Nota previa: Me molesto en criticar a Ana Pastor porque creo que es una buena periodista. De los malos, no hablo. De modo que entiéndase lo que sigue como una crítica constructiva.
La profesionalidad es a la ética de los periodistas lo que la estética es a la ética de los individuos en general: la primera barrera ética es la que nos proporciona la fealdad. El mal es feo. El periodista más inmoral no es, no puede ser, un buen profesional.
A los periodistas se les exige rigor en sus crónicas, reportajes, entrevistas o programas de radio o televisión. ¿Qué quiere decir “rigor”? Más o menos, que traten con “dignidad” la cuestión, el tema o a la persona objeto de su trabajo. Es decir, que reconozcan el “valor” de la cuestión objeto de su trabajo y lo traten con la seriedad que merece. Un periodista que trata el tema de la violencia de género como si fuera un debate entre machistas y feministas no está haciendo un trabajo riguroso, ni digno. Si se trata de un asesinato, el rigor exige a los periodistas que no sean morbosos (que no den detalles irrelevantes que, sin embargo, serían imprescindibles en una obra de teatro o en una novela para captar la atención y provocar emociones en la audiencia o en el lector); que no prejuzguen; que no atenten contra el honor, la reputación de la víctima y la intimidad de la familia. Si quieren provocar las emociones de la audiencia, los periodistas deberían dedicarse a la literatura.
Cuando un periodista prepara un programa de televisión sobre las pensiones en España, el rigor exigible viene determinado por la importancia y gravedad del asunto para su audiencia. Deberá apartarse de cualquier tratamiento demagógico. Si el formato incluye entrevistas y debates, deberá invitar a expertos y, eventualmente, a los políticos que, en cada partido, centran su actividad en el tema.
La selección de los expertos invitados deberá venir determinada por el objeto del programa. En este punto, un periodista vago se limitará a entrevistar a expertos o a permitir que los políticos de turno debatan como les parezca. Un periodista riguroso, por el contrario, elaborará el guion del programa incluyendo en él un análisis propio (esto es, realizado por el periodista) de los asuntos relevantes, análisis que presentará a su audiencia como propio (¡ay! la magnífica voz en off). En dicho análisis irá engarzando las opiniones de los expertos y las de los políticos. Cuando, tras ese análisis, haya detectado las cuestiones polémicas (es decir, aquellas cuestiones respecto de las que los expertos discrepan o los políticos no están de acuerdo), expondrá la cuestión en los términos más neutros posibles pero más completos (para permitir a la audiencia formarse una opinión tras oír las voces discrepantes) de modo que se distingan perfectamente los hechos (acerca de los que no cabe discrepar) y las opiniones de los expertos y los políticos. De esta forma, si el programa incluye un debate, podrá encauzar este hacia las cuestiones discutibles y no permitir a los participantes que afirmen hechos falsos o irrelevantes. Al mismo tiempo, en los temas de policy, la exposición de los hechos permitirá a la audiencia evaluar críticamente las propuestas de policy de cada uno de los políticos.
En materia de pensiones,
por ejemplo, un periodista riguroso expondría la situación española. Explicaría que nuestro sistema se basa en hacer pagar a los trabajadores en activo en cada momento las pensiones reconocidas por el Estado en cada momento; que cada trabajador paga en proporción (no exacta) de su salario lo que justifica “políticamente” pero no financieramente que reciba una pensión mayor a su jubilación el que ha ganado un mayor salario y, por tanto, ha aportado más que el que ha recibido un salario menor y, por tanto, ha aportado menos. Decimos que esta justificación es sólo política y no financiera porque en ninguno de los casos hay correspondencia entre las aportaciones y el valor capitalizado de la pensión que se recibe. El sistema depende, pues, para su viabilidad, de la garantía del Estado en el sentido del compromiso del Estado de pagar las pensiones a todos los que tienen reconocido el derecho subjetivo a percibirlas allegando, en cada momento, los recursos necesarios en la forma que sea: bien aumentando las contribuciones de los trabajadores en activo, bien mediante impuestos. El envejecimiento progresivo de nuestra sociedad, la elevada tasa de sustitución y el aumento de la esperanza de vida hacen – parece – inevitable que la cuantía individual de las pensiones se reduzca en algunas décadas a pesar de que los que hoy están trabajando aporten más de lo que lo hicieron las generaciones anteriores que, ahora, están recibiendo las pensiones. O quizá, no. Quizá no haya pensiones dentro de treinta años porque todo el mundo recibirá un “ingreso mínimo vital” con independencia de su edad y de su actividad gracias a que las máquinas harán la mayor parte del trabajo. En todo caso, puede añadirse que, cada individuo, en la medida de sus posibilidades, debe ahorrar en su época más productiva para su vejez y que garantizarse el nivel de vida deseado en la vejez es una responsabilidad individual.
