Uno es
muy escéptico sobre el valor científico y práctico de lo que se conoce como el
Behavioural Law & Economics o Psicología Económica. Creo que sus bases teóricas no resisten la crítica de los antropólogos y los psicólogos de la evolución, básicamente, porque buscan explicar por qué los individuos
se comportan irracionalmente en lugar de tratar de explicar por qué los individuos se comportan como se comportan. Es decir,
en lugar de suponer que los individuos se comportan como se comportan porque la Evolución seleccionó esas pautas de comportamiento en unos contextos determinados en cuanto que favorecían la supervivencia individual, suponen que los individuos se comportan irracionalmente porque padecen sesgos en sus decisiones que pueden reducirse o eliminarse si las decisiones se toman en un contexto (“arquitectura de la decisión”) que permita a los individuos liberarse de tales sesgos.
Curiosamente, los autores que defienden la bondad de estas teorías, recurren siempre a las decisiones de inversión a largo plazo – ahorro para la vejez – para demostrar cuán irracionales son los individuos y cómo puede mejorarse el bienestar de cada uno sin limitar su libertad (no son paternalistas) actuando sobre la “arquitectura de la decisión”, esto es, llamando la atención de los individuos sobre unos u otros rasgos del producto y diseñando adecuadamente la regla supletoria – diríamos los juristas –, esto es, la consecuencia que se producirá si el individuo opta por no optar y no toma decisión alguna. Decimos curiosamente porque es altamente improbable que la Evolución nos hubiera dotado para tomar ese tipo de decisiones individualmente. Es mucho más probable que la Evolución hubiera confiado la cobertura de los riesgos de longevidad al desarrollo de tendencias cooperativas en el grupo de manera que fuera el grupo el que se ocupara de proporcionar los medios para atender a los ancianos del grupo. Los economistas, en general, siguen anclados en un individualismo metodológico poco sofisticado que les hace difícil encajar las conductas individuales que vienen determinadas por procesos colectivos, es decir, que se explican como formas de contribución individual a la producción de bienes colectivos por el grupo (acción colectiva) que pueden, o no, ser bienes públicos.
Como no podía ser de otra forma, en el caso del paper que comentamos a continuación, se trata de ver lo que ha pasado con el sistema sueco de pensiones complementarias.
El Gobierno sueco promueve el ahorro para la jubilación de sus ciudadanos obligándoles a contratar fondos de inversión (de pensiones) pero, tratando de respetar la libertad de elección de los ciudadanos, les da “a elegir”. Pueden elegir cualquiera de los ofrecidos por las empresas de inversión que cumplan los requisitos legales. Si los particulares no eligen un fondo determinado, se les asigna a un “fondo por defecto” que, se supone, ha sido diseñado por el Gobierno con las características de tener comisiones muy bajas, invertir en índices bursátiles, ser de gestión pasiva y alta diversificación.
Pues bien, en el año de lanzamiento de este sistema complementario de pensiones, el Gobierno hizo una gran campaña publicitaria y permitió a las empresas de inversión que hicieran campaña para fomentar la elección por parte de los ahorradores. El resultado fue que “sólo” el 66 % eligieron activamente un fondo de entre los que el mercado ofrecía y un 33 %, sin embargo, “delegaron” en el Gobierno la decisión. En los años siguientes, el Gobierno omitió la campaña publicitaria y el número de los que eligieron expresamente cayó estrepitosamente hasta desaparecer. No se hizo publicidad porque el año 2000 fue un año especial – lanzamiento del programa – y los ahorradores a los que había que atraer eran 4,4 millones, por el contrario, en las cohortes más recientes, los números eran muchísimo más bajos porque sólo formaban parte de ellas los jóvenes que se incorporaban al mercado de trabajo y los inmigrantes (p. ej., en 2016, 183.870 personas)
Explican los autores que, además, los ciudadanos tienden a tomar una decisión y “olvidarse” del asunto. Es decir, no reevalúan su decisión ni comprueban si ha cambiado algo que justifique alterar su decisión previa.
