La poligamia es una institución repugnante que destroza las sociedades porque fomenta la violencia y atenta contra la dignidad de las mujeres pero, además, es profundamente discriminatoria para los varones jóvenes y más pobres. Hacen bien los países civilizados en proscribirla y considerarla un delito como un atentado contra el “orden público”. Su admisibilidad en los países musulmanes es una razón más para entristecernos por la falta de separación entre religión y Derecho en esos países e impide, simplemente, considerar que el Islam reconoce igual dignidad a hombres y mujeres, digan lo que digan los bienpensantes de la izquierda posmoderna occidental.
En este trabajo (vía Pablo Malo) se explica que la monogamia no es sólo una evolución cultural deseable en los grupos sociales sino que ha sido favorecida por la evolución como la estrategia preferible en un contexto de limitación de las posibilidades de reproducción de los machos de la especie humana.
“Mientras que los estudios sobre el papel de cada uno de los sexos asumen que las tasas de apareamiento para los varones son más elevadas (que para las mujeres), el éxito reproductivo que produce la monogamia y el mantenimiento de una relación monógama pueden ser mayores cuando las parejas disponibles son escasas. De modo que la disponibilidad de parejas potenciales se considera, cada vez más, como una variable clave en la estructuración de la conducta sexual”...“a menudo, lo que más interesa a un varón es renunciar a la búsqueda de oportunidades de acceso a mujeres y concentrarse en obtener un elevado grado de certidumbre en la paternidad de los hijos de una sola mujer”
Los autores describen tres estrategias para los varones: la del cuco o promiscuidad (tantos encuentros sexuales con tantas mujeres como sea posible), la de la monogamia (reservarse el acceso a una mujer a cambio de que ésta no esté con otros) y la del cuidado paterno de las crías (que los varones inviertan en asegurar que las crías llegan a la edad adulta). Puede darse la segunda sin la tercera, es decir, puede haber monogamia en una población sin que los varones se ocupen del cuidado de las crías. Es más, los autores sugieren que la monogamia precede e induce, eventualmente, la inversión de los varones en el cuidado de las crías.
Los varones, cuando eligen qué estrategia maximiza sus posibilidades de reproducción, pueden preferir la monogamia a la poligamia porque la exclusividad de la relación con una mujer les facilita el acceso a – por lo menos – una mujer, y aumenta la certidumbre respecto de la paternidad de los hijos de esa mujer. Pero, sobre todo, es la estrategia que – diríamos – preferirían todos los varones bajo el velo de la ignorancia, esto es, si no supieran si ellos iban a ser los promiscuos que lograran el éxito de tener sexo con muchas mujeres o iban a ser los pobres que no cataran mujer en toda su vida adulta.
Los autores descartan, pues, que lo que determine la monogamia o poligamia sea el “coste” del cuidado de los hijos y la “inversión parental” (de los varones) en dicho cuidado. Porque, si así fuera, la monogamia nunca sería una estrategia ganadora para los varones que habrían de temer, siempre, que otros varones le hicieran los hijos a las mujeres seleccionadas por ellos. Es más, parece que, temporalmente, la monogamia precede al cuidado paterno, es decir “el cuidado de las crías por los padres sólo evolucionó una vez que la monogamia se había extendido en una población”, lo que se explica porque si el varón proporcionaba el alimento, tendría que estar ausente con mucha frecuencia, lo que hacía factible el acceso a la mujer por parte de otros varones.
Así pues, la explicación del éxito evolutivo de la monogamia se encontraría en la proporción entre hombres y mujeres en una población y, existiendo límites estrictos al número de parejas disponibles, en que es la estrategia que maximiza las posibilidades de reproducción para los varones: cuando en una población hay más hombres que mujeres en edad fértil (“debido a la menopausia y a que vivimos – los humanos – vidas excepcionalmente largas – la ratio entre los sexos - número de hombres por mujer- en individuos en edad reproductiva está sesgado hacia los hombres”), los varones
“tienen dificultades para encontrar parejas adicionales, de manera que la pareja actual constituye un recurso valioso lo que favorece las inversiones en su conservación por lo que la ratio de adultos de cada sexo (el número de varones sexualmente maduros en relación con el número mujeres en una población ASR) constituye la clave de los resultados reproductivos que se obtienen con cada estrategia por parte de los varones”.
Que el varón invierta en el cuidado de los hijos no es un equilibrio porque no garantiza que los hijos de la mujer sean del varón que cuida de los hijos si otros varones utilizan como estrategia la de maximizar los encuentros sexuales (estrategia del cuco). Por tanto, la estrategia más efectiva es que el varón seleccione a una mujer e invierta en vigilar que nadie más tiene acceso a ella asegurándose así que la inversión en el cuidado de los hijos será inversión en sus propios hijos. Añádanse, como variables relevantes, la disposición de las mujeres a tener relaciones con otros hombres; el que estén preñadas del varón que han seleccionado y la abundancia de cucos en la población. Todo ello, limitado por el número de mujeres disponibles en proporción a los varones.
Lo más interesante es que el cuidado de la prole por parte de los varones es el resultado final de la evolución de la poligamia a la monogamia. El estado intermedio es el de la monogamia, que es el equilibrio que resulta cuando hay pocos partners disponibles. Una vez que la monogamia se extiende y aumenta, por tanto, la certidumbre acerca de la paternidad de la prole de una mujer y dependiendo de los beneficios que el cuidado paterno tenga sobre la reproducción – en cuánto aumenta la probabilidad de que las crías lleguen a adultos – se extenderá también entre la población el cuidado paterno de la prole.
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