A propósito de Cowen/Tabarrok, The End of Asymmetric Information
Puede que sí y puede que no. Pero nuestra intuición, compárese con la de Tabarrok y Cowen, es que la parificación informativa entre compradores y vendedores, si ha ocurrido, tiene más que ver con los cambios tecnológicos que con los cambios en la información disponible y producida por los mercados o por el Derecho y que la reducción de las asimetrías informativas no se está produciendo donde tendría más valor, esto es, en los mercados de productos financieros.
Los autores comienzan con el ejemplo del típico “mercado de limones” en el que había mucha asimetría informativa: el de los coches usados. A mi me gusta más, como ejemplo, el de los bocadillos de calamares en la plaza mayor de Madrid en los años 70/80 del pasado siglo (en general, v., aquí). Los bares del entorno de la plaza mayor no tenían una clientela recurrente. Sus clientes eran gente de los barrios y de provincias que visitaban Madrid. Estos clientes no tenían información sobre la calidad de los bocadillos de calamares de uno u otro bar, de manera que se orientaban por el precio suponiendo que todos eran igual de buenos o malos. Contando con este comportamiento de los clientes, (“ave de paso, cañonazo”) los bares tenían incentivos para concentrar sus esfuerzos de venta en el precio y, efectivamente, los precios bajaban. Pero claro, sólo podían bajar a costa de la “calidad” de los bocadillos. Como puede suponerse, los calamares y su fritura (el aceite empleado), su rebozado y el pan no son productos homogéneos y la diferencia de calidad entre un bocadillo y otro aparentemente iguales podía ser enorme. El resultado de la asimetría informativa y la competencia era que los bocadillos eran cada vez más pequeños, el aceite empleado dejó de ser de oliva hace mucho tiempo y los bollos de pan eran casi chicle. La cosa acabó con la desaparición del calamar como contenido de esos bocadillos, sustituido por algún producto semejante procedente de Siberia y que era, probablemente, una especie animal comestible que guardaba alguna relación de aspecto – que no de sabor – con el calamar. Los economistas han estudiado el problema en numerosos ámbitos y la conclusión es que si las empresas que ofrecen calidad elevada no pueden separarse o distinguirse de las que ofrecen calidad baja, los consumidores no estarán dispuestos a pagar un precio más elevado por las prestaciones de las primeras y, como refleja la ley de Gresham, la mala moneda expulsará a la buena del mercado. Al final, solo quedan en el mercado productos de mala calidad o el mercado desaparece. En nuestro caso, los bocadillos de calamares desaparecen del mercado porque nadie se arriesga a comprar lo que se vende como tal.
Naturalmente, hay muchos mecanismos que resuelven el problema de los mercados de “limones” (que significa, en inglés, “cacharros” o productos defectuosos). Desde las guías turísticas que proporcionan información a los turistas hasta la creación de clientelas recurrentes (porque mucha gente volvió a vivir en el centro y en las zonas aledañas de la plaza mayor) pasando por las inspecciones sanitarias o de consumo por parte de las autoridades (que sancionaban a los que vendían esa especie bajo el nombre de “calamares”) o por (aquí y) la aparición de franquicias con una reputación que mantener (Cañas y Tapas, Lizarrán…) o, incluso, por la creación de “centros comerciales” con una reputación colectiva (como el Mercado de San Miguel).
En el ejemplo que utilizan Cowen y Tabarrok, que es el originalmente expuesto por Akerlof en uno de los artículos que le valieron el Premio Nobel de Economía, los mercados de coches usados han evolucionado y han eliminado la asimetría informativa (¿el coche que me venden habrá tenido un accidente? ¿tiene los kilómetros que me dice el vendedor que tiene o el cuentakilómetros ha sido manipulado? ¿tiene defectos estructurales ocultos?). Según los autores, esta eliminación se ha producido porque la legislación ha obligado a incluir unos cuentakilómetros difícilmente manipulable y sanciona como delito la manipulación de los mismos y obliga a incluir en los contratos de venta de un coche el kilometraje, de manera que se limita la posibilidad de reducir el verdadero en subsiguientes ventas.
