domingo, 8 de octubre de 2017

Tras la independencia de Cataluña, los españoles ajustaremos cuentas. Y seremos implacables

 

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foto: Nautil.us

Todos los que no destacábais, de niños, en los deportes o en la declamación habéis sentido la humillación que supone que te obliguen a hacer algún ejercicio gimnástico o salir a la palestra delante de tus compañeros de clase y balbucear la respuesta a la pregunta que hace el profesor. Los niños (eran) son “malos” y no desaprovechan ocasión alguna de reirse del menos dotado o más averso al riesgo. Porque la Evolución nos ha dotado de una asombrosa capacidad para someter a los individuos al grupo. Un grupo que no logra tal cosa desaparecerá más pronto que tarde. En revancha, y porque la supervivencia individual sigue siendo primaria, la Evolución ha dotado a los individuos de un mecanismo de defensa frente a los ataques del grupo: el camuflaje; pasar desapercibido.

Pero la estrategia de camuflaje tiene un límite. Que el grupo decida que hay que adoptar una decisión que determinará irreversiblemente el destino del grupo, sea atacar a una tribu vecina, sea emprender una emigración sin vuelta atrás. Si quiere conseguir su objetivo, el grupo no puede permitir que algunos de sus miembros intenten pasar desapercibidos y no participen en el “esfuerzo” colectivo. Ha de ser implacable con esos individuos porque, de otro modo, el objetivo no se logrará.

El grupo debe acabar con los que no quieren participar en la batalla contra la tribu vecina o no quieren emigrar. Estos, en el mejor de los casos, pueden abandonar el grupo pero solo si son pocos porque, de otro modo, su abandono garantizará que la tribu pierda la guerra contra la tribu vecina o que el grupo perezca en el viaje hacia las nuevas tierras de promisión. El ejército soviético colocaba a los más fieles en la retaguardia con orden de disparar a sus propios conmilitones que titubeaban o intentaban desertar. No podía hacer otra cosa si quería vencer a un ejército mejor equipado, más disciplinado y con mejores estrategas militares.

 

Una buena parte de los catalanes ha tomado una decisión de este tipo: definitiva, irreversible y costosísima y lo ha hecho sobre la base de emociones que no resisten un análisis racional. Desde el “somos un solo pueblo” a “la represión brutal del Estado”; desde el “España nos roba” a “se han cepillado el Estatuto de Autonomía”. Y no puede permitir estrategias de camuflaje por parte de los tibios. Los más aguerridos, desde los periódicos, los cargos públicos y las tarimas escolares y universitarias, como los comisarios políticos en las unidades del ejército soviético, han interpelado a sus lectores, electores y alumnos obligándoles a sumarse al esfuerzo colectivo o a largarse. “Si no estás de acuerdo, vota no, pero vota”. “Estarás contenta con lo que hizo tu padre ayer”.

Participar en el juego, aunque el juego sea el de la ruleta rusa, es obligatorio. Aunque el juego sea una competición, no un intercambio ni se trate de producir en común lo que sólo se puede lograr cooperando con otros. Es obligatorio participar en una competición en la que, en el mejor de los casos, todos nos quedaremos tuertos.

Los independentistas se están portando, con sus conciudadanos, como esas tribus de cazadores-recolectores. Lo triste es que no afrontan ningún peligro existencial que les obligue a adoptar decisiones drásticas y unánimes. Nada amenaza el bienestar de la tribu que vive allende el Ebro. Y lo más triste es que, en su decisión suicida nos van a causar un daño muy grande a los que vivimos de este lado del Ebro. Porque no hay forma de que su decisión genere ganancias que podamos repartir. Solo podemos contar los daños.

El mismo instinto de supervivencia del grupo a este lado del Ebro debería llevarle a cerrar filas y decir:

no vamos a aniquilaros (aunque podríamos) pero tampoco vamos a facilitaros las cosas. No vamos a enviar los tanques pero no vamos a daros ni agua”.

Pero los españoles no estamos cerrando filas. No estamos contrayendo un compromiso creíble frente a los separatistas de que no esperen ni agua de todos nosotros. Porque hemos dejado de ser un grupo unido. Si esto acaba mal, espero que los que sigamos siendo españoles ajustemos cuentas con los miembros de nuestro grupo que han mostrado cualquier gesto de solidaridad con los que han decidido suicidarse y dañarnos a todos en el intento. Y que seamos implacables porque nos va la supervivencia en ello.

1 comentario:

César Ayala dijo...

NO PUEDO ESTAR MAS DE ACUERDO

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