Jordi Évole lo hace cada vez mejor. Su programa no es un programa de debate sobre cuestiones públicas. Es un programa de entretenimiento basado en presentar, de forma amena, cuestiones que, los de su equipo piensan que interesan a mucha gente. En su primera temporada, digámoslo suavemente, pecaba de sectarismo. Los problemas no se presentaban de forma equilibrada y se daba demasiado “cuartelillo” a posiciones y personajes absurdos. Por ejemplo, aquél que hizo sobre si los fabricantes de alimentos nos envenenaban o no. Tiene un sesgo anticapitalista que sólo personas muy inteligentes y muy preparadas pueden permitirse.
Pero el debate Rivera/Iglesias fue un ejemplo de buena televisión. Hizo un “docudrama” y – parece – la edición de la conversación fue magnífica. No hubo ni un segundo en que el interés decayera. Supongo que tenía horas de grabación y las redujo de forma amena e inteligente. Sus intervenciones como moderador fueron ajustadas. Obligó a Rivera y a Iglesias a explicarse y permitió las interrupciones recíprocas – lo que dio una gran ventaja a Rivera – .
Rivera lo hizo muy bien. Sus aciertos, a mi juicio, quedan bien expuestos por comparación con el discurso de Iglesias. Como dijo del Alamo en twitter, el problema de Iglesias es que, como Mae West, está “at his best” cuando es un rojo furioso. Pero cuando se pone socialdemócrata escandinavo, “patina” porque ni se sabe el discurso ni resulta convincente. Simplemente, Iglesias tiene que estudiar más economía y otras ciencias sociales para que lo que dice pueda convencer a alguien que no esté ya convencido y no esté a la izquierda del troskismo. Las encuestas indican que la gente ha colocado a Podemos a la izquierda de Izquierda Unida y que no es ya un partido transversal en modo alguno.
Rivera mantuvo las formas y el tono. Se preparó bien los mensajes que quería lanzar. Digo bien porque no se limitó a tirar de argumentario (contrato único, sanidad para inmigrantes irregulares, “hay que generar riqueza para poder redistribuir”, “no puedes gastar como si no hubiera mañana”, “bajar los impuestos a todos”, “el árbitro de los mercados no puede estar comprado”, “hay que hablar con todos, desde la libertad”, “los medios de comunicación no pueden ser independientes si no ganan dinero de sus clientes”, “no al referéndum en Cataluña porque no es un referéndum sobre el trazado de una carretera, sino para separarse de España”, “el PSOE no tiene un programa, tiene 17”…) sino que tenía bien interiorizadas las ideas correspondientes, de manera que podía explicarlas con pocas palabras, lo que es absolutamente imprescindible en un debate en el que no puedes hablar más de 1 o 2 minutos cada vez.
Por ejemplo, explicó bien el sentido del complemento salarial a través de un impuesto negativo. Creo que esa idea tiene más ventajas de las que pudo explicar Rivera. Una muy importante es que, incluso la gente que gana poco ha de realizar una declaración de la renta. Eso es muy importante en un país en el que hay mucho fraude fiscal y en el que la mayoría de los autónomos declaran rentas inferiores a los asalariados. Una vez que están en los ordenadores de Hacienda, el control es mucho más fácil y, a largo plazo, puede ampliarse la base de los que pagan impuestos (cuando estos “pasan a mejor fortuna”). No hay que recordar que el principal problema de nuestra Hacienda es que recauda muy poco en comparación con otros países a pesar de que, los que pagan impuestos, pagan muchos impuestos (esfuerzo fiscal). Que todo el mundo esté en los ordenadores de Hacienda es muy importante para luchar contra el fraude.
El único tema en el que esta estrategia no le funcionó fue en relación con las SICAV (pista: las SICAV no son nada distinto de un fondo de inversión como el que tienen millones de españoles. Tampoco éstos pagan impuestos hasta que no sacan el dinero del fondo). Explicó bien, pero no quedó claro, que el problema es el enforcement de las normas antifraude, es decir, cuando se utilizan las SICAV para fines distintos de los de servir para que la gente ahorre e invierta en bolsa, a la vez.
Otro acierto de Rivera fue “machacar” al rival sobre las críticas que se le han dirigido – a Podemos – desde los observadores más inteligentes. Por ejemplo, lo de que Podemos acierta en el diagnóstico de los problemas pero se equivoca en las soluciones que propone es un resumen acertado de los problemas que tienen los partidos populistas. De hecho, incluso The Economist lo ha utilizado para criticar a Corbyn.