El resultado de la reducción de la asimetría informativa es que el mercado florece, como el de calamares en la plaza mayor. Y es verdad también en el caso de España que el mercado de coches de segunda mano ha crecido espectacularmente.
Pero no creemos que las razones sean las que alegan Cowen y Tabarrok. Como hemos adelantado, creemos que el florecimiento del mercado de coches de segunda mano se debe, sobre todo, a las innumerables y enormes mejoras en la calidad de la producción de coches nuevos. A diferencia de lo que ocurría cuando Akerlof escribió su artículo en los años 70, la fabricación de coches ha sufrido tal cúmulo de mejoras e innovaciones que los costes de información de los compradores se han reducido enormemente y esta reducción de costes ha beneficiado también a los compradores de segunda mano, no solo a los compradores de coches nuevos. Si, en los años setenta, un coche nuevo necesitaba de muchas horas de mantenimiento, reparación y sustitución de piezas para conservarse en buen estado, hoy tales necesidades han disminuido enormemente. Es más, se ha estandarizado el mantenimiento hasta el punto de que la competencia ha hecho que todas las grandes marcas ofrezcan el mantenimiento incluido en el precio durante toda la vida útil del coche. El número de coches nuevos que son un “lemon” se ha reducido extraordinariamente. Se dice, con razón, que el consumidor puede concentrarse en el “estilo” del coche y en sus prestaciones en relación con su precio porque todas las marcas son fiables en el sentido de que el coche no se estropeará a la primera de cambio ni tendrá que sufrir reparaciones extraordinarias.
Pues bien, esta mejora en el mercado de coches nuevos se ha trasladado lógicamente a la venta de segunda mano. El número de coches de segunda mano que, tras haber sufrido una avería importante, son objeto de reventa ha tenido que disminuir necesariamente si disminuye el número de coches nuevos susceptibles de sufrir una avería importante. En otros términos, los coches usados se han hecho mucho más homogéneos en su calidad. No como los bocadillos de calamares. En cuanto al kilometraje, la matrícula indica su antigüedad y manipular la matrícula es mucho más costoso que manipular el cuentakilómetros. A lo que hay que añadir que la principal fuente de coches usados son los que venden los vendedores de coches nuevos que se los adquieren a sus compradores y estos compradores-revendedores tienen reputación y, sobre todo, incentivos e información – son compradores expertos – para no dejarse engañar.
Su segundo ejemplo se refiere a los seguros de personas. Efectivamente, el desarrollo de técnicas actuariales y el abaratamiento de las comprobaciones de la salud de una persona derivados de la acumulación de datos en los historiales clínicos de las personas han reducido las asimetrías informativas entre la compañía de seguros y los particulares. Pero eso no ha sido un problema serio de asimetría informativa que pusiera en peligro la existencia de un floreciente mercado de seguros, por lo que no creemos que pueda considerarse que el mercado haya mejorado la simetría informativa entre aseguradores y asegurados sea extremadamente relevante. En cuanto al problema del riesgo moral – el riesgo de que tras la celebración del contrato el contratante explote la asimetría informativa y lo incumpla –, los autores ponen de nuevo el ejemplo del que asegura su automóvil y, a continuación, se comporta descuidadamente tanto en la conducción como en el mantenimiento y conservación del vehículo. Aquí apuntaríamos al carné por puntos como un cambio legislativo que ha contribuido a reducir la asimetría informativa. Si la pérdida de puntos induce a conducir más cuidadosamente, aquellos asegurados que conserven todos los puntos son un buen “riesgo” y las compañías de seguros tendrán incentivos para ofrecerles una prima más baja. En cuanto al mantenimiento, las tecnologías nuevas incorporadas a los coches reducen notablemente los costes y los incentivos para descuidar dicho mantenimiento.
