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Si la agricultura, hasta tiempos bien recientes, era sobre todo agricultura de subsistencia, un signo muy expresivo de desarrollo económico es el volumen de la población de una región que no está ocupada en la agricultura. Inglaterra y Holanda son las primeras regiones europeas en las que una proporción importante de la población no está ocupada en la agricultura de subsistencia. Nos dice Gelderblom que en 1462, en Edam, un 12,5 % de la población estaba formada por empresarios o trabajadores autónomos y que esta proporción se redujo en el siglo siguiente probablemente porque eran empresas de mayor tamaño y por la decadencia de la ciudad en relación con Amsterdam. Esta última tenía 2600 tenderos entre
carniceros, panaderos, vendedores de ultramarinos, zapateros, comerciantes del vino, de pescado y de fruta que sostenían una población urbana de 120.000 en 1620. Había muchos fabricantes, parte de los cuales cubrían las necesidades locales. Sin embargo, además de los maestros artesanos que producían ropa, zapatos, ollas y sartenes, y otros artículos de uso doméstico, había armadores, orfebres, plateros, pintores e impresores, trabajando tanto para clientes locales como foráneos. El papel principal de Ámsterdam en el comercio internacional se refleja en el gran número de comerciantes y capitanes de navíos, así como en corredores, hosteleros y notarios que apoyaban el sector comercial. En conjunto, los distintos grupos de empresarios representaban un 12,5% de la población activa de Amsterdam. Si esta participación relativa es de alguna manera representativa para otras ciudades de la República Holandesa, ya en 1600 el número total de empresarios urbanos podría haber llegado a 45.000, llegando a más de 60.000 en 1650
Y toda esta población se ganaba la vida produciendo para otros e intercambiando en los mercados los productos de otros. Algunos de los grupos sociales más activos en la industria y el comercio no eran holandeses sino inmigrantes de Amberes – tras su caída en manos de Felipe II en 1585 – “En Amsterdam, los inmigrantes de Flandes y sus hijos eran un tercio de la comunidad mercantil entre 1580 y 1630” - o de Portugal pero hay nombres “propios” que merecen la calificación de emprendedores en el sentido schumpeteriano aunque – a diferencia de lo que ocurriría en la Revolución Industrial – no podamos asignar a individuos concretos las innovaciones tecnológicas y organizativas que permitieron llamar al siglo XVII la edad de oro de Holanda. La razón – dice Gelderblom – es que muchas de esas innovaciones eran incrementales, no disruptivas, y generaron crecimiento económico gracias a su extensión a otras actividades. Por ejemplo, los molinos de viento
Después de una primera adaptación de los molinos de cereales a las necesidades de la gestión del agua en el siglo XV, la tecnología del molino de viento se extendió a molinos industriales de aceites minerales, papel y madera durante la Edad de Oro. El tratamiento de la madera estimuló a su vez el crecimiento de la construcción naval holandesa, con las consiguientes mejoras en el diseño de los barcos. La competitividad holandesa en el transporte marítimo y el comercio, a su vez, indujo mejoras en los instrumentos y mapas de navegación y la introducción del partenrederij, o condominio naval utilizado para articular la propiedad común de varios sobre un barco en el comercio marítimo pero que también se utilizó para articular la propiedad de fábricas de papel o aserradores
La especialización (entre el Sur – más desarrollado – y el Norte) también jugó su papel.
Lo más notable es cómo las ganancias derivadas del crecimiento económico se obtienen, a menudo, a costa de o con ocasión de la disrupción de la Economía de otras regiones. Por ejemplo, en relación con la caída de Amberes, dice Gelderblom que la disrupción de la Economía de Flandes proporcionó a Holanda capital físico y humano complementario del que existía allí y animó a los holandeses a introducirse en el comercio por las mayores oportunidades de ganancia derivadas de la interrupción de la producción en Flandes:
Por ejemplo, los comerciantes de joyas flamencos y portugueses que se establecieron en Ámsterdam a partir de 1595 encargaban la producción a orfebres altamente calificados y cortadores de diamantes de Amberes. Los propietarios de las primeras refinerías azucareras contrataban a maestros alemanes y flamencos experimentados para supervisar la producción, limitando su propio papel a la compra de materias primas y a las ventas de azúcar. Semejantes combinaciones de trabajadores cualificados y ricos comerciantes se sabe que han existido en la producción de textiles, cuero,
sal y tabaco
lo que permitió, a su vez, que bastantes de estos artesanos tuvieran ingresos suficientes como para convertirse en comerciantes. Otros avances institucionales incluyen las “primas” a la instalación de artesanos a cargo de las ciudades o la implantación de un sistema de patentes que, como el término sugiere – octroieen - sugiere, consistía en una suerte de monopolio semejante al que se otorgaba al que introducía un nuevo producto en la región y que servirá en el siglo XVII para inducir la inversión de grandes sumas de capital en el comercio trasatlántico. Salvo el de la VOC, todos esos monopolios habían desaparecido hacia 1650. Los costes del monopolio se compensaban, al menos parcialmente, porque en una época en la que lo escaso era el capital, se incentivaba la inversión.
Lo más llamativo es que no había grandísimos comerciantes, esto es, “superricos”. La contribución de la VOC fue formidable: en 30 años, repartió dividendos por valor de 11 millones de florines (la riqueza total de toda Holanda se aproximaba a los 66 millones ese año) a los que hay que unir otros 6 obtenidos en el comercio con Asia a través de compañías reguladas que precedieron a la VOC.
