Matt Levine coincide conmigo en que podría ser una buena idea que las plataformas que ponen en contacto a proveedores y consumidores estuvieran organizadas como mutuas y no como sociedades anónimas. En el caso de Airbnb, los dueños de la plataforma serían entonces, no los emprendedores que la pusieron en marcha y los inversores que pusieron su dinero para hacerla crecer, sino los que ponen sus casas en alquiler a través de ella. “Son ellos los que aportan la mayor pate del capital… podrían agruparse para anunciar su <<producto>>, cobrarles lo que puedan y quedarse con los beneficios”. En tal caso, - Levine reconoce -, estaríamos ante una empresa hotelera. Levine se da cuenta de que, en el caso de Airbnb, hacer propietarios residuales de la empresa a los inquilinos, o sea a los turistas que se alojan en casas Airbnb sería poco eficiente. Pero no por la razón que alude Levine (se trataría de “agrupar a los demandantes del servicio de alojamiento y pedir a los proveedores que compitan por esa demanda”) sino porque los costes de coordinación (y de adopción de decisiones respecto de la empresa) de los demandantes de los servicios de alojamiento son muy superiores a los costes de coordinación de los proveedores (los dueños de las casas). Hansmann lo explicó perfectamente en su maravilloso libro The Ownership of the Enterprise.
Levine sigue ensayando ¿qué tal propiedad conjunta de caseros y turistas? Peor, claro. Los costes de coordinación siguen aumentando y, lo que es peor, aparecen conflictos de interés. Los unos querrán precios lo más altos posibles, los otros, precios lo más bajos posibles. Acuérdense de las bolsas de valores. Eran mutuas y acabaron siendo sociedades anónimas. O los bancos. En el siglo XIX la mayoría de los bancos eran mutuas de ahorradores o de comerciantes que necesitaban financiación. La posición del ahorrador y la del prestatario entran en conflicto (el primero quiere prestar solo con garantías de que se devolverá el préstamo y el segundo quiere que se maximicen los préstamos).
Luego ¿qué tal propiedad de los empleados de Airbnb? La mayoría de las empresas no cotizadas son propiedad de sus empleados, lo que ocurre es que no de todos ni de todos en la misma proporción – eso sería una cooperativa de trabajo asociado – pero lo normal en cualquier sociedad anónima o limitada es que sus socios trabajen para la compañía).
¿Qué tal propiedad del Estado? No se ve qué razones habría para que el Estado prestase este tipo de servicios.
¿Nadie? ¿y si nadie es el propietario de Airbnb? Basta con que exista la infraestructura informática y de red que permita la “autogestión” por parte de caseros y turistas. Bueno, tampoco nada nuevo bajo el sol. Esta estructura de propiedad puede mejorarse creando una fundación, esto es, una persona jurídica sin ánimo de lucro para los que la constituyen y que tenga como mandato destinar los ingresos que obtenga por prestar el servicio a caseros y turistas a mejorar el servicio y las prestaciones que se contratan a través de la plataforma.
Levine entra, por fin, en materia: resulta que Airbnb va a salir a bolsa y que, como todas las tecnológicas, su estructura de propiedad consiste en que hay unos “emprendedores” – los fundadores de la empresa – que retienen una parte importante del capital, y unos inversores que fueron metiendo dinero en la compañía en diversas rondas de financiación desde los “ángeles” a los fondos de private equity pasando por los venture capitalists. Es decir, su estructura de propiedad no tiene nada de novedoso. Probablemente, los emprendedores mantengan el control después de la salida a bolsa porque retengan una proporción del capital suficiente para ello (los inversores venderán en la OPV – oferta pública de venta –) o porque se creen acciones privilegiadas con voto múltiple o acciones sin voto para los inversores que compren en la OPV.
Pero parece que Airbnb quiere ser una empresa que ponga los intereses de sus “stakeholders” – o sea, los de los caseros y los de los turistas – por delante de los de los inversores.
