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La apertura del comercio trasatlántico en el siglo XVI podría analizarse en los términos más simple como un incremento de ganancia para los participantes que sigue – presumiblemente – al aumento de los intercambios si los intercambios son voluntarios y, por tanto, juegos de suma positiva. Pero mucho más interesante – y explicativo de la realidad – es analizar los efectos distributivos de la aparición de un volumen nuevo de intercambios. Aunque la Sociedad en su conjunto fuera más rica (nuevos productos para los consumidores europeos – tabaco, chocolate, tinturas –; aumento de los medios de intercambio – oro y plata – y aumento de la población – esclavos y población indígena que entra en el “mercado de trabajo” – ) es esperable que, en mercados poco desarrollados con elevadísimos costes de transacción (interrupción frecuente de los intercambios y de los transportes, malas comunicaciones, costes de vigilancia de los agentes muy elevados, ausencia de mecanismos de garantía del cumplimiento de las obligaciones y de protección de la propiedad), los efectos distributivos de la aparición de nuevos mercados y del aumento de los intercambios fueran muy relevantes (“según algunas estimaciones, incluso en 1780, la proporción del comercio intercontinental en el PIB europeo no llegaba a representar un 2 % del total”) y mucho más significativos que el aumento de la riqueza de la Sociedad en sí mismo. Esta conclusión es más plausible si se analizan las transformaciones del comercio en términos de ganancias de la especialización y división del trabajo (que introduce una perspectiva dinámica) y, en el plano institucional, analizando las organizaciones – compañías, gremios, consulados – que articulaban la cooperación y la competencia entre los que se dedicaban al comercio. En este punto, las organizaciones más eficientes (que aprovecharan mejor las economías de escala y que sufrieran menores costes de agencia) prevalecerían, con las consiguientes ganancias para el bienestar general pero serían fácilmente monopolísticas por lo incipiente de los mercados, de manera que los costes del monopolio reducirían los beneficios totales de la expansión del comercio ("not because a private market did not exist, but because operating by managerial fiat inside the hierarchical firm was less costly than using the market” (Agency Problems in Early Chartered Companies: The Case of the Hudson's Bay Company Ann M. Carlos & Stephen Nichola)
El resultado de acoger esta perspectiva es que unas regiones se enriquecieron notablemente y otras decayeron enormemente. En este trabajo, Regina Grafe explica quiénes fueron los perdedores y los ganadores en el interior del Imperio Español: las ferias de Castilla y el puerto de Santander frente a “Cantabria” – hoy el Pais Vasco – y Bilbao.
Las ferias de Castilla – singularmente Medina del Campo – eran el centro comercial del siglo XVI, centralidad que lograron, básicamente, gracias al comercio de la lana. El Consulado de Burgos monopolizaba la exportación de lana hacia Amberes y luego Francia y sus comerciantes organizaban su envío desde toda España a través del puerto de Santander (con participación menor del de Bilbao, Deva y San Sebastián). A cambio de la lana que se vendía por la “nación” española en Amberes, se importaban tejidos. A la vez, la Feria de Medina del Campo era el gran centro financiero donde el Rey Católico obtenía financiación y pagaba con el oro y plata que llegaba de América. La deuda real se distribuía entre particulares en tales mercados. En el último cuarto del siglo XVI, el sistema declina por la irregularidad en las remesas de metales preciosos de América y la guerra en Flandes que acabaría con la independencia de Holanda además de por la excesiva concentración de actividades y riesgos en unos pocos comerciantes cuya quiebras se sucedieron.
Castilla se hunde y las exportaciones de lana se reducen extraordinariamente (pasan de 25.000 sacos de lana anuales a mitad de siglo a 5000 hacia 1585)
A mediados del siglo XVII, Bilbao se ha convertido en el centro comercial del norte de la Península porque logra “organizar” el comercio de forma “sostenible” gracias a los comerciantes ingleses: se exporta la lana – cuya demanda vuelve a aumentar gracias al mercado inglés – que se paga por los ingleses en bacalao salado, producto de alta demanda en la España interior ya que se convierte – en un país católico – en la fuente básica de proteinas. El bacalao salado en Nueva Inglaterra (por eso se le conoce como “Pescado de la Birginia”) llega al puerto de Bilbao y se transporta al interior a lo largo de todo el año y sustituye a las capturas de los pescadores norteños que habían constituido la fuente de aprovisionamiento en el siglo XVI. Se forma así un comercio triangular: Bilbao-Inglaterra-Nueva Inglaterra-Bilbao. Este comercio, a su vez favorece el desarrollo de la producción de hierro y la creación de una protoindustria siderúrgica en la costa cantábrica, no así de la construcción de barcos porque los productos se transportaban en barcos extranjeros.
