viernes, 1 de septiembre de 2023

La transformación del oficio de profesor universitario


foto: Pedro Fraile

en algo más parecido cada vez al oficio del maestro de primaria o secundaria. Las tareas relacionadas con la atención al alumnado y las tutorías, la mejora de la ‘didáctica’, la importancia del bienestar emocional de los estudiantes y las negociaciones respecto de cualquier extremo del curso ocupan un espacio cada vez mayor en el trabajo del profesor en perjuicio de las casi exclusivas ocupaciones del catedrático – varón – de antaño: dar clase, transmitir conocimientos.

Las universidades se empeñan en crear en su seno “escuelas de formación del profesorado” e invitan y presionan (forman parte de los méritos que se evalúan en los concursos) para que se hagan cursos relacionados con habilidades didácticas y para que se aprendan a manejar más y más herramientas de gestión de la docencia (las ‘plataformas’). Hay que elaborar toda clase de materiales de baja calidad intelectual (‘guías docentes’), publicar en presuntas revistas académicas sobre ‘experiencias docentes’ y corregir (o no) centenares de trabajos de los alumnos de semejante escasa calidad que sólo reciben feedback en bajísima proporción.

El profesor universitario de antaño se consideraba un privilegiado cuando se comparaba con sus colegas de la secundaria o la primaria porque disfrutaba de todas las ventajas de dedicarse a la enseñanza con muy pocas de las cargas. Su tarea fundamental era la de la ‘investigación’ – en Derecho, más bien, el estudio y la escritura – y las clases eran una actividad placentera que permitía demostrar lo que uno sabía y transmitírselo a la siguiente generación.

Las clases, en la universidad actual, son más parecidas a las que se imparten en un instituto o en una escuela de primaria, en España, con una desventaja añadida respecto de nuestros colegas norteamericanos o alemanes: en EEUU, la mayoría de las clases de grados las imparten profesores contratados específicamente como docentes (‘lecturers’) que no tienen tenure y reciben salarios más bajos. Los catedráticos dan pocas clases y, normalmente, en el posgrado. En España no hay distinción, dentro del profesorado universitario, entre docentes con y sin tenure. Todas las categorías – laborales o administrativas – proporcionan o pueden proporcionar tenure y todas incluyen entre las actividades del puesto la docencia y la investigación salvo los asociados que son una categoría a extinguir por su uso perverso por las universidades para contratar profesorado en formación. La situación en Alemania es más parecida a la española con dos grandes diferencias. Por un lado, los alumnos tienen menos clases – en Derecho – y el número de catedráticos es muy inferior. Por otro lado, los profesores disfrutan de varios – a veces más de 10 – ayudantes de docencia e investigación (normalmente, doctorandos que reciben una beca entre cuyas obligaciones se incluye la de asistir al catedrático que les dirige la tesis en su trabajo docente e investigador).

En España, se inventó Clara Eugenia Núñez unas ‘becas de excelencia’ que permitían a un estudiante de último año realizar un trabajo con un profesor. Hoy hay unas becas que se llaman ‘becas de colaboración’ y que dan a los alumnos aventajados de último año de carrera la fastuosa cantidad de 2000 euros porque colaboren en departamentos universitarios. En cuanto al tipo de “colaboración” que han de prestar estos becarios, la convocatoria dice

Presentar un proyecto de colaboración a desarrollar dentro de alguna de las líneas de investigación en curso de los departamentos universitarios. Dicho proyecto deberá definir las tareas a realizar, describiendo de forma expresa el impacto formativo complementario que el desarrollo del mismo tendrá en algunas de las competencias asociadas a las materias de formación básica u obligatorias de la titulación que el solicitante se encuentra cursando y deberá venir avalado por el grupo de investigación receptor o el departamento donde se vaya a desarrollar.

… proyecto de colaboración a desarrollar dentro de alguna de las líneas de investigación en curso de los departamentos universitarios que versará, en todo caso, sobre alguna de las materias de formación básica u obligatorias para la obtención de la titulación que se esté cursando, en el que se describirán detalladamente las funciones que se van a realizar durante la colaboración así como el régimen de dedicación y tareas que deberá cumplir el becario.

La colaboración prestada por el becario estará directamente vinculada con sus estudios y no supondrá, en ningún caso, la realización de tareas propias de un puesto de trabajo.

Tal como están planteadas, estas becas ¿suponen más carga de trabajo para los profesores del Departamento o menos? Me imagino que el estudiante puede trabajar en un laboratorio y desarrollar su propio proyecto, pero en Derecho que no tenemos laboratorios, ¿qué utilidad tienen estas becas? Son, simplemente, carga de trabajo para el profesor que acepte dirigir la actividad del alumno (p. ej., elaborar una base de datos de sentencias sobre un tema particular u ordenar materiales que no están fácilmente accesibles). Pero si el profesor quisiera emplear a este alumno en tareas auxiliares de la docencia (preparar materiales para clase tales como casos prácticos, ayudar en las tutorías, asistir en la gestión de las clases prácticas, corregir y editar materiales escritos por el profesor, completar la bibliografía o la jurisprudencia de trabajos del profesor o facilitarle, ordenados, los materiales que éste necesita para una clase, conferencia o trabajo…) cuyo valor formativo es indudable, estas becas no sirven. El profesor estaría explotando al estudiante.

La forma de mejorar significativamente la calidad de la docencia universitaria en España no pasa por mejorar las habilidades ‘didácticas’ del profesorado universitario ni por obligarle a aprender a usar plataformas y herramientas informáticas. Hay demasiada didáctica, demasiada pedagogía y demasiadas facultades de educación en la universidad española. Los méritos de docencia y ‘gestión’ deberían dejar de valorarse en los complementos salariales. Simplemente, no disponemos de buenas métricas para justificar su concesión diferenciada y que puedan premiar a los mejores docentes.

Dado que es muy tarde para volver a la división entre lecturer y professor, deberíamos incluir en la dotación de cada cátedra a algún ayudante de docencia e investigación cuyo número debería determinarse de acuerdo con criterios de mérito y capacidad del catedrático. Estos ayudantes deberían estar ligados al profesor por un período de dos o tres años como mínimo y máximo respectivamente y recibir una cantidad significativa al mes. Si dejamos que la competencia actúe, los catedráticos que aporten más valor añadido a estos ayudantes e impulsen en mayor medida la carrera profesional de sus ayudantes recibirían más solicitudes por parte de los alumnos para trabajar con ellos y, a largo plazo, mejoraríamos la docencia que esos catedráticos imparten, los materiales que sus estudiantes utilizan y daríamos una oportunidad más de formación de alto nivel a los estudiantes con más talento dado el carácter competitivo de las becas.

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