lunes, 16 de septiembre de 2013

La psicología de la escasez

SUSANITA
"Los pobres son pobres porque quieren. ¿No te das cuenta de que si encima de ser pobres, invierten en artículos de mala calidad, siempre van a ser pobres? Susanita-Quino

Según la doctrina dominante, el sobreendeudamiento es lo que ha causado la crisis financiera. En España, el sobreendeudamiento de las familias y empresas que se ha trasladado a los bancos (que habían “sobreprestado” y, para prestar, se habían sobreendeudado) y que se ha trasladado, después, al Estado. Cuando los ingresos de los más pobres y de las empresas más frágiles han caído como consecuencia de la recesión y del aumento del desempleo, han cortado el consumo y han dejado de pagar sus deudas. El Estado se ha hecho cargo de parte de ellas – en forma de rescate a los bancos – y ha debido gastar más para sustituir las rentas que los pobres han dejado de percibir como consecuencia de la recesión.

Que los pobres se endeuden es muy peligroso. Pagan tipos de interés más altos y descuentan el futuro tanto que no valoran adecuadamente su capacidad para devolver lo prestado y atender a sus restantes necesidades y acaban en la ruina muy a menudo (¿recuerdan lo de los suicidios frecuentes entre los campesinos indios?). Los ricos no lo hacen – o las empresas, porque los socios tienen, normalmente, su responsabilidad limitada – simplemente porque no piden prestado por necesidad, en el sentido de que necesiten lo prestado para sobrevivir en el corto plazo. Los ricos y las empresas piden prestado (obtienen financiación) tras haber realizado (ellos y el banco) un análisis cuidadoso del coste de oportunidad del préstamo (ingresos esperados del proyecto que se financia con el préstamo, alternativas al préstamo – aumentar capital, vender activos –). Los pobres, como hemos dicho en otra entrada, piden préstamos para el consumo. Para satisfacer necesidades inmediatas (incluida la vivienda).

Los préstamos – y el sector financiero, en general – cumplen una función social muy beneficiosa en pequeña escala, pero destruyen el tejido social cuando se extienden sin control. Piénsese en los llamados Montes de Piedad. Eran instituciones que prestaban a los pobres con garantía prendaria: la vajilla de la familia, un mueble, joyas, prendas de vestir o ropa de cama. Al exigir una garantía prendaria, la devolución del préstamo no se fiaba a los ingresos futuros del pobre. La exigencia de garantía reducía el descuento hiperbólico o la miopía (“orejeras” o tunnelling le llaman Mullainathan/Shafir) que la escasez o la necesidad de satisfacer una necesidad inmediata provocan, simplemente porque el pobre experimenta el “trade-off” en el momento que solicita el préstamo, ya que ha de prescindir de la posesión y la utilidad que el bien que entrega en prenda le proporciona como condición para obtener el dinero. Si su cálculo ha sido erróneo y no puede devolver el préstamo, el resultado será el mismo que si hubiera vendido el objeto dado en prenda. La exigencia de garantía prendaria elimina el riesgo de sobreendeudamiento. Por el contrario, cuando el préstamo no se da con garantía prendaria, el pobre resuelve el problema urgente a costa de un problema futuro de mayor gravedad. No experimenta el “trade-off”.

Si cuando piden prestado, los pobres actúan irracionalmente, según estos autores, cuando gastan lo hacen de forma más parecida al homo oeconomicus, esto es, actúan más racionalmente que los ricos. Y la razón se encuentra en que la escasez les hace tener en cuenta el coste de oportunidad. Si un pobre compra la pasta de dientes por 2 € tiene menos dinero para comprar otras cosas que si la compra por 1 €. Los ricos – los que tienen dinero abundante – no calculan el coste de oportunidad de comprar la pasta de dientes, simplemente, porque, en su experiencia, la compra no tiene ningún coste de oportunidad. Gastar 2 € en una pasta de dientes no les impide comprar nada. No han de privarse de nada ni comprar menos cantidad de otra cosa para ajustar su presupuesto. Claro, que la Economía es la ciencia de la escasez y un rico, por definición, tiene abundancia de dinero. Pero, parece que también se comportan de manera diferente ante un aumento del gasto público o un aumento de los impuestos.