Este es un planteamiento riguroso que permitirá al periodista no dar voz a los que dicen “mentiras” al respecto. Por ejemplo, a los que dicen que la seguridad social es un “esquema Ponzi” o que es un “seguro” y que los trabajadores tienen derecho a pensión porque han pagado a lo largo de su vida laboral las “primas” necesarias para recibir, ahora, su pensión. Y también para no dar voz a los que dicen, por ejemplo, que el gobierno ha “esquilmado” el fondo de garantía de las pensiones y ha utilizado esos fondos para rescatar a los bancos o para comprar marihuana. También permitirá al periodista no dar pábulo ni voz a las teorías conspirativas acerca de la coalición entre el Banco Mundial y el FMI para privatizar el sistema de pensiones.
Es decir, una vez que el periodista ha hecho su propio juicio sobre la cuestión objeto del programa y lo ha hecho tras informarse debidamente, podrá introducir a terceros en la discusión. Los expertos pueden aparecer para explicar – en sus palabras – los hechos que el periodista asume como ciertos. Los políticos, no. Los particulares – un pensionista, un trabajador en activo – pueden aparecer para “expresar” lo que los particulares esperan del sistema de pensiones. No para expresar lo que cualquiera piensa sobre las pensiones, sino lo que el periodista ha confirmado que son las expectativas de un pensionista o un trabajador en activo. Los particulares que dan “testimonios” no tienen cabida en un programa riguroso (sí la tienen en un reality show porque éste tiene por objeto provocar emociones en la audiencia) salvo en su condición de “ejemplos”. Aparecen en el programa “a título de ejemplo” del tipo de hechos o información que el periodista quiere transmitir. El “testimonio” ha de ser, por tanto, representativo de los hechos que se están narrando.
Es en este punto donde los periodistas, a menudo, dejan de serlo y se convierten en entertainers. Con un falso sentido de la equidistancia e imparcialidad, presentan a dos particulares, a dos políticos o a dos “expertos” que comunican informaciones – datos de hecho – contradictorios u opiniones contrapuestas como si ambas fueran igualmente respetuosas con la verdad o representaran las dos comprensiones más extendidas de los hechos y de su interpretación.
Al presentarlas así, el periodista hace dejación de su función (contrastar las afirmaciones de cualquiera con la realidad) porque permite que lleguen a la audiencia unas afirmaciones que no son correctas (cuando se refieren a cuestiones de hecho) o que lleguen a la audiencia opiniones que se justifican sobre la base de hechos que no son ciertos. Este es un periodista vago y manipulador. Manipula a la audiencia al hacerle creer que lo que dicen uno u otro en su programa tiene el mismo valor cuando él sabe que lo que uno está diciendo es mentira mientras que lo que dice el otro es verdad y, por tanto, que las opiniones del primero están fundadas en la mentira y las del segundo en hechos ciertos.
La labor del periodista en relación con los expertos
Debe consultar a los expertos para formarse su propia composición de lugar sobre los hechos básicos que han de conocerse sobre el tema en cuestión. Puede consultarlos o leer unos cuantos libros y trabajos sobre la materia. En nuestro ejemplo, ha de consultar a expertos que le digan, más o menos, – acépteseme – lo que he expuesto más arriba.
