En otras entradas hemos explicado que la cooperación para la producción en
común requiere de unas reglas morales distintas de las que son necesarias para
sostener los intercambios – la interacción a través del mercado –. La producción
en común permite a un grupo obtener las ventajas de las economías de escala.
Pero los miembros del grupo han de coordinarse reprimiendo las conductas
gorronas, es decir, las que no contribuyen a la producción común. Además, han de ponerse de acuerdo en la distribución de lo producido en común (de las
ganancias derivadas de la escala y de todo lo producido). Normalmente,
como no hay especialización ni propiedad privada en grupos primitivos, la regla
de reparto de lo producido es la igualdad. Las reglas morales necesarias son
estrictas: contribuye a la producción en común y no trates de apoderarte de más
de lo que te toca. Te toca lo mismo que a
los demás.
Zeballos nos cuenta que en 2012 los ganaderos de(l altiplano boliviano)
protestaron contra un sistema de recompensas puesto en marcha por una empresa de
helados – que les compraba la leche – y que consistía en dar un premio a
aquellos ganaderos que consiguieran elevar el contenido de grasa de la leche de
sus vacas de 3,5 a 4 %. Los ganaderos decidieron colectivamente que no les
gustaba esa forma de repartir las ganancias de la actividad y se lo hicieron
saber, con amenazas, a los que invirtieron en aumentar la grasa de la leche. El
administrador de la empresa que puso en marcha el proyecto dijo – nos cuenta
Zeballos – que “los ganaderos creen que todos deben recibir lo mismo. Esta atracción por el reparto igualitario es fortísima y condiciona la cooperación sostenible en el seno de un grupo.
En los mercados, sin embargo, las reglas morales necesarias para sostener los intercambios son menos exigentes: basta con no utilizar la violencia ni el
engaño. Si los intercambios son voluntarios, las ganancias de la especialización
y la división del trabajo se obtienen. Y no es necesario ponernos de acuerdo
respecto a cómo se distribuyen las ganancias del intercambio. El precio de
mercado revela el valor que a lo intercambiado atribuyen los que intercambian.
En los últimos años, los estudios sobre la psicología de los grupos y de los
individuos en estos ámbitos se han multiplicado. En el más reciente – este de
Eliana Zeballos – se examina si hay, además de cooperación, relaciones
destructivas entre los miembros del grupo. Es decir,
En sentido contrario, la existencia de este tipo de castigo “antisocial” (y aquí)“los miembros de un grupo pueden mejorar su posición relativa destruyendo los bienes de otros miembros, incluso cuando tal destrucción tiene un coste para el que lo lleva a cabo… Por ejemplo, en cooperativas textiles de mujeres bolivianas, se observó que si los pagos se basaban en la productividad individual, las mujeres menos productivas insultaban e incluso expulsaron a las más productivas a pesar de que tal conducta ponía en peligro la capacidad de la cooperativa para cumplir los objetivos de producción”
“el comportamiento destructivo puede llevar a que los que temen ser objeto del mismo, reduzcan sus niveles de esfuerzo e inversión en un intento de evitar provocar la envidia de los demás… adaptando su comportamiento a las normas que rijan la sociedad en la que viven”.Los resultados del experimento de Zeballos son los siguientes:
“los juegos experimentales se llevaron a cabo en Bolivia con 285 ganaderos. Y lo que averigüé fue que cuando se comunica a cada uno de ellos su posición relativa respecto de los demás en términos de ganancias, los participantes tienden a conformar su conducta a la de la media: los que tenían ganancias menores a la media incrementaban sus esfuerzos en un 6% y los que ganaban más que la media reducían sus esfuerzos en un 6 %.
Pero ¿qué pasaba si se permitía a cada uno de los 258 ganaderos destruir los
activos de los demás a un coste para ellos mismos?
Pues que los participantes se dedicaban a destruirlos, en
menor medida los activos de los que menos ganaban y en mayor medida los de los
que más ganaban. O sea que hay bastante de envidia en el comportamiento.
Naturalmente, los envidiados redujeron su esfuerzo productivo.
Este tipo de experimentos, sin embargo, no ponen en cuestión la existencia de
enormes incentivos para cooperar cuando se trata de producir en grupo. Sobre
todo cuando el coste de oportunidad de no hacerlo (o sea, la opción de “salir”
del grupo o la de producir individualmente) es muy alto porque implica la muerte
con una elevada probabilidad, tal como ocurría en los grupos de
cazadores-recolectores.
En experimentos como el de Zeballos, sin embargo, se trata de
producir individualmente y retener las ganancias de la propia
producción. En el caso de las cooperativas textiles, los pagos eran según la productividad de cada individuo.
En tales circunstancias, que la envidia tenga un papel relevante y que exista castigo antisocial no es extraño y estos estudios se centran en examinar las reacciones frente a la comprobación de que otros son más productivos que uno y, por tanto, que sus ganancias son mayores. Uno puede aumentar el propio esfuerzo o cortarle un brazo al que obtiene mejores resultados.
Es probable que nuestra genética nos conduzca a los dos comportamientos pero haber producido en grupo durante cientos de miles de años, nos impide seguramente permanecer indiferentes frente a cualquier distribución no igualitaria de lo producido colectivamente sea quien sea el que lo haya producido. Tenemos derecho a nuestra parte alícuota de lo producido por todos. Por eso, los inmigrantes suelen ser más agradecidos con el país que les ha acogido. No se sienten con derechos a su cuota parte de la producción común por el hecho de haber nacido en ese grupo.
En tales circunstancias, que la envidia tenga un papel relevante y que exista castigo antisocial no es extraño y estos estudios se centran en examinar las reacciones frente a la comprobación de que otros son más productivos que uno y, por tanto, que sus ganancias son mayores. Uno puede aumentar el propio esfuerzo o cortarle un brazo al que obtiene mejores resultados.
Es probable que nuestra genética nos conduzca a los dos comportamientos pero haber producido en grupo durante cientos de miles de años, nos impide seguramente permanecer indiferentes frente a cualquier distribución no igualitaria de lo producido colectivamente sea quien sea el que lo haya producido. Tenemos derecho a nuestra parte alícuota de lo producido por todos. Por eso, los inmigrantes suelen ser más agradecidos con el país que les ha acogido. No se sienten con derechos a su cuota parte de la producción común por el hecho de haber nacido en ese grupo.
Eliana Zeballos, “Catching Up or Pulling Down? Experimental Evidence on Interpersonal Comparisons, Effort, and Destructive Actions Among Dairy Famers in Bolivia”, Job Market Paper, July 2015