Las innovaciones jurídicas y financieras
La más curiosa es la adaptación del condominio naval para servir como una “sociedad de responsabilidad limitada” (compárese con el business trust que se desarrollaría siglos más tarde en el ámbito del common law).
En el condominio naval. varios comerciantes construyen o compran en común un barco y se convierten, por tanto, en copropietarios o comuneros. La idea es, normalmente, utilizar el barco para transportar las propias mercancías de modo que la participación en la propiedad y el derecho a cargar son proporcionales. Jurídicamente, los condóminos son copropietarios y socios (sociedad + comunidad de bienes). Esta disquisición no estaba, sin embargo, extendida en la época. De modo que los ingeniosos holandeses aprovecharon la figura para crear una suerte de sociedad con responsabilidad limitada. En efecto, de acuerdo con el Derecho de cosas, el copropietario puede “abandonar” su cuota lo que, visto del revés, proporciona una suerte de responsabilidad limitada al condómino. Si la empresa iba mal y la aventura de comercio marítimo salía mal, el condómino abandonaba su cuota sobre el barco y no podía ser obligado a saldar las deudas que hubieran quedado sin pagar. Estas partenrederij llegaron a tener hasta 32 condóminos y los holandeses participaban en muchas de ellas simultáneamente lo que permitía a los comerciantes de otros sectores diversificar sus inversiones realizando aportaciones de poca cuantía en operaciones mercantiles concretas (recuérdese que la compañía mercantil en el ámbito marítimo está basada en un viaje al final del cual la compañía se liquida y recuérdese también que los barcos de la época no duraban mucho más de tres o cuatro viajes) porque la gestión de las mismas - de acuerdo con la tradición de la commenda – se encargaba a uno o dos de los socios.
Pues bien, lo curioso es que estas figuras – que estaban extendidas en toda Europa desde la Edad Media y constituían el esqueleto del comercio marítimo mediterráneo – se extendieron a sectores dispares y que requerían inversiones elevadas de capital tales como fábricas de papel (recuérdese que Holanda era la imprenta de Europa en el siglo XVII, de ahí viene la expresión Libros de Holanda), aserraderos, explotaciones de turba y sobre todo, dio lugar a la aparición de la primera sociedad anónima merecedora de ese nombre: la Compañía de las Indias Orientales – VOC –.
Otros instrumentos financieros que alcanzaron gran desarrollo fueron las garantías personales y reales (sobre inmuebles) pero también aparecieron los contratos de futuro (a través de los cuales los agricultores recibían avances por sus cosechas) y, sobre todo, la venta anticipada de las rentas producidas por un terreno o un inmueble. Los ahorradores podían así invertir sus fondos de manera segura y rentable y el ahorro podía destinarse a la inversión. Entre las innovaciones más notables se encuentra la libre cedibilidad de los créditos por los acreedores, innovación originada en Amberes y sancionada por Carlos I en 1541:
“Ordenamos que a partir de ahora, todos los que hayan aceptado… una letra de cambio vendrán obligados a pagar la suma contenida en ella en dinero… sin que… se pueda dar en pago otras obligaciones en forma de cesión (asignacions), las cuales no tienen por qué ser aceptadas por el acreedor. Pero aunque éste las acepte, el deudor original seguirá obligado hasta que el acreedor sea pagado efectivamente”.
Compárese con el art. 1170 II CC: la entrega de letras o pagarés a la orden solo producirán los efectos del pago “cuando que hubiesen sido realizados” – entrega de la letra pro solvendo -
Pero el gran invento de los holandeses fue la deuda documentada en títulos transmisibles y negociables en un mercado. Los comerciantes pedían dinero a préstamo, firmaban pagarés al portador o a la orden y los prestamistas podían recuperar su dinero anticipadamente vendiendo los pagarés en la bolsa de Amsterdam. El sistema no podía ser más flexible en cuanto a plazos de devolución, posibilidad de diversificar y posibilidad de obtener crédito de largo plazo mediante la prórroga o renovación de los pagarés. La constitución de la VOC y la emisión de miles de acciones resolvió el problema de las garantías. Esos pagarés se garantizaban con acciones de la VOC que se pignoraban. Si el deudor no devolvía el préstamo, el prestamista vendía las acciones de la VOC en el mercado que surgió desde el inicio en Amsterdam.
Al sector público – a los Estados Generales – se le atribuía la función de reducir y asegurar los riesgos que recaían sobre toda la población. Desde los daños derivados de desastres naturales a asegurar la tranquilidad pública y proteger militarmente al comercio. Las disputas entre comerciantes se gestionaban de forma más eficiente gracias a la extensión de la contabilidad, lo que proporcionaba mucha información sobre las transacciones y su validez como prueba ante los tribunales fomentó dicha extensión.
En el nivel individual, la forma de diversificar los riesgos era duplicar las fuentes de ingresos. Por ejemplo, un agricultor producía para su propio consumo y, a la vez, prestaba su mano de obra a terceros. Pero, a la vez, disponía del capital de los comerciantes de la ciudad para que le adelantaran el precio de su cosecha de “rubia” o de cereal lo que debió de ser una enorme ventaja para que se dedicaran a cultivos de utilidad industrial frente a sus contemporáneos de otras zonas de Europa.
Oscar Gelderblom, The Golden Age of the Dutch Republic, 2008
1 comentario:
No quiero ser aguafiestas, pero los romanos ya habían creado un sistema de "responsabilidad limitada" con la figura del "peculio", que funcionaba como un patrimonio separado afecto a una actividad empresarial.
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