Dice Jared Rubin en Rulers, Religion & Riches, 2017, p 172 que la misma potencia “de los reyes de España y de los Sultanes Otomanos condujo a la destrucción a largo plazo de ambas economías". Debido a que ambos gobernantes eran tan fuertes, no tenían que incorporar a la élite económica de sus imperios a la mesa de negociaciones ni adaptarse a sus deseos y, en consecuencia, nunca promulgaron los tipos de leyes que facilitan el crecimiento económico a largo plazo” Porque – como ha resumido recientemente Rajan en los primeros capítulos de su libro The Third Pillar – la incorporación de los intereses de las élites económicas (los comerciantes, los productores, los banqueros) a la legislación garantiza el crecimiento económico porque, si esas élites económicas son lo suficientemente numerosas, preferirán reglas de juego favorecedoras de la protección de la seguridad jurídica y de los intercambios. Continúa Rubin diciendo que
Esta fue la semejanza clave entre el Imperio Español y el Imperio Otomano, semejanza que no tenían con la Inglaterra de los Tudor o con la República Holandesa: el monarca español y el sultán otomano eran demasiado legítimos. Esto significa que hay un término medio óptimo para la legitimidad de un gobernante: un gobernante débil no conseguirá que la gente le obedezca, con lo que no logrará los beneficios asociados a la existencia de un gobierno centralizado, pero un gobernante <<demasiado>> fuerte no tiene que negociar con la élite económica para asegurarse la propagación de sus órdenes. La España de la Edad Moderna y el Imperio Otomano tenían este último problema, mientras que la legitimidad relativamente débil (aunque no demasiado débil) de los gobernantes en Inglaterra y la República Holandesa generó una situación que finalmente permitió la prosperidad.
No es difícil estar de acuerdo con Rubin. Por ejemplo, una explicación así da cuenta de por qué el comercio con las Indias se organiza en Inglaterra y Holanda a través de Compañías de Indias con capital privado – y privilegio real o de los Estados Generales – mientras que se organiza como una obra de Estado en España y Portugal a través de la Casa de la Contratación y la Casa da India. Y que los Austrias no tuvieron que llevar a la mesa de la negociación a las élites económicas suena poco probable si se tiene en cuenta la enorme autonomía fiscal de las ciudades castellanas y que la provisión de todos los servicios públicos estaba a cargo de ellas. Pero esas dudas desaparecen si se tiene en cuenta cómo Carlos I y especialmente Felipe II acabaron sometiéndolas absolutamente y cómo los poderosos comerciantes castellanos de Burgos acabaron en la ruina a finales del siglo XVI. Justo la época en la que se inicia el Siglo de Oro holandés al que seguirá el dominio absoluto de Inglaterra. Al final del siglo XVI y hasta hoy, serán los territorios, no las élites económicas los que pondrán en jaque a la monarquía.
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