Todo lo anterior justifica la afirmación que
se ha hecho en otro lugar respecto a que, en muchos contextos, pero especialmente en los contextos que los psicólogos de la economía consideran que los acicates (
nudges) y la “arquitectura de la decisión” tienen más valor para mejorar las decisiones de los individuos,
es precisamente donde tiene más valor para los individuos deferir la decisión al grupo (i.e., al Gobierno), es decir, donde no decidir individualmente aumenta el bienestar individual y social. Es como si los individuos dijeran al planificador social: “Decida usted por mí que yo no tengo ni tiempo, ni incentivos ni información. Porque se trata de decisiones sobre el futuro lejano y mi arquitectura cerebral no está especialmente construida para ese tipo de decisiones por lo que la Evolución la construyó para maximizar nuestras tendencias cooperativas y, a través de la cooperación con los demás miembros del grupo, es como se adoptan las mejores decisiones para el bienestar de todo el grupo y, por tanto, las que maximizan mi supervivencia”
Nos cuentan los autores que “un poco más de una cuarta parte de los que, en el lanzamiento del plan no eligieron y se les asignó a la opción por defecto, cambiaron de opinión en los diez años siguientes y optaron por algún otro fondo de pensiones” pero muy pocos – menos de un 3 % – de los que habían elegido expresamente un fondo pasaron al fondo por defecto.
Los autores estudian, a continuación, un cambio importante en la gestión del fondo por defecto: éste devino, primero, más internacional – replicaba un índice mundial – y, más adelante, el Gobierno permitió al fondo endeudarse para invertir. Prácticamente ninguno de los ahorradores salieron o entraron en el fondo a raíz del cambio en el nivel de riesgo del fondo a pesar de que había un fondo “gemelo” del fondo por defecto (que invertía en lo mismo) pero que no se endeudaba para comprar acciones u obligaciones y eso a pesar de que, según un estudio reciente, “los ahorradores que estaban en el fondo por defecto se consideraban a sí mismos como relativamente más aversos al riesgo que la media y buscaban una inversión segura” lo que se da de tortas con invertir en un fondo que recurre al endeudamiento para invertir.
Pero si analizamos la cuestión en términos de ¿quién me aconsejó invertir? la valoración cambia. Los más aversos al riesgo querrán no decidir, no tener que elegir y si el Gobierno – en quien confían para ese tipo de decisiones, ha fijado el fondo X como el fondo por defecto, estarán felices de que sus ahorros estén ahí porque darán por supuesto y con buen criterio que el Gobierno nunca fijaría un fondo por defecto que fuera arriesgado o, en el peor de los casos, el Gobierno rescatará el fondo si quiebra.
Y, en fin, narran los autores que hubo denuncias de fraude en una de las gestoras de los fondos privados (
Allra) pero que tales denuncias no provocaron una corrida de los inversores. Sólo el 16 % de los que tenían su dinero en fondos de Allra cambiaron de fondos.
Y estas son las conclusiones
de los autores que acompañamos de algunos comentarios personales
Los críticos de la llamada "agenda de acicates" a veces preguntan, razonablemente, sobre cómo se supone que el arquitecto que diseña la estructura de la elección puede saber cómo elegir el valor por defecto…. Thaler y Sunstein (2008) sostienen que los acicates deberían diseñarse para mejorar los resultados para los afectados "según lo juzguen ellos mismos". La idea es tratar de decidir cómo lo harían los individuos personas si tuvieran toda la experiencia y la fuerza de voluntad necesarias para hacer decisión. Por supuesto, esta es una tarea difícil para el arquitecto pero debe hacerse alguna elección.
Lo que no se preguntan estos autores es por la posibilidad de que la gente no quiera elegir, no quiera tener que decidir qué es lo mejor para ellos mismos y prefiera que sea un tercero – el grupo – el que tome la decisión. Esta aversión a decidir ha tenido que ser seleccionada evolutivamente como una estrategia para maximizar la supervivencia del individuo en todos aquellos entornos en los que la decisión individual es costosa y arriesgada ¿tiene algo de extraño que los individuos deleguen sus decisiones financieras en muchísima mayor medida que sus decisiones sobre sus hijos, sobre su ocio, sobre su consumo o sobre sus desplazamientos?
Toda la doctrina de los acicates se centra en las decisiones de inversión de los individuos, y de inversión de largo plazo, decisiones que cabría esperar que los individuos prefirieran no tomar por ellos mismos porque hacerlo individualmente es muy arriesgado, las posibilidades de error son muy elevadas, hacerse con la información suficiente para reducir significativamente tales riesgos muy costoso y, sobre todo, son decisiones que no contribuyen de forma significativa al “libre desarrollo de la personalidad” del individuo, esto es, no tienen ningún valor expresivo ni generan resultados placenteros a diferencia de las decisiones que hemos enumerado más arriba.
