Foto: JJBose
“A
society is essentially a means of facilitating exchange of specialised
services”
Alchian
En su blog, Branko Milanovic dedica una entrada a cuatro temas que trata ampliamente en su libro, Capitalism Alone. Y realiza afirmaciones apodícticas sobre cada una de ellas que tienen mucho poder de convicción pero que, precisamente por ello, despiertan dudas en el que trata de asentir al razonamiento del autor
La primera es que “el capitalismo es el único modo de
producción” que resta en el mundo. El trabajo es libre en todo el mundo – no hay
ni esclavitud ni servidumbre -, esto es, se ha abolido el feudalismo y el
comunismo desapareció en 1989.
La segunda es que el comunismo ha jugado un papel muy
específico en la “historia del capitalismo”: “el comunismo permitió que
sociedades atrasadas y colonizadas por Occidente abolieran el feudalismo,
recuperaran la independencia política y económica y construyeran su propio
sistema capitalista”. Para alcanzar esta conclusión, Milanovic hace una
atractiva interpretación del siglo XX y de la capacidad del liberalismo y del
marxismo para explicar los acontecimientos de dicho siglo. El marxismo explica
perfectamente la 1ª guerra mundial y el fascismo y el comunismo (“el
imperialismo como estadio supremo del capitalismo” para la guerra y el fascismo
como el último intento de la burguesía debilitada por derrotar los movimientos
revolucionarios de izquierdas” mientras que el liberalismo es incapaz de dar
razón de los principales acontecimientos del siglo XX. Este éxito del marxismo –
tener una teoría de la evolución de la Historia – se extiende a los países del
tercer mundo en los términos explicados más arriba. Y este mismo éxito explica
también su fracaso: ¿cómo explica el marxismo la caída del comunismo?
Aquí entra la tercera y más polémica afirmación de
Milanovic: “el dominio mundial del capitalismo ha sido
posible gracias a ciertos rasgos del ser humano que son cuestionables desde el
punto de vista ético y que son rasgos que se refuerzan por dicho predominio del
capitalismo”. Los efectos del capitalismo – del doux commerce – sobre la moralidad
humana es una cuestión muy debatida. Hirschmann es el favorito aquí y no
tendría sentido que Milanovic abordara de forma extensa la cuestión en una
columna. Lo que interesa es destacar que Milanovic considera “vicios” al afán
de “mejorar su condición” en los términos de Adam Smith, afán que Milanovic
llama simplemente “avaricia” y que generaliza como el “deseo del
placer, poder y beneficio”. Estos deseos se exacerban en las
sociedades capitalistas por la creciente mercantilización de las relaciones
humanas. Por mercantilización hay que entender la expansión del mercado y con
ello la
dependencia del mercado de los seres humanos que dejan de autoabastecerse
para provisionarse de cualquier bien en el mercado (la competencia, la
obligación de racionalizar la propia conducta y de, por tanto, minimizar los
costes, la conversión de las capacidades y habilidades humanas en “recursos”
que tienen un precio y se intercambian por otros recursos con la intermediación
del dinero…).
Estos deseos de poder, beneficio y placer son vicios,
“los filósofos los aceptan – se refiere a Adam Smith y a Hume – no porque sean
en sí mismos deseables, sino porque, al tolerarlos limitadamente, se logra un
bien social mayor: la riqueza de la sociedad”. Dudo mucho que Adam Smith
considerase un vicio el “deseo de mejorar su condición”. Y dudo mucho que el
deseo orientado a la obtención de bienes, placer y poder no pueda ser
considerado virtuoso – en términos mesurados – como instrumentos o medios para
alcanzar el máximo grado posible de “desarrollo libre de la personalidad” que
incluyen las constituciones liberales en el frontispicio de sus declaraciones
de derechos del individuo (freie
Entfaltung der Persönlichkeit o the
pursuit of hapiness). Es más, Adam Smith no consideraba estos deseos como
fines en sí mismos ni los justificaba moralmente porque condujeran a un mayor
bienestar de la Sociedad, sino porque eran los medios que permitían a los
humanos obtener lo que su Naturaleza les indicaba: la “consideración ajena”, el
respeto y la admiración de los demás.
