El libro es de 2012 y no es el que más nos ha gustado de Zingales. Pero es inteligente, entretenido y recomendable para ciudadanos tan anticapitalistas como los españoles. Las razones que han debilitado el apoyo al capitalismo en EE.UU. son especialmente aplicables a España donde el capitalismo de “libre acceso” apenas ha existido históricamente y donde, en la actualidad, el capitalismo de compadres parece reforzarse. El problema de España, en este sentido, no es que hayamos tenido una izquierda anticapitalista, sino que hemos tenido una derecha anticapitalista que se ha coaligado con los grupos de presión formados por los sectores económicos que más beneficios podían obtener del control de las decisiones políticas.
El punto de partida de Zingales, ya recogido en otros trabajos suyos, es que el capitalismo en los EE.UU tiene rasgos diferenciales que han elevado su legitimidad haciendo buena su calificación como un capitalismo popular. Porque el poder de las grandes compañías, del sector financiero y de los que tienen relaciones particulares y estrechas con el poder político ha podido mantenerse bajo control gracias a que los EE.UU tienen un constitución muy democrática, a la industrialización, a la competencia entre Estados consecuencia del federalismo y a la inmigración externa e interna (hacia el Oeste), de modo que la riqueza no se obtenía por la cercanía al poder político, sino por el éxito empresarial, esto es, gracias a la habilidad para satisfacer las necesidades de los consumidores.
El profundo sentimiento popular anti “Wall Street” se debe, precisamente, a que el poder financiero tiende a la concentración, de ahí que la legislación histórica norteamericana separase la banca comercial de la de inversiones y limitase el crecimiento de las entidades bancarias. “Tal es el poder de la competencia en el mercado que transforma incluso al Estado… en un instrumento para el pueblo”. En sentido contrario, “el poder de mercado – el monopolio – puede transformar las empresas privadas en una forma destructiva de Leviatán”.
La importancia del federalismo para controlar el poder de las empresas y el de los políticos deriva de que genera una competencia entre Estados que se intensifica por la movilidad de los ciudadanos. Dice Zingales que las empresas pueden controlar un Estado, pero una empresa, por muy grande que sea, no puede controlar todos los Estados. Por ejemplo, la regulación financiera restrictiva se produjo como una reacción de los Estados occidentales de los EE.UU. frente al excesivo poder de los bancos de Nueva York. La legislación de Nueva York favorecía a sus bancos, pero los demás Estados no tenían interés alguno en el bienestar de los bancos de Nueva York, por lo que estaban dispuestos a poner en vigor legislación que perjudicara a éstos en beneficio de sus propios ciudadanos. Este razonamiento es aplicable al Derecho Europeo y explica los efectos benéficos y limitadores del capitalismo de compadres que ha tenido sobre el Derecho nacional español o italiano. Las grandes empresas españolas – financieras y de sectores regulados – tienen más influencia sobre el legislador español que sobre el legislador europeo. En Europa, la diversidad de estructura económica de los distintos países reduce el riesgo de captura aunque incrementa el de “acuerdos transaccionales” muy ineficientes.
El capitalismo como mecanismo de reparto de recompensas
Zingales defiende, en detalle, las ventajas del capitalismo como sistema “meritocrático” de asignación de recompensas, de manera que el apoyo popular al capitalismo debería reforzar el apoyo a sistemas meritocráticos y viceversa. Según Zingales, el capitalismo es meritocrático porque los mercados son más difíciles de manipular que otros sistemas de reparto de recompensas (por el carácter descentralizado de la evaluación de los méritos de los productos por los consumidores); porque su eficiencia para descubrir los costes de producir y porque asigna la producción a los que pueden hacerlo a menor coste y porque es relativamente equitativo en cuanto determina la recompensa en función de las preferencias de los consumidores, es decir, según el criterio “popular” y no el de unas élites cualesquiera que sean éstas.