Y, a continuación, ha de consultar a expertos y, en su caso, ponerlos a debatir, respecto de las cuestiones en las que hay discrepancias entre ellos (pero que no contradicen los hechos) y respecto de la policy más conveniente desde el punto de vista, por ejemplo, de su eficiencia y sostenibilidad, de su equidad o de su coste.
En cuanto a los políticos, los políticos no son expertos. El debate con ellos debe versar sobre la policy y el periodista debe impedir que digan falsedades o que propongan medidas que contradicen los hechos. Por ejemplo, no puede permitir que se diga por un político que hay que reponer el fondo de garantía de la seguridad social porque eso es tanto como decir que hay que reconstruir Palmira. Expresión de un deseo, no de una medida política.
A los expertos, pues, hay que utilizarlos en las dos etapas de elaboración del programa: para elaborar el guion y para debatir las cuestiones que sean debatibles en los términos que hemos explicado. Pues bien,
si Ana Pastor hubiera sido una periodista rigurosa
(no objetiva, ni imparcial, sólo rigurosa) y hubiera pretendido hacer un programa “serio” sobre las pensiones en España, no habría llevado como experta para debatir con Ayuso a Etxezarreta.
La primera es una de las elegidas por el Gobierno para discutir de la reforma del sistema de pensiones en España y es una experta en técnicas actuariales con numerosas publicaciones en la materia. Cualquier experto en pensiones la consideraría como alguien con competencia y capacidad para hablar sobre el tema. Repito, no para contar los hechos del sistema de pensiones español. Para dar una opinión fundada sobre las opciones que, a la vista de los hechos, tiene el legislador español para asegurar la solvencia y sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Si Ana Pastor hubiera utilizado a Ayuso para hacerse el guion del programa, podría haber prescindido de ella para debatir las cuestiones polémicas o de policy o, como hizo, utilizarla para debatir las cuestiones polémicas con otros expertos.
Podría haber sentado a Ayuso con cualquiera de los siguientes, todos ellos expertos contrastados en materia de pensiones: J.I. Conde-Ruiz, Sergi Jiménez, Alfonso Sánchez, Juan F Jimeno, Rafael Doménech, José A. Herce, Miguel Ángel García, Javier Díaz-Giménez… o podría haber recurrido a cualquiera de los miembros de la Comisión de Expertos formada por el gobierno en 2013. Si Ana Pastor fuera modesta, pensaría que el Gobierno sabía lo que hacía al designar a esos expertos para estudiar la reforma del sistema de pensiones o, en todo caso, que sabía más que ella al respecto. Y, aunque Pastor esté en las antípodas políticas de algunos de ellos, su profesionalidad debería haberle conducido a no dejarse guiar por sus querencias políticas al seleccionar a los expertos que deberían participar en el debate.
En lugar de hacer tal cosa, Ana Pastor eligió a Etxezarreta como un organizador de veladas de boxeo elegiría a los contrincantes (¿cómo logro despertar las emociones primarias de la audiencia?) No tratando de complementar los conocimientos o expertise de Ayuso con los de otro (por ejemplo, un experto en legislación de la seguridad social) sino buscando a alguien capaz de sostener afirmaciones completamente contrarias a las que – Ana Pastor sabía – sostendría Ayuso. Dar carnaza a la audiencia fue su objetivo y su audiencia incluye a muchos votantes de Podemos que Ana Pastor sabe que viven cómodamente en el mundo de la postverdad donde todos los problemas se solucionan movilizándose y expropiando a los más productivos para repartirlo entre las clases populares.
Con esos objetivos en la cabeza (ponerle a Ayuso un contrincante, no completar la expertise de Ayuso y dar carnaza a su audiencia) Ana Pastor eligió a Etxezarreta.
