La próxima vez que vote, piense si está eligiendo al gobernante más inteligente. O aténgase a las consecuencias.
"Lo que necesitamos, sugiere Brenda Zimmerman… es distinguir entre lo complicado y lo complejo. Es complicado, dice, enviar un cohete a la luna - requiere planos, matemáticas y mucha maquinaria cuidadosamente calibrada y mucha programación redactada por expertos. Criar a un niño, sin embargo, es complejo. Es desafiante y las matemáticas y los planos no te servirán para llevarla a cabo. Implantar una prótesis de cadera, dice, es complicado. Requiere personal bien formado y con experiencia, precisión y un equipo quirúrgico cuidadosamente calibrado. Dirigir un sistema de salud, por otro lado, es complejo. Está lleno de miles de partes y jugadores, todos los cuales deben actuar dentro de un ambiente fluido e impredecible. Para hacer funcionar un sistema que es complejo, no basta con tener las personas adecuadas y el equipo ideal. Se necesita un conjunto de principios simples que guíen y den forma al sistema. Por ejemplo: Enseñar a todo el mundo las mejores prácticas de los médicos que son realmente buenos en la implantación de una prótesis de cadera. "Nos seduce lo complicado…", dice Zimmerman. "Nos asombra y nos alejamos de la obligación que tenemos de formular preguntas simples, que es lo adecuado cuando nos enfrentamos a asuntos complejos".
Los científicos, cuyo trabajo es hacer descubrimientos demostrables, ven el reduccionismo (como)… la estrategia para encontrar puntos de entrada en sistemas que de otra manera serían impenetrables. Lo que interesa en definitiva a los científicos es la complejidad, no la simplicidad. El reduccionismo es la forma de entender la complejidad. El arte es el amor por la complejidad sin reduccionismo; la Ciencia es el amor por la complejidad con reduccionismo...
Edward O. Wilson, Consilience
La distinción entre problemas complicados o técnicos y problemas complejos tiene especial valor cuando nos enfrentamos a una epidemia. Una epidemia, como la mayoría de los problemas sociales es un problema complejo, no complicado. La distinción está bien recogida en las palabras de Zimmerman que he citado más arriba (y que se pueden encontrar desarrolladas en este trabajo con Glouberman de donde he sacado los dos cuadros que figuran en esta entrada. Esta entrada de Kling es muy útil y me he basado en ella en buena parte de esta entrada). La distinción la toma Kling de Jordan Greenhall que basa la distinción en que los sistemas complicados se definen “por un conjunto finito y delimitado – no cambiante – de posibles estados dinámicos”. Un sistema complejo no tiene delimitadas las variables relevantes de manera que los estados dinámicos posibles no son determinables, como dice Wheatley, el sistema complejo contiene “amplios elementos de ambigüedad e incertidumbre”.
En lo fundamental, complicado y complejo están en el mismo rango pero un cambio cuantitativo en las variables relevantes y las relaciones entre ellas convierte un problema complicado en un problema complejo. Del mismo modo que no podemos predecir la conducta humana a partir del estudio del funcionamiento de las neuronas y de los genes (y esa es la mejor justificación del libre albedrío que he leído), tampoco podemos predecir cómo se comportará un “sistema complejo” a partir de los elementos que lo forman. Quizá lo logremos algún día (esa es la esperanza reflejada por E. O. Wilson en la cita que precede a esta entrada), pero no en un futuro próximo. Por el contrario sí podemos hacerlo con un sistema “complicado”. Por eso es correcto decir que un Boeing 737 es complicado, educar a un niño es complejo.
Los problemas complicados o técnicos se abordan – y se pueden resolver – por expertos. Basta con aplicar suficiente trabajo e inteligencia, para abarcar todas las variables y todas las relaciones entre los elementos del sistema que influyen en los resultados. Entonces los llamamos problemas técnicos. Cuando los expertos no tienen en cuenta todas las variables relevantes y todas las interacciones entre todos los elementos del sistema, el avión, eventualmente, se estrella o el cohete explota en la maniobra de despegue. Los problemas de los sistemas técnicos acaban resolviéndose o desapareciendo. Los problemas complejos no. No pueden resolverse “técnicamente”.
