En su blog, Brad DeLong ha dedicado una entrada a defender a Larry Fink, el presidente de Blackrock, el gigante de la inversión quien es uno de los mayores promotores de las inversiones con criterios “ambientales, sociales y de gobierno corporativo” (ESG), frente a los ataques que estos planteamientos están sufriendo por parte de los republicanos en los EE.UU.
Básicamente, a DeLong le parecen muy bien los criterios de ESG en las inversiones. Dice que Alexis de Tocqueville estaría de acuerdo también.
Tocqueville veía a Estados Unidos como un país democrático en el que los individuos actuaban impulsados, principalmente por su propio interés. Pero se trata de un “interés propio bien entendido”: los estadounidenses entendían – decía Tocqueville – que sólo podrían prosperar si la Sociedad en su conjunto prosperaba; si sus clientes y proveedores también se beneficiaban de sus contratos con ellos. Los norteamericanos trataban de maximizar su riqueza pero comprendían que este es un objetivo de largo plazo lo que les llevaba a ayudar a otros a tener éxito y a verificar que estaban contribuyendo, con sus empresas, a la prosperidad de la Sociedad
De modo que, concluye,
“ESG no es una moda pasajera. No es una agenda política. No es una amenaza para el capitalismo. Es una forma racional y responsable de invertir (asignar capital) que tiene en cuenta los riesgos y oportunidades a largo plazo de un mundo cambiante… aquellas organizaciones que demuestren que son buenos ciudadanos que promueven el bien común serán vistas y serán contrapartes mucho mejores que las organizaciones a las que no les importa cuánto daño hace la contaminación o cómo sus acciones afectan la forma en que viven sus trabajadores y clientes o si pagan sobornos a los políticos.
Creo que Tocqueville no estaba hablando de un “interés propio ilustrado” (enlightened self-interest). Se estaba refiriendo a la mutualidad y a la convicción de los norteamericanos de que los juegos en los intercambios y en las organizaciones sociales son juegos de suma positiva, diríamos hoy, en los que la única forma de obtener un beneficio es convenciendo a otro para que intercambie o trabaje con nosotros y, para hacerlo, es necesario que él también extraiga un beneficio de la transacción.
Por tanto, la cuestión en Tocqueville no es la capacidad de los particulares para, dejados a su libre albedrío, eliminar las externalidades (esto es, los daños que sufren los que no son parte del acuerdo o de la organización o, en general, el ambiente y, en último extremo, el planeta). Y parecería que, de lo que va lo de la ESG es de quién decide cuál es la mejor forma de reducir o mitigar esas externalidades.
Y aquí es donde la posición de DeLong es más aceptable. Defiende la estrategia de Blackrock (una compañía apasionada por la ESG) y critica las leyes norteamericanas que pretenden prohibir a los inversores guiar sus decisiones de inversión por criterios ESG
Legisladores republicanos en 37 estados han puesto en marcha 165 proyectos de ley para restringir y penalizar el uso de criterios ESG por parte de fondos de pensiones, aseguradoras, concesionarios públicos y reguladores. Legislación modelo redactada por intereses derechistas de combustibles fósiles que buscan acelerar e intensificar el calentamiento global, y por grupos de derecha que afirman falsamente que ESG es una amenaza para los mercados libres y los valores tradicionales, en lugar de, como señaló de Tocqueville en su Democracia en América, el valor tradicional de base sobre el cual se construyeron la libertad y los mercados libres.
Y explica que los proyectos de ley pretenden limitar la discrecionalidad de los inversores – cuando son fiduciarios – para tomar en consideración, a la hora de invertir, cualquier cosa que no sean “los rendimientos financieros inmediatos a corto plazo”, esto es, sin que se puedan tener en cuenta las externalidades o los efectos reputacionales; prohibir al sector público contratar o invertir en “empresas financieras que boicoteen o discriminen a las empresas de combustibles fósiles, armas, tabaco, prisiones privadas etc”. Y lo que es más gracioso: estos proyectos prevén imponer la obligación a las empresas de demostrar, mediante la publicación de información y las auditorías correspondientes, que cumplen las prohibiciones que se imponen en la propia legislación anti-ESG.
Por ahora, dice DeLong, menos de 20 de esos proyectos se ha convertido en ley.
Observen la diferencia entre Europa y EE.UU en lo que se refiere – también – a la ESG.
