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martes, 3 de enero de 2017

Competencia y cooperación entre las élites en las sociedades modernas con una coda sobre la idea más importante del mundo después de la de la evolución

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Pseudoerasmus mantiene una animada discusión con Peter Turchin (y réplica aquí y observaciones adicionales aquí) acerca de cómo se desarrollan y con qué efectos las relaciones (de competencia o de cooperación/colusión) entre los miembros de las élites en las sociedades modernas. La discusión tiene interés para los juristas porque tiene mucho que ver con el Derecho de la Competencia, el cumplimiento normativo y el capitalismo clientelar.

Para este autor, Turchin está equivocado porque no tiene en cuenta la diferencia entre sociedades tradicionales en las que no hay crecimiento económico y sociedades modernas en las que sí lo hay. Pseudoerasmus, pues, considera que las relaciones entre los miembros de la élite en las sociedades modernas son relaciones más de cooperación – colusión, puesto que es cooperación en perjuicio de terceros que no participan en la “negociación” – que de competencia. Las élites modernas cooperan entre sí para maximizar la parte de los resultados del crecimiento (de la producción total de la Sociedad) de la que pueden apoderarse.

El modelo de Turchin funciona mejor, sin embargo, en sociedades agrarias “en las que adquirir tierras y trabajar para el gobierno son básicamente las únicas vías para obtener estatus social”. En las sociedades agrarias tradicionales, las élites se apoderan de una parte de la producción agrícola bien porque sean los propietarios de las tierras, bien porque puedan gravar a los agricultores: “cuando hay una crisis demográfica, esto es, cuando la relación tierra/agricultores cae” (y, por tanto, la mano de obra no es “escasa” sino que es la tierra lo que escasea), “la miseria se extiende y los ingresos de la élite también caen”, de manera que la élite tiene que aumentar la coacción para mantener su nivel de ingresos y su estilo de vida. Pero claro, eso lo que provoca es que el “pueblo” vea reducido su nivel de vida (que puede estar ya en niveles de subsistencia física) con lo que se reducirá la población bien por inanición bien porque parte de la población se desplace hacia otras zonas donde el grado de extracción por parte de las élites sea menor. De manera que, en situaciones extremas “sólo hay una forma para las élites para preservar su nivel de ingresos: apropiarse de los ingresos de otros miembros de la élite”. Se abre, pues, la formación de coaliciones entre miembros de la élite y episodios de guerra entre las distintas coaliciones o, en otros términos, inestabilidad política y caida y auge periódico de Estados. En ese escenario, dice Pseudoerasmus, es en el que el modelo de Turchin (competencia, no cooperación) sirve para explicar las dinámicas sociales: “este modelo se corresponde con muchos casos históricos, como explica Turchin en su libro Secular Cycles”.

Pero explicar la dinámica de las élites en términos de competencia “no tiene sentido en las sociedades industriales modernas”. ¿Por qué? Dice Pseudoerasmus que en las sociedades modernas la riqueza no es fija. Desde la Revolución Industrial, las economías crecen de forma estable entre un 1 y un 2 % al año. Dado que buena parte de la riqueza que se crea la retienen las élites sociales, sus miembros tienen menos incentivos para competir entre sí por apoderarse de los ingresos y la riqueza de los otros miembros de la élite y tiene muchos más incentivos para cooperar en la conservación del statu quo que les permite apoderarse de una fracción importante de la nueva riqueza generada.

Es más, dice Pseudoerasmus que si los miembros de la élite saben lo que les conviene, comprenderán que deben cooperar entre sí. Como hemos dicho, para mantener el statu quo que les ha convertido en élites en primer lugar: han de cooperar para asegurarse de que seguirán siendo élite, que seguirán llevándose la parte más grande del pastel social y, de ser posible, toda la nueva riqueza creada por el sistema económico y que podrán hacer frente a los otros grupos sociales que pretendan (los trabajadores por ejemplo) alterar las reglas de reparto, para lo que obtener el control del Estado es muy importante lo que, de nuevo, exige que todos los miembros de la élite cooperen.

