Cuando todos tienen “enchufes”, los “enchufes” no valen nada
Lo que se reproduce, a continuación, es el resumen de un artículo publicado en Nature – Scientific Reports por unos matemáticos españoles y chilenos. El enfoque es fascinante porque se corresponde exactamente con el razonamiento económico. En el modelo ideal de competencia perfecta, todos los intercambios que producen una ganancia se llevan a cabo
si yo te vendo mi reloj por 8 € es porque yo prefiero 8 € al reloj – es decir, el reloj vale, para mí, por ejemplo, 6 € - y tú prefieres el reloj a los 8 € – es decir, el reloj vale, para tí, por ejemplo 10 -, ergo, tras la transacción, el mundo está mejor porque el reloj ha pasado de donde vale menos – en mi poder – a donde vale más – en el tuyo. El reloj seguirá cambiando de manos hasta que esté en manos de aquél que más valora el reloj entre todos los miembros de la Sociedad. Así, el reloj habrá “aumentado de valor” hasta alcanzar el máximo posible, el que le atribuye aquél miembro de la Sociedad que está dispuesto a pagar más por el reloj.
Para que tú y yo llevemos a cambio el intercambio del reloj por dinero (compraventa) tenemos que estar conectados, es decir, tenemos que poder “encontrarnos”. En el mundo de la competencia perfecta, ni siquiera hace falta, porque hay un Deus ex machina – el subastador de Walras – que sabe en cuánto valoramos cada uno los bienes que tenemos y los que queremos y coordina gratuitamente todos los intercambios. En el mundo real, esa función la realizan los precios y los mercados anónimos. Yo no necesito conocer a ningún accionista de Telefonica para comprar acciones de Telefonica. Pero tú necesitas conocerme y encontrarme para comprar mi reloj. Y, dicen los autores, para encontrarme, lo normal es que recurras a intermediarios, es decir, personas que son los eslabones intermedios en la cadena de conexiones que empieza contigo y acaba conmigo. Si quieres mi reloj y no me conoces, quizá no quieras pagar 8 € ante el temor de que sea un reloj falso o deje de funcionar tan pronto como me lo entregues. Sin embargo, si lo compras en una joyería a la cual yo se lo he vendido, sí estarás dispuesto a comprarlo por la reputación del joyero. Comprárselo a él te asegura que el reloj no será falso y que funcionará. Y estás seguro de eso porque, si no funciona o es falso (lo sabrás más tarde o más temprano) podrás ir a ver al joyero y ponerlo a caer de un burro, porque él seguirá allí en su establecimiento abierto al público. Mucho más si sospechas que el reloj tiene un origen turbio, por ejemplo, que yo soy el ladrón que lo robó a alguien y ahora intento deshacerme de él (art. 85 C de c). La dinámica competitiva – arbitraje – lleva a los participantes en el mercado a reducir esos costes para, de esa manera, maximizar la ganancia del intercambio que pueden repartirse vendedor y comprador (cómo se reparte esa ganancia entre los dos, es otra historia pero, normalmente al cincuenta por ciento).
Cuanto más larga sea la cadena de intermediarios y menos competitivo sea el mercado correspondiente, mayor será la parte de la ganancia (en nuestro ejemplo, 4 – 10 – 6 - o sea la diferencia entre mi precio de reserva y el tuyo) que se llevará el intermediario (joyero). Así el joyero se llevará como máximo 4 y, de lo que se lleva, una parte se corresponde con el servicio que presta – certificación de la calidad del reloj, garantía de su origen, preparación del producto y puesta a disposición del comprador – y otra es una “renta”, es decir, un exceso derivado de que hay muy pocos joyeros y que los que quieren vender relojes y los que quieren comprarlos están muy lejos entre sí y no pueden comunicarse directamente a bajo coste, que los costes de apreciar el origen y la calidad del reloj son muy elevados etc. En mercados muy competitivos, el régimen es “meritocrático”. El mercado premia a los que producen “cosas” que otros quieren comprar y están dispuestos a pagar por ellas. En el extremo contrario, los ingresos de la gente dependen de su “localización” en la cadena de intercambios y conexiones. Sus ingresos derivan de dónde están y con quién están conectados y no de qué es lo que producen.
