Hrera ha publicado un panfletillo bastante incendiario contra el Behavioural Economics que ha titulado como esta entrada. Y a Hreha le ha contestado Scott Alexander. En lo que sigue, resumiré el post de Alexander con comentarios (Jason Hreha, The death of behavioral economics, 2021/ Scott Alexander, On Hreha On Behavioral Economics, 2021).
Exámenes tipo test y racionalidad estratégica del alumno
Alexander comienza poniendo de ejemplo de nuestra irracionalidad cómo hacen los exámenes tipo test los estudiantes de medicina. Dice que en los exámenes que hizo durante la carrera, las preguntas habían de responderse con un “verdadero” o “falso” o “no sé” y que se calificaban con 1 punto por acertar, – 0,5 puntos por respuesta errónea y 0 puntos si se contestaba “no sé”. La conducta racional del estudiante es contestar siempre a pesar de que, aparentemente, contestar erróneamente se castiga con una ‘pena’ mayor que dejar en blanco la pregunta. ¿Por qué? Porque la probabilidad de acertar de chiripa con la respuesta correcta es del 50 % (porque, contestando, recibiría, en promedio +0,5 en lugar de 0 que recibiría dejando la respuesta en blanco o ‘no sé’). Para que alguien racional tuviera incentivos para acudir al ‘no sé’, la respuesta errónea debería ser penalizada con – 1 puntos, de forma que se equilibrara la balanza. Sin embargo, mucha gente contestaba ‘no sé’ y dice Alexander que es porque “uno tenía que luchar contra las propias inclinaciones”.
No creo que, en este ejemplo, Alexander sea convincente. La conducta de los estudiantes puede explicarse sin recurrir a la aversión al riesgo, a la aversión a la pérdida o a la teoría de la perspectiva (prospect theory), todos ellos conceptos nucleares de la Psicología Económica. Al margen de que es probable que la aversión a las pérdidas – si existe, luego lo veremos – sea un ‘resto’ que ha dejado en nuestra psicología la aversión a ¡morirnos! (sólo cuando las pérdidas que enfrentamos pueden suponer la muerte – no encontrar alimento, que nos caiga un árbol encima mientras dormimos en la selva – nos comportamos, no ya con aversión a la pérdida, sino de forma paranoica), la conducta de los estudiantes puede explicarse como se explica nuestra respuesta cuando se nos pregunta por Linda la cajera porque los estudiantes ‘confían’ en que los profesores se comportan racionalmente cuando ponen los exámenes y no inducen a conductas irracionales a los estudiantes, es decir, dan por supuesto que los exámenes están ‘calibrados’ para que los estudiantes no contesten al tun-tun y dejen la respuesta en blanco cuando no tengan altas probabilidades de acertar porque saben la respuesta.
Por tanto, el ejemplo que pone es más bien el de un juego estratégico entre estudiantes y profesores bastante absurdo que conducirá, en el largo plazo a que se corrija la ‘calibración’ de las respuestas o, en el peor caso, a la irrelevancia (todos aprueban y todos sacan sobresaliente en un mundo de inflación de notas)
De hecho, se dice que esta forma de calificar los exámenes beneficia a los hombres y perjudica a las mujeres que tienen menos confianza en lo que saben y no saben y, por tanto, que tenderán ceteris paribus a contestar con un ‘no sé’ en mayor medida que los varones. Puede, también, que la gente – hombres y mujeres – sientan psicológicamente una aversión a mentir y ‘mienten’ cuando ponen la X en el ‘verdadero’ o en el ‘falso’ cuando, en realidad, no saben la respuesta.
En cualquier caso, estas explicaciones son más interesantes que atribuir a los estudiantes un pretendido sesgo que les conduce a actuar irracionalmente. Además, el contexto de un examen no es el de la vida real. En la vida real, el contexto – competitivo - ‘expulsa’ a menudo a los que actúan irracionalmente. Con el paso del tiempo, los que padecen el ‘sesgo’ se extinguen y lo que observamos es que la población superviviente carece del sesgo correspondiente si es que ese sesgo era relevante para determinar la tasa de supervivencia.