Dice Airbnb que antepondrá la seguridad de los turistas que se alojan en viviendas cuyo alquiler intermedian por delante de cualquier otra preocupación y que tomarán las medidas que sean necesarias para que la estancia sea “segura”. A la vez, que minimizarán los daños a las casas donde se alojan sus clientes. También dicen que invierten mucho en identificar a los proveedores – lo que reduce mucho el riesgo de que haya estafadores entre los que alquilan casas en la plataforma –. Dicen que quieren que los caseros estén contentos y que ganen lo máximo posible. Que también van a tratar de reducir la “huella de carbono” que su actividad genera; que quieren maximizar sus ingresos y beneficios en el largo plazo; que la mitad de sus empleados son mujeres. Luego dicen que van a crear una comisión del Consejo de Administración para vigilar el cumplimiento de esta estrategia (al frente del cual estará la actual jefa de operaciones COO a la que van a convertir en consejera)
Todo esto está bien. Yo diría que está muy bien. Pero yo diría que esto es lo que haría cualquier empresario que quiera maximizar el valor de su empresa a largo plazo. Eso es lo que hizo Henry Ford: pagar los mejores sueldos, fabricar los coches más eficientes y al precio más bajo posible e invertir las ganancias en buena medida en innovaciones en lugar de financiarse con deuda – más cara –. Aunque eso supusiese no repartir dividendos durante unos cuantos años o hacerlo en menor medida de la deseada por sus accionistas minoritarios (los Dodge).
Un administrador de una sociedad que se guíe por el “interés social” identificando éste como el de la maximización del valor de la empresa en el largo plazo no adoptaría medidas distintas de las que se propone Airbnb
Comprenderlo es muy sencillo:
si los caseros están satisfechos con el trato que reciben, listarán sus casas en Airbnb y cualquier competidor actual o potencial de Airbnb lo tendrá más difícil para “robárselos”. Ni siquiera tendrá que pedir exclusividad.
si los turistas tienen una buena experiencia con Airbnb, repetirán y si pueden asociar a la empresa con su experiencia (y no con la casa concreta en la que se alojaron), miel sobre hojuelas porque la próxima vez que hagan un viaje a otra ciudad, recurrirán igualmente a Airbnb para reservar alojamiento porque saben – como el que va a un McDonalds cuando viaja a Paris – que no le timarán, que no le robarán y que la casa reunirá las condiciones mínimas como para que no resulte una pesadilla de viaje. Naturalmente, eso hace aumentar el valor del intangible “Airbnb” en el largo plazo porque atrae más clientes y con ello más ingresos etc etc.
si la gente ve en Airbnb una empresa preocupada por el medio ambiente, estará, ceteris paribus, más dispuesta a contratar con ella si le importa algo que no sea un comino el medio ambiente. De nuevo, ser una buena empresa en este sentido aumenta el valor de la compañía y, por tanto, también un administrador “asquerosamente capitalista” adoptaría esas medidas para que los accionistas estuvieran contentos.
lo propio con tener muchas mujeres en la plantilla ¿conocen alguna empresa que publicite que el 90 % de sus empleados son varones? ¿y que son blancos? Es obvio que una plantilla equilibrada por sexos y con una participación elevada de los que lo pasan peor en el mercado de trabajo es un activo reputacional importante.
En definitiva, si los mercados de productos funcionan correctamente, los administradores de las sociedades que participan en estos mercados tienen incentivos para maximizar el bienestar de todos los interesados en la actividad de la empresa en la medida en que cumplir los contratos con todos ellos (incluyendo sus condiciones expresas e implícitas) aumenta el valor de la compañía y, por lo tanto, el “residuo” que se quedan los inversores si la empresa tiene forma de sociedad anónima o limitada.
El discurso de la pluralidad del “interés social” y de los “stakeholders” se basa en una confusión acerca de cómo funcionan los mercados competitivos
Si los mercados en los que participa una empresa son competitivos (y, aún menos, si el mercado de producto es competitivo), las empresas no pueden, so pena de quebrar, hacer otra cosa que mantener satisfechos a todos los que contribuyen a la producción y distribución de los bienes o servicios que constituye su objeto social.
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