El sistema más inteligente para tratar y – en su caso – resolver problemas complejos es, curiosamente, uno no inventado, es decir, uno que no es producto de una inteligencia: la Evolución vía selección natural. El coste es, naturalmente, brutal porque incluye la extinción de todos los sistemas biológicos no adaptados. El problema para los humanos es que no es fácil hacer “ingeniería inversa” con los sistemas biológicos y sociales, esto es, deducir de los sistemas biológicos y sociales que observamos hoy cómo resolvieron los problemas que se enfrentaban para reproducirse y sobrevivir generación tras generación en un entorno determinado a partir de sustancias químicas que llevan interactuando en la tierra unos cuatro mil millones de años es verdaderamente una tarea hercúlea.
¿Cómo deberíamos tratar los problemas sociales complejos? De lo que he dicho se deduce que los expertos no pueden resolverlos. Por eso es tan criticable que el Gobierno diga que las decisiones que ha tomado en relación con la pandemia se han tomado siguiendo el criterio de los expertos. La Ciencia no justifica la decisión de autorizar o prohibir una manifestación.
La gestión del SIDA por el gobierno brasileño como un problema complejo, no un problema técnico
Cuando nos enfrentamos a un problema complejo, lo que hay que hacer es comportarse de forma inteligente. Y aplicar reglas heurísticas. Hace algunos años leí la que sigo considerando la mejor definición de inteligencia: la inteligencia es una fuerza que maximiza las posibilidades de actuación del agente. Y Greenhall dice algo semejante cuando afirma que
“dado que los sistemas complejos cambian, y por definición cambian de forma inesperada, el único enfoque "mejor" es tratar de maximizar la capacidad del agente en general. En la complicación, uno se especializa. En complejidad, uno se vuelve más capaz en general”
Lo que alguien inteligente hará cuando se enfrente a un problema complejo es maximizar su capacidad/libertad de actuación para poder reaccionar rápidamente a la dinámica (a los cambios) en el sistema. Kling recuerda el caso de la Ciencia Económica. Los economistas que se creyeron que los modelos neoclásicos del comportamiento humano en sociedad reflejaban la realidad incurrieron en el error de entender como un problema técnico (intercambiar peras por manzanas) lo que es un problema complejo (la conducta del ser humano en sus intercambios económicos con otros seres humanos). Kling pone el ejemplo del cambio climático. Uno tiene la impresión de que, efectivamente, nuestro gobierno y en especial la ministra Ribera pretende enfrentar este problema como si fuera un problema técnico con lo que incurre en el gravísimo riesgo – amén de la escasa expertise que cabe atribuir a un gobierno como el español en estas materias – de empeorar la situación. A nadie en la NASA, dice Kling, se le ocurrió enviar un cohete tripulado a la luna sin haber resuelto el problema técnico – entre millones de problemas técnicos – de asegurar que el cohete alunizaría exactamente sobre la superficie lunar y no se pasaría o se quedaría corto: “Incluso si el «promedio» de los modelos decía que daríamos en el blanco, no creo que nos arriesgáramos a enviar a un humano en una nave espacial a la luna sobre esa base”. Pues bien, con el cambio climático, lo que tenemos son un montón de modelos cada uno de los cuales predice un estado del mundo en 10, 20 o 50 años. Dice Kling que a nadie en su sano juicio se le debería ocurrir formular y aplicar una política pública sobre el cambio climático basada igualmente en un “promedio” de lo que dicen todos los modelos.
Si alguien inteligente no aplica soluciones técnicas cuando se enfrenta a un problema complejo ¿qué ha de hacer? He dicho que lo que hace alguien inteligente es maximizar su libertad futura de acción. Dice Kling que lo que hace alguien inteligente es elaborar “planes de contingencia”. Un plan de contingencia “es un conjunto de procedimientos alternativos a la operatividad normal de una institución”.