En los Estados Unidos, son las empresas privadas las que deciden incorporar este tipo de criterios en sus decisiones de inversión. De manera que, si aciertan, los fondos gestionados por Blackrock obtendrán más rentabilidad que los gestionados por – digamos – Apollo y si se equivocan (y las inversiones que cumplen con los requisitos ESG son menos rentables que las que no cumplen con tales requisitos) lo pagarán en forma de pérdida de clientes. En Europa, la sostenibilidad (el ESG) es una política pública impuesta a las empresas grandes por los gobiernos europeos que limita extraordinariamente la libertad de estas para decidir respecto de cuáles creen que son las políticas empresariales preferibles. No se permite a las empresas europeas experimentar. No se les permite tomar sus propias decisiones. Se decide políticamente la estrategia preferible y se impone a todas las empresas europeas.
Pero obsérvese también que lo que sostiene Blackrock es que incorporar los criterios ESG a sus decisiones de inversión hará más rentable a Blackrock. Su objetivo no es reducir el calentamiento global o mejorar el bienestar de los bangladesíes. Su objetivo es ganar más dinero y creen que ganarán más dinero si las empresas en las que invierten reducen su huella de carbono, tienen en cuenta el bienestar de todos los “interesados” en la producción de la empresa (clientes, comunidades locales, proveedores…) y tienen un mejor gobierno corporativo.
Mientras es muy fácil de argumentar que la S y la G pueden aumentar la rentabilidad de las empresas vía reputación (son incontables los estudios que indican que una empresa que trata bien a sus trabajadores y proveedores es, ceteris paribus, más rentable que una empresa que tiene una plantilla mal pagada y descontenta o proveedores que se sienten explotados y son incontables los estudios que demuestran que las empresas mejor gobernadas corportivamente son más rentables) es más difícil de creer que reducir la huella de carbono a cero haga más rentable a Cuatrecasas que a Garrigues, ceteris paribus. Al contrario, si los daños al medioambiente son una externalidad (son costes que la empresa no incluye en su cuenta de resultados), internalizarlos voluntariamente no parece racional si de lo que se trata es de maximizar los rendimientos que se extraen del patrimonio que es la empresa. O eso, o realmente, los criterios ESG no van de “internalizar las externalidades” que generan las empresas con su actividad, sino de (i)realizar una mejor valoración y cobertura de los riesgos que sufren las empresas o de (ii) invertir en aquellas empresas que más pueden beneficiarse de los enormes esfuerzos públicos y privados en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para reducir el calentamiento planetario.
Lean, si no, lo que dice la propia Blackrock
El año pasado, escribimos que los inversores eran cada vez más conscientes de que el riesgo climático constituye un riesgo de inversión, lo que impulsaría una reasignación de capital de gran calado. También creemos que la transición climática genera una oportunidad de inversión histórica. A medida que el mundo efectúa su transición hacia una economía con cero emisiones netas de carbono, BlackRock puede prestar un mejor servicio a sus clientes ayudándoles a situarse a la vanguardia de esa transición.
la integración de la sostenibilidad puede ayudar a los inversores a construir carteras más resistentes y lograr mejores rendimientos ajustados al riesgo a largo plazo.
Es decir, que, al igual que ocurre con la S y la G, Blackrock cree que “la presión política, un impulso regulatorio y avances tecnológicos para crear las bases de un mundo más sostenible” harán que las inversiones ‘sostenibles’ en E sean más rentables que las inversiones en activos o actividades ‘no sostenibles’.
Y Blackrock cree también que los riesgos ambientales han de incorporarse a la política de riesgos de todas las empresas. P. ej., una empresa hotelera que incluya riesgos a largo plazo debe diversificar el riesgo de subida del nivel del mar no concentrando sus hoteles en la zona marítimo-terrestre o en islas como las Maldivas. Tampoco es esta segunda opinión de Blackrock una opinión discutida. De hecho, los mejores expertos en la materia consideran el “cumplimiento normativo” y la “gestión de riesgos” como dos caras de la misma moneda ya que entre los riesgos que ha de gestionar un administrador se incluyen los riesgos reputacionales y los riesgos asociados a los fenómenos climáticos. Pero, obsérvese, que así como el calentamiento planetario perjudicará a muchas empresas, a otras las beneficiará (fabricantes de aire acondicionado, por ejemplo).
Hasta aquí, la ESG no debería ser discutible. Pero tampoco debería serlo que no debería imponerse a las empresas tener una política de ESG. Sencillamente porque las empresas tienen ya los incentivos para hacerla – si, como piensa Blackrock y muchos otros contribuye a aumentar la rentabilidad de la empresa – y deben disfrutar de la máxima libertad posible para elegir la forma de implementarla. Las empresas tienen incentivos para ser S y para ser G, ¿por qué no habrían de tenerlos para ser E?
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