Alexander pone otro ejemplo de la tesis de la perspectiva: elegir la propina que damos al taxista cuando usamos una app escogiendo una cantidad intermedia en el menú de las que se nos ofrecen. Alexander olvida aquí que los de Uber que dibujan las 4 cantidades saben que si la escala empieza en una cifra muy alta, el sesgo que nos lleva a elegir la intermedia, desaparece. ¿Por qué? porque, en realidad, Uber está indicándonos qué cantidades se consideran aceptables como propina. Y, claro, si ‘confiamos’ en Uber, elegiremos una cantidad intermedia porque supondremos, correctamente, que Uber tiene la información que a nosotros nos falta sobre la cantidad que es razonable y supondremos, también, que Uber ha colocado como cifra intermedia la que corresponde a un comprador promedio. De todo eso nos ‘informa’ Uber al ofrecernos tres o cuatro posibilidades de cuantía de la propina. Si los usuarios pierden la confianza en Uber como ‘consejero’ (recuérdese: la gente no quiere información, quiere buenos consejos) porque consideramos que ha fijado la cantidad más baja en una cifra excesivamente elevada o hay un rango demasiado grande entre la cantidad más baja y la más alta, es probable que (i) se reduzcan las propinas, (ii) aumente el número de clientes que dan la propina más pequeña.
Así es como funcionan todos los mercados: el oferente fija un precio que cree que maximiza sus ventas. El consumidor elige entre las ofertas que hay en el mercado y el que ofrece mejor precio (rectius, mejor relación calidad-precio) se lleva el gato al agua. Lo mismo con la fijación de las propinas. El objetivo de Uber (en interés de sus empleados) es maximizar las propinas y los consumidores calificarán a Uber de más caro o más barato que sus competidores también en función de la propina que se sienten ‘obligados’ a dar. A largo plazo, pues, el ‘sesgo’ que puedan padecer los consumidores es irrelevante en el sentido de que la irracionalidad del consumidor no le perjudica. El mercado – la brillantísima tecnología que es el mercado y la competencia – ahorra a los consumidores esfuerzo cognitivo en la obtención de la mejor oferta disponible.
En este sentido, quizá la Psicología Económica no esté muerta, pero desde luego no aporta nada a la Economía Neoclásica que nunca sostuvo que los consumidores actúen racionalmente sino que podemos explicar los resultados económicos que observamos en los mercados competitivos suponiendo que los consumidores actúan racionalmente. No es que la racionalidad de los consumidores cause esos resultados. Es el contexto en el que se desarrollan esas conductas lo que genera esos resultados.
De modo que Uber puede tener un montón de “poder” sobre la propina que Scott da en una ocasión, pero no tiene poder alguno sobre el nivel de ingresos de los empleados de Uber. Esos ingresos se determinan, como los ingresos de cualquier trabajador o empresario en un mercado competitivo por el juego de la oferta y la demanda.
Y esto es aplicable generalizadamente a los famosos ‘nudges’ o empujoncitos. Yo creo que, en lo que tienen de valiosos no tienen nada de novedosos y, al revés. Naturalmente que si tú reduces los costes de desarrollar una conducta en un contexto en comparación con los costes de desarrollar otra, puedes esperar un aumento de las conductas que son ahora más ‘baratas’ (ej., pagar los impuestos a tiempo cuando te recuerdan que tienes que hacerlo antes de una fecha con un mensaje personalizado, o enviarte el borrador de tu declaración de impuestos sin que tengas que solicitarla o miles de actuaciones de este tipo que se consideran ‘empujoncitos’). Pero lo que dicen sus defensores es que este plancton pueden alimentar a una ballena, esto es, pequeñas intervenciones pueden tener grandes efectos o efectos prolongados en el tiempo en el sentido de cambiar la conducta de la gente. Y eso es lo que demuestra el estudio al que hace referencia Hreha que sólo es cierto en muy pequeña medida. Luego me referiré a ese estudio.