¿Por qué empeñarnos en que la gente “elija”? ¿No es suficientemente evidente que la gente se quita de encima esas decisiones en cuanto puede?
Tampoco tiene mucho valor que se pondere el éxito de la campaña gubernamental para incitar a los ciudadanos suecos a elegir un fondo u otro. Más bien lo sorprendente es que hubiera un 33 % que, aún así, decidiera delegar la decisión en el Gobierno. Y eso ¡
en uno de los países más individualistas del mundo! En el mismo sentido ha de interpretarse la falta de reacción del público a la autorización al fondo por defecto para endeudarse y a las denuncias de fraude en alguno de los fondos. Simplemente, los individuos consideran que “el Gobierno sabrá lo que hay que hacer”, es decir, la falta de reacción es una muestra más de que los individuos no quieren tener que decidir sobre cuestiones que creen que el Gobierno puede decidir mejor que ellos mismos.
Los autores dicen que el número de fondos ha estallado y son hoy casi 900 “un número que, obviamente, es demasiado alto” y que lleva a cada vez más gente a “delegar la elección” y optar por el fondo por defecto. La pregunta es si ese incremento de las posibilidades de elección hasta hacerlas inmanejables es evitable. Y me parece que no. El mercado, en condiciones de costes de información elevados, como son las que rodean las decisiones de inversión a largo plazo, lo que hace es multiplicar la oferta y,
dado que lo que se ofrece es un producto en amplia medida homogéneo, los incentivos de los asesores de inversión para diversificar artificialmente la oferta son imparables.
Sobre esta base, los autores proponen tres cambios en el sistema sueco
En primer lugar, la arquitectura de elección debe revisarse para tener tres niveles en lugar de los dos (fondo por defecto o menú de fondos). Sugerimos que el fondo por defecto regrese a su estrategia de ser un simple fondo de índice global sin posibilidad de endeudarse. Si el objetivo es adivinar lo que ciudadanos informados elegirían por sí mismos, creemos que es poco probable que sea un fondo con un 50% de apalancamiento. Si los inversores desean un fondo tan agresivo, se les debe exigir que lo elijan activamente. Para acomodar esas preferencias, así como la de los inversores más prudentes, sugerimos ofrecer una pequeña cantidad de "fondos por defecto alternativos", quizás solo dos. Uno, para acomodar las preferencias de los que quieren algún endeudamiento, quizás limitado al 25%. La otra podría ser una alternativa más conservadora, digamos con solo el 75% del fondo invertido en acciones”
Francamente, la sugerencia parece absurda ¿realmente consideran que la gente tiene preferencias respecto del riesgo de la inversión del fondo de pensiones complementaria que puedan calibrarse con esa finura? ¿Qué es lo que quiere un ciudadano medio que no quiere ni siquiera molestarse en elegir? ¡confiar! ¡confiar en el Gobierno! y el hecho de que el gobierno cambiara la estrategia de inversión del fondo por defecto tan significativamente y no pasara nada indica que los individuos habían confiado en el gobierno.
Proponen, en segundo lugar, reducir drásticamente el número de fondos ofrecidos de manera que sus gestores puedan ser controlados fácilmente por el Gobierno para evitar los fraudes. ¿Y qué tal suprimir todos los fondos privados? Así no habría problema de supervisión y el gobierno podría “diversificar” dentro del fondo por defecto que sería el único con lo que nos ahorraríamos todos los costes de comercialización y gestión además de los elevadísimos sueldos que se llevan los que gestionan las inversiones ajenas.
Por último, proponen que cada dos décadas haya un “reinicio” del sistema para que todo el mundo tenga que volver a decidir si quiere estar donde está o cambiar. De nuevo, si uno no cree que la elección tenga valor, poner acicates para que la gente elija es una pérdida de tiempo y esfuerzo. Resulta casi hilarante lo que los autores dicen sobre el color de los sobres en los que se remite la información a los ahorradores
la política actual es enviar un estado de cuenta anual en un sobre naranja de colores brillantes que pretende atraer la atención de los inversores. Sospechamos que muchos de los sobres son tirados a la basura sin abrir. Sugerimos que, en el lanzamiento del sistema reformado, haya una envoltura de color diferente, tal vez azul sueco, que esté adornada con mensajes fuertes para prestar atención a sus contenidos.