lunes, 16 de enero de 2017

El reparto equitativo de la comida y el origen de la moralidad

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“Podemos conducir todos por la derecha o por la izquierda o podemos hacerlo aleatoriamente entre izquierda y derecha. La evolución cultural eliminará la última opción pero no hay nada que justifique favorecer una u otra de las dos primeras alternativas”

¿Podemos calificar de “justa” o “injusta” o de una más justa que la otra la regla que determina si circulamos por la derecha o por la izquierda? No. Lo único importante es que exista una regla que sea cumplida generalizadamente para evitar accidentes pero su contenido (circular por la derecha o por la izquierda) es irrelevante moralmente. Es decir, necesitamos la regla para evitar que estalle un conflicto cada vez que se da la situación que resuelve la aplicación de la regla porque esos conflictos acabarían con el grupo.

Dice Binmore (Bargaining and fairness, 2014) que el sentido de la justicia (fairness) en los humanos tuvo que nacer de las reglas sociales para repartirse la comida (de ahí nuestra insistencia en que las reglas morales en el seno de un grupo son distintas de las reglas morales que rigen los intercambios en un mercado). Cuando se trata de repartirse la comida, el objetivo es maximizar las posibilidades de supervivencia de cada uno de los miembros del grupo (como el objetivo de la regla de circular por la derecha o la izquierda es maximizar la supervivencia individual de los que circulan minimizando la posibilidad de choques entre los que circulan). Esto es importante. Como dice Binmore
“acuerdos implícitos que permiten coordinarse a los miembros de un grupo pueden generar altos niveles de cooperación entre una población de egoístas”.
Los egoístas que saben que estarán junto a los demás miembros en el futuro y que las interacciones se repetirán y que tendrán determinadas características (cazaré mañana pero no pasado mañana) se convierten en “altruistas recíprocos” o, mejor, mutualistas, y, con tiempo suficiente y mutaciones genéticas mediantes, en altruistas recíprocos genéticamente condicionados. No es extraño, pues, que la producción en común es suficiente para explicar el incremento de la cooperación si la obtención del “premio” requiere de la contribución de todos.

Y es evidente que una regla que establezca el reparto de lo cazado u obtenido por cada miembro del grupo entre todos los miembros del grupo garantiza (asegura) la supervivencia de todos en mayor medida que una regla que estableciera que “you eat what you kill” (¿será exitoso un despacho de abogados que reparta los beneficios entre los socios en función de la facturación individual?) si lo normal es que exista varianza en la cantidad de alimento que se obtiene individualmente cada día. Habrá días en los que un individuo no obtenga ningún alimento y días en que obtenga más de lo que puede consumir. En definitiva, la regla de reparto equitativo no es una regla que resuelva un problema moral sino un problema de coordinación entre los individuos que forman un grupo tal que se maximicen las posibilidades de supervivencia individual de cada uno de los miembros del grupo. Para maximizar estas posibilidades, los miembros del grupo han de coordinar su conducta, proporcionar a los individuos los incentivos adecuados para que contribuyan a producir y para que repartan lo obtenido con los demás. Incentivos y sanciones para los que incumplan las reglas que optimizan la coordinación.

Hay una historia fantástica sobre los festines que se daban los cazadores-recolectores cuando, mediante estrategias de caza que consistían en conducir a los rebaños de animales hasta un callejón sin salida donde los aseteaban, conseguían más comida de la que podían comer y almacenar y otra acerca de cómo invitar a todo el mundo a un festín semejante era una forma de “alquilar” neveras para la comida sobrante. El anfitrión de esos festines podía contar con ser invitado a otros semejantes en el futuro y la alternativa era desperdiciar ese exceso de alimentos que había obtenido.

Cuanto más contribuyan a la supervivencia individual y más antiguas sean las reglas de coordinación en la evolución humana, más posibilidades hay de que hayan pasado a formar parte de nuestra genética vía su conversión en reglas heurísticas o instintivas. Por ejemplo, las conductas heroicas no necesitan explicarse como conductas racionalmente altruistas. Son conductas que favorecerían, en sus orígenes a la prole del héroe pero, siendo así, su antigüedad en la evolución humana llevaría a que se “incorporaran” al comportamiento instintivo – heurístico – de los humanos si esas conductas favorecían sistemáticamente la supervivencia de la prole de los héroes.