La aversión a las pérdidas
Scott Alexander repasa los estudios que critican los estudios que utilizaron Kahneman y Tversky (K&T) para afirmar que la gente tenía aversión a las pérdidas para concluir que, en realidad, la crítica a K&T por parte de Hreha es injusta porque K&T no se apoyaron en esos estudios para formular su teoría.
Pero eso es irrelevante. Lo único importante es: ¿somos los humanos aversos al riesgo? ¿somos aversos a las pérdidas o nuestro comportamiento se explica mejor como una aversión a morir? Dice Alexander que el estudio que cita Hrer (Gal & Rucker (G&R): The Loss Of Loss Aversion: Will It Loom Larger Than Its Gain?) es un gran trabajo “y que concluye que la aversión a la pérdida no existe”. De ese trabajo hice un resumen y expuse una crítica en esta entrada. ¿Qué dice Alexander sobre é?
G&R admiten con gusto que, en muchísimos casos, las personas se comportan con aversión a las pérdidas, incluidos la mayoría de los ejemplos clásicos citados por K&T. Sólo creen que esto se debe a otros sesgos cognitivos, no a un sesgo cognitivo específico llamado "aversión a las pérdidas". Hacen especial hincapié en el sesgo de statu quo – o inercia - y en el efecto de dotación.
El primero se describe como sigue
El sesgo de statu quo consiste en preferir la inacción a la acción. Supongamos que le preguntas a alguien: "¿Apostarías que te llevas 60 si sale cara y pierdes 40 dólares si sale cruz? La respuesta es no. Esto se desvía de las expectativas racionales, y una forma de pensar en ello es la aversión a la pérdida; la perspectiva de perder 40 dólares se siente "más grande" que la perspectiva de ganar 60 dólares. Pero otra forma de pensar en ello es como un sesgo hacia la inacción: en igualdad de condiciones, la gente prefiere no hacer apuestas, y se necesitaría un pago mayor para superar su inercia.
A esto lo deberían llamar el sesgo Bartleby y parece más bien una aplicación a la conducta humana de alguna ley física. Luego añade el endowment effect o sesgo renta o dotación. Y lo que G&R demuestran es que los resultados de sus experimentos no se explican como expresión de una aversión a las pérdidas pero pueden explicarse como efecto de un sesgo de inacción o sesgo dotación. Vean el siguiente ejemplo
En algún momento de este proceso, hicieron un experimento en el que dieron a los participantes una moneda de 25 centavos acuñada en Denver y les preguntaron si querían cambiarla por una acuñada en Filadelfia. Al 60% de la gente, muy razonablemente, no le importaba, pero otro 35% se había encariñado con su moneda de Denver, y sólo el 5% buscaba activamente la novedad de Filadelfia. La psicología es extraña.
¿Cuál es la relevancia de semejante experimento? ¿por qué es importante o significativo que un 35 % rechazara la oferta de cambiar una moneda por otra? ¿de qué manera esos resultados nos informan acerca de cómo se comportaría la gente en una situación en la que una de las opciones fuera igual a la otra – salvo una diferencia irrelevante – pero elegir cualquiera de ellas mejorara significativamente la situación del individuo (respecto de la situación ‘no elegir’)?. Alexander no contesta a la objeción de Hrera sobre lo artificioso de las situaciones de laboratorio creadas por los que estudian la psicología económica.
Alexander hace otra ‘trampa’ argumentativa: según él, G&R no refutan que exista la aversión a la pérdida sino que encuentran que conductas que podrían explicarse como expresivas de la existencia de una aversión a la pérdida se explican mejor como reflejo de otros sesgos de nuestra racionalidad. Pero, claro, imputar a los humanos un sesgo (no ser indiferentes a una posibilidad igual de perder 5 o ganar 5) para luego explicar que esa falta de indiferencia no se explica porque tengamos ese sesgo es contradictorio. O tenemos el sesgo o no lo tenemos. Así que Alexander se retira al castillo una vez abandonado el foso:
no se puede utilizar el trabajo de G&R para argumentar que la psicología económica está muerta. Lo más que se puede decir es que la aversión a las pérdidas se explica mejor con otros conceptos de la Psicología Económica. Pero no puedes deshacerte de la economía del comportamiento por completo. Lo que hay que explicar sigue estando ahí. Es sólo una cuestión de qué partes de la Psicología Económica se utilizan para explicarlas.
