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“Las personas expuesta a una guerra tiende a comportarse de forma más cooperativa y altruista (conductas prosociales) en la postguerra”
Según este metaestudio,
“No hay diferencia sistemática (en el aumento de las conductas prosociales)… entre hombres y mujeres, niños y adultos… y los resultados son semejantes para víctimas y para los perpetradores de la violencia”… los resultados empíricos apuntan hacia la idea de que la violencia bélica influye en las preferencias sociales de los individuos y en su adhesión a las normas sociales existentes”
pero que esas normas son las del grupo – la tribu no las de la moralidad universal. Estos estudios se ocupan de la cooperación intragrupo, esto es, entre los miembros del grupo que sufrió la violencia, no de la cooperación con otros grupos. Parece que – solo son experimentos – el aumento de la cooperación intragrupo podría ir acompañado de un aumento del antagonismo respecto de los miembros de otros grupos.
El caso más estudiado es el de Sierra Leona (1991-2002), conflicto que mató a 50.000 personas y desplazó a 2 millones, la mitad de la población. Hubo decenas de miles de violaciones. Pero, tras terminar el conflicto, el país se ha recuperado y ha crecido rápidamente. La conclusión de los tres estudios es que “la exposición a la violencia generada por la guerra está asociada con un aumento de la participación social y con más conducta prosocial”. Los que habían sufrido personalmente o en su familia la violencia generada por la guerra eran menos egoistas – en juegos que evalúan el altruismo – y más aversos a la desigualdad respecto de otros miembros del grupo (recuérdese, los humanos somos generosos e igualitarios en relación con los que consideramos ser parte del “nosotros” pero somos egoístas y pendencieros con los que consideramos “ellos”. El avance de la Humanidad consiste, precisamente, en hacer cada vez más inclusivo el “nosotros” y lo que los populistas y nacionalistas hacen consiste, justamente en lo contrario, hacer más pequeño el “nosotros” para que haya un “ellos” que pueda galvanizar al “nosotros”.
El caso de una guerra estrictamente civil estudiado es el de Tajikistan (1992/97), donde las extrañas coaliciones entre grupos (comunistas – reformadores) hizo que, como en España, hubiera enfrentamientos violentos entre vecinos. El resultado del estudio es que la guerra civil redujo la confianza entre los miembros de un mismo grupo de personas, esto es, entre vecinos de un mismo pueblo, pero tal pérdida de confianza fue muy heterogénea “y dependía d la naturaleza del conflicto en el seno de las comunidades locales… lo que indicaba que la exposición a la violencia redujo la conducta cooperativa cuando la gente pensaba podría interactuar con miembros de un grupo rival durante el conflicto” y un aumento de la cooperación entre los que estuvieron en el mismo bando cuando la gente podía elegir con quien asociarse tras la guerra, lo que confirma la idea del aumento de cooperación entre los que pertenecían al mismo grupo (a los que lucharon en el mismo bando).
Los resultados del metaestudio se explicarían, según los autores, en primer lugar, porque, tras un conflicto violento, la gente asigna un mayor valor a la seguridad que proporciona la pertenencia al grupo, lo que hace preferible invertir en “capital social”. La mejor forma de proteger los propios bienes es poder contar con los vecinos para obtener protección recíproca.
Michal Bauer, Christopher Blattman, Julie Chytilová, Joseph Henrich, Edward Miguel, and Tamar Mitts, Can War Foster Cooperation? Forthcoming in Journal of Economic Perspectives
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