When people find themselves every moment in danger of being robbed of all they possess (by predation by the government, plunder by neighbors, and invasions by distant foes), they have no motive to be industrious… [T]he occupiers of land in the country were exposed to every sort of violence. But men in this defenceless state naturally content themselves with their necessary subsistence; because to acquire more might only tempt the injustice of their oppressors.”
Adam Smith
Weingast, cuando era joven
Weingast elabora en este trabajo una teoría del desarrollo económico a partir de las Lectures on Jurisprudence de Adam Smith. En su lectura de esas Lectures, Weingast atribuye a Smith la explicación de la estabilidad en la pobreza de la Europa medieval en la continua exposición a la violencia de los europeos que vivían bajo un sistema feudal. De ahí que sólo en las ciudades se produjera el aumento de la riqueza. Las ciudades consiguieron organizarse para limitar la exposición a la expropiación y a la violencia de las élites – los señores, los nobles y los reyes – que sufrían los campesinos y pudieron instaurar las instituciones que permitieron el desarrollo del comercio. El sistema feudal era estable pero impedía el crecimiento económico porque la amenaza constante de la violencia impide la acumulación de capital, su inversión y la integración económica (entre grupos de individuos y territorios) que es un requisito esencial del desarrollo de los intercambios y, por tanto, de la especialización y división del trabajo.
El florecimiento de las ciudades es lo que permitió a Europa salir de la trampa de la pobreza. Las ciudades pudieron jugar ese papel porque no existía un gobierno político unitario sobre extensiones grandes del territorio (los Estados nacionales aparecerán con la Edad Moderna) sino una enorme fragmentación en la que la competencia entre corporaciones – grupos organizados – permitía el ascenso temporal de unas en relación con otras. Sólo la Iglesia y el emperador podían pretender influencia sobre toda la Europa cristiana.
Las ciudades, además, controlaban a menudo el territorio agrícola circundante, de manera que lo “obligaron” a salir de la agricultura de subsistencia para especializarse en producir alimentos para las ciudades. La capacidad de las ciudades para producir riqueza les proporcionó también la supremacía sobre los señores locales y negociar directamente con los reyes (recuérdese el caso español, donde las ciudades conservaron esta posición durante toda la Edad Moderna).
Refiriéndose a trabajos en coautoría anteriores, Weingast resume las condiciones para salir de la trampa de la violencia (y de los estados de naturaleza) como sigue:
North/Wallis/Weingast explican muchos de los pasos necesarios para que se produzca el desarrollo económico y señalan la importancia crucial que tienen las que llaman “condiciones de entrada”: el reconocimiento a las élites de las garantías que proporciona el estado de derecho; la existencia de organizaciones, incluido el propio Estado, con vida eterna (las corporaciones) y el monopolio de la violencia por parte del Estado. A esas, añaden Cox/North/Weingast la idea de que esas condiciones no pueden lograrse mediante mejoras incrementales precisamente porque el estado natural, esto es, el estado en el que impera la trampa de la violencia, es un equilibrio.
De las condiciones de entrada, la más llamativa (las otras son más intuitivas) es la de la vida eterna de las corporaciones, esto es, de los patrimonios separados que constituyen las personas jurídicas de estructura corporativa (las sociedades de personas son personas jurídicas en su aspecto patrimonial pero no tienen vida eterna, su duración – y la de la separación patrimonial – depende de la vida de los individuos que han celebrado el contrato).
¿Por qué el hecho de separar un patrimonio y atribuir su titularidad a una persona ficta “para siempre jamás” es tan relevante para el crecimiento económico? Weingast resume lo que dijo en el libro Violence and Social Orders diciendo que las corporaciones con vida eterna pueden acumular capital e invertirlo en aventuras de largo plazo; permiten actuar como aseguradoras de los riesgos a los que están sometidos los individuos integrados (como titulares mediatos en el caso de la sociedad anónima y como beneficiarios en el caso de las corporaciones que tienen carácter fundacional) y pueden celebrar – ser parte – de contratos a largo plazo. Recuérdese que, en el mundo musulmán, la ausencia de corporaciones (salvo unas benéficas) impidió, a decir de muchos, el desarrollo económico de Oriente Medio y que, en la India, los no musulmanes aprovecharon en mayor medida las posibilidades de desarrollo gracias a que pudieron evitar, en mayor medida que los musulmanes, la fragmentación del capital a la muerte del patriarca.
La perpetuidad de un Estado significa que sus instituciones son sostenible en el sentido de que ningún actor individualmente considerado que esté en condiciones de interrumpir su continuidad tiene incentivos para hacerlo. En un estado perpetuo, los derechos de los ciudadanos y las instituciones políticas y económicas son independientes de los individuos que estén, en cada momento, en el poder. Los nuevos líderes no tienen incentivos para alterar las reglas del juego político. Y exige que la rotación en el liderazgo político sea pacífica (si no lo es, se destruye el estado)… En un sentido más amplio, el Estado de Derecho (la rule of law) requiere perpetuidad, de manera que los operadores económicos, por ejemplo, puedan confiar en que las normas vigentes hoy lo estarán también mañana. Un Estado que no sea perpetuo no puede proporcionar la infraestructura jurídica y política de una economía de mercado; no puede garantizar la protección de la propiedad ni el cumplimiento de los contratos ni la impartición de justicia”.