El “zasca” de Rivera respecto de la acusación a Ciudadanos sobre que son el partido del IBEX 35 fue notable. Pidió a Iglesias que dejara de utilizar ese tipo de slogans porque él podría decir que Podemos es el partido de Maduro, “y no lo dice”. Esto puede “elaborarse” en el sentido siguiente: critiquémonos con dureza, pero actuemos de buena fe en la conversación y no repitamos acusaciones que sabemos que no son verdaderas aunque creamos que nos pueden hacer ganar votos. Y, en general, reconozcamos los aciertos de los rivales. Por ejemplo, en Madrid, Carmena y Cueto – el coordinador general – están siendo sensatos. Por ejemplo, Oltra en Valencia está siendo sensata en algunos ámbitos – reconozcámoslo – y muy criticable en otros (su valoración de los insultos que dirigieron a Felipe González es inaceptable; haber puesto la educación en manos de los nacionalistas, también. Los nacionalistas valencianos están dispuestos a sacrificar el inglés en las escuelas si eso les permite generalizar la inmersión en valenciano/catalán).
También fue acertado que la conversación no girara en torno a la corrupción. Lógico, dado quienes eran los interlocutores.
Rivera tenía mucho más preparado el debate que Iglesias. Me parece obvio. Iglesias no supo defender con argumentos ninguna de sus propuestas ni su viabilidad práctica.
Rivera utilizó bien el “derecho a interrumpir” e Iglesias – que se le nota mucho que es profesor – tendía a callarse cuando Rivera le interrumpía. Al revés ocurrió muchas menos veces. Interrumpir al rival te da una ventaja frente a la audiencia sólo si la interrupción es breve, seca y contundente. En otro caso, quedas como un maleducado.
El moderador (si no es un sectario y es profesional y no un mero busto parlante) estará siempre con el que maximice la audiencia del programa. Hay, por tanto, que “convencerle” de que tu discurso es más interesante que el del rival. Si lo logras, te dará más oportunidades de intervenir y la discusión discurrirá sobre los temas que dominas. En el debate, por ejemplo, el discurso de Rivera sobre Cataluña está mucho más articulado y es más coherente que el de Iglesias. No convencerá a ninguno de JuntspelSi, pero sus seguidores – y los seguidores del PP y del PSOE en el resto de España – saben que hay alguien que sabe lo que dice sobre Cataluña y sabe cómo hacer frente a los independentistas. Iglesias insistió en convencer a los independentistas que dejen de serlo, lo que sonó absurdo.
No sabemos qué habrían dicho ambos de otros temas. Por ejemplo, del concierto vasco y navarro; de la forma de combatir la pobreza; de educación; de desarrollo, de los problemas territoriales…
El punto más débil de Rivera fue, a mi juicio, el de la sanidad para los inmigrantes irregulares. Médicos del Mundo tuiteó: “ya está Rivera otra vez poniendo en el mismo saco a turistas y a inmigrantes irregulares”. El mensaje es muy eficaz. Viene a decir que Ciudadanos carece de sensibilidad para ver las diferencias entre un senegalés que trabaja en el “top manta” y una anciana británica que tiene un estupendo chalé en Denia donde pasa largas temporadas. La idea de que ningún país de Europa da barra libre en asistencia sanitaria a los irregulares, con ser cierto (Rivera lo utilizó eficazmente cuando le preguntó a Iglesias si conocía algún país en Europa que lo hiciera), es insuficiente. A mi juicio, la posición de Ciudadanos se defendería mejor si se acusara a los que son partidarios de “barra libre” en servicios públicos para los inmigrantes irregulares de hipocresía e incoherencia.
De hipocresía porque a todos nos dan pena los inmigrantes irregulares pero es muy hipócrita decir que vas a atenderlos en los ambulatorios y los hospitales (los inmigrantes irregulares son jóvenes y, normalmente, no se ponen enfermos) pero que no les dejas ganarse la vida lícitamente (porque no les das permiso de residencia y de trabajo) ni tampoco los expulsas (porque el número de expulsiones representa una cantidad pequeña en comparación con el número de personas con residencia irregular en España). Si quieres que tengan acceso a los servicios públicos, permite que contribuyan a su financiación y, para eso, tienes que dejarlos trabajar en España.
Y de incoherencia porque, por la misma regla de tres, deberían tener acceso a las rentas de inserción o a las ayudas para dependencia, es decir, a todos los servicios a los que acceden los que tienen residencia legal y derecho a trabajar en España.