sábado, 26 de diciembre de 2020

El valor de la intimidad y el desajuste evolutivo en su manejo


Un desajuste evolutivo se produce cuando un rasgo de conducta – no tener miedo – que es beneficioso en un entorno determinado, se vuelve perjudicial para la supervivencia de los individuos de una especie cuando el entorno cambia – se introducen mamíferos en la isla donde viven los pájaros que no tienen miedo –.

En los últimos tiempos se dice que internet ha provocado una paradoja de la intimidad (decimos que nos preocupa preservar nuestra intimidad pero actuamos desvelando nuestros secretos). Solove no está de acuerdo y afirma, con razón quizá, que no hay tal paradoja en el sentido de que una cosa es “decir” en cuanto valoramos nuestra intimidad – en términos generales – y otra cosa es enfrentarse a una situación concreta en la que ha de valorarse el riesgo que una determinada conducta supone para los bienes y valores que se protegen a través de la preservación de nuestra intimidad. De lo que la gente hace en un contexto determinado no se puede generalizar lo que la gente prefiere en general respecto de esa elección. Y la gente, cuando “actúa” valora el resultado que cabe esperar de su conducta, esto es, valora el riesgo de que de su conducta resulte un daño. No se puede preguntar a la gente cuánto valora su intimidad en general para luego comprobar que cede sus datos alegremente y deducir que se está comportando incoherentemente. La clave es si la gente cede sus datos cuando tal cesión le provoca, con cierta probabilidad, un daño y los estudios a base de encuestas no permiten deducir tal resultado. “La gente cede sus datos a una tienda on line, no porque no valore su intimidad, sino porque no cree que el tendero los usará para causarles daño” y, por tanto, está dispuesto a cederlos a cambio de una pequeña ventaja económica.

La intimidad, sin embargo, no se trata sólo de guardar secretos. Cuando la gente desea privacidad, no se trata de ocultar su información a todo el mundo, sino de compartirla de forma selectiva y asegurarse de que no se utiliza de forma dañina.

La protección de la intimidad es de un enorme valor social. Como dice Solove, no es concebible una sociedad libre sin una intensa protección de la intimidad (Die Gedanken sind frei y acuérdense de Kant y la mentira) pero incluso en las sociedades modernas, no es concebible la libertad individual si la gente tuviera que dar explicaciones de lo que hace y por qué lo hace. Una forma de evitar tener-que-dar-explicaciones es preservar un espacio íntimo al que solo se accede por terceros con permiso del individuo.

Exista o no la paradoja de la intimidad, la tesis de los autores consiste en afirmar que la paradoja de la intimidad ( se produce porque el entorno digital es muy diferente del entorno físico en el que se formó nuestra psicología. Seguimos queriendo protegernos frente a las amenazas, aprovechar las ventajas de la interacción social y, para ello, proteger nuestra reputación pero los “signos” que en el pasado nos advertían de la existencia de una amenaza física, para nuestros bienes o para nuestra reputación se diluyen en un mundo de telecomunicaciones e interacciones sociales que no son cara a cara: “la reacción visceral cuando nos damos cuenta de que un extraño está leyendo un texto que escribimos por encima del hombro está ausente cuando compartimos esa misma información en internet”. Nuestro cerebro cree que “estamos solos”, no detectamos las señales que llevarían a nuestro cerebro a intuir que nuestra intimidad está en riesgo de modo que desvelamos esa información despreocupadamente.

Como se refleja en la figura, hay tres aspectos en este desajuste evolutivo.

El primero se produce en la psicología de la propiedad”. Los humanos han desarrollado una psicología de la propiedad para gestionar los conflictos sobre los bienes tales como territorios o comida. La idea de propiedad es abstracta – la de posesión es concreta – y como “nuestras cosas” forman parte de nuestra identidad, nuestras intuiciones sobre lo que es íntimo se extiende no sólo a nuestro cuerpo, sino también al “territorio, a nuestras posesiones e incluso a la propiedad intelectual”. El problema con el mundo digital es que los indicios que nos permitían saber a bajo coste quién es el dueño de qué no existen. Ni la posesión, ni la contribución a su creación (recuérdese que los modos originarios de adquisición de la propiedad son la ocupación – el primer poseedor – y la creación – para la llamada “propiedad intelectual”) son “visibles” en el mundo digital: “Por ejemplo, cuando alguien usa una aplicación GPS, ¿quién es el primer poseedor de los datos de localización de una persona? ¿El usuario o el dueño de la aplicación?”