La perpetuidad de las instituciones garantiza, además, que no tengan que hacerse cambios constantes en la distribución de las rentas para adaptar dicha distribución al poder relativo de cada uno de los miembros de las élites. Esa negociación constante que Weingast llama “proporcionalidad” provocaba brotes de violencia cuando fracasaba. Si las organizaciones son perpetuas, los acuerdos entre ellas pueden ser más estables y los enfrentamientos violentos reducirse.
El intercambio de la propiedad de la tierra, en ese equilibrio feudal, no se producía mediante contratos pacíficos sino mediante la conquista violenta y el señor debía ostentar derechos sobre la tierra – por encima de los que la explotaban económicamente – porque la tierra era la fuente de su poder, de manera que las instituciones medievales al respecto (primogenitura, amortización) contribuían a impedir su explotación eficiente pero proporcionaban seguridad al señor de no verse derrotado y “suprimido” por los rivales. Dice Smith
“Si una extensión de terreno que, en la medida en que era una propiedad única, podría defenderse fácilmente contra el ataque de los vecinos, se dividiera (por herencia) de la misma manera que sucede con los bienes muebles, es decir, entre todos los hermanos, no podría ser defendida de la misma manera frente a aquellos a los que con anterioridad superaba”.
La aparición de las ciudades en la baja edad media puede verse, en este sentido, como el ascenso de una nueva corporación que comienza a competir con las instituciones feudales. Recuérdese que los historiadores económicos utilizan el grado de urbanización como la indicación más fiable de las disponibles sobre el grado de desarrollo económico de una región.
El ascenso de las ciudades fue posible porque sus características organizativas – dice Weingast – permitieron escapar a los burgueses y a los campesinos que vivían alrededor, de la trampa de la violencia y de la pobreza. La posibilidad de comerciar a larga distancia (por oposición al comercio local) fue la oportunidad de ganancia que llevó a la construcción – por las ciudades – de la infraestructura jurídica y física necesaria para sostener el comercio. Desde puertos, barcos y almacenes a mercados, tribunales, consulados mercantiles y murallas y factorías. La agrupación de un número elevado de individuos permitió a las ciudades enfrentarse a los señores locales. En el plano institucional, se crearon organizaciones perpetuas. La ciudad, en si misma, es una corporación.
Y, en el entramado corporativo medieval, se erigen en un competidor de los señores locales también en su relación con los monarcas. Los reyes se convierten en protectores de las ciudades (y de los campesinos de las zonas que rodean las ciudades frente a éstas) y las utilizan para reforzar la posición real frente a los señores.
El entorno feudal ofrecía la posibilidad de generar ganancias sustanciales a través del comercio, de una mayor división del trabajo y del incremento de los intercambios. Estas oportunidades proporcionaron a reyes y ciudades fuertes incentivos para llegar a un acuerdo político: el rey garantizaba la libertad de las ciudades, su autogobierno e independencia a cambio de apoyo financiero y militar en su lucha contra los señores
La organización corporativa se hace más compleja. La ciudad se convierte en una corporación de corporaciones. Las Cortes representarán ante el Rey no sólo a los señores sino también a las ciudades que envían sus representantes. La creciente riqueza de las ciudades en relación con los señores incrementa su capacidad de influencia sobre el rey. Este – dice Weingast – permite a las ciudades amurallarse pero las murallas defienden a las ciudades, no sólo frente a los señores sino también frente al Rey. Y, al tratarse de una negociación entre entidades perpetuas, la contribución de las ciudades a los gastos militares de los reyes se objetiviza. Se convierte en objeto de un pacto también perpetuo que se modificará sólo (a través de las Cortes) mediante una negociación institucional.
Las ciudades no solo eran más ricas que los señores sino que podían formar un ejército más eficiente (los soldados, como los de Roma, eran hombres libres) y con más rapidez y podían incorporar los avances tecnológicos con más rapidez, ya que éstos tenían lugar en las ciudades. Adam Smith, nos cuenta Weingast, insistía en la transformación de las zonas rurales próximas a las ciudades como consecuencia de la “contaminación” de aquellas por las instituciones urbanas (nuevamente, los campesinos de las zonas rurales próximas a las ciudades no se hubieran especializado en producir para la ciudad si su integración en ésta no les garantizara la seguridad física)
Una característica central de la economía urbana es la integración económica. Los especialistas en comercio de larga distancia dependían de la organización militar de la ciudad para su seguridad y de la economía local para abastecerse de materias primas y alimentos. Los especialistas locales en producir alimentos y materias primas dependían tanto de la demanda de las ciudades como de su aparato de seguridad. En términos de Adam Smith, la integración económica amplió simultáneamente el tamaño del mercado, la división del trabajo y fomentó la inversión, es decir, todos los elementos del crecimiento económico
Los costes de emprender actos violentos en el interior de las ciudades, en consecuencia, se elevaron (aumentó la cooperación intragrupo) lo que indujo a los burgueses a desarrollar mecanismos para resolver los conflictos entre ellos de forma pacífica (al desarrollo de las instituciones jurídicas propiamente dichas) y, garantizado a los grandes comerciantes que no se verían privados violentamente de sus bienes, se les proporcionaron los incentivos para expandir los mercados y extender las reglas de la economía urbana a territorios cada vez más amplios que quedaban integrados en aquélla.
Weingast, Barry R., The Medieval Expansion of Long-Distance Trade: Adam Smith on the Town's Escape from the Violent and Low-Growth Feudal Equilibrium (June 2, 2016)
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