y así vamos por 200 sesgos ¡y subiendo!. El problema de la Psicología Económica no está tanto en la Economía como en la Psicología. Es muy mala psicología. La conducta humana se explica sólo a partir de la Evolución. Y partir de la idea de que el ser humano es racional para describir como anomalías los comportamientos humanos que no se ajustan al modelo del ser humano racional es una buena idea para estudiar los mercados – entornos competitivos – y el comportamiento de los ‘agentes económicos’, o sea, fundamentalmente de las empresas y en menor medida de los consumidores. Por eso, los economistas no han hecho históricamente Psicología. Porque no estudian la mente humana. La presunción de racionalidad es una herramienta excelente para estudiar los mercados pero no es una buena herramienta para estudiar la naturaleza humana.
Y, a continuación, Alexander pega un giro y reconoce que te ha estado tomando el pelo. En realidad, hay trabajos posteriores que indican que la aversión a la pérdida existe Mrkva et al, Loss Aversion Has Moderators, But Reports Of Its Death Are Greatly Exaggerated 2019 y un hilo de twitter de Alex Imas, que refuta la tesis de Hreha pero concluye que la Psicología Económica está muerta pero no por su carácter anticientífico sino porque se ha integrado en la Teoría Económica general.
En el trabajo de Mrkva y otros se lee que la aversión a las pérdidas existe y que
una explicación de la aversión a las pérdidas basada en la construcción de preferencias predice que la aversión a las pérdidas aumenta con la edad y disminuye con la experiencia. En cambio, las teorías basadas en el sesgo de inercia o statu quo o en el sentimiento de propiedad podrían generar la predicción contraria. Dado que la experiencia en la propiedad y algunos otros tipos de experiencia (por ejemplo, la experiencia en la conducción) conducen a sentimientos de propiedad más fuertes y a un statu quo más firmemente arraigado, estas teorías predirían que estos tipos de experiencia aumentarían en lugar de disminuir la aversión a las pérdidas
Obsérvese que esto significa que el mercado elimina los efectos del sesgo cognitivo. Conforme los consumidores tienen más y mejor información, la aversión a las pérdidas se reduce.
Cuando las personas se enfrentan a una elección arriesgada o se les pregunta por su disposición a pagar por un bien, sus preferencias se construyen a medida que realizan estos juicios. Esto no significa que las preferencias se construyan completamente para todas las personas; los individuos con más conocimiento y experiencia sobre un dominio, producto o atributo muestran menos construcción de preferencias
eso quiere decir que los individuos más formados, con más información y experiencia, presentan una menor aversión a las pérdidas. Probablemente porque cuanto más pobre eres, menos riesgo de pérdidas puedes asumir porque cualquier nivel de pérdidas puede ser letal.
Y que estos estudios se preguntan por la forma en que los individuos toman decisiones. Por ejemplo,
… Las personas que consideran posibles pérdidas (perder una entrada para la Super Bowl), se preguntan mentalmente en primer lugar por los aspectos que aumentan el valor del artículo y en las consecuencias negativas asociadas a la pérdida. En cambio, las personas que no poseen un objeto se centran en los aspectos que disminuyen el valor, como lo que podrían hacer con el dinero correspondiente… las valoraciones posteriores pesan menos en la decisión; aunque las personas a veces piensan tanto en los aspectos que aumentan el valor como en los que lo disminuyen, los aspectos que consideran en primer lugar tienen más peso… en la decisión
Obsérvese, de nuevo, que el hecho de que nuestra mente procese la información en ese orden (que varía de individuo a individuo en función de su formación y experiencia porque puede ‘recuperar’ la información correspondiente de su memoria con más o menos eficiencia) no predice los resultados sociales que podemos esperar porque, como se explica, existen muchos “moderadores plausibles de la aversión a la pérdida”.
Es decir, que, aunque la Evolución haya construido nuestra psicología para que seamos más aversos a perder que proclives a ganar, el contexto en el que tomamos las decisiones reduce esta “irracionalidad”, con mucha probabilidad de que sus efectos sobre nuestro bienestar sean irrelevantes.