De los mecanismos expuestos más arriba para reducir las asimetrías informativas, el de la reputación del vendedor es uno de los más generales. El vendedor “cumplidor”, que no explota a sus clientes, generará una reputación entre estos de “mayor calidad” y atraerá más clientes lo que genera una espiral “virtuosa” a favor del cumplimiento de los contratos. Pero la reputación solo puede generarse si los consumidores pueden observar quién cumple los contratos y quién no. Dicen los autores que los mecanismos que proporcionan información a los consumidores sobre la “calidad” de los vendedores (y que incentivan a los buenos vendedores a seguir comportándose bien) se han multiplicado gracias a las nuevas tecnologías. Desde los registros de morosos hasta las múltiples posibilidades de obtener información sobre la calidad y el precio de los productos que ofrece internet. En particular, la publicación de la “experiencia” de otros consumidores con un determinado vendedor. No es raro que tripadvisor se haya convertido en una empresa con un valor multimillonario y que haya surgido en el sector de los viajes turísticos y los hoteles y restaurantes donde esa clientela repetitiva que garantiza que los que nos ofrecen productos “se portarán bien” no existe.
Este mundo nuevo tiene costes en términos de privacidad y, en consecuencia, reduce las posibilidades de “empezar una nueva vida”. Hay tanta huella digital que los errores pueden perseguirnos toda la vida. No es de extrañar que la protección de los datos personales, la intimidad y el derecho al olvido sean cuestiones centrales del Derecho de las últimas décadas y tampoco es de extrañar – dicen los autores – que multipliquemos nuestras personalidades en internet (el juez que tiene una cuenta de twitter se hace llamar “juez cabreado” y el profesor “Robinsona Crusoe”. Ambos tienen una cuenta de facebook donde aparece su verdadero nombre y firman como anónimos comentarios en blogs o en periódicos digitales. Vean el caso del banquero de inversión conocido como Epicurean Dealmaker). En todo caso,
“Incluso para la gente que no ha hecho nada malo, puede haber una mayor aversión al riesgo ex ante. Todos nos esforzamos para evitar la percepción de que hemos hecho algo malo si no hay una oportunidad de deshacer tal impresión a bajo coste. Quizá no debiéramos enviar ese tweet o escribir esa entrada en el blog o publicar en esa revista electrónica. Aunque no haya repercusiones inmediatas, uno nunca sabe cómo nos juzgará el futuro”.
En el ámbito de las relaciones de agencia (control de las personas que hacen algo para nosotros), las nuevas tecnologías han permitido también – dicen los autores – reducir los costes de vigilancia o supervisión de los empleados por parte de los principales. Ponen el ejemplo de las empresas de transporte que permiten al cliente conocer en cada momento dónde está su paquete lo que pone mucha presión sobre el transportista para cumplir el encargo fielmente puesto que su conducta está siendo observada telemáticamente, es decir, los costes de vigilancia generados por la asimetría informativa entre el agente y el principal se reducen notablemente.
Otros ejemplos podrían aducirse. Mis favoritos en este ámbito me los proporciona Fernando Alfaro, experto en “huella digital”. Si podemos contar todos los aviones que aterrizan en una isla turística, a los contables de los hoteles de esa isla les resultará más costoso manipular las cuentas. Simplemente, los destinatarios de la contabilidad que accedan a esos datos tendrán ¡mejor! información que el propio gerente del hotel sobre sus ingresos y gastos. En la medida en que la información sea pública (porque esté en internet) los costes de agencia se reducen drásticamente. Por eso no nos cansaremos de insistir en la necesidad de que el Estado ponga a disposición del público de manera gratuita y masiva los datos que se encuentran en registros públicos y que no sean personales y, aún estos, que se “anonimicen” para permitir su aprovechamiento en la colosal tarea de los mercados de reducir los costes de información de los que operan en él.
La imposición de una obligación de informar y la utilización de sensores electrónicos que recojan la información y la transmitan de manera que pueda ser examinada y tratada por cualquiera pueden reducir notabilísimamente los costes de agencia en sectores de bajo nivel tecnológico. Los autores dan cuenta de dos experimentos realizados en la India. El primero, a partir de la constatación de que los maestros faltaban a clase en la India en un 25 % de los días. Duflo, Hanna, and Ryan (2012) demostraron que, simplemente, imponiendo a los maestros la obligación de hacerse una foto con sus alumnos al comienzo y al final de la jornada escolar reducía el absentismo en un 50 %. Otra innovación consistió en hacer fichar a los empleados públicos mediante un sistema de reconocimiento de huellas dactilares y colgar los datos correspondientes en internet lo que facilita la supervisión de esos empleados: cualquiera puede saber si Fulano o Mengano van o no a trabajar. Digamos, pues, que lo que ha ocurrido es que el coste de obtener, procesar y difundir información útil para reducir las asimetrías de información ha descendido extraordinariamente gracias a las telecomunicaciones y a los avances en microelectrónica.
