viernes, 1 de marzo de 2013

A nuestro hijo, la cigüeña nos lo dejó en el metro

Lo que sigue es la traducción asistida con Google translate de la columna de Peter Mercurio en The New York Times de 28 de febrero de 2013. Espero no estar infringiendo ningún derecho de propiedad intelectual. La historia es conmovedora y refleja bien las diferencias trasatlánticas a las que hemos hecho referencia en alguna otra entrada en el blog. No ya respecto del matrimonio y la adopción por homosexuales, sino respecto de las trabas a la adopción en general. Me han contado algunas historias dramáticas por las que pasan las parejas (heterosexuales) que quieren adoptar, y la crueldad con la que, a veces, los textos legales internacionales y nacionales, las administraciones públicas y los jueces tratan a estos padres, perjudicando, en última instancia, a niños a los que, sin duda, la posibilidad de ser adoptados es la vía más segura hacia una vida mejor.
La historia de cómo Danny y yo nos casamos en julio pasado en un juzgado de Manhattan, con nuestro hijo, Kevin, junto a nosotros, comenzó 12 años antes, en una estación oscura y húmeda del metro. Danny me llamó ese día frenético. "¡He encontrado un bebé!", Gritó. "Llamé a Emergencias, pero creo que no me han creído y aquí no ha venido nadie. No quiero dejar al bebé solo. ¡Baja y para un coche de la policía o lo que sea”. Danny es una persona de natural tranquilo, así que cuando oí como latía su corazón a través del teléfono, supe que tenía que darme prisa. Cuando llegué a la boca del metro A / C / E en la Octava Avenida, Danny seguía allí, esperando a que llegara la ayuda. El bebé, que había sido abandonado en un rincón, detrás de los torniquetes de acceso, era mulato y tendría un día de edad, estaba envuelto en un jersey de color negro de gran tamaño. En las semanas siguientes, y tras la asunción de la custodia del “Bebé ACE”, según se le había “bautizado”, por parte del Juzgado de Familia, Danny contó la historia una y otra vez, primero en las televisiones locales y luego a familiares, amigos, compañeros de trabajo y conocidos. La historia se propagó como un mito urbano: No vas a creer lo que el primo de mi amigo, compañero de trabajo se encontró en el metro.
Lo que ninguno de nosotros sabía, o podía haber predicho, era que Danny no acababa de salvar a un niño abandonado, sino que había encontrado a nuestro hijo. Tres meses más tarde, Danny compareción ante el Juzgado de Familia para dar cuenta de los detalles de cómo encontró al bebé. Por sorpresa, la Juez le preguntó: "¿Estaría usted interesado en adoptar al bebé?" La pregunta sorprendió a todos en la sala, a todos excepto a Danny, que respondió simplemente: "Sí". "Pero supongo que no será fácil", dijo. "Bueno, puede ser", aseguró la Juez antes de empezar a dar órdenes para que se tramitara el expediente de adopción del bebé por Danny y por mí.
Mi primera reacción cuando me enteré, fue algo así como: "¿Estás loco? ¿Cómo puedes decir que sí sin consultarme? O sea, que el que hizo el tonto fui yo. En los tres años que llevábamos de relación no habíamos discutido nunca la posibilidad de adoptar. Pero es que tampoco teníamos razones para hacerlo. Nuestro estilo de vida no era el más propicio para criar niños. Yo era un aspirante a escritor que trabajaba procesando textos y Danny era un asistente social muy respetado pero mal pagado. Teníamos a otra persona realquilada en nuestro apartamento para poder pagar la renta. Aunque nuestras circunstancias financieras y logísticas hubieran sido diferentes, sabíamos que las parejas homosexuales se enfrentan a enormes dificultades cuando quieren adoptar. Y mientras que Danny tenía paciencia y un montón de generosidad, yo, no. Yo no sabía cómo cambiar un pañal, y mucho menos criar a un niño. Pero si el destino te regala un bebé. ¿Cómo puedes negarte? Con el tiempo, mis temores se disiparon y el corazón tomó el mando dándome la confianza en que podría gestionar la paternidad. El asistente social nos organizó una visita a la casa de acogida a principios de diciembre.  Danny tomó al frágil bebé en sus brazos y luego lo puso en los míos. Para protegerme del dolor futuro, me había convencido de que no llegaríamos a adoptar al bebé. Que no lo haríamos y que no nos dejarían hacerlo. Yo no confiaba en el sistema y estaba seguro de que habría pegas por todos lados. Pero con los ojos del bebé mirándome, y toda la inocencia y esperanza que eso representaba, me rendí. El asistente social nos dijo que el proceso, que incluía un extenso estudio de nuestra familia e incluso clases de cómo ser padres, podría durar hasta nueve meses por lo que teníamos tiempo de sobra para reorganizar nuestras vidas y preparar la casa para el bebé.
