Si la conducta agresiva es suficientemente heredable, la eliminación física de los violentos a través de la pena de muerte, de forma sistemática y a gran escala, habría acelerado el predominio de los individuos menos violentos. Junto a la evolución genética (que tendría que explicar que a esos violentos se les ejecutaba antes de que se reprodujeran, por lo que sería útil saber la edad que tenían los condenados a muerte en el momento en el que cometían la conducta violencia. Los autores suponen que “los condenados no tenían hijos cuando fueron ejecutados” pero contrarrestan esta suposición con la de que no había otras presiones selectivas distintas de la pena de muerte en contra de la comisión de actos violentos además de que presumen que cada asesino solo mataría una persona en su vida), hay una co-evolución cultural: la represión sistemática por el Estado de las conductas violentas creó “una norma cultural que favorecía a los individuos menos inclinados temperamentalmente a la violencia”.
Los autores examinan qué pasa cuando un asesor financiero (los que cuidan de nuestro dinero en las instituciones financieras en las que tenemos nuestros ahorros) es sancionado por las autoridades por infringir las normas de protección de los inversores, esto es, básicamente, por infringir sus deberes fiduciarios hacia los inversores. Resulta que, a pesar de que las empresas reaccionan frente a las infracciones que detectan en su seno, los infractores no son expulsados del mercado sino que, a menudo, vuelven a él trabajando para otra empresa de servicios de inversión, otra empresa que, lógicamente, tiene menos reputación y que se dirige a clientes menos informados.
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