“Esta separación nos permite estudiar las condiciones en que los ingresos de un individuo están determinados por lo que produce y las condiciones en que sus ingresos vienen determinados por su posición en una red social o profesional. Para distinguir entre estos dos regímenes de distribución de ingresos, llamamos al resultado sistema meritocrático, cuando la distribución de los pagos está determinada principalmente por la capacidad de un agente para producir contenidos de calidad, y sistema topocrático cuando la distribución de los beneficios de un agente está determinada principalmente por su posición en la red.
Si los ingresos de una persona derivan de su capacidad para producir contenidos de calidad (contenidos por los que la gente está dispuesta a pagar), el sistema es meritocrático. Si los ingresos derivan principalmente de la posición de la persona en la red de contactos (a quién conoce y con cuántos está relacionado), entonces el sistema es topocrático. ¿Por qué es preferible una sociedad meritocrática a una sociedad topocrática? Luego lo veremos.
Lo que los autores aportan a la discusión es una explicación de las razones que explican la transición de un sistema topocrático a uno meritocrático. Intuitivamente – dicen – estaremos más cerca de un sistema meritocrático cuanto más densa sea la red de contactos entre los miembros de una Sociedad. Es intuitivo porque hay que suponer que, si la distribución de los contactos es uniforme (todos los individuos disfrutan del mismo número de contactos) cuantos más contactos haya – cuanto más densa sea la red – menos intermediarios necesitará cada individuo que quiere “algo” producido por otro en la red para conectar con el vendedor y adquirir el producto. En términos más vulgares: cuando sólo algunos tienen “enchufe”, el “enchufe” es valiosísimo porque permite acceder al bien o servicio. Cuando todos tenemos un “enchufe”, el valor del “enchufe” es igual a cero porque la obtención del bien o servicio (el precio que pagamos) no depende del “enchufe” o sí, pero si el que nos proporciona el beneficio quiere cobrarnos algo, podremos ir a otro “conseguidor” con lo que el precio de los servicios de los conseguidores tendera a cero. Recordarán que se dice que siempre es bueno que en tu familia haya un médico y un abogado. Si todas las familias tienen un médico y un abogado, tener uno es indiferente.
Las matemáticas entran, en este punto, para explicar que la densidad crítica de la red para pasar de un sistema a otro es
“una raíz del tamaño de la red (Na) siendo a < 1”
a tiene que ser menor que 1 porque si fuera 1 significaría que todos los N están conectados con todos. Esto significa – si lo he entendido bien – que la relación entre la densidad de la red y la meritocracia del sistema no es linear (no sigue una proporcionalidad estricta de modo que cuanto más densa, más meritocrática) sino que hay un punto crítico de densidad a partir del cual la meritocracia del sistema se incrementa mucho más que proporcionalmente: “Esta relación no lineal significa que el punto de transición es altamente sensible a la estructura de la red y al algoritmo utilizado para distribuir los ingresos entre los individuos”.
“Supongamos una red con tantos nodos como personas viven en los Estados Unidos (N = 3 × 108 = 300.000.000 de personas). En este caso, una regla de N1/2 (N elevado a 0,5) implica que el sistema deviene meritocrático si cada nodo está enlazado con otras 17.320 personas, cifra, sin duda, muy elevada. Por tanto, si la potencia de N es 1/2, la sociedad norteamericana habría de considerarse topocrática. Por el contrario, si la potencia es 1/4 (N elevado a 0,25 o raíz cuarta de N), el sistema es meritocrático. Una potencia de N1/4 implica una conectividad mínima promedio de sólo 131 enlaces por nodo, lo que representa un número razonable de contactos sociales por individuo”
Si recuerdan aquello de que sólo podemos tener 150 amigos, el resultado es que una potencia de 1/4 en las conexiones de cada nodo permite que la Sociedad sea meritocrática.