Los pobres – o los ricos cuando devienen pobres – “piensan peor”, tienen menos habilidad cognitiva, sacan menos puntos en los test que miden el cociente intelectual y tienen menos capacidad de autocontrol. (V., no obstante, aquí ). La urgencia – si no consigo cazar hoy, mañana estaré muerto; si no pago hoy la factura de la luz, me la cortan – agudiza el ingenio pero nos hace olvidarnos de todo lo demás y nos conduce a decisiones erróneas (como la de pedir un préstamo a un elevado tipo de interés para pagar la luz sabiendo o debiendo saber que el mes que viene será lo mismo y al siguiente lo mismo).

Esta concentración en lo urgente y estos efectos sobre nuestra capacidad cognitiva y de autocontrol encajan bien con la idea de los cazadores-recolectores que se movían en un entorno en el que la escasez era frecuente y la muerte por inanición también. Psicológicamente, aquellos que lograban estar vivos un día más (Stephen Jay Gould) debían ser premiados por la selección natural, de manera que tiene sentido descontar fuertemente el futuro (descuento hiperbólico). Como se ha recordado recientemente 


When we set a self-control goal for ourselves, we often have specific time frames in mind: I’ll lose a pound a week; a month from now, I’ll no longer get cravings for that cigarette; the bus or train will come in 10 minutes (and I’ve committed to taking public transportation as part of lessening my carbon footprint, thank you very much). But what happens if our initial estimate is off? The more time passes without the expected reward — it’s been 20 minutes and still nothing; I’ve been dieting for a week and a half now and still weigh the same — the more uncertain the end becomes. Will I ever get my reward? Ever lose weight? Ever get on that stupid train?


La psicología de la escasez es más “natural” que la psicología de la abundancia




Pero, del mismo modo que la atracción por lo dulce era una ventaja evolutiva en un mundo de escasez (de azúcar), se convierte en una maldición (obesidad, diabetes…) en un mundo de abundancia (de azúcar). Porque nuestros mecanismos psíquicos no han variado de forma pareja al entorno.

El “descontrol” del sistema financiero tiene mucho que ver con la extensión de las finanzas comerciales a las relaciones con los consumidores. Los consumidores, en el siglo XIX, no iban al banco para nada. No participaban en el mundo financiero. Si necesitaban dinero, acudían a una casa de empeños o, con suerte, a un Monte de Piedad. La prisión por deudas tenía más lógica en un mundo en el que el endeudamiento consecuencia de préstamos era una circunstancia excepcional.

Y los empresarios, lo mismo. La financiación bancaria de las actividades empresariales es una cosa, casi, del siglo XX. En el siglo XIX, los empresarios se financiaban a través de empresas cooperativas. Los bancos de crédito eran mutuas que reunían a los empresarios de una zona y a través de los cuales se daban unos a otros crédito comercial, esto es, crédito a corto plazo. Las grandes empresas se financiaban con acciones u obligaciones. Primero, sólo la deuda soberana y, a continuación, las grandes empresas de obras públicas como los ferrocarriles. 

El cálculo que hace el financiador de un proyecto empresarial es del tipo que hemos visto más arriba: ¿producirá el proyecto – el ferrocarril - suficientes ingresos como para que me pueda devolver lo prestado y los intereses? Los ingresos tienen que ser suficientes para eso y para pagar a los obreros que construirán la vía, al industrial que fabricará los trenes, al del carbón etc. Es decir, se calculan los ingresos esperados del proyecto, se determina el orden de preferencia en el cobro sobre tales ingresos y se decide si financiar el proyecto.
Los consumidores – y los pequeños empresarios – no deberían obtener financiación vía préstamo basada en ese cálculo, simplemente, porque el financiador no puede quedarse con el deudor si éste no produce los ingresos esperados. Deberían basar su cálculo en los activos del consumidor de los que pueden apropiarse, como hacían los Montes de Piedad. El nivel de crédito sería muy inferior, sin duda, pero no es seguro que estuviéramos peor. Los economistas racionalizan el crédito a los consumidores como una forma de "suavizar" la curva de ingresos y gastos a lo largo de la vida del consumidor pero cuando la cuantía del préstamo es elevada en proporción a las ganancias corrientes del consumidor, no parece que ese efecto suavizador se produzca.