Pero la crítica a Milanovic se puede justificar con más
intensidad señalando que el autor no tiene en cuenta los avances de psicólogos
evolutivos y biólogos en el análisis de la moralidad humana. La moralidad
humana – dicen los que más saben – es la herramienta más poderosa que se ha
inventado para
favorecer la cooperación social, esto es, la cooperación en el seno
de los grupos humanos y, naturalmente, se formó cuando los humanos vivíamos en
grupos pequeños con relaciones cara a cara que no eran relaciones de
intercambio, sino más bien, de producción en común. Esta idea de contribuir a la
producción en común explica algunas de las reglas morales más elementales. Por
su lado, los mercados son “cognitively unnatural” (Pinker) precisamente porque
los mercados – el capitalismo es el recurso a los mercados para la cobertura de
las necesidades de los individuos – son un mecanismo alternativo a la moralidad para
sustentar la cooperación entre los individuos. Por eso, desde Gauthier sabemos que el
mercado es el ámbito “libre de moralidad”. No se necesita de reglas morales
en los intercambios de mercado a salvo de renunciar al uso de la violencia. Pero
en la
construcción de los mercados (hasta
alcanzar el estadio que presentan hoy en Occidente la mayor parte de los
mercados de productos de consumo, no así los productos financieros) el que se
comporta honradamente (cumple sus promesas, no engaña…) recibe el premio por
satisfacer – mejor que otros – las necesidades ajenas, de modo que, una vez que
el mercado se ha desarrollado, esas virtudes se han extendido entre la
población que se abastece en los mercados. No en vano los chinos han reconocido
que tardaron algún tiempo en darse cuenta que no se podía engañar impunemente a
tus contrapartes en los intercambios.
Si es así, la afirmación de Milanovic suena a “jeremiada” à
la Polanyi. Los mercados se ocupan de abastecernos, es cierto, cada vez de más
productos. Hay una creciente mercantilización de la vida de cada individuo.
Pero, en contra de lo que piensa Milanovic, esa mercantilización facilita, en
lugar de reducir, los comportamientos morales porque convierte todas las relaciones
sociales en voluntarias eliminando jerarquías y relaciones de poder (lo que el
propio Milanovic reconoce inmediatamente). Que los ricos puedan conseguir
cualquier bien a cambio de dinero no impide que los bienes que tienen más valor
en términos de bienestar psicológico sigan dependiendo de relaciones humanas
satisfactorias que no son relaciones de mercados. ¿Debe preocuparle a quien
vive en una favela que la vivienda se convierta en una mercancía? O, más bien y
como dijera Joan Robinson (“The only thing worse than to be exploited by a
capitalist is to be exploited by no one at all”), preferirá que la vivienda se
convierta en una mercancía para, de ese modo, tener, al menos, una posibilidad
de acceso a una vivienda?
En todo caso, donde Milanovic tiene razón es en el papel que
atribuye a la hipocresía:
el contraste entre el comportamiento aceptable en el mundo hipermercantilizado
y los conceptos tradicionales de justicia, ética, vergüenza, honor y pérdida de
prestigio, crea
un abismo que rellena la hipocresía; uno no puede aceptar
abiertamente que ha vendido por una suma de dinero su derecho a la libertad de
expresión o su capacidad para estar en desacuerdo con su jefe y, por lo tanto,
surge la necesidad de encubrirlo con mentiras o tergiversaciones de la realidad….
Como la extensión del capitalismo a la
familia y a la vida íntima es antitética de los puntos de vista seculares sobre
el sacrificio, la hospitalidad, la amistad, los lazos familiares, etc., no es fácil
aceptar abiertamente que todas esas normas habían sido abandonadas en favor del
interés
propio. Este malestar creó un área enorme donde reinaba la
hipocresía. Así, en última instancia, el éxito material del capitalismo se
asoció a un reino de medias verdades en nuestras vidas privadas".
Cuando luego dice que “hemos convertido nuestras casas en
capital y nuestro tiempo libre en un recurso”, Suena weberiano.
La última afirmación de Milanovic es la de que el capitalismo no
puede cambiar. El “éxito económico” se ha convertido en el objetivo
de más valor de las vidas humanas y lo que “sabe hacer” el capitalismo es
hacernos más ricos. Y que este sistema de valores y el capitalismo se refuerzan
recíprocamente por lo que, para salir de la espiral, habría que cambiar el
sistema de valores, lo que parece imposible: “estamos encerrados” en el sistema
de capitalista y lo que hacemos cada día es dar una vuelta a la llave que nos
impide liberarnos. No soy tan pesimista (tampoco es que Milanovic crea que el capitalismo va a desaparecer) Y como no pienso morirme ni cerrar
este blog antes de 10 años, apuesto con Milanovic que la próxima década verá una
nueva transformación del capitalismo, una semejante, en su trascendencia a la
que puso en marcha Rooselvet para sacarnos de la Gran Depresión.