Cómo pudo evolucionar la regla y extenderse en las poblaciones humanas lo explica de este modo Binmore:
“supóngase que muchas sociedades de pequeño tamaño actúan de acuerdo con dos normas sociales A y B. Si A es más eficiente y los resultados mejoran la adaptación al medio (fitness), la sociedad que aplica la regla A crecerá más rápidamente. Supóngase también que las poblaciones que crecen resuelven los problemas que genera el crecimiento dividiéndose en colonias que heredarán la regla social de la metrópoli de la que se desgajaron. En tal caso, lo que veremos es que progresivamente, la regla A será la practicada por la mayor parte de las sociedades existentes”.
Para poder hacer juicios sobre la regla preferible debemos poder colocarnos en la posición de los demás, es decir, imaginarnos qué pasaría con nosotros si se aplicase la regla y no pudiéramos elegir nuestra posición bajo la vigencia de esa regla (velo de la ignorancia). Dice Binmore que los estudios antropológicos demuestran que hay una regla universal que aplican todas las sociedades de cazadores-recolectores que han llegado a nuestra época (y, por tanto, que no han desaparecido): “todas operan bajo arreglos que implican la ausencia de jefes o de distinciones sociales y en los que la alimentación, especialmente la carne se distribuye igualitariamente” (¿por qué la carne?: por su alto contenido en proteínas).

Los trabajos de esta psicóloga Preston, S. D. (2013, March 4). The origins of altruism in offspring care. Psychological Bulletin, 139(6), 1305-1341 explican que el instinto para reaccionar “como un héroe” y lanzarse a salvar a alguien que se está ahogando o a reducir a un terrorista en un tren pueden constituir conductas somatizadas, esto es, instintivas que tuvieron su origen en los incentivos de los padres para cuidar de sus hijos. Padres que auxiliaban a sus hijos cuando estos se encontraban en peligro (lo que detectaban por sus gritos) tendrían más probabilidades de pasar sus genes a la siguiente generación porque sus hijos llegarían a la edad adulta en mayor medida que los de unos padres que no acudieran al auxilio de sus crías en situaciones peligrosas. La regla (“atiende a tus hijos cuando los oigas gritar”) se puedo insertar en nuestro comportamiento instintivo y extenderse en beneficio de crías que no son las nuestras si, normalmente – porque vivimos en grupos de individuos relacionados entre sí por parentesco, los gritos de auxilio proceden de un individuo con el que estamos relacionados genéticamente y, por tanto, provocando la misma reacción de ayudar cuando el que pide auxilio no es un pariente. De manera que el comportamiento altruista no necesita de una relación de parentesco entre el samaritano y el viajero asaltado por los ladrones para explicar por qué nos comportamos como buenos samaritanos.
Y, añade Binmore,
“los estudios antropológicos indican que tenemos una disposición determinada genéticamente a usar normas equitativas que continúan siendo aplicadas en el tiempo ocultas bajo capas y capas de normas culturales que acompañaron la revolución agrícola y el subsiguiente progreso hacia las economías modernas… la evolución puede resolver el problema de asegurar el cumplimiento de las normas incluso entre animales que no están relacionados genéticamente por relaciones de parentesco si interactúan juntos repetidamente …si la Naturaleza nos dotó de mecanismos para resolver los problemas de aseguramiento que surgen cuando se comparte la comida de forma racional, también nos proporcionó los mecanismos físicos necesarios para operar en la posición original de Rawls”
O sea que la teoría de la justicia Rawlsiana puede argumentarse también desde la evolución. Y lo que es más sugerente. La capacidad de los grupos de asegurar los riesgos a los que se ven sometidos los individuos es, probablemente, la explicación más potente de nuestra enorme capacidad para cooperar y que esta capacidad la hayamos convertido en una regla instintiva de comportamiento.

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