En otros términos, si la supervivencia/bienestar individual de cada miembro de la élite se debe, de forma importante, a que uno es miembro de la élite, todos los miembros de la élite comprenderán que el resultado más adverso es que desaparezca la élite o ser expulsado de la élite y para evitar tales resultados, la conducta racional es la de cooperar con todos los demás miembros de la élite y hacerlo en perjuicio de los que no forman parte de la élite, esto es, restringiendo el acceso a la élite o, en términos jurídicos, llegando a pactos colusorios.  

De forma explícita como observamos en el caso de las conductas prohibidas por el Derecho de la Competencia (cárteles, monopolios, concentración de empresas que reducen significativamente la competencia etc) y, a través de la influencia sobre los gobiernos, para que se pongan en práctica las regulaciones que favorezcan el mantenimiento del status quo e impidan el acceso de cualquiera a las ganancias derivadas del crecimiento económico. Por eso, dice Pseudoerasmus que “la captura del regulador y las actividades de captura de rentas son en nuestros días conductas cooperativas, conspiraciones – en el sentido de acuerdos entre malhechores – para falsear las reglas e incrementar los márgenes”. Pero esas actividades requieren cooperación entre los malhechores. Y, añade Pseudoerasmus, “comparado con el aumento de la concentración monopolística, las peleas entre élites políticas respecto de Trump o del Brexit son peccata minuta”.

Conforme el sistema económico se sofistica, las relaciones de cooperación se intensifican incluso a pesar de la existencia de reglas jurídicas que prohíben la cooperación. Lo observamos en algunas evoluciones recientes. Dice Pseudoerasmus que “los dueños de una compañía de móviles no tienen que competir con los de otra si pueden cooperar para hacer lobby frente al gobierno” y extraer de la regulación márgenes más grandes y más seguros a costa del público que utiliza los teléfonos. A esta evolución se refería The Economist no hace mucho y explica, por ejemplo, el cambio de conducta de los grandes inversores institucionales en lo que a cómo colocan sus inversiones cuando su volumen es tan grande que no pueden arriesgarse a “apostar” por la competencia, esto es, a apostar porque uno de los oligopolistas en cualquier sector será el que gane en la lucha competitiva. Mejor apostar por todos e inducir a los oligopolistas a cooperar en lugar de competir. También explica – nos dice Pseudoerasmus – que las políticas públicas en los EE.UU. reflejen las preferencias de los más ricos. “Esto no es competencia intraélites. Esto es cooperación entre los miembros de la élite para capturar al regulador y dominar la política”. Como decía Pío Cabanillas tras las elecciones, "hemos ganado, no sé quien, pero hemos ganado". Goldman Sachs siempre gana, esté un republicano o un demócrata en la Casa Blanca.

No asistimos, pues, dice Pseudoerasmus, como pretende Turchin, a un proceso de fragmentación de las élites. Los argumentos de Turchin se basan en la distribución bimodal de los ingresos de los abogados (esto es, que hay unos pocos abogados que ganan muchísimo y muchísimos abogados que ganan muy poco) y en la creciente polarización de la política. Pero hay mejores explicaciones para ambos fenómenos que los de la fragmentación. En el caso de los abogados, ya Adam Smith explicó que la distribución extremadamente desigual de los ingresos entre ellos es la única forma de asegurarnos que algunos de los más brillantes miembros de la sociedad se dedicarán a la abogacía. Un premio enorme sólo puede atribuirse a unos pocos. Si se distribuye igualitariamente, deja de ser el “gordo”. Las señales de cooperación y unidad entre las élites – continúa Pseudoerasmus – son ubicuas y más potentes que las de fragmentación.

La conclusión se puede compartir: si una Sociedad se estanca económicamente y se estanca por períodos largos de tiempo, la dinámica que describe Turchin – fragmentación de las élites – puede volver a aparecer. Así ocurre, dice Pseudoerasmus en algunos países africanos o en el mundo árabe, donde observamos que las guerras civiles “vinieron precedidas de una amplia expansión de las capas educadas de la población a la vez que se ralentizó o se estancó el crecimiento económico”.

