Olivia Muñoz-Rojas ha publicado un artículo en EL PAIS en el que dice básicamente que en Europa hay dos modelos de tratar con la inmigración procedente de culturas no-occidentales, el francés, que exige la integración en la nación francesa y en los valores fundamentales de ésta (igualdad, libertad y fraternidad en un entorno no religioso) y el inglés que es más – digamos – “multicultural” en el sentido de que permite que las distintas comunidades de origen extraeuropeo convivan en el territorio británico pero mantengan lazos internos más intensos que los lazos que les unen al resto de la población. Ambos modelos – eso es lo más interesante del artículo – tienen ventajas e inconvenientes. El francés tiene el problema de generar choques de gran intensidad entre los que no quieren integrarse en la cultura y civilización francesas y la mayoría de la Sociedad lo que favorece a los extremistas de ambos lados. A los islamistas y a la extrema derecha xenófoba y populista. El inglés tiene un grave problema de respeto de los derechos humanos en el seno de esas comunidades que el Estado deja “a su aire” (recuérdese el escándalo de las niñas y de las violaciones y abusos sexuales masivos acaecidos en Inglaterra hace unos pocos años (Rotherham) y respecto de los cuales la policía miró para otro lado y “dejó hacer”). Muñoz-Rojas no se pronuncia sobre qué modelo es preferible y apunta a que los dos han podido funcionar razonablemente porque estaban “engrasados” por un generoso estado del bienestar que permitía a cualquiera vivir incluso con elevados niveles de paro.
El problema – hay que aclararlo – es especialmente agudo con los inmigrantes musulmanes. Ni los sudamericanos, ni los asiáticos no musulmanes, se integren o no en las sociedades europeas,han presentado problemas de envergadura semejante para la convivencia ni han generado la reacción de los xenófobos que ha generado la inmigración musulmana.
Lo que no resulta en absoluto convincente es que Muñoz-Rojas pretenda poner la responsabilidad en el modelo social europeo por no aplicar suficientemente sus propios valores. Dice Muñoz-Rojas que la segregación (¡menudo eufemismo para referirse a la espantosa discriminación y subordinación!) que sufre la mujer musulmana “es un aspecto especialmente visible que choca contra lo que se supone es un valor fundamental europeo: la igualdad de género”. Hasta ahí, y a salvo del eufemismo, nada que reprochar. Sólo cabría señalar que es el sometimiento de la mujer al varón que se refleja espantosamente en la vestimenta y las espantosas reglas jurídicas y morales que están detrás de la sharía lo que ha elevado la sensibilidad europea frente a los musulmanes que deciden vivir en los países europeos de acuerdo con esas reglas morales y religiosas. Pero resulta inaceptable que la autora, a continuación, diga lo siguiente:
“Paradójicamente, no es este (el de la igualdad entre hombres y mujeres) uno de los valores de los que más pueda jactarse Europa en la práctica. En Francia, uno de los países menos tolerantes con el uso de hiyab, los casos de acoso sexual dentro del partido ecologista que salieron a la luz la pasada primavera han puesto sobre la mesa el grave problema de sexismo y acoso que sufren las mujeres de la clase política y dirigente francesa, incluso aquella que se define como progresista. Es más fácil señalar lo aberrante del hecho que una mujer deba cubrirse en público que reconocer lo lejos que seguimos estando en general en Europa de alcanzar sociedades igualitarias libres de sexismo y violencia de género. La hipersensibilidad social existente respecto de las prácticas islámicas de segregación entre hombres y mujeres pone en evidencia la debilidad del modelo igualitario europeo”
Ni hablar. Es repugnante comparar la situación de la mujer en los países europeos con la misma en las sociedades dominadas por el Islam. No hay un solo país mayoritariamente musulmán en el que la mujer tenga reconocido un status social, económico y político mínimamente comparable con el del hombre. ¿Cómo puede comparar Muñoz-Rojas a Arabia, Marruecos, Pakistán, Afganistán, Irán o incluso Turquía con Francia o el Reino Unido en lo que hace a los derechos de la mujer y la igualdad con el hombre?
La conclusión de Muñoz-Rojas es igualmente disparatada. La unidad de Europa no tiene nada que ver con la igualdad de género ni con la integración de los inmigrantes o minorías musulmanas. Son los Estados los que tienen la competencia y las sociedades nacionales las que han de gestionar el problema, cada uno de ellos de la mejor forma posible y unos con más éxito que otros aunque, sin duda, sería deseable una política europea común de control de las fronteras y gestión del asilo e intercambiar experiencias de éxito respecto de la integración. Y no hay por qué elaborar ningún “relato europeo inclusivo” y mucho menos que ese relato “reconozca los abusos cometidos durante la etapa colonial”. Si los países europeos han cometido abusos como potencias coloniales, no lo han hecho con los musulmanes. Lo han hecho, especialmente, con los chinos (guerras del opio) y con los indios (la Compañía de las Indias Orientales) e indonesios (la VOC) además y sobre todo con los africanos subsaharianos (esclavitud) con la colaboración estrecha de los países árabes en los siglos XVII-XIX por no incluir la mucho más discutible colonización española y portuguesa de América o la práctica desaparición de las poblaciones indígenas en Norteamérica. Los países árabes sólo estuvieron sometidos a la regla británica o francesa unas pocas décadas y, – ya está bien – las Cruzadas o la Inquisición o la expulsión de los moriscos no pueden seguir utilizándose como si fueran acontecimientos presentes. A nadie en su sano juicio se le ocurre acusar a los países árabes de haber destrozado la civilización visigoda e hispano-romana en la península ibérica o a los países de Asia Central por habernos enviado sucesivas oleadas de conquistadores salvajes que pasaron a cuchillo a poblaciones enteras de Europa.