¿Qué implicaciones tiene afirmar que la meritocracia de una sociedad depende de la densidad de la red de conexiones y cómo estén distribuidas éstas entre la población?
La primera es que la fuerte dependencia de la meritocracia respecto de la densidad hace que los resultados del modelo sean robustos en relación con los diferentes mecanismos imaginables a través de los cuales se forman las redes de contactos. Al respecto hay dos posibilidades. Que la conectividad de los individuos venga determinada por procesos exógenos a los individuos (que no dependen de ellos, como ocurre cuando “dinero llama a dinero” o el que tiene más contactos incrementa más sus contactos) o que venga determinada endógenamente, es decir, y por ejemplo, a través de interacciones estratégicas (decididas conscientemente por los individuos sobre cuánto invertir y con quién contactar).
Sin embargo, cuando la densidad de la red está limitada -por ejemplo, debido al alto coste de generar nuevos enlaces- diferencias entre los mecanismos de formación de los enlaces, no afectan sustancialmente a las propiedades meritocráticas del sistema. En otras palabras, cuando la densidad de la red es la principal característica que explica si los mercados correspondientes son meritocráticos o no, las fuerzas que explican por qué se forma endógenamente la red no afectan al resultado”
O sea, que si las redes de contactos entre los individuos de una Sociedad son suficientemente densas, a quién conozcas y cómo selecciones a tus contactos no afecta al carácter meritocrático de la Sociedad. Si todos tenemos suficiente número de contactos para que la Sociedad sea meritocrática y, por tanto, la gente reciba sus ingresos en proporción a lo que “produce” para la Sociedad, podemos despreocuparnos de acercarnos a determinados “nodos” e invertir en “relaciones” porque será tirar nuestro esfuerzo y nuestro dinero. No sacaremos rentas de tal inversión.
La segunda conclusión que extraen los autores es, naturalmente, que “la meritocracia de una sociedad se incrementa conforme los miembros de ésta mejoran sus conexiones. Si los avances recientes en las tecnologías de la comunicación han incrementado la conectividad de nuestra sociedad y han reducido los costes de las interacciones económicas y sociales… este cambio tecnológico puede tener un importante efecto a largo plazo en la meritocracia de las Economías modernas”.
Por ejemplo, los artistas o músicos – dicen los autores – pueden trasladar su obra a los consumidores directamente y pueden hacerlo a un número de potenciales usuarios o adquirentes de sus obras exponencialmente mayor que cuando no disponíamos de esas tecnologías. Y, aunque haya un exceso de información, nunca alcanzaremos el límite ideal de una red en la que todos están conectados con todos. Por tanto “cambios en las tecnologías de la comunicación deberían incrementar la meritocracia de los mercados… y hacer más meritocráticas nuestras Sociedades”.
Podemos ahora explicar ya
por qué es preferible una Sociedad meritocrática a una Sociedad topocrática.
De acuerdo con la definición de los autores, una Sociedad topocrática es una en la que sus miembros mejor conectados obtienen “rentas”, es decir, ganancias inmerecidas que derivan de que los mercados no son suficientemente competitivos para eliminarlas. El típico perceptor de rentas es el monopolista. Las rentas no son malas en un contexto dinámico. Igual que los ladrones van a los bancos porque es donde está el dinero, los competidores van “a por las rentas” y, como van muchos, la competencia acaba por hacerlas desaparecer. Cuando vemos que Nespresso se está forrando gracias a las cápsulas de café, los demás productores se esforzarán por fabricar un producto semejante o mejor para capturar esas rentas. Por tanto, que Nestlé se forre con Nespresso es bueno para todos desde esta perspectiva dinámica.