Estos resultados se reproducen en el caso de encuestas sobre decisiones de inversión y al respecto se añade que en cuanto a la relación entre edad – mayor edad se asocia con mayor aversión a las pérdidas –
“como la regulación de las emociones mejora con la edad, el hecho de que los más ancianos sean más aversos a las pérdidas parece menos coherente con que la aversión a las pérdidas esté fundada en emociones”
La conclusión de este estudio es que, en el caso de compradores de coches,
“La aversión a la pérdida se modera por la edad, la formación, el conocimiento del coche y la experiencia”
y lo que es más importante a nivel general, se reconoce que
“la inteligencia general y los conocimientos numéricos reducen muchos sesgos de decisión, como el exceso de confianza, y podrían reducir también la aversión a las pérdidas”
lo que significa que, si hay competencia, los consumidores con más inteligencia y conocimientos numéricos protegerán de decisiones irracionales a los menos inteligentes o con menos conocimientos numéricos si hay un precio de mercado que recoge toda la información disponible sobre el producto.
En general, no solo hay ‘moderadores’ sino que la aversión a las pérdidas no es igual en todos los individuos (si fuera un rasgo de la psicología humana y, sobre todo, si los economistas quieren incluirlo como tal en sus modelos, la utilidad de una igual medida de aversión al riesgo para cualquier individuo es importante para poder utilizarlo como una constante)
es mayor para algunos individuos que para otros, por ejemplo, mayor para los individuos de más edad y con menos estudios… Algunos investigadores han expresado la aversión a las pérdidas como una constante. Por ejemplo, Thaler escribió que "las pérdidas duelen el doble de lo que las ganancias nos hacen sentir bien". En realidad, por supuesto, la aversión a las pérdidas varía según la persona y el contexto… Las personas mayores pueden evitar las pequeñas pérdidas, por ejemplo, aferrándose a objetos que les aportan poco valor real. De hecho, la acumulación aumenta con la edad. Este patrón de aversión a las pérdidas, expresado a lo largo de muchas decisiones, podría tener grandes consecuencias financieras y una disminución del bienestar.
y, hay que suponer, en fin, que los ‘moderadores’ de aversión a las pérdidas influyen de forma diferenciada a cada individuo.
Teoría prospectiva
Algo parecido sucede – continúa Scott Alexander – con la teoría prospectiva, esto es, el armazón teórico que pretende explicar cómo tomamos decisiones bajo la influencia del riesgo y cita este trabajo (Replicating patterns of prospect theory for decision under risk) que concluye que los resultados predichos por esta teoría se replican, es decir, que la gente, cuando adopta decisiones arriesgadas, no se comporta como dice la teoría de la utilidad esperada.
Pero este argumento no es convincente. La teoría de la utilidad esperada tiene unos límites muy claro como explicación de la adopción de decisiones por parte de los seres humanos porque la Evolución no pudo hacernos racionales en el sentido de la teoría de la utilidad esperada. Es muy fácil de entender: si puede aparecer un cero, esto es, si hay alguna probabilidad positiva de que adoptando un determinado curso de acción, el resultado sea la muerte del individuo, la decisión que se adoptará no se corresponderá con la que adoptaría una máquina que actuara racionalmente, por la sencilla razón de que al resultado “muerte” no se le puede atribuir – como hace la teoría de la utilidad esperada – un valor de cero sino un valor negativo de infinito. Como decía Buchanan
Has de tirar un dado y si sacas un 6, ganas 10 € pero, si sacas cualquier otro número, pierdes 1 €. Lo racional es aceptar la oferta y tirar los dados. ¿Por qué? Porque si un 6 sale una de cada 6 veces que tiras el dado – si el dado no está “cargado” -, la probabilidad de que salga un 6 es de 1/6 – ganarás 10 € x 1/6 y perderás 1€ x 5/6. La diferencia entre 10/6 y 5/6 es 5/6, o sea 83 céntimos de euro. Merece la pena jugar. Imagina que tiras el dado un millón de veces y ganarás 830.000 € tirando el dado.