El plan de contingencia es como un seguro. Es una forma de atesorar inteligencia cuando ésta es “barata” (cuando no hay una epidemia y por tanto los expertos pueden trabajar con tranquilidad) para “gastarla” cuando ésta es cara. La carestía deriva de que el gobernante habrá de tomar las decisiones de forma rápida y en un entorno en el que su libertad estará muy limitada – piensen sólo en que muchos otros gobiernos están buscando los mismos productos sanitarios –. Así, por ejemplo, tener reservas estratégicas de los principales antivirales y antibióticos (o de equipos de protección, o de capacidad de análisis clínicos) aumenta la libertad de acción del gobierno para el caso de que tenga que tratar a miles de enfermos a la vez. Cómo ha de organizarse esa reserva estratégica o cómo han de coordinarse los laboratorios clínicos con los hospitales son problemas técnicos. Esos problemas técnicos se analizan y se resuelven bien en tiempos de normalidad y mal en tiempos de tribulación. Tener un plan para transformar determinados hospitales en centros de atención exclusiva a los contagiados aumenta la libertad de los gobernantes para ampliar la capacidad del sistema para atender a los contagiados porque los problemas técnicos asociados a ese aumento de capacidad han sido resueltos en el plan de contingencia (v., este artículo de la HBR que repasa el caso italiano).
Los países de Extremo Oriente se han enfrentado con éxito a la epidemia porque sufrieron una semejante hace unos pocos años y contaban con un plan de contingencia. Hay países cuyos Estados son tan sólidos – Alemania – que cuentan con planes de contingencia para las epidemias. España carece absolutamente de un plan semejante. La ley de medidas especiales en materia de salud pública no es más que una ley habilitante al gobierno para adoptar las medidas que considere necesarias. Pero no es una maldición española la de no contar con planes de contingencia para escenarios “anormales”. Hay muchos ámbitos en los que existen planes de contingencia. Piénsese sólo en el sector de hidrocarburos y las medidas para asegurar el suministro en caso de guerras que provoquen desabastecimiento.
El plan de contingencia nos permite, igualmente, “ahorrar” en inteligencia de nuestros gobernantes. Podemos permitirnos el lujo de elegir a gobernantes poco inteligentes si tenemos planes de contingencia porque la inteligencia está atesorada en el plan. Pero si no hay plan de contingencia, la inteligencia de los gobernantes es el único recurso disponible. De ahí que los gobernantes debieran ser elegidos, ceteris paribus, entre personas muy inteligentes. Esto llevaría a repensar qué cualidades humanas permiten a alguien triunfar en la competición política y si entre éstas se encuentra, de forma sobresaliente, la inteligencia general. Porque ni siquiera es bastante que se rodee de los mejores técnicos si las decisiones que ha de tomar el político son decisiones, no sobre problemas técnicos, sino sobre problemas complejos. Véase el coste de oportunidad de basar la lucha política en la diversidad, la identidad, la inclusión y, en definitiva, en el sentimentalismo.
1 comentario:
Ilústreme, por favor, que estoy confuso de tanto confinamiento COVID–19:
¿Encontrar un gobernante o un catedrático inteligente es un asunto complicado , o complejo?
¿Es el jibarismo la puerta de entrada a la sabiduría por reduccionismo cerebral, o la forma de entender el mundo complejo?
¿Es el jibarismo la puerta de entrada a la sabiduría por reduccionismo cerebrla, o la forma de entender el mundo complejo?
¿Puede el jibarismo definirse como el amor por la complejidad con reduccionismo?
¿Ha escrito usted esto?:
«Hace algunos años leí la que sigo considerando la mejor definición de inteligencia: la inteligencia es una fuerza que maximiza las posibilidades de actuación del agente.»
Si es como me parece –salvo que mi inteligencia esté minimizada por el COVID–19–, el esoterismo de la caja de herramientas cognitivas del pensamiento complejo, ampliamente financiado en Mexico y otras colonias del Imperio, apenas distingue entre “inteligencia”, “fuerza” y “posibilidad”, de tal forma que maximiza, o minimiza, en el abierto más absoluto sin el más rudimentario sistema de referencia. Consecuentemente los ponderantes «máximo–mínimo» son tan subjetivos como difusos y arbitrarios como el misterio de la santísima trinidad…
Entiendo, pues que el autor del post debe ser un referente de maximización de esa fuerza de inteligencia, y el presidente del gobierno un ejemplar de mínimo subprime… ¿correcto?
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