Obsérvese, de nuevo, la diferencia con el seguro. El seguro es, probablemente, el único invento financiero del que podemos estar seguros que supuso un gran avance para la humanidad (aparte del cajero automático). El seguro nos cubre frente a un riesgo y nos hace poner dinero cuando el riesgo no se ha convertido en siniestro para poder tener dinero cuando el siniestro se produzca. El seguro se basa, nuevamente, en la mutualidad. Todos ponemos un poco de dinero cuando el riesgo no se ha convertido en siniestro y retiramos dinero para cubrir las pérdidas cuando el siniestro se produzca. Mucho más acorde con la naturaleza humana.

El préstamo, por el contrario, nos hace pedir dinero cuando se ha producido el siniestro sin liberarnos del riesgo de que, en el futuro, el siniestro se vaya a producir de nuevo. Si los pobres no se aseguran (recuérdese, de nuevo, el caso de los campesinos del tercer mundo), mucho menos deberían pedir prestado.

En fin, si el pobre actúa más racionalmente en lo que al valor del dinero se refiere y actúa irracionalmente cuando pide prestado ¿qué estrategia social para acabar con la pobreza tendrá más eficacia? Seguramente la que sustituya los préstamos por entregas de dinero en efectivo a fondo perdido. O, mejor aún, préstamos a fondo perdido salvo que el sujeto venga a mejor fortuna (ya sé lo del oportunista que, aunque venga a mejor fortuna, no querrá devolver el préstamo). Entregar dinero a los pobres para que se lo gasten en lo que quieran y restringir el acceso al crédito a los pobres (limitando el crédito al consumo y limitando severamente el crédito hipotecario) son dos medidas de “ingeniería social” razonables. Y hay que seguir dándoles dinero hasta que tengan suficiente margen de maniobra como para no caer en el endeudamiento al primer siniestro que se produzca. Porque la vida del pobre es muy arriesgada como lo es la de cualquiera que esté, en tiempos normales, al borde de la subsistencia.  

Según Rajan, lo que hicieron los EE.UU. con sus pobres fue justo lo contrario. En lugar de aumentar los impuestos en los años 90 – a los ricos – y redistribuir la renta de manera que se redujera la pobreza, Bush pensó que facilitar el crédito hipotecario era una “comida gratis” que permitiría a los pobres hacerse propietarios de sus casas y otorgó garantía pública a los préstamos hipotecarios a los pobres. Con los resultados de todos conocidos. Una política de viviendas públicas en alquiler con opción a compra (como se compraron su casa muchos de nuestros padres) parece, a toro pasado, una mejor política que inducir a los ciudadanos más pobres a endeudarse subvencionando los créditos hipotecarios. 

Los autores, para justificar el título del libro y la mayor validez general de la idea, se refieren a la escasez para incluir no ya la insuficiencia de recursos para sobrevivir o vivir cómodamente sino también la falta de tiempo. Decía Gary Becker en su primera clase del curso de doctorado que en un mundo en el que no hubiera escasez, todavía existiría un recurso escaso: el tiempo ("ya quisiera el oro ser tiempo" @juanfournier). No es de extrañar que los autores extiendan sus ejemplos desde los pobres económicamente hablando a los “superocupados”, es decir, a los que andan siempre faltos de tiempo. Es probable que los mismos mecanismos psíquicos que se ponen en marcha cuando afrontamos situaciones de escasez de alimentos o de bienes, se pongan también en marcha cuando sentimos que nos falta tiempo. Pero la verdad, es que la mitad del libro – la que se refiere a la “escasez de tiempo” o de amigos “soledad” – resulta traída por los pelos. 

