Una falacia es una falacia, pero la tendencia de los seres humanos a completar lo que empezamos puede tener ventajas evolutivas si se tienen en cuenta los límites de la variación genética
Daniel Bier ha escrito una interesante entrada comentando otra de Adam Gurri sobre la evolución de una falacia lógica en la que incurren los seres humanos cuando razonan y que se denomina la “Falacia Concorde”. Dice Gurri que la tendencia a tener en cuenta los costes hundidos en nuestras decisiones sobre continuar o abandonar un proyecto puede no ser más que una regla heurística más de las que la evolución nos ha dotado para andar por la vida de buenas maneras aunque no sea racional. Por ejemplo, el cazador que continuaba persiguiendo la presa podía tener más posibilidades de sobrevivir que el que calculaba racionalmente cómo minimizar las pérdidas. Quizá, “en algún momento de nuestra historia como especie, la motivación para concluir los proyectos que iniciamos tenía una mayor probabilidad de asegurar la supervivencia que la actitud contraria de mostrar una voluntad férrea de cortar pérdidas lo más rápidamente posible”.
La falacia del Concorde afirma que valorar un proyecto sobre la base de las inversiones que el sujeto ha realizado ya (costes hundidos) en lugar de hacerlo sobre la base del valor presente de dicho proyecto (rendimientos futuros multiplicado por la probabilidad de que dichos rendimientos se produzcan) menos el valor presente de los costes futuros del proyecto es irracional. En términos más expresivos, lo de los costes hundidos es como el polígono Valverde: “el que más mete, más pierde”. Seguir invirtiendo en un proyecto cuyo valor presente es negativo con la esperanza de recuperar las inversiones pasadas es irracional:
“Ninguna decisión puede afectar a los costes ya incurridos por lo que sólo deberían ser relevantes para tomar una decisión hoy los costes y beneficios futuros.
La forma de convencernos para seguir invirtiendo en un proyecto con valor presente negativo es la que se expresa en frases como: “si hemos llegado hasta aquí, tenemos que continuar” o “si no seguimos hasta el final, todo habrá sido en vano”. Piénsese en un jugador de casino que interpreta que si ha perdido en muchas rondas seguidas, podrá recuperarse doblando su apuesta en las siguientes en la “convicción” de que se producirá un cambio en su suerte. Incurrimos en la falacia del Concorde porque no consideramos las pérdidas pasadas como definitivas, sino como reversibles. Sin embargo, los individuos incurren muy frecuentemente en este tipo de comportamiento irracional lo que lleva a los que estudian el razonamiento humano a preguntarse si hay alguna ventaja evolutiva en razonar así que ha llevado a que nuestro cerebro lo incorpore a su bioquímica y genética.
Una mejor forma de plantear la cuestión – dice Bier – es en términos lógicos. Una falacia es una falacia por lo que es preferible dar por supuesta la irracionalidad de la conducta y examinar si, de esa actitud se derivan ventajas que compensan suficientemente los inconvenientes, en términos de supervivencia, de actuar irracionalmente teniendo en cuenta los límites y los costes de desarrollar una “mente” capaz de no incurrir en la falacia.
Pone el ejemplo de la avispa “excavadora”, la Sphex ichneumoneus a la que se refiere Richard Dawkins en su libro The Extended Phenotype, Estas avispas capturan insectos que sirven de alimento a sus larvas. No los matan, sino que los paralizan con sus toxinas y los depositan en los nidos donde están sus larvas que, cuando nazcan, se alimentarán de esos insectos. A veces, dos avispas-madres se encuentran que están alimentando a las mismas larvas, esto es, al mismo nido. Pelean hasta que una se retira dejando sus capturas de insectos en beneficio de la otra. Dice Dawkins que parece que “cada avispa pelea por el nido en proporción a la <<inversión>> realizada”, esto es, el número de insectos que ella hubiera capturado, en lugar de hacerlo en proporción al valor del nido (al número total de insectos) y al riesgo de resultar dañada en la pelea.
Se pregunta Bier cuál puede ser la ventaja evolutiva de valorar erróneamente el valor de continuar la lucha contra la otra avispa incrementando el riesgo de sufrir daños versus la ganancia potencial. Y se remite a Dawkins y Brockmann que lo explican como sigue.