El segundo se produce en el espacio personal, esto es, en la separación entre uno y los demás miembros del grupo social. La distancia social (¡) reduce los conflictos y proporciona “una intimidad física que ayuda a regular el stress y la emoción”. Podemos “relajarnos”, digamos. Todas las indicaciones de la presencia de otros próximos a uno desaparecen en el mundo digital. Twitter:

Al cambiar una audiencia observable por una imaginaria, los individuos pierden un complejo conjunto de indicaciones de respuesta social que utilizarían de manera típica y reflexiva para guiar su comportamiento autorrevelador hacia aquellos que se perciben como receptivos o amistosos, y alejarse de aquellos que se perciben como no receptivos u hostiles. En consecuencia, es más probable que se produzca un tweet desafortunado a altas horas de la noche cuando nos enfrentamos a una pantalla estática en lugar de a miles de espectadores expresivos. Sin la interacción cara a cara, las redes sociales no nos permiten registrar emocionalmente detonantes fiables de amenazas sociales potenciales, como el hacinamiento o la sobreestimulación. A su vez, no logramos reducir nuestra exposición interpersonal--quizás la forma más básica de protección de la privacidad.

El tercero se produce en relación con la preocupación por nuestra reputación. En seres ultrasociales como los humanos, lo que los demás piensen de uno es crucial para la supervivencia y el florecimiento individual. Ser preferido como compañero de caza, de sexo o de juegos determina las probabilidades de reproducción y de acceso a los bienes tales como alimento y cuidados. La evolución ha proporcionado a los humanos una “psicología de gestión de la reputación compleja”. Esa preocupación no está ausente en el mundo digital. Sabemos que estamos siendo observados y adoptamos medidas para proteger nuestra reputación pero internet está evolucionando – internet de las cosas – de forma que esas señales de que-estamos-siendo-observados resultan cada vez menos transparentes. Uno no está preparado para que su lavadora o su nevera “le observen”.

Los autores concluyen con un consejo muy sensato. Dejemos de preocuparnos por alinear las preferencias de los usuarios con su conducta. Los desajustes evolutivos no tienen arreglo “educativo” o “informativo”. La gente no va a consumir menos grasa o menos azúcar porque le expliques que el gusto por la grasa o el azúcar era adaptativo en un entorno de subsistencia donde la comida rica en calorías era escasa pero es contraproducente en un entorno en que la comida es abundante. Tratemos, más bien, de “mitigar las consecuencias negativas de la conducta descuidada de la gente en relación con su intimidad”, es decir, protejamos a la gente frente al daño.

Este consejo es tan sensato que debería extenderse a cualquier política de protección de los consumidores. Prohibamos las conductas que dañan a los consumidores y establezcamos sanciones disuasorias, incluidas las penales. Y, como sugiere Solove, permitamos a los consumidores “arrepentirse”, esto es, controlar sus datos retirando los permisos o las cesiones efectuadas en el pasado – como hace, en general, la legislación de protección de datos – y obliguemos a las organizaciones que recopilan los datos a utilizarlos de acuerdo con las expectativas razonables de los que suministran esos datos. Es decir, centremos la regulación en la “arquitectura de la economía de los datos personales: recopilación, uso almacenamiento y transmisión”. Pero no prohibamos conductas que aunque no se correspondan con las deseables en un mundo perfecto, tengan aspectos valiosos para el crecimiento económico y para el bienestar social (la utilización de datos anonimizados, por ejemplo).

Azim Shariff/ Joe Green/ William Jettinghoff, The Privacy Mismatch: Evolved Intuitions in a Digital World, November 2020

1 comentario:

Pepe LR dijo...

Interesantísimo. Gracias por compartirlo.

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