Debo confesar que así como me suenan todos los nombres que he dado más arriba, era la primera vez que oía el nombre de Etxezarreta. Pastor considera que Etxezarreta es una experta en pensiones porque es catedrática jubilada de la UAB. De Economía Aplicada. Dudo mucho que, preguntado cualquiera de los expertos enumerados más arriba, ninguno hubiera dado el nombre de Etxezarreta como una potencial experta en pensiones. Y Pastor debería saber (cualquiera de esos expertos se lo habría dicho) que ser catedrático en una universidad española no es garantía de casi nada y, mucho menos, de expertise en una materia concreta de tu disciplina. Por ejemplo, yo me considero un “buen” catedrático de Derecho Mercantil pero lo ignoro todo sobre Derecho Marítimo. Aunque tengo un doctorado, dos oposiciones y dos estancias de investigación en dos de las mejores facultades de Derecho del mundo, no soy un experto en Derecho Marítimo. Y lo ocurrido con el Rector de la URJC indica claramente que ser catedrático de una universidad española no asegura ninguna expertise si puedes plagiar buena parte de tus publicaciones y, no obstante, llegar incluso al Rectorado.
Yo creo que Etxezarreta no ha sido, ni siquiera, una buena economista. Pero lo digo sin mucha seguridad porque ese juicio se basa en que los economistas españoles de su generación son, en general, bastante mediocres y en un repaso fugaz de sus publicaciones. Con esa información, mi juicio es el que he expuesto. Obviamente, este juicio es una imprudencia si se trata de conceder o denegar un sexenio a Etxezarreta, pero no lo es si yo fuera Pastor y tuviera que elegir un experto. Para descartar a Etxezarreta me basta con este juicio apresurado, sencillamente porque tengo una larga lista de “mejores” candidatos, esto es, de candidatos respecto de los que no albergo dudas acerca de su competencia.
Lo que es seguro es que Etxezarreta no es una experta en pensiones. Toda su carrera profesional la ha dedicado a la agricultura y a la lucha contra el capitalismo. Por ejemplo, si hay algo en lo que todos los economistas están de acuerdo es en la bondad del libre comercio (ojo, no confundir con la bondad o los excesos de la globalización). Un artículo suyo se titula “A vueltas con el proteccionismo: El mito del libre comercio permite el dominio sobre los más débiles”. Sus libros versan sobre el caserío vasco y sobre lo que llama “economía crítica”, por oposición a la economía ortodoxa, o sea, la que practica la inmensa mayoría de los “expertos” en Economía. Sus publicaciones sobre pensiones no superan el nivel periodístico y, a menudo, son meros panfletos. Por ejemplo
Es bastante paradójico que la mayoría de los defensores de los planes de pensiones privados parezcan ser muy sensibles a la “igualdad intergeneracional” y se preocupen de la carga que los trabajadores jóvenes de hoy tendrán que soportar para pagar las pensiones (públicas) de un mayor número de pensionistas en el futuro, mientras que no parece preocuparles lo más mínimo la suerte de los mayores ni tienen en cuenta que los trabajadores jóvenes de hoy disfrutan de una vida mucho mejor gracias a que las generaciones previas pagaron por las inversiones que llevaron a la riqueza actual. Esta posición no sólo ignora que la riqueza es un producto social, sino que también muestra claramente la concepción individualista de la sociedad: consumes enormemente mientras produces directamente; a la que no trabajas, dejas de consumir y de tener una vida decente. ¡Qué panorama más pobre para las sociedades futuras!
No creo que estas sean afirmaciones que “aguanten” discusión en un seminario académico sobre las pensiones.
Por tanto, aunque Pastor hubiera pensado prima facie en Etxezarreta como experta porque conociese que es una economista “crítica”, dejó de actuar con rigor cuando la seleccionó definitivamente para mantener el diálogo con Ayuso. Repito. Aunque yo esté equivocado en mi juicio sobre Etxezarreta, la decisión de Pastor era muy fácil porque tenía apuestas mucho más seguras que Etxezarreta.