Sin embargo, solo una semana después, cuando Danny y yo comparecimos en el Juzgado para confirmar nuestro deseo de adoptar, la Juez preguntó: ¿Les gustaría tener al bebé durante las vacaciones?" ¿Qué vacaciones? ¿Las del día de los caídos? ¿El primero de mayo? No podía estar refiriéndose a las vacaciones de Navidad, porque para Navidad faltaban solo unos días. Y, sin embargo, una vez más, al unísono esta vez, dijimos que sí. La juez sonrió y ordenó que nos entregaran al bebé. El plazo de nueve meses para prepararnos se redujo, instantáneamente, a 36 horas. Teníamos que prepararnos para cuidar de un bebé para Navidad.
Durante un año fuimos padres adoptivos provisionales y el asistente social realizó comprobaciones periódicas del estado del bebé. Durante ese tiempo, nos preguntamos a menudo si la Juez sabía que Danny era un trabajador social y por lo tanto, pensaría que sería un buen padre o si la Juez habría preguntado a Danny sobre su deseo de adoptar si hubiera sabido que era gay y que tenía una pareja. En la vista en la que se formalizó la adopción, y tras haber firmado la Juez la sentencia, levanté la mano y pregunté a la Juez por qué preguntó a Danny si estaba interesado en la adopción. "Tuve una corazonada," dijo. "¿Me equivoqué?" Dicho lo cual, se levantó, nos felicitó, y salió de la sala. Y así fue como Baby ACE se convirtió en Kevin, y creció hasta convertirse en un niño de 10 años. Es decir, hasta 2011, cuando el Estado de Nueva York nos permitió, a Danny y a mí, casarnos legalmente.
"¿Por qué no le pedimos  a la Juez que tramitó mi adopción que os case?", sugirió Kevin una mañana camino a la escuela. "Buena idea", le contesté. "¿Te gustaría conocerla?" "Por supuesto. ¿Crees que se acordará de mí? " "Sólo hay una manera de averiguarlo." Después de dejar a Kevin en el colegio, redacté una carta y la envié al correo electrónico que sirve de registro general de los Juzgados de Familia de Manhattan. A las pocas horas, un funcionario del Juzgado nos llamó para decir que, por supuesto, que la Juez se acordaba de nosotros y que estaría encantada de oficiar el matrimonio. Que eligiéramos fecha y hora. Cuando nos dirigimos al Juzgado – por primera vez en diez años – me dio por pensar que la Juez podría estar preocupada cuando se enfrentase al “resultado” de su decisión de darnos a Kevin en adopción. ¿Y si Kevin no era feliz y deseaba tener padres diferentes? Kevin también estaba nervioso. Cuando era pequeño, le hicimos un libro de cuentos que explicaba cómo nos habíamos convertido en una familia, y en el libro había un dibujo de la Juez con el martillo en la mano. Un personaje de su libro estaba a punto de saltar de la página y convertirse en una persona real. ¿Y si no aprobaba al niño en que se había convertido? Kevin se acercó a estrecharle la mano. "¿Puedo darte un abrazo?", preguntó la Juez. Cuando se separaron, la Juez preguntó a Kevin sobre el colegio, sus hobbies, pasatiempos, amigos y dijo que estaba muy contenta de que estuviéramos allí. Cuando finalmente recordamos a qué habíamos ido, Danny y yo contrajimos matrimonio y pensé en las improbables circunstancias que nos habían llevado hasta allí. Jamás hubiera imaginado que estaríamos en un Juzgado, casándonos y con un hijo a nuestro lado con el que no habíamos contado ni por imaginación, ante una mujer que cambió para bien nuestras vidas mucho más de lo que nunca sabría. Pero allí estábamos, gracias a un hallazgo movido por el destino y a una corazonada.

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