Pero, si sólo tienes un euro y en la primera de las tiradas, no sacas un 6, ya no podrás seguir jugando. V. este post de Jason Collins.
Los nudges o empujoncitos
Con los empujoncitos el problema es otro. Que no consigo diferenciarlo de incentivos. Y, naturalmente, todos estamos de acuerdo en que los incentivos son relevantes y que si cambias los incentivos de la gente, sus decisiones también cambian. Pero si se pretende afirmar algo más que esto es porque, aparentemente, pequeños cambios en el marco en el que se toman las decisiones (lo que se llama la arquitectura de la decisión) provocarían cambios importantes en las decisiones. Y eso es lo que parece que no ocurre, bien porque no ocurre en absoluto, bien porque esos cambios se disipan rápidamente en cuanto la gente se ‘adapta’ al nuevo marco. Hrera cita un artículo Stefano DellaVigna/Elizabeth Linos, RCTs to Scale: Comprehensive Evidence from Two Nudge Units* 2020 cuya conclusión es la siguiente
Por término medio, las intervenciones nudge tienen un impacto significativo y estadístico en el resultado que pretenden mejorar, un impacto de 1,4 puntos porcentuales. Este efecto estimado es menor que el de los artículos publicados en revistas y también menor que el que preveían muchos académicos y profesionales (que no trabajan directamente en unidades Nudge). Documentamos que esta diferencia entre nuestra estimación y los artículos sobre nudges publicados parece explicarse en gran medida por el sesgo de publicación de algunos de los artículos publicados, así como por algunas características diferentes de los nudges utilizados a escala. Sin embargo, el impacto de 1,4 puntos porcentuales, que se obtiene normalmente con costes marginales mínimos o nulos, ofrece una perspectiva realista, pero aún optimista, del poder de los nudges a escala en una burocracia.
Por tanto, Hrera no tiene razón cuando dice que este 1,4 % no justifica que se pongan en marcha unidades para diseñar ‘empujoncitos’ en el seno de los gobiernos que pretenden mejorar las políticas públicas como se deduce de la parte del texto reproducido que se ha destacado en negrita y Scott Alexander critica a Hrera recurriendo al hecho de que Uber tiene una “unidad de nudges” que trata de configurar el marco de decisión de sus empleados y de sus clientes con la vista puesta en maximizar sus ingresos (por ejemplo, induciéndoles a dar una propina un poco más elevada).
¿Por qué no puede la Administración Pública empujar a la gente a realizar actividades prosociales? Hay cerca de 90 millones de estadounidenses que no se han vacunado contra la COVID, y aunque algunos de ellos son conspiranoicos, otros simplemente son perezosos o están nerviosos o creen que no la necesitan.
Por ejemplo, a muchos de esos, les puede ser suficiente para decidirse por la vacunación que alguien cuide de sus hijos mientras van a vacunarse o que la vacunación dé derecho a algún tipo de piscolabis.
Si algún tipo de campaña de economía conductual puede convencer al 1,5% de esos 90 millones de estadounidenses para que se vacunen, eso supone 1,4 millones más de vacunas y, bajo suposiciones razonables, quizá unos cuantos miles de vidas salvadas.
La crítica de Hrera es más atendible cuando dice lo siguiente:
La razón por la que campos como la economía del comportamiento son tan seductores es porque prometen a la gente soluciones fáciles y estandarizadas para problemas complicados... Esto se debe a que casi todos los estudios de laboratorio omiten una variable clave, que llamaré "ajuste situacional". En cierto sentido, ése es el objetivo del proceso científico: controlar todas las variables excepto la que te interesa, para encontrar efectos que se generalicen en todos los contextos. Sin embargo, los seres humanos no son bolas de billar ni átomos de hidrógeno. Somos extraordinariamente complejos y reaccionamos a los mismos estímulos de formas muy diferentes según las circunstancias. Este es uno de los defectos fundamentales de la investigación científica del comportamiento basada en el laboratorio. Coloca a los seres humanos en contextos extraños y asume que su comportamiento en un entorno no natural se generalizará a entornos complejos y naturales. Esto no ocurre (casi) nunca. El hecho de que las personas se vean afectadas de una manera en un laboratorio de la Universidad de Berkeley no significa que se vean afectadas de la misma manera cuando están sentadas en casa en el sofá o mientras charlan con sus amigos en el bar.
