Los cazadores-recolectores no podían acumular comida. Porque eran nómadas y sólo podían llevar consigo muy pocas cosas. Bueno, es al revés. Eran nómadas porque no podían acumular comida y tenían que extraerla del entorno en el que se encontraban. La “despensa”, pues, estaba formada por los animales que pudieran cazar y que estuvieran en esa zona y los frutos y vegetales comestibles que proporcionase el suelo. Igual que los animales, los seres humanos tenían que desplazarse periódicamente una vez agotados los recursos alimenticios de una zona. No es raro que las técnicas agrícolas más antiguas se basen en cambiar periódicamente el terreno plantado. Y tampoco es raro que se volvieran sedentarios cuando se convierten en agricultores.
El libro de Seabright, (que su autor ha puesto en libre acceso aquí) explica una de las muchas consecuencias que tuvo la introducción de la agricultura. Recuérdese que hay quien ha dicho que volvernos agricultores fue lo peor que pudo ocurrirle a los individuos humanos y lo mejor que le pudo pasar a la especie humana con consecuencias no sólo para la salud sino también para la organización política. Cuanto más lee uno de Historia, más convencido está de que estamos entrando en la primera Edad de Oro de la Humanidad desde la invención de la agricultura y que ésta determinaba relaciones sociales jerárquicas y explotación de la mayoría por élites. Tras dos siglos de Ilustración y consumada la Revolución Industrial estamos en condiciones de superar, por primera vez, los efectos de habernos convertido en agricultores hace poco más de diez mil años. Nos ha costado doce mil años liberarnos de las terribles consecuencias individuales y sociales que tuvo la agricultura y lo hemos hecho – no podía ser de otra forma – cuando la agricultura ha dejado de determinar nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás individuos. Lo hemos podido hacer porque, afortunadamente, nuestro cerebro no es el de los agricultores, sino el de los cazadores-recolectores. Aunque parece que la evolución se acelera, es obvio que el cerebro humano evolucionó a lo largo de millones de años (parece que nos separamos de los primates hace unos seis millones de años) respecto de los cuales, ¿qué son doce mil años? Apenas el tiempo para que, en condiciones muy extremas, desarrollemos resistencia a una atmósfera con menos oxígeno o seamos capaces de digerir la lactosa. No, desde luego, para cambiar nuestras emociones o nuestra capacidad cognitiva.
Este es un tema muy amplio. Para darse cuenta de su amplitud, basta con tener en cuenta que la agricultura generó la summa divisio social hasta nuestros días: la existente entre terratenientes y jornaleros. Otras consecuencias más concretas son, por ejemplo, que una vez almacenado todo el grano producido por una colectividad en manos de unos pocos (a lo que nos referiremos más abajo), éstos podían usarlo para su propio beneficio (y aparece la desigualdad) o para "asegurar" a toda la colectividad repartiendo el grano entre los que habían tenido mala suerte con su cosecha o salvando de morir de hambre a todos si un año había sequía. Eso es lo que hacían los rajás de Bengala hasta que llegó la Compañía de las Indias Orientales. Muchas otras instituciones sociales no son entendibles sin la agricultura en contraposición con las sociedades dedicadas a la caza y la recolección. Una sola que también refiere Seabright: la movilidad social. La agricultura no requiere de aptitudes individuales particulares, de modo que la condición de agricultor es heredable en mucha mayor medida que la de un buen cazador.
Pero ahora sólo queremos abordar una de las consecuencias de nuestra conversión de cazadores-recolectores en agricultores/ganaderos: el nacimiento de los bancos y, en realidad, de las finanzas.
La reserva fraccionaria, el nacimiento de las finanzas y la agricultura
¿Cómo resolvieron los primeros agricultores el problema del almacenamiento del grano recolectado para consumirlo entre cosecha y (o no) cosecha? La intuición llevaría a los hombres a guardarlo en espacios cerrados (para evitar los efectos de las inclemencias del tiempo, que se lo comieran las ratas o que se lo robaran) situados lo más próximo posible a donde dormían sus dueños. Pero lo que su intuición no les diría – dice Seabright – es que “a veces, la mejor protección (de tus propiedades) no está inmediatamente al lado de tu casa… una de las mejores formas de guardar la comida que has producido es venderla a un comerciante que tenga unos almacenes resistentes” a cualquiera de esos riesgos. Y, naturalmente, el almacenista puede darte a cambio un “precio”, o sea comprarte el grano o puede darte, simplemente, un “recibo” y cobrarte sus servicios en forma de una parte del grano almacenado prometiéndote que te devolverá el grano cuando se lo pidas (“a la vista”). Bueno, hay que suponer que los almacenistas de grano debieron de tardar un poco en aparecer porque así lo exige la especialización y división del trabajo. Pero no mucho. Es más, es probable que los templos de las primeras civilizaciones en el Oriente Medio cumplieran esta función y que los banqueros, el poder político y el poder religioso estuvieran concentrados en las primeras civilizaciones.
