Santuario. Lars van der Goor.
En otras ocasiones he dicho que las escuelas no deberían enseñar lo que los niños aprenden solos, es decir, las cosas que les gustan y pueden aprender, simplemente, gracias a la interacción con otros niños o de forma inintencional. Bailar, ordenar, negociar, distribuir el trabajo, repartir las ganancias, consolar, premiar o castigar… Hoy he releído esta entrada del Almacén de Derecho que escribí hace un año tras la lectura de un gran trabajo de dos psicólogos evolutivos y la relectura me sugiere alguna indicación respecto de cuál debería ser el contenido curricular en nuestras escuelas. Si la Evolución nos ha dotado a los humanos de las intuiciones – sistemas mentales – apropiados para comprender nuestro entornos y relacionarnos adecuadamente (pacíficamente, con ganancias para todos) con los otros individuos que forman parte de nuestro grupo, el currículum escolar debería concentrarse en enseñar aquellas construcciones intelectuales que a los humanos nos resultan contraintuitivas. En ese post se incluyen algunas. En concreto, todas las que tienen que ver con el funcionamiento de los mercados y los intercambios anónimos en general. Las creencias económicas populares al respecto son generalizadamente erróneas pero, a través del sistema democrático, influyen poderosamente en la discusión pública y en las decisiones de política legislativa. Del mismo modo que los niños no pueden aprender intuitivamente y vía socialización la diferencia entre la moda, la mediana y la media o qué es una integral o la distinción entre juegos de suma positiva y suma cero o el principio de la ventaja comparativa o el coste de oportunidad, tampoco aprenden intuitivamente que no hay un “precio justo” para las cosas/servicios y que el precio resulta de la oferta y la demanda; que el enriquecimiento de un país extranjero no significa empobrecimiento para el propio o que subir el salario mínimo reduce o puede reducir la demanda de trabajo no cualificado o, en fin, que limitar las rentas tiene efectos sobre la oferta de inmuebles en alquiler y hace subir el precio de los alquileres o reduce la oferta de pisos en alquiler.
Son precisamente esos conocimientos contraintuitivos o, al menos, no intuitivos los que deben enseñarse en los currículos escolares. La escuela no puede ser totalitaria, es decir, no puede pretender formar ciudadanos cultos y críticos. Eso sería un acto de soberbia. La escuela, nos lo dicen cada vez con más frecuencia los estudios científicos, influye poquísimo en la conducta y el razonamiento de los individuos, éstos más condicionados por la genética y la interacción con los coetáneos. Por tanto, los objetivos de la escuela deberían ser igualmente limitados: reducir las disonancias que resultan de la transformación del entorno en el que se formó nuestro cerebro hace decenas o centenares de miles de años en el entorno actual, un entorno de transacciones anónimas en mercados inmensos con avances tecnológicos que han descargado nuestro cerebro hasta tal punto que podemos dedicarlo intensamente a corregir las limitaciones de su propia evolución.
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