“Todas las variantes del Mercantilismo tienen algo en común: eran intentos más o menos conscientes por parte de los gobernantes territoriales (de los reyes europeos en el siglo XVII que habían formado las naciones-estado) de imitar a los holandeses y convertirse en capitalistas en su orientación como la forma más efectiva de lograr sus objetivos de acumulación de poder”
El Imperio español fue el último no-mercantilista. Según Arrighi, el Imperio español, desde el siglo XV pero sobre todo en el XVI se apoyó en los banqueros genoveses – que habían acumulado enormes riquezas financiando el comercio intraeuropeo – los cuales, expulsados del comercio mediterráneo por venecianos y catalano-aragoneses, se concentraron en Africa, el Atlántico, Castilla (y Portugal). Los venecianos primero y los holandeses un siglo más tarde consiguieron construir simultáneamente un Estado territorial y dominar las finanzas y el comercio en una zona mucho más grande que su territorio. Los genoveses carecían de territorio sobre el que ejercer poder político y, cuando no tenían dónde invertir las enormes ganancias obtenidas con el comercio, se concentraron en las finanzas, esto es, en cubrir a los comerciantes del riesgo de impago de sus créditos y, sobre todo, de asegurarles el valor de la moneda en la que cobraban. Los genoveses inventaron la expresión “moneda de cambio” para referirse a aquella cuyo valor se mantenía, lo que les permitía convertirse en aseguradores de los que pagaban y cobraban en una moneda distinta. Se explica así la importancia de las letras de cambio y de las “naciones” de comerciantes – los pertenecientes a una ciudad o región que estaban presentes en otras plazas. Estas redes permitían los pagos por compensación y el establecimiento de una red bancaria (tráfico de pagos) internacional. Cuando las ganancias de este tráfico no podían ser invertidas rentablemente, los genoveses miraron a los reyes hispánicos que acababan de pacificar la península y estaban llenos de celo por extender el Cristianismo. Se aliaron con la monarquía hispánica encargándose de su financiación. Los monarcas hispano-portugueses no estaban interesados en maximizar la riqueza de su territorio, más bien, en extender su poder y su religión. Esta obsesión religiosa, desde Isabel hasta Felipe II, se explica, en buena medida por los avances del islam y el carácter fronterizo, en cuanto a la religión, de la península ibérica. Los genoveses desplazaron a los Fugger como banqueros del emperador en el siglo XVI y lo hicieron mejor que los Fugger. Lo que hacían era transformar la plata americana que entraba por Sevilla y que controlaron casi monopolísticamente, en oro para pagar a los soldados del emperador que peleaban, sobre todo, en Flandes.
El “chollo” holandés fue estar en el medio entre el grano del Báltico y los centros de consumo de Europa occidental y tener los mayores almacenes de mercancías de Europa con lo que aprendieron muy rápidamente lo de compra barato, almacena y, cuando suban los precios, vende pero, sobre todo, paga por adelantado y conseguirás precios más bajos. Aprovecharon los excedentes logrados en el comercio del grano para convertirse en los intermediarios por excelencia de toda clases de productos). Sigue diciendo Arrighi que
“los holandeses habían demostrado a una escala mundial lo que los venecianos habían demostrado a escala regional: que bajo circunstancias favorables la acumulación sistemática de excedentes pecuniarios podía ser una forma mucho más efectiva de alcanzar la hegemonía que la adquisición de territorios o de nuevos súbditos”.
A mediados del siglo XVII, esta habilidad les proporcionó la capacidad para determinar los equilibrios políticos europeos. Los grandes estados dejaron de portarse como los monarcas españoles y comenzaron a utilizar las técnicas holandesas: a crear imperios comerciales de alcance mundial, a establecer los almacenes y los centros de las transacciones en localidades bajo el control de esos monarcas y a obsesionarse por obtener excedentes comerciales en los intercambios con otros territorios (al punto de esclavizar a los habitantes de esos territorios y extraer los productos sin pagar nada por ellos). Todo esto, dice Arrighi, “son expresiones de la predisposición de los gobernantes territoriales a imitar a los holandeses”.
Además, como los territorios eran mucho más grandes que los de los holandeses, se “nacionalizaron” los intercambios y las finanzas que habían sido, hasta entonces, sólo y siempre internacionales. Crear un imperio comercial y una economía nacional. Los holandeses dejaron el comercio y se concentraron en las finanzas a partir de mediados del siglo XVIII. Cita a Braudel
“en 1760, todos los Estados de Europa hacían cola en las oficinas de los banqueros holandeses: el emperador, el elector de Sajonia, el elector de Baviera, el insistente rey de Dinamarca, el rey de Suecia, Catalina II de Rusia, el rey de Francia e incluso la ciudad de Hamburgo (aunque había sido una rival exitosa de Ámsterdam) y, en fin, los rebeldes americanos”.
O sea que los holandeses tuvieron una Edad de Oro comercial y, después, una financiera y, según Arrighi, esta era la segunda gran acumulación, tras la primera que fue la de los genoveses en el siglo XVI. La tercera sería la de Londres.
Giovanni Arrighi, El Largo siglo XX, segunda edición inglesa 2010, pp 130-148
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