La analogía entre estos almacenistas y los banqueros es brillante y Seabright la lleva adelante: lo de pedir prestado y prestar es una actividad tan antigua como la Humanidad. Pero eso no hace a un banquero. Los banqueros empezaron – dice Seabright – como almacenistas. Y su transformación en banqueros “puede haber sido resultado del engaño” cuando un almacenista se dio cuenta por primera vez que podía prestar parte del grano que estaba guardando para otros sin que éstos lo supieran”.
“Si el almacenista era, a su vez, un agricultor próspero, podía mantener el secreto por bastante tiempo, es decir, que no todo el grano que prestaba a otros era propio, pero, en comunidades pequeñas, es probable que el secreto acabara desvelándose. En ciudades de cierto tamaño, esta operativa podía mantenerse por un tiempo más largo, lo único necesario es que hubiera suficientes dueños de grano, con diversidad temporal en sus necesidades de manera que el aprendiz de banquero podía confiar en su capacidad para atender las peticiones de cualquier agricultor que reclamara su grano entregándole el almacenado por otros”.
Como el grano no es perfectamente homogéneo, continúa Seabright, y un “recibo” incorpora un derecho a recibir el grano, no era lo mismo para los agricultores dejar su grano en el almacén que tenerlo en su propia casa, de ahí que quepa barruntar que ganarse la confianza de los depositantes no debió de ser fácil. La aparición del dinero – y de la compraventa en lugar del depósito – resolvió el problema: el dinero es “mío” y su homogeneidad es total (bueno, la homogeneidad total se logró muchísimo más tarde ya que el contenido de metal de monedas aparentemente iguales era distinto). Pero “la aparición del dinero supuso para los agricultores demasiado pobres para pagar los servicios de un almacén seguro que pudieran vender el grano en lugar de depositarlo y guardar en casa el dinero en vez del grano”. Luego, se dieron cuenta que guardar el dinero en casa era también arriesgado, y los bancos-almacenistas de grano se convirtieron en depositarios del dinero. Y los recibos que daban los bancos a los depositantes de dinero acabaron convirtiéndose en dinero.
“Si alguien quiere atesorar lo que tiene de valor – comida, dinero, objetos bonitos – pero no se fía de la seguridad de su propia casa, tiene que encontrar a alguien que no solo sea capaz de almacenarlo por nuestra cuenta sino también a alguien que sea digno de nuestra confianza (que nos lo devolverá cuando se lo pidamos)… Y el servicio hay que pagarlo, le cuesta algo al depositante a menos que lo que damos en depósito pueda ser rentabilizado”
En el caso del grano y de los primeros agricultores, una forma de “guardar” el sobrante y “ponerlo a trabajar”, dice Seabright podía ser prestárselo a tu vecino para que lo plantara y te pagara con una parte de su futura cosecha: “tu excedente – en tal caso – no está ocioso, pero tampoco lo tienes a tu disposición en cualquier momento.. para permitir su rentabilización tienes que renunciar al derecho a recuperarlo a demanda” y, al mismo tiempo “lo sometes a nuevos riesgos, en este caso, a que la sequía o el granizo impidan que tu vecino tenga una buena cosecha”.
Seabright saca una conclusión más general: vivimos con la seguridad de que cuando apretemos el interruptor se encenderá la luz o la televisión y que cuando queramos ir a coger un autobús habrá sitio o que podremos visitar una exposición en un museo sobre la misma ley de los grandes números y de la no-simultaneidad de las necesidades de los miembros de un grupo cuanto mayor es su tamaño (la luz no se encendería si todos los habitantes de un país la encendieran a la vez). Podemos confiar en que, si somos muchos, no querremos todos lo mismo al mismo tiempo. Pero, a diferencia de la exposición o el viaje en autobús (si vemos que hay muchos que han pensado lo mismo, vamos en otro momento), cuando muchos retiran su grano o su dinero de un banco, salimos corriendo al banco a tratar de no ser los últimos de la cola y quedarnos sin nuestro dinero o nuestro grano.
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