La compatibilidad del capitalismo con la democracia
la plantea en relación con este reparto de recompensas. El capitalismo conduce a que (i) todos tengan la oportunidad de hacerse ricos y (ii) todos puedan alcanzar un nivel de vida mínimo pero (iii) sólo algunos reciben los grandes premios en forma de enormes riquezas. Ex ante (velo de la ignorancia) la mayoría o la generalidad votaría a favor de un sistema que limite las ganancias que entregan a los que tienen más mérito porque no saben si van a estar entre esa minoría y porque no puede evitarse la consideración de que una parte de esas ganancias son resultado de la suerte y no del trabajo intenso (véanse los argumentos de Piketty sobre las causas de la creciente desigualdad dentro de los países occidentales, especialmente de los EEUU). La legitimidad más potente del capitalismo es su enorme efectividad para crear riqueza, lo que es suficiente para convencer a todos de los puntos (i) y (ii), e históricamente supuso un avance enorme respecto del sistema de atribución de recompensas del Antiguo Régimen, donde el nacimiento determinaba la posición – difícilmente modificable – de las personas en la Sociedad y en el disfrute de los bienes y derechos.
¿Es coherente el capitalismo con lo que sabemos de la naturaleza humana? “Cuando tu vida está en peligro, hay enormes beneficios de poder escoger de acuerdo con el mérito, en lugar de elegir sobre la base de la lealtad”. Salvo que lo que te salve la vida sea la lealtad del elegido, en cuyo caso, el criterio de la lealtad se extiende, como ocurre en la selección de los cargos públicos. El gobierno tiene incentivos para elegir, no a los más competentes, sino a los más obedientes. De ahí la dificultad para que la meritocracia predomine en los nombramientos realizados por los políticos.
El premium al más talentoso y la organización de las empresas
Por ejemplo, dice Zingales, compárese el salario de un trabajador de un campo de golf en comparación con el premio que recibe el que gana un torneo de golf. En el caso de Augusta, en 1948, el premio era de 2500 dólares, o sea, tres veces el salario anual de un caddy. En 2008, la diferencia era de 103 veces. La explicación de esta evolución es bien conocida. Ha habido un aumento extraordinario de la demanda de de torneos, aumento incomparable con el aumento de la demanda de trabajadores de campos de golf. Se ha hecho más difícil ganar un torneo de manera que, para incentivar a la gente con talento para jugar al golf, ha habido que elevar los premios. Además, el ganador puede convertir en dinero la popularidad derivada del triunfo por la mundialización de los mercados donde esa popularidad puede convertirse en un mecanismo efectivo para vender productos y servicios (publicidad). En definitiva, dice Zingales, se aumentan los ingresos asociados a la actividad (golf) pero estos ingresos se reparten de forma muy inequitativa: el que más aporta al éxito de la actividad, recibe la mayor parte de estos mayores ingresos.
Aunque, no siempre. Depende de quién tenga los derechos residuales de la actividad. Por ejemplo, en la Formula I, el señor Ecclestone, titular de la empresa que organiza el campeonato recibe, probablemente, una parte muy excesiva de los ingresos generados por la actividad porque es el titular residual, aunque la contribución al éxito de la Formula I de los fabricantes de los automóviles – e incluso de los pilotos – sea mayor. En tales casos, sin embargo, la competencia acabará por provocar una reestructuración de los derechos de propiedad sobre la actividad y los que aportan más al éxito – que no se dejarán expropiar – acabarán convirtiéndose en los titulares residuales si no hay razones importantes para mantener el status quo (costes de contratar, concentración de riesgos). La intervención de un emprendedor puede catalizar dicha reestructuración. Un emprendedor organiza a los que aportan el activo crítico y los convierte en titulares residuales que, a continuación, contratan los servicios de los demás. Esta reestructuración no se producirá si los costes de organizarse – los titulares del activo crítico que ahora no son titulares residuales – son muy elevados o si los titulares residuales actuales son suficientemente generosos con los que aportan el activo cuyo valor relativo ha aumentado en relación con los demás. Por eso los jugadores de fútbol no son dueños de los equipos de fútbol. En este sentido, que el titular residual sea una organización sin ánimo de lucro (o con ánimo de lucro limitado, como ocurre con las empresas familiares) puede ser muy relevantey prolongar, durante mucho tiempo la inicial asignación de los property rights: son menos avariciosos y valoran más los beneficios no pecuniarios derivados de la posición de propietarios.