Es decir, que las generalizaciones a partir de este tipo de experimentación son poco convincentes. Pero esta crítica podría dirigirse no solo a los vendedores de crecepelo (los de todos los sesgos que no han resistido la réplica) sino también a todos los experimentos aleatorios controlados (RCT) y no por ello han de despreciarse como herramientas para conocer mejor la ‘naturaleza humana’ esto es, cómo tomamos decisiones. Que se generalice indebidamente a partir de tales experimentos y que se presenten sus resultados como prueba suficiente de la bondad de la política que se pretende implementar no es una crítica legítima a los ‘empujoncitos’. Y, como dice, Scott Alexander, no podemos avanzar en el conocimiento sin generalizaciones sobre las que construir y que refutar, cualificar, rectificar conforme los experimentos nos proporcionan resultados que aumentan nuestro conocimiento.
Alexander pone el ejemplo de los maravillosos efectos que tendría sobre el aprendizaje de los niños la ‘mentalidad de crecimiento’. Se hizo una evaluación a gran escala de si inducir a los niños a que adoptaran una mentalidad de crecimiento – de que podían aprender – era efectivo y se comprobó que tenía algún efecto significativo estadísticamente y como era muy barato de implementar, podría aplicarse masivamente esperando que se beneficiasen algunos estudiantes pero el problema era que “hacer cualquier otra cosa sería más rentable” para el aprendizaje de los alumnos. Es decir, que sus beneficios son tan pequeños que el coste de oportunidad de aplicar las campañas correspondientes puede ser elevado si los recursos disponibles son muy escasos. Alexander lo explica así:
Imaginemos que dijera que nuestro vecino de al lado es un jeque petrolero multimillonario que guarda miles de cajas de oro y diamantes escondidas en su sótano. Más tarde conocemos al vecino, y es el gerente de una pequeña librería y tiene un sueldo un 10% superior a la media de Estados Unidos (aunque inferior a la media de nuestro barrio). ¿Debemos describir esto como "hemos confirmado la hipótesis del vecino rico, aunque el tamaño del efecto fue menor de lo esperado"? ¿O como "me he inventado una historia completamente disparatada, y en noticias no relacionadas se ha producido una desviación irrelevante de literalmente cero en el mismo espacio"?
Todas las personas que hablan de jeques merecen que se les hagan algunas preguntas realmente desagradables. Y muchos de ellos serán los investigadores más famosos -los Dan Arielys del mundo- porque, por supuesto, las personas que han conseguido exagerar mucho sus resultados son las que el público conoce.
En otras palabras, la teoría de la mentalidad de crecimiento es una mala teoría científica y no mejora por el hecho de que tenga algún efecto sobre el rendimiento de los estudiantes. Porque la diferencia entre lo que ‘promete’ y sus resultados es abismal y no solo en términos cuantitativos sino, sobre todo, en términos cualitativos.
La crítica sensata a los ‘empujoncitos’ es, pues, de carácter teórico. Es poco prometedora como herramienta para conocer mejor la forma en la que los humanos tomamos decisiones. Y uno tiene la sensación de que sufrimos, respecto de muchos de esos sesgos y de los ‘empujoncitos’ para corregirlos, una suerte de opacidad causal. Los ‘empujoncitos’ parecen funcionar y como funcionan nos inventamos una explicación teórica de su funcionamiento (sesgo X o Y que se corrige con el ‘empujoncito’) pero es poco probable que, sin una base teórica fundada en la Evolución (cómo pudo la selección natural o la selección sexual implantarnos ese sesgo), los sesgos que constituyen la base de la Psicología Económica no sean más que respuestas ad hoc para explicar comportamientos que no esperaríamos de un sujeto – inexistente – que sería el homo oeconomicus que, con razón, siguen utilizando en sus modelos los Economistas.
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