“Los seres humanos tienen una marcada aversión a la desigualdad, esto es, a que uno reciba más que otros o más de lo que se merece y les importa mucho que los recursos se repartan equitativamente. Sobre todo si el resultado ha sido producto de un esfuerzo conjunto”.
En particular, en el reparto que se considera justo influye la contribución de cada uno al resultado común, incluso aunque eso signifique que uno recibe menos que otro.Pero ¿es esta aversión universal, esto es, común a todos los grupos humanos? Parece que hay diferencias. Así,
“muchas sociedades humanas tienen en cuenta el mérito a la hora de repartir, pero otras sociedades, muy preocupadas por mantener la armonía entre los miembros del grupo, hacen ceder la preocupación por la justicia del reparto. En las sociedades occidentales, la idea de <<a cada uno según su aportación>> parece internalizada incluso en niños muy pequeños:
Mientras que los niños en edad preescolar afirman estar de acuerdo con los principios de igualdad cuando se les pregunta – todos reciben lo mismo – y se comportan egoístamente – se quedan con el trozo más grande – cuando reparten con terceros a los que no conocen, ya desde los tres años son capaces de reconocer la diferente contribución al resultado de unos u otros miembros de un equipo cuando se trata de distribuir recursos en escenarios menos estrictos. Por ejemplo, cuando se les pide que repartan un premio que no se puede dividir en partes iguales, los niños de tres años prefieren dar la porción más grande al niño que ha trabajador más en la producción del resultado. Cuando reparten los resultados del trabajo con otro niño, también. Tras entrar en el colegio, los niños se comportan como adultos en lo que hace al reconocimiento del mérito. Pero se han encontrado diferencias culturales al respecto incluso en niños de tres años y esas diferencias se acentúan cuando llegan a la edad escolar y empiezan a comportarse como adultos
En el experimento con niños alemanes, niños de una tribu de cazadores recolectores y niños de una tribu de pastores (donde las decisiones sobre asignación de los recursos las toman los ancianos), los resultados sugieren que “las ideas de justicia distributiva basadas en el mérito no son culturalmente universales”. La diferencia fundamental se encontraría, según los autores, en el hecho de que, en las sociedades occidentales, los niños se socializarían en un entorno en el que los intercambios y las interacciones con otros tienen lugar frecuentemente entre extraños y no necesariamente, de forma repetida, mientras que en un pequeño pueblo o comunidad que viven en una economía de subsistencia, las relaciones entre los niños que participaron en el experimento eran con conocidos con los que esperaban tener muchas relaciones en el futuro. De modo que los primeros – los niños occidentales – resolvían el experimento aplicando reglas equitativas de reparto bastante impersonales, mientras que los segundos tenían mucho más en cuenta los efectos del reparto sobre las relaciones futuras entre las partes y la armonía social. De forma que es preferible “ajustar” el reparto en el largo plazo aunque sea a costa de desatender la debida retribución del mérito en un reparto concreto y, por tanto, prefiriendo un reparto más igualitario que los niños occidentales. Si es así, se explicaría por qué estas sociedades primitivas son más igualitarias cuando de repartir lo producido en común se trata en relación con las occidentales.
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