La conclusión de los autores en relación con los costes de agencia es la siguiente:
“mejoras en la supervisión de los trabajadores ha de traducirse en que los empleadores estarán dispuestos a contratar a más gente y, sobre todo, más dispuestos a arriesgarse a contratar a personas que conocen peor, en lugar de tener que confiar en el pedigree del solicitante de empleo y en la información sobre su pasado. Porque si el trabajador resulta ser un lemon,, podrá comprobarlo de forma mucho más rápida – antes de sufrir daños graves por los incumplimientos del empleado – y despedirlo”
Otro de los mecanismos típicos para asegurar el cumplimiento de los contratos es hacer intervenir a un tercero en la transacción que actúa como intermediario reputacional o como garante del cumplimiento del contrato por ambas partes o garante de que la información que una parte ha de comunicar a la otra pero que pierde su valor cuando se revela es una información valiosa. Por ejemplo ponen los autores el de las plataformas de citas amorosas en internet que permiten a los que participan en ellas mostrar su interés por otras personas y saber quién ha manifestado interés por uno, de manera que no hay que pasar por la vergüenza de ser rechazado.
Su conclusión puede compartirse. Si, según hemos visto, la regulación administrativa o legal de las relaciones entre particulares y que va dirigida, en muchos casos, a reducir las asimetrías informativas puede favorecer o impedir las transacciones voluntarias en los mercados y los cambios tecnológicos permiten resolver a menor coste los mismos problemas que tratan de resolverse mediante la regulación, “deberíamos revisar nuestro aparato regulatorio con la vista puesta en
“poner en vigor regulaciones que sean esencialmente provisionales o que tengan una fecha de caducidad o de derogación automática por el transcurso del tiempo de manera que se obligue al regulador a renovarlas o no tras un examen de su utilidad una vez que ha transcurrido un tiempo tras su puesta en vigor”.
El optimismo de los autores, sin embargo, no puede compartirse tan fácilmente.
Es bastante probable que las asimetrías informativas se hayan reducido en lo que podríamos llamar mercados de productos. Porque son mercados que funcionan razonablemente bien y la competencia garantiza los incentivos adecuados a los que participan en esos mercados para reducir los costes de transacción incluyendo, naturalmente, los de información. Pero en los mercados que funcionan “mal” y me refiero, especialmente, a los mercados financieros, la competencia no despliega esos efectos beneficiosos y los participantes pueden tener incentivos para coludir, esto es, para repartirse los beneficios de la asimetría informativa invirtiendo en diseñar las transacciones de forma que los costes de información para la contraparte sean más elevados. Ya lo dijo Rubin: no te preocupes de la publicidad de precios. Preocúpate de aquellos aspectos de un producto que ninguno de los oferentes publicita. Si los empleados de esas empresas tienen recompensas enormes en el corto plazo y son los verdaderos titulares residuales de las empresas, hay barreras elevadas a la entrada en el sector porque se requiera un tamaño muy grande para poder participar, las innovaciones perjudiciales se extiendan rápidamente porque pueden ser imitadas sin coste y el mercado no tiene tiempo de detectar que “eso no son calamares” y castigar al que lo pone en el mercado antes de que se haya causado mucho daño, las empresas presentes tienen una garantía implícita del Estado (“too big to fail”) y los consumidores no son racionales porque nuestro cerebro no se construyó para realizar ese tipo de transacciones, el resultado puede ser el de la perpetuación de las asimetrías informativas a la espera de una imposible regulación completa por parte del legislador o de una innovación disruptiva de proporciones colosales.
Actualización: la respuesta de Cowen y Tabarrok a los que han comentado su entrada
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1 comentario:
Dado que no soy alumno no seré sospechoso de pelotero si le indicó que su artículo es espectacular, ameno, comprensible y muy didactico
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