Cuando las rentas derivan de “a quién conoces” o “con quien estás conectado” sucede lo mismo. Son buenas para todos porque inducirán a otros a formar redes de contactos para capturar esas rentas y, con el paso del tiempo, las redes de contactos serán tan densas que las rentas se habrán disipado. Son buenas… en la vida económica. Pero no lo son en relación con los bienes públicos y con los bienes no económicos.
No hay quien tenga peor reputación ante los consumidores que los intermediarios. Las ganancias del intermediario se consideran siempre odiosa. Recuerden lo que nos decían sobre los pobres agricultores explotados por los distribuidores ante el espectáculo de la diferencia entre el precio de origen de los tomates y el precio al que podíamos comprarlos en la frutería o el supermercado. Pero sólo si hay rentas en la distribución, habrá gente dispuesta a entrar en ese mercado y, con el tiempo, a hacer desaparecer las rentas maximizando el bienestar de los consumidores.
Pero una Sociedad meritocrática es preferible porque es más “justa” en términos de distribución de los ingresos. Recuerden cómo se legitima el capitalismo. En una sociedad meritocrática, el “productor” de los bienes o servicios que la gente quiere comprar (y el juicio es aplicable a cualquier clase de bienes o servicios) se lleva la totalidad del excedente (de la diferencia entre lo que le ha costado producirlo y lo que está dispuesto a pagar el consumidor), de manera que los miembros de esa sociedad tienen incentivos para dedicarse a producir lo que significa a innovar, lo que significa a generar conocimiento y bienes, lo que significa a hacernos a todos más ricos y más felices. Si queremos maximizar la producción de bienes (obsérvese que “cosa” y “bueno” se dicen igual) tenemos que maximizar los ingresos de los que los producen y eliminar a los que viven de las rentas. Ojo, el que inventa las cápsulas de café es también un “productor”. Su ganancia no deriva de sus contactos. Su ganancia deriva de que ha inventado un producto para envasar y consumir café mucho mejor que los preexistentes. Su éxito es, pues, meritocrático, no topocrático.
Recuerden el caso de Thrive Farmers. Decíamos ahí que la innovación consistía en redistribuir el valor añadido que se genera produciendo y distribuyendo café y trasladando parte de los ingresos desde los distribuidores-mayoristas a los productores de café. Este resultado nos parece más “justo” y es, a la vez, más eficiente. Si los que más ganan en el negocio del café son los que lo producen, tendrán los incentivos para competir por producir el mejor café. Y lo que queremos es café mejor y más barato.
En las relaciones sociales (no económicas) una Sociedad como la española, donde somos muy “sociables” es, probablemente, más rica que una sociedad como la finlandesa (valga el topicazo) y un indicio es el número de suicidios respectivo.
En las relaciones que tienen que ver con los poderes públicos que prestan servicios a la población (seguridad física, asistencia sanitaria, infraestructuras, educación, pensiones, ayuda a los desempleados…) una Sociedad en la que sea irrelevante con quién estés conectado es una Sociedad en la que la gente recibe esos servicios o prestaciones públicas con independencia de su posición en la red y de sus contactos. Para eso, hay que impedir que haya “nodos” en la red con acceso privilegiado a los cofres donde se guardan esos bienes públicos. La transparencia, la generalidad de la Ley y la universalidad de los servicios públicos son garantías imprescindibles en una Sociedad meritocrática en la que tales servicios se prestan a los ciudadanos, por serlo, no porque formen parte de la clientela del que está bien conectado. Obsérvese que los servicios públicos no se reciben en correspondencia a lo que has “producido”. Pero eso no quita para que tampoco se deban recibir de acuerdo con tu posición en la red.
Ya pueden imaginar la relevancia que tiene todo esto en estos tiempos de tribulaciones provocadas por los escándalos de corrupción política.
J. Borondo, F. Borondo, C. Rodriguez-Sickert, C. A. Hidalgo, To Each According to its Degree: The Meritocracy and Topocracy of Embedded Markets
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