El diálogo con Ayuso no era posible porque no había acuerdos sobre los hechos ni sobre las medidas que podrían lograr los objetivos perseguidos por los políticos respecto del sistema de pensiones. Por tanto, no había ninguna diferencia entre la participación de expertos y la subsiguiente conversación de Pastor con tres estudiantes de Empresariales.
Etxezarreta cree que el mundo está dominado por las empresas multinacionales de las que los gobiernos nacionales son títeres y que los sistemas privados de pensiones son lo peor de lo peor, aunque nadie defienda – sería inconstitucional – la sustitución de un sistema público por uno privado y la discusión racional se centre en cómo fomentar el ahorro privado para la vejez para los que deseen mantener un nivel de vida determinado para el que sean necesarios ingresos superiores a los que puede proporcionar una pensión pública razonablemente.
Y el diálogo resultó, efectivamente, un diálogo de sordos donde Ayuso hablaba con Pastor, Pastor con Etxezarreta y ésta con Pastor (la cara de Ayuso era un poema). No voy a comentar lo que dijo cada una. Óiganlo. Puede concluirse, sin embargo, que Etxezarreta no adujo ningún argumento técnico ni aportó ningún dato cuantitativo o cualitativo. Se limitó a decir que era un problema político. Pero, si ese el problema, no necesitamos hablar con los expertos, sino con los políticos. Dijo: “Para mí es un problema de movilización social… Los derechos se están perdiendo”. ¿Necesitamos a un experto en pensiones para que nos convoque a la movilización social? ¿Lo necesitamos para que nos abra los ojos sobre cómo los gobiernos neoliberales (para Etxezarreta la Unión Europea es neoliberal, las organizaciones internacionales son neoliberales y el Estado español - no habla de España en ningún momento- es neoliberal). ¿Para eso queremos a los expertos?
Pastor, por lo tanto, actuó sin rigor, sin profesionalidad. Trajo a una catedrática – el título como cobertura formal – en lugar de a una experta en pensiones como si ser catedrático de física teórica hiciera más razonables sus afirmaciones sobre los convenios colectivos o sobre la distribución del trabajo en el hogar. Y, en lugar de preguntar a los expertos por los asuntos de su expertise, les pidió que explicaran sus recetas para arreglar el problema. Naturalmente, la experta – Ayuso – declinó hacerlo y se limitó a exponer las opciones compatibles con los objetivos y los medios disponibles y la no experta catedrática llamó a la movilización social y a la lucha contra el capitalismo internacional.
No es, por tanto, que discrepemos de lo que dijo Etxezarreta. No es que dude de la talla de una experta porque no me gusta lo que dice. Es que Pastor nos la presentó, a sabiendas de que no lo era, como una experta en pensiones y, sobre todo, a sabiendas de que no iba a exponer los hechos y las opciones. Con lo que Pastor engañó (o intentó engañar) a su audiencia del mismo modo que intentan hacerlo las empresas de dentífricos que publicitan su producto con hombres y mujeres vestidos de médicos o de dentistas (“no soy yo la que dice esto, lo dice un “experto”). Si la hubiese sentado en la mesa de los políticos, hubiera podido sustituir con provecho al representante de Podemos.
Pero lo que hace Pastor no es algo excepcional. Es el pan de cada día en los trabajos periodísticos. Presentar a defensores de las más disparatadas opiniones al mismo nivel que a los expertos, en plano de igualdad, simplemente porque el que dice el disparate tiene un título universitario, incluso, de posgrado. Con ello, los periodistas contribuyen a la desinformación, al desprestigio de los expertos y a la polarización y bajo nivel de la discusión pública.
2 comentarios:
Sigo habitualmente sus post, (aunque el tema mercantil en si mismo me es indiferente)
LA rigurosidad, inteligencia, profundidad y honestidad de sus artículos me ayudan a entender un poco más el mundo, afortunadamente hay espacios fuera de la idiotez y la irracionalidad...
Gracias.
No sabe cuánto le agradezco el comentario!
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