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Si ejecutas al 1 % de los hombres de cada generación y lo haces persistentemente durante centenares de años ¿puedes esperar una reducción de la violencia en la sociedad? Eso parece. Los homicidios en Europa, tras siglos de condenas a muerte a gran escala a los autores de actos de violencia se han reducido a casos de violencia familiar, enfermos mentales y actos realizados bajo la influencia de drogas o alcohol. Además, en sociedades en las que el entorno no era tan peligroso como las previas a la agricultura, la imagen del macho belicoso pasó de héroe a villano y los pacíficos ganaron la tierra y la habilidad para reproducirse porque parece que la conducta agresiva se hereda en buena medida.
Esta es la tesis del trabajo que comienza explicando como la progresiva monopolización de la violencia por el Estado redujo la legitimidad de la autotutela, esto es, del derecho de cada individuo a responder a una agresión usando la fuerza lo que generaba un ciclo de venganzas recíprocas entre los respectivos clanes o linajes. De nuevo, la influencia de la Iglesia fue enorme en la “pacificación” de las relaciones sociales. El Derecho Penal y la fijación de compensaciones monetarias eran los medios para prevenir la venganza privada. Pero fue la extensión de la pena de muerte la que hizo más, según los autores, por reducir las tasas de homicidio. El Estado ya no es un mero mediador en las disputas privadas. Los juristas empezaron a argumentar, a partir del siglo XI, que el castigo real era la forma de asegurar la convivencia pacífica de sus súbditos. Tomás de Aquino justificó la pena de muerte en el bien común
«Si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso para la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1 Cor 5, 6, “un poco de levadura corrompe toda la masa”… Aunque matar al hombre que conserva su dignidad sea en sí malo, sin embargo, matar al hombre pecador puede ser bueno, como matar a una bestia, pues peor es el hombre malo que una bestia y causa más daño, según afirma el Filósofo» [Summa Theologica II-II, q. 64, a. 2.].
La pena de muerte se extendió en los siglos XIII y siguiente a otros delitos y se practicaba de forma cada vez más espantosa. La tasa de condenados y ejecutados llegó a ser de 1/10.000 personas en el Flandes del siglo XVI. A la vez que se reducía la tasa de homicidios. La legitimidad de la pena de muerte no se puso en duda hasta el siglo XVIII y no por las ideas ilustradas.
¿Qué causó que las generaciones sucesivas de europeos se sintieran menos inclinados a utilizar la violencia?
Tras repasar las explicaciones culturales y ambientales más extendidas, los autores apuntan a una explicación genética. Al fin y al cabo “al menos el 7 % de nuestro genoma ha cambiado en los últimos 40.000 años y el ritmo de la evolución genética humana se ha acelerado (en 100 veces) hace 10.000 años”. Si la conducta agresiva es suficientemente heredable, la eliminación física de los violentos a través de la pena de muerte, de forma sistemática y a gran escala, habría acelerado el predominio de los individuos menos violentos. Junto a la evolución genética (que tendría que explicar que a esos violentos se les ejecutaba antes de que se reprodujeran, por lo que sería útil saber la edad que tenían los condenados a muerte en el momento en el que cometían la conducta violencia. Los autores suponen que “los condenados no tenían hijos cuando fueron ejecutados” pero contrarrestan esta suposición con la de que no había otras presiones selectivas distintas de la pena de muerte en contra de la comisión de actos violentos además de que presumen que cada asesino solo mataría una persona en su vida), hay una co-evolución cultural: la represión sistemática por el Estado de las conductas violentas creó “una norma cultural que favorecía a los individuos menos inclinados temperamentalmente a la violencia”. Utilizan datos de las tasas de homicidio entre 1500-1750 – se redujeron a la décima parte – y, haciendo algunas suposiciones sobre la heredabilidad de las tendencias violentas y que los ejecutados estaban entre los más violentos, consideran que la intensidad de las ejecuciones era suficiente para explicar la caída en la tasa de homicidios. O sea, que cuando Adam Smith escribió su Teoría de los Sentimientos Morales, pudo dar una imagen más correcta de la naturaleza de los hombres porque los menos “empáticos” y capaces de ponerse en el lugar de los demás habían sufrido una presión ambiental muy fuerte en su contra mediante su eliminación física sistemática por un Estado cada vez más capaz de controlar la violencia privada.
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