Sin embargo, la segunda parte, en la que aplican las ideas básicas sobre la especial psicología de la escasez o la pobreza a los programas de ayuda al desarrollo resulta de más interés (Gladwell es un gran contador de historias y estos autores no lo son tanto) Por ejemplo, cuando se trata de programas educativos o de asistencia técnica, cuanto más sencillo, mejor. Que no tengan que esforzarse lo más mínimo para aplicar las reglas que pueden salvarles la vida es de gran importancia. Reglas más complejas (que exijan más habilidades cognitivas o más autocontrol) no tendrán éxito porque no se aplicarán (los pobres dejan de tomarse las medicinas). Para los pobres todo tiene costes en términos de renuncia a algo para obtener algo y, por tanto, en términos de habilidad cognitiva y autocontrol. Recuérdese. Los que vivimos en la abundancia no renunciamos a nada por adquirir la mayor parte de los bienes con los que satisfacemos nuestras necesidades cotidianas. La escasez - la pobreza - nunca viene sola. Va acompañada de falta de margen para equivocarse, volatilidad en los ingresos, exposición a riesgos catastróficos con mayor frecuencia que los ricos (shocks) y problemas urgentes cotidianamente.

Los últimos capítulos aplican los hallazgos de esta psicología de la escasez al diseño de las organizaciones y a la conducta individual de los ciudadanos que viven en la abundancia. Por ejemplo, (gestión de las urgencias en un hospital) a la eficiencia de disponer de capacidad sobrante para atender picos de demanda que sabemos que se producirán (no hay incertidumbre al respecto) pero cuya producción (cuándo) y envergadura (cuán elevado será el pico de demanda) desconocemos. De nuevo, tener capacidad sobrante actúa como seguro frente al riesgo del pico de la demanda y disponer de ella impide que la gestión de los asuntos "normales" - la cobertura de la demanda normal - se vea afectada por los picos de demanda. Lo interesante es que los autores ponen de manifiesto un coste de ajustar estrictamente oferta y demanda que normalmente no se tiene en cuenta: cómo afecta a la calidad del desempeño en las tareas normales la necesidad de "apagar fuegos" y resolver problemas urgentes o la conciencia por parte de los que trabajan en una organización respecto de que no tienen capacidad sobrante si se produce un incremento súbito y puntual de la demanda. Separar al jefe de riesgos de los que están centrados en la gestión cotidiana es una buena idea si evitamos que él también caiga en la trampa de lo urgente y de las "orejeras" mentales. Como dice otro autor: "working over 21 hours continuously is equivalent to being legally drunk" y controlar las horas de trabajo es poco eficiente cuando se trata de trabajo intelectual. La productividad no está muy relacionada con el número de horas. Y mejorar la eficiencia en el uso del recurso escaso (espacio en el caso de los restaurantes) puede aumentar mucho la productividad. ¿Por qué no – dicen los autores – utilizar los mismos mecanismos que usan los supermercados para incrementar las compras impulsivas para favorecer el “ahorro impulsivo”? Propuestas semejantes se han hecho en relación con el Derecho Supletorio. Cambiar éste puede hacer más racional el comportamiento de los individuos. En otras ocasiones, lo que funciona es el conocido “el que evita la ocasión, evita el peligro” como un remedio más eficaz que gastar elevadas dosis de autocontrol para evitar la tentación en cada momento (no almacenar dulces en casa, en el caso de los que están a dieta). Todo lo que sea economizar en autocontrol puede ser útil para corregir conductas erróneas. 

En general, el libro contribuye a dibujar una imagen más exacta de las decisiones económicas de los individuos. La escasez era el entorno en el que se formó nuestro cerebro y no es extraño que nuestras habilidades cognitivas y nuestras decisiones estén configuradas para hacer frente a la escasez de la forma que maximice las posibilidades de supervivencia. En un mundo de abundancia, como el ejemplo del azúcar y la obesidad demuestran, esas reglas y estructuras mentales que nos salvaron pueden llevarnos al desastre.

El libro, en fin, sugiere que la discusión acerca de si el ser humano se está volviendo más tonto o somos cada generación más inteligentes que la anterior puede estar mal planteado. Esa evolución hacia la tontuna o la inteligencia puede ser irrelevante en comparación con la mejora de los procesos cognitivos derivada de que cada vez haya más gente que vive en la abundancia y cada vez menos – relativamente, no en términos absoluto – en la escasez. Si los ricos toman mejores decisiones, resuelven mejor los problemas y cometen menos errores, podemos ser optimistas en relación con el progreso de la Humanidad. Al progresos económico le seguirá el progreso intelectual que realimentará la innovación y el desarrollo.

Scarcity: Why Having Too Little Means So Much

Sendhil Mullainathan/Eldar Shafir

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