, para hacerlo inteligentemente (en el caso de los objetos, deducir de su menor tamaño que están más lejos), nuestro cerebro tiene que cometer errores: “en general, los sistemas inteligentes dependen de procesos que cometen errores útiles”
Por tanto, las desviaciones de la racionalidad que ocupan a los psicólogos económicos son perfectamente explicables en este marco como errores – incluso sistemáticos – que son útiles al individuo que los comete. Y aquí se centra la principal crítica de estos autores al behavioural economics: que
“la interpretación normativa de las desviaciones respecto de la racionalidad como errores no es el resultado de una investigación empírica que vincule desviaciones de la racionalidad con resultados dañosos para el individuo… es bastante habitual que los que practican la Psicología económica promuevan la expansión del modelo económico de manera que incluya la comisión de errores sistemáticos por parte de los individuos y la existencia de creencias sesgadas y, al mismo tiempo, arguyan que no hay duda acerca de lo que haría, en tales circunstancias, un actor racional”.
O sea que los del behavioural economics aceptan el modelo del homo oeconomicus en medida semejante a los neoclásicos. Y, sin embargo, no hay apenas estudios empíricos que demuestren que los individuos sufren efectivamente pérdidas económicas o daños reales como consecuencia de esos sesgos y esos errores sistemáticos, es decir que “los que se desvían de lo que dicta la elección racional ganen menos dinero en su vida, se mueran antes o sean menos felices”. Algo así, más torpemente, decíamos en esta entrada. El problema con el behavioural economics está, pues en que, a pesar de que reconocen que los individuos reales se desvían del modelo de racionalidad,
“insisten en que esos individuos deberían aspirar a minimizar ese desvío y a comportarse, en la mayor medida posible, como lo haría un homo oeconomicus”.
Los que inventaron la idea de la “racionalidad ecológica” y los que estudian las reglas heurísticas, por el contrario, abandonan la idea de que existan reglas universales de conducta racional aplicables en cualquier contexto y examinan cómo los procesos de decisión se ajustan al entorno en el que las decisiones se toman.
Intuición razonada
Por ej., (lo que sigue es un resumen de este trabajo de Kaushik Basu), en el ámbito de los “experimentos aleatorios controlados” (Randomized Controlled trials, RCT), lo que estos experimentos pueden probar no es relaciones de causalidad universales, sino solo “causalidad circunstancial”, es decir, “dados ciertas circunstancias, introducir un cambio de y a x tiene una consecuencia predecible”. El experimento, sin embargo, no nos dice qué circunstancias son las “ciertas” que permiten deducir la consecuencia y siempre hay, al menos, una circunstancia irrepetible: el momento en el que el experimento se lleva a cabo.
Por ejemplo, dar microcréditos a las mujeres indias de mediana edad de la zona norte de Bengala en el año 2005 aumenta los ingresos y el volumen de actividad económica dos años después de haberse concedido más que si se conceden a hombres y mujeres indiferenciadamente. No demuestra que conceder los créditos a las mujeres sea preferible, desde el punto de vista del bienestar social, a concederlos a los hombres. La intuición es que los hombres despilfarran el dinero en mayor medida que las mujeres (una intuición que vale la pena refutar, no – dice Basu - como la de explicar la correlación entre la incidencia del resfriado y las veces que aparece la palabra resfriado en twitter), pero lo que el experimento prueba es algo mucho más limitado: rechazar determinadas relaciones causales, no probar las contrarias y, al hacerlo, “confirman” nuestras intuiciones, pero, de nuevo, no prueban las relaciones causales y la dirección de la relación causa-efecto. Y, mucho menos, permiten extraer una directriz que nos permita implementar una política determinada con éxito a individuos concretos. Lo que sí hacen estos experimentos es describirnos las características de poblaciones numerosas: gracias a la ley de los grandes números, “podemos describir las características promedio de una población grande y los cambios que experimentan con el paso del tiempo estudiando una pequeña muestra de esa población apropiadamente escogida”. Este carácter circunstancial no permite excluir que los resultados individuales sean debidos al azar si realizáramos, por ejemplo, miles de experimentos idénticos en miles de aldeas distintas de Bengala. En alguno de ellos, se produciría un resultado extraordinariamente improbable (“Con 10.000 experimentos que traten de comprobar si la ingestión de la medicina M aumenta la asistencia A a la escuela, es prácticamente seguro que alguno de esos 10.000 encontrará un vínculo entre M y A”). Si se publicaran los 10.000 experimentos, no nos llamaríamos a error sobre el significado de ese resultado. Pero el mensaje de Basu es que sabemos y aprendemos mucho de forma informal (esa mujer esta triste) y no tras un análisis (racional, científico) del fenómeno que observamos (que una mujer llora en una esquina de la habitación): “en la adquisición de conocimiento, hay espacio y hay necesidad de ser católicos en los medios que utilizamos porque nuestra intuición nos ayuda a cubrir los huecos del conocimiento científico”.