El comercio de la lana se había liberado en gran parte de su estructura monopolística anterior y el comercio de importación de pescado creció por varias razones entre las que no era la menor la ausencia de regulación de entrada a dicho comercio que impidiera el acceso a los extranjeros. La ciudad se convirtió en el centro de distribución de las importaciones de bacalao no sólo para la costa norte sino también para el interior castellano, en particular Madrid. En la década de 1640 un observador inglés declaró que "Bilbao es el pueblo que envía más manufactura inglesa y pescado de todo el Reino porque es la entrada a toda Castilla, y sirve toda la costa a lo ancho, hasta la fronteras de Portugal”
Bilbao es el nuevo monopolista: los demás puertos del Cantábrico dejan de estar activos en el comercio internacional. Y los comerciantes de Bilbao sustituyen a los castellanos en el control del comercio de la lana. Son los de Bilbao los que se adentrarán en la meseta para adquirir la lana que intercambiarán por el bacalao y otros productos ingleses.Un comercio más liberalizado que el previo del Consulado de Burgos. En el siglo XVIII, el Consulado de Bilbao apenas supone una limitación personal al acceso al comercio (la condición de vecino y la dedicación al comercio eran suficientes para considerarse miembro del gremio). Grafe examina la disputa entre el Consulado de Burgos y el de Bilbao en los siglos XVI y XVII por monopolizar el comercio de la lana
Las estrategias de los dos gremios mercantiles más importantes, los Consulados de Bilbao y Burgos en este entorno institucional son reveladoras. Sus políticas son evidentes en su lucha de poder duradera sobre el derecho a organizar las grandes flotas de lana. En este conflicto ambos Consulados asumieron una estrategia típica de (las primeras sociedades anónimas) compañías reguladas o fletadas en lugar de la típica de gremio mercantil tradicional, a saber, garantizarse el monopolio reservándose el derecho a excluir del comercio de la lana a los miembros de la otra organización. Cada uno trató de adquirir el estatuto de monopolio sobre al menos una parte del negocio básico (en el caso de Bilbao), o incluso todo el negocio (en el caso de Burgos)
Mientras Burgos tuvo la posición dominante, era en su interés mantener la rivalidad entre los puertos cantábricos y Bilbao sólo podía defenderse recurriendo a otros productos o ciudades con los que comerciar distintos de la lana. Todo cambia cuando, en el siglo XVII, se forma una colonia de comerciantes ingleses en Bilbao que vivían tan “felizmente” que ni siquiera eligieron un consul para que defendiera sus intereses frente al monarca español y los comerciantes locales, es decir, aparece un grupo muy relevante al que la libertad de comercio le beneficia. El Consulado de Burgos – en 1616 – trató de volver al esquema monopolista del siglo XVI impidiendo la entrada de comerciantes extranjeros y proponiendo a Bilbao el reparto de las rentas monopolísticas, lo que Bilbao, cuya mayor fuente de ingresos era el comercio con estos extranjeros, declinó.
En 1616, el mismo año en que Burgos había emitido la propuesta (las negociaciones continuaron hasta 1624), se recordó una vez más a Bilbao que las condiciones del comercio habían cambiado. En un pleito interpuesto por algunos comerciantes de Burgos contra el Consulado de Bilbao el Consejo de Castilla había emitido una decisión preliminar según la cual sólo los miembros locales del Consulado de Bilbao debían pagar el impuesto local, las averías. La caída registrada en ese año no es una caída en el comercio real, sino la pérdida que experimentó la recaudación del impuesto. Los extranjeros dejaron de pagar averías durante unos pocos meses en 1615/16 y la recaudación de ese impuesto cayeron casi un 60 por ciento en un año
La conclusión: los bilbainos eran partidarios de la libertad de comercio porque les beneficiaba más que una participación en las rentas que la creación de un monopolio sobre el comercio internacional de Castilla podía proporcionarles. Eso facilitó la entrada de comerciantes extranjeros y la apertura de la costa cantábrica al comercio internacional. Las colonias inglesas en norteamérica generaron una fuente de abastecimiento de un producto muy demandado en Castilla; la aduana que separaba a las provincias vascongadas de Castilla y los privilegios de los vecinos de Vizcaya en el sistema jurídico de la Monarquía Hispánica sellaron el retraso de Castilla hasta, casi, la actualidad.
Un solo comentario: si se analiza la cuestión desde el punto de vista organizativo, mientras el comercio del que nos habla Grafe se articulaba a través de pequeñas compañías y comerciantes individuales que obtenían – algunas – economías de escala a través de los Consulados, en Holanda e Inglaterra, a partir del siglo XVII, se organizan compañías de gran tamaño a través de la invención de la corporación comercial – la sociedad anónima –. El tipo de comercio que describe Grafe no “exigió” la invención de la corporación comercial. Pero el comercio con América que se concentraba en Sevilla, tampoco.
Grafe, Regina, Atlantic trade and regional specialisation in nothern Spain 1550-1650: an integrated trade theory-institutional organisation approach, 2011
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