La desigualdad es resultado de una economía global, de las innovaciones y de las superestrellas
La competencia obliga, igualmente, a los titulares residuales de estas actividades donde el valor del talento ha crecido a elevar los pagos a los talentosos, esto es, a elevar los premios. Especialmente porque los newcomers (piénsese en los torneos deportivos organizados por los países del golfo pérsico) pueden sustituir la falta de reputación (que sólo se gana gracias a la Historia – Wimbledon, Roland Garros) por premios mayores para atraer a los jugadores de más talento a participar en “sus” torneos, lo que genera una carrera para aumentar el volumen de los premios, lo que obliga a los torneos tradicionales a elevar los suyos aunque no tengan que igualarse con los de los recién entrados. Este razonamiento – dice Zingales – explica en buena medida el crecimiento de los salarios de los directivos empresariales. “Si los consejeros delegados de mayor capacidad generan un mayor rendimiento de los activos de la compañía en comparación con los de menor habilidad gerencial, los consejos de administración de las compañías – cada vez de mayor tamaño – tienen incentivos para no arriesgarse y contratar a cualquier precio a los gerentes de mayor capacidad”. Si tienen dudas acerca de la capacidad real de un gestor determinado, acabarán pagando mucho – demasiado – a todos los que contraten para esos puestos. El resultado es una economía de las superestrellas y una enorme desigualdad, exasperada por la mundialización de la Economía, que ha aumentado el tamaño de los mercados y, por tanto, los rendimientos que pueden obtenerse del desarrollo exitoso de una actividad y, por tanto, el que puede esperar el que aporta el activo crítico para el desarrollo de esa actividad.
La principal consecuencia de la mundialización en términos de redistribución de rentas es que se exacerban los efectos del winner takes it all: los número uno se enfrenta a una demanda mucho mayor conforme se hace irrelevante la distancia y la presencia física del individuo en las proximidades de la demanda.
En cuanto a las innovaciones, su “responsabilidad” en el incremento de la desigualdad es obvia. El innovador es un monopolista, por definición. La imitación y las innovaciones que satisfagan la misma necesidad erosionan el monopolio pero las barreras naturales a la imitación permiten al innovador – al empresario pionero – retener las rentas que produzca la innovación (el mayor precio que los consumidores están dispuestos a pagar por el producto innovador) durante un período más o menos largo.
Las (grandes) desigualdades debidas a las (pequeñas) diferencias de talento, a la globalización y a las innovaciones se soportan por la Sociedad porque la mayor parte de la riqueza que generan se distribuye entre toda la Sociedad lo que reduce la oposición de la mayoría a la distribución desigual de las ganancias siempre que existan mecanismos de redistribución que reduzcan la pobreza.
Los gobiernos populistas en Latinoamérica empiezan repartiendo dinero entre los pobres. El siguiente paso es que se generan déficits fiscales que obligan al Gobierno a subir los impuestos o a imprimir dinero o a apoderarse de las fuentes de riqueza. El siguiente es que los ingresos fiscales disminuyen por la huida de las inversiones y el déficit público se hace insoportable. El Gobierno continúa imprimiendo dinero hasta que provoca hiperinflación. En ese ambiente, las empresas no invierten y los trabajadores acaban sin salarios. Además, como la fuente única de rentas es el Estado, la gente prefiere conectarse a éste en vez de trabajar en el sector privado. La corrupción prolifera y todo el mundo acaba robando. Este tipo de populismo se genera en entornos de extrema desigualdad cuando los que carecen de influencia creen, con razón, que los que detentan la riqueza no se la merecen. En ese ambiente, el líder populista tiene que proceder a una importante redistribución para salir elegido y acceder al poder.
Consecuencias políticas y económicas del nepotismo y el compadreo
“El argumento más poderoso a favor del Derecho de la Competencia es que reduce el poder político de las empresas”. Fue gracias a la tradición populista norteamericana que los EE.UU promulgaron las normas antitrust mucho antes de que los economistas averiguaran por qué el monopolio y la colusión son malos para el bienestar.
Las empresas muy grandes tienen ventajas comparativas para presionar al legislador y capturar la regulación en su beneficio. Por otro lado, las empresas dominantes, en cuanto su conducta no está constreñida por la competencia en el mercado de productos, son más proclives a sufrir elevados costes de agencia, en cuanto que sus gestores pueden apropiarse de activos de la compañía o pagarse salarios desorbitados sin llevar la compañía a la quiebra. De manera que la competencia en el mercado de productos reduce tanto el rent seeking por parte de las empresas respecto del poder político como los costes de agencia en el interior de las empresas.