Naturalmente, Basu está hablando de la política de desarrollo económico. Cuando se trata de dar consejos a los gobiernos o a los grupos sociales sobre cómo mejorar la vida de la gente, el científico puede suspender el juicio y advertir de lo limitado de nuestro conocimiento de las relaciones causales. Pero cuando se trata de individuos que tienen que tomar decisiones sobre cómo actuar en unas “circunstancias concretas”, harán bien los individuos en no suspender el juicio hasta que hayan comprobado la racionalidad de su comportamiento y dejarse llevar por “reglas de conducta” heurísticas, es decir, adaptadas a las circunstancias en las que se toma, normalmente, la decisión de que se trate (buscar refugio bajo una roca o bajo un árbol, esconder los restos de la pieza cazada que no se pueden transportar o dejarlos expuestos al sol). Si esas reglas “funcionan” en esas circunstancias, deberíamos decir que son “ecológicamente racionales”. Y si no funcionan, lo lógico es pensar, – dicen los autores – no que los individuos actúan irracionalmente, como hace el behavioral economics, sino que se ha producido un cambio en el entorno (del que no son conscientes los individuos) que hace que esa regla de conducta deje de ser ecológica racionalmente. Y, como sabemos que los individuos son inteligentes, observaremos que corregirán su conducta con el paso del tiempo para adaptarla a las nuevas circunstancias. O, en otro caso, desaparecerán como especie si la irracionalidad “ecológica” de la conducta produce una desventaja – un daño – significativo en términos de supervivencia. Es más, como dice Basu,
“sólo las mentes humanas que están en razonable sincronía con la naturaleza y pueden extraer conocimiento de la experiencia tienen valor en términos de supervivencia. Por tanto, en períodos muy largos de tiempo, las mentes con tal habilidad serán seleccionadas y, hoy, tenemos la suerte de que todos los humanos estamos dotados de esa habilidad”
Entre esas habilidades se encuentra el principio inductivo – explica Basu – es decir, la “tendencia” a considerar las regularidades como hechos de la naturaleza y extrapolar del pasado (el sol sale por la mañana) el futuro (el sol saldrá mañana). El principio de la inducción nos permite aumentar nuestro conocimiento. Pero no lo hace perfecto porque, en la medida en que la experiencia pasada no descarte absolutamente una hipótesis – una creencia – las sucesivas experiencias y, por tanto, las predicciones realizadas vía inducción no resultan absolutamente refutadas o confirmadas. Un amigo mío decía que hasta q murió la por tres veces viuda marquesa de Larios no podía estar seguro de la mortalidad de las mujeres. Confiemos, pues, dice Basu, en la “intuición razonada” porque es lo mejor de lo que disponemos y que no es más que fiarnos de nuestras intuiciones pero no hacerlo ciegamente, sino después de pasarlas por el tamiz de nuestro razonamiento, es decir, tras comprobar si resisten tras haber examinado lo que sabemos sobre esos hechos. Ese es el papel de la teoría, dice Basu: “comprobar la coherencia de las intuiciones… la teoría nos permite avanzar a partir de los datos de hecho que conocemos usando pura deducción” (ej. si en un cuadro de un sudoku tenemos descubiertos 1,3 y 5, “sabemos”, por la teoría del juego, cuáles son los los que faltan).
Volviendo a si nuestra racionalidad ecológico – irracionalidad – genera daños a los individuos, lo que Berg and Gigerenzer sostienen es que la selección natural no habrá actuado sobre la racionalidad ecológica salvo que los individuos se vean castigados por tales procesos de decisión en forma de menos posibilidades de supervivencia, vidas más cortas o infelicidad. Es decir, que haremos bien en examinar los resultados y no en fijarnos primariamente “en la coherencia interna” de los procesos de decisión. El ejemplo de que lo que importa es “lo que funciona” es el de la habilidad de los jugadores de beisbol para pillar la pelota golpeada por el bateador utilizando una regla heuristica: “mantén fijo el ángulo entre el jugador y la pelota” (gaze heuristic).
La economía neoclásica reconocía la falta de realismo de sus modelos pero los seguía utilizando “porque funcionaban”, es decir, porque proporcionaban predicciones coherentes con los resultados observados (v., Demsetz) Los behaviouralists – dicen los autores – “utilizan el patrón de racionalidad de la economía neoclásica, más rígidamente que sus colegas neoclásicos… “ignorar información que podría obtenerse y utilizar una regla heurística puede conducir a predicciones más exactas en un entorno de incertidumbre y cambiante que una estrategia no condicionada en toda la información disponible… un análisis empírico más directo de los procesos de toma de decisiones por los individuos puede llevarnos a una Economía preferible descriptiva y normativamente hablando”.
Si aceptamos que, en el ámbito económico, los individuos toman decisiones (realizan procesos de decisión) en dos contextos básicos (producción en grupo e intercambios de mercado), son estos contextos los que dictan las reglas heurísticas que los individuos siguen para adoptar decisiones con la vista puesta en obtener los mejores resultados para el individuo. Y lo propio para analizar las conductas altruistas. Mejor en términos de cómo favorecen la cooperación y la supervivencia del grupo – y, en la medida en que la supervivencia del individuo depende de la del grupo, también la del individuo – que en términos de su carácter anómalo desde la perspectiva de un perfecto egoísta racional.
Nathan Berg and Gerd Gigerenzer As-if behavioral economics: Neoclassical economics in disguise? 2010
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