Si se examina la cuestión en términos más amplios que los estrictamente económicos (riqueza individual de un miembro de la élite), la conclusión no varía. En las sociedades modernas, las posibilidades de obtener estatus social se han ampliado. Uno puede ser miembro de la élite sin pertenecer al 1 % más rico o de más ingresos. Este estudio muestra cómo el 1 % más inteligente desarrolla vidas exitosas en formas diferentes a la mera acumulación de riqueza. Cuanto más abierta sea una Sociedad, mayores son las posibilidades de formar parte de alguna élite. “Justin Bieber con treinta millones de seguidores en twitter tiene más estatus social que “un senador de Nebraska” dice Pseudoerasmus. En otros términos, en las sociedades modernas, los puestos o posiciones sociales que proporcionan estatus de élite no existen en números fijos ni son inamovibles. Por el contrario “el estatus social en las sociedades agrarias lo confieren un número determinado de puestos públicos y el tamaño de las parcelas de tierra que se le asignen a cada uno”. Una sociedad que crece económicamente es un buen proxy de una sociedad abierta y en una sociedad abierta, en la que hay movilidad e innovación, las actividades y las cualidades que permiten obtener estatus social y acceso a bienes escasos son variadas, variables y cambiantes.
“las sociedades agrarias no tienen las mismas dinámicas sociales que las sociedades industriales modernas. La competencia por los puestos públicos no tienen la misma importancia o saliencia para las élites que tenían para las élites en las sociedades tradicionales. El cursus honorum es solo una de las opciones a disposición de los aspirantes a formar parte de la élite para satisfacer sus ansias de alcanzar un elevado estatus social”
 

Juegos suma cero y juegos de suma positiva


I think it’s a ready ability for us to see the world in zero-sum terms and I don’t think it takes very much to push people into zero-sum thinking

Lo que sugiere la discusión entre Turchin y Pseudoerasmus es que la idea más esencial para entender las dinámicas sociales y explicar las relaciones entre los miembros de un grupo es la de la conciencia de si los “juegos” – las interacciones – son juegos de suma positiva o juegos suma cero. Si los miembros del grupo son conscientes de que el juego al que juegan es de suma positiva, se generarán conductas cooperativas. Si el juego es – o los participantes creen que es – de suma cero, se generarán conductas competitivas. De manera que la existencia de juegos de suma positiva y la conciencia de que las interacciones entre los miembros del grupo configuran un juego de suma positiva constituye la condición necesaria y suficiente para que florezca la cooperación y se reduzca la competencia.

Naturalmente, las conductas cooperativas solo serán completas (sólo existirán conductas cooperativas) en entornos mucho más exigentes que la simple conciencia de que el juego social es un juego de suma positiva puesto que los individuos pueden hacerse con una parte del pastel de mayor tamaño compitiendo por el pastel si es capaz de dominar a los otros jugadores que la que le correspondería si todos cooperasen para hacer el pastel mas grande y repartírselo igualitariamente. Pero en la medida en que no haya grandes diferencias de “poder” entre los individuos y que ninguno de ellos pueda ganar el juego competitivo de forma permanente, los incentivos para la cooperación aumentan. Lo maravilloso del mecanismo de mercado y de su extensión en las sociedades modernas es que ha minimizado los requisitos de las conductas cooperativas: para incrementar las ganancias para todos de los juegos de suma positiva no hace falta, en el mercado, sacrificar el propio interés. Basta con abstenerse de usar la violencia y el engaño.  

Las élites, diríamos, en las sociedades modernas, han comprendido que los juegos sociales son juegos de suma positiva, no juegos suma cero de manera que se da, en las sociedades modernas, el requisito fundamental para el florecimiento de la cooperación: hacer la tarta más grande es la mejor opción para aumentar la riqueza y los ingresos individuales en comparación con la opción de apoderarse de la riqueza y los ingresos de otros si todos los miembros de la élite son semejantes en cuanto a sus posibilidades de ganar en una pelea de unos contra otros. Así pues, Pseudoerasmus lleva la razón: intuitivamente, en un mundo de juegos de suma positiva, los individuos que formen un grupo cooperarán en lugar de competir para hacerse con las ganancias del juego. Es el derecho de los otros grupos el de impedir esa cooperación y obligar a los que por suerte o nacimiento están mejor posicionados para apropiarse de una parte mayor de los frutos de la cooperación social a que no coludan (cooperen) en perjuicio de los que están peor posicionados por la suerte o el nacimiento.

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