¿Podría ser que lo que parece ser mala adaptación fuera en realidad un valor óptimo, teniendo en cuenta ciertas restricciones? La pregunta sería: ¿Existe un límite externo al comportamiento posible de la avispa de tal manera que incurrir en la falacia del Concorde es la mejor opción disponible teniendo en cuenta tal límite?. La respuesta es afirmativa: las avispas sufren de límites sensoriales. Parece ser que la avispa excavadora no tiene forma de contar el número de insectos que hay en la madriguera aunque sí puede saber el número de los que ella capturó... Dada esta asimetría de la información, las avispas están haciendo el cálculo más racional que pueden, pero su equipo sensorial es insuficiente para permitirles tomar la decisión objetivamente racional en este caso
Continúa Bier diciendo que esta es una limitación de la variación genética de la Sphex. Tener más habilidades sensoriales es costoso y no todas las especies las consiguen porque no les proporcionan ventajas evolutivas. Al parecer hay otras especies de avispas que son capaces de mantener varios nidos y contar el número de insectos a diario pero si un investigador cambia dicho número, la avispa no se da por enterada, es decir, carece de equipamiento sensorial para contarlos más de una vez al día. La avispa excavadora, sin embargo, sólo mantiene un nido a la vez, de manera que la capacidad de contar los insectos que hay en él no le proporciona una ventaja comparable a la que le proporciona tal habilidad a otras especies de avispas que sí lo hacen. La Sphex entierra una larva cada vez con suficiente alimentación y se desplaza, por lo que no tiene sentido incurrir en los costes de disponer de un sistema sensorial que le permita contar el número de insectos.
Si las peleas entre avispas-madres son suficientemente infrecuentes, “no compensa” desarrollar una habilidad que les permita evitar caer en la falacia del Concorde. Aplicado a los humanos, es una prueba más de por qué no somos homo oeconomicus y sí homo sapiens:
“El hecho de los seres humanos no hayan desarrollado en la evolución un conjunto de herramientas cognitivas perfectamente racionales sugiere la existencia de restricciones a dicha racionalidad que derivan de que el desarrollo de tales herramientas es costoso.
Aplicado, en concreto, a la falacia del Concorde, significaría que el número de situaciones y su frecuencia en las que una regla que “ordenara” al ser humano “una vez que has hecho una gran inversión, acaba la tarea aunque sea poco probable que puedas completarla con éxito y obtener los beneficios de la misma” tiene sentido evolutivamente si las situaciones en las que los individuos se enfrentaban a proyectos con valor presente negativo una vez que se han realizado inversiones significativas en su desarrollo eran infrecuentes o, más exactamente, si los seres humanos no tenían forma de calcular ni siquiera por aproximación cuál es el valor presente, esto es, de apreciar con un mínimo de corrección los beneficios y costes futuros de su actuación. Por ejemplo, si los individuos no sufren los efectos de haber incurrido en la falacia del Concorde (Bier se refiere al caso de los votantes explicado por Caplan: los votantes que se equivocan no sufren personalmente las consecuencias de haberse equivocado), carecerán de la capacidad para adoptar decisiones más racionales y minimizar pérdidas abandonando el proyecto cuyo valor presente sea negativo aunque hayan incurrido en costosas inversiones en el pasado.
El coste de ser más flexible en nuestras decisiones y abandonar proyectos con valor presente negativo es amplio y puede ser muy elevado en términos de supervivencia y reproducción. Así, la regla que hemos formulado más arriba – continúa con los proyectos hasta su finalización –, aplicado a la alimentación de las crías, garantiza de mejor manera su reproducción. En todo caso, no es verdad – dice Bier – que las soluciones adaptativas que observamos en la naturaleza sean, por su mera existencia, óptimas desde el punto de vista evolutivo. Lo que
“podemos suponer… es que si un rasgo ha sobrevivido es porque era una opción menos costosa que otras alternativas dadas las variaciones genéticas disponibles. La perfección será, pues, rara, pero las estrategias evolutivas estables serán frecuentes. Tenemos la mente racional menos costosa que la selección natural podía proporcionar”... Si queremos saber por qué la falacia del Concorde, el sesgo confirmatorio o las racionalizaciones post hoc se ciernen todavía sobre nuestros cerebros de primates, tenemos que examinar más en profundidad los costes y beneficios de construir una mente y las limitaciones que dichos costes imponen al funcionamiento de la máquina que genera esos errores”
No hay comentarios:
Publicar un comentario