“Una vez que un incompetente – amigo o pariente – o un estúpido es <<enchufado>> para un puesto importante en una empresa (o en una institución política) tiende a contratar solo a subordinados de la misma o menor calidad que la propia, porque se sentirá amenazado por gente más talentosa que él. Tras algunos años de enchufismo, no es fácil dar marcha atrás. El capital humano de la empresa (o de la institución) se erosiona hasta el punto de que no podrá competir en el mercado sin algún tipo de protección (un problema que no tienen las instituciones públicas) lo que inducirá a la empresa a invertir recursos crecientes en hacer lobby sobre los poderes políticos para obtener protección y, cuanta más protección obtenga, más posibilidades habrá de que el sistema se perpetúe”
El sector financiero
El sector financiero garantiza la competencia y los mercados libres en el sector productivo porque el capital es un bien absolutamente homogéneo, de manera que la competencia entre los financiadores por los proyectos de inversión es, normalmente, muy intensa. De ahí que – recogiendo ideas de su espléndido libro Saving Capitalism from Capitalists, Zingales diga que un sistema financiero eficiente es especialmente valioso para los nuevos entrantes porque son los que necesitan capital de modo más acuciante ya que, como nuevos que son, no reciben ingresos todavía por la venta de los productos que desean poner en el mercado ni tienen activos que puedan servir de garantía para obtener financiación bancaria. Esta apreciación es especialmente importante porque se corresponde, en primer lugar, con la idea de que la rentabilidad del capital debería reducirse (Piketty, de nuevo) y, en segundo lugar, porque las portentosas rentas de las que parece disfrutar dicho sector deben de deberse a un defectuoso funcionamiento de los mercados de capitales.
En los sistemas de Derecho codificado, los particulares tienen más incentivos para centrar sus posibilidades de influencia en el legislador que deviene más fácilmente corrompible en consecuencia por su carácter centralizado. Podemos atribuir un enorme poder a los jueces porque el poder atribuido se divide entre miles de jueces que no pueden elegir los casos de los que se ocupan, lo que hace mucho más costosa su corrupción sistemática.
En la cuarta parte de los casos estudiados por Zingales y otros en el artículo del mismo título, la propia empresa que ha sufrido el fraude tras un cambio en los gestores o cuando éste se hace inocultable. Le siguen en importancia, los empleados, los reguladores, los periódicos y los analistas.
La importancia de los comienzos: la organización de los mercados financieros
Los mercados tienen que haberse constituido y funcionar competitivamente, esto es, sin la presencia de operadores con poder de mercado para que puedan florecer y crecer en tamaño y profundidad, que son requisitos para que produzcan los beneficios esperados de ellos. En el caso de los mercados financieros, narra Zingales que los EE.UU. organizaron sus mercados de acciones antes de que unos pocos operadores pudieran controlar el mercado. La Securities Act garantizó que los pequeños inversores pudieran participar sin ser esquilmados por los insiders, esto es, las empresas emisoras de acciones. A continuación, en términos temporales, se desarrollaron los mercados de futuros y opciones. Con los derivados, sin embargo, los productos – los derivados – no se comercializaban en mercados abiertos, sino en negociaciones privadas (over-the-counter OTC) entre unos pocos grandes operadores que hacían de contraparte en la mayoría de los intercambios. Que haya unos pocos operadores que concentran la mayoría de los intercambios distorsiona éstos, dice Zingales por dos razones.
En primer lugar, porque los insiders no se exigen garantías entre sí para operar, pero los outsiders tienen que prestarla, de manera que se crea una inmensa barrera de entrada a esos mercados. En segundo lugar, porque se exacerban los riesgos sistémicos que derivan de la quiebra de uno de esos participantes a quien nadie vigila ya que estos mercados over-the-counter se basan en la confianza recíproca entre los participantes. La quiebra de uno de los insiders provoca pérdidas masivas a sus contrapartes que tienen los correspondientes incentivos para trasladar el riesgo a terceros que no pueden evitar utilizar a dichos insiders para realizar las transacciones sobre esos activos porque éstos centralizan los intercambios. De modo que la función – pretendidamente benéfica – de los derivados en la dispersión de los riesgos “desaparece porque el grueso de los riesgos lo soportan, finalmente, unos pocos operadores”. Además, el Estado tiene que terminar por salvar al que quiebra para evitar el contagio de dicha quiebra al resto de la Economía. El sector financiero recibe así una subvención enorme en forma de garantía de que el Estado intervendrá para evitar la quiebra de cualquier empresa significativa del sector por dichos efectos sistémicos y los empleados de esas empresas se apoderan de esta subvención y, lo que es aún peor, el sector atrae un exceso de talento.
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