Pirro, Museo Nacional de Arqueología, Nápoles
A los periodistas les pirra la idea de pintar a Rajoy como el genio de la omisión. Sus inacciones, calculadas al milímetro y con una capacidad de percepción y análisis que contrastan con la ingenuidad, bisoñez y falta de astucia de sus rivales. Pero quizá, Rajoy es, como dicen en inglés, too smart by half.
Para empezar, los resultados de ayer han de alegrarnos a todos los españoles que, al menos en mi caso, veían en el ascenso de Podemos y el sorpasso del PSOE la primera ocasión en la que los civilizados españoles se habrían equivocado gravemente al elegir un gobierno. Del mismo modo que en el caso del Brexit, se me han escapado desde el primer momento las razones por las que sería bueno para todos tener un gobierno en el que participaran políticos tan populistas, faltos de preparación y con tal afición por el engaño y la mentira como Iglesias. Políticos dispuestos a disfrazarse de lo que sea y ceder hasta en los principios más fundamentales de la convivencia entre españoles con tal de convertirse en el partido más votado de la izquierda española. Y sin nada preparado para el día después de obtener tan preciado trofeo.
Que muchos españoles pensaran lo mismo que un servidor explica, de sobra, los resultados obtenidos por el PP el día 26 de junio. Para comprobarlo, basta con comparar los votos que obtuvo Rajoy el 20 de diciembre y los que ha obtenido ayer. 700.000 votos más. Aunque la participación ha sido algo menor que en diciembre, no son los votantes moderados los que se han quedado en casa. Seguramente. Por tanto, en diciembre de 2015, los que votaron al PP votaron también a Rajoy. Votaron al PP sabiendo que votar al PP significaba votar a Rajoy pudiendo votar, por ejemplo, a Ciudadanos para votar “moderado” sin tener que votar a Rajoy. En junio, por tanto, los que “volvieron” al PP lo hicieron a pesar de Rajoy. Lo hicieron porque votar al PP era lo que había que hacer, en su opinión, para evitar que Podemos llegara al gobierno, una posibilidad que había devenido mucho más real por la unión con IU y por lo que vaticinaban las encuestas.
Rajoy sabía que los votantes moderados no le fallarían y que, a pesar de que les gustase más o menos Rajoy, preferirían el mal menor al enorme riesgo de un gobierno populista en España. Ese es el genio de Rajoy. Arriesgó a que Sánchez lograra formar una mayoría alternativa y arriesgó la celebración de nuevas elecciones. A diferencia de Cameron, su suerte no pareció terminársele el 21 de diciembre de 2015.
El Brexit apuntaló la estrategia de Rajoy.
Si los civilizados ingleses habían decidido salirse de la Unión Europea ¿qué no haría un gobierno de Podemos que había prometido reconocer la soberanía a Cataluña y al País Vasco; que había prometido subir los impuestos a cualquiera que ganara más de 60.000 euros al año, que seguía teniendo tintes claramente peronistas a pesar de su sucesiva transformación desde “anti-casta” a “socialdemócratas nórdicos” y que llevaba un año gestionando ayuntamientos entre lo pintoresco, lo populista y lo absolutamente ineficaz?
Añadamos un PSOE moribundo, sin líderes y sin cuadros y un Ciudadanos con un reducido espacio cuando los electores creen que nos estamos jugando algo muy gordo en las elecciones, y los resultados que finalmente se han producido (en medio de un porcentaje elevado de indecisos) no son tan inesperados. A Podemos le ha pasado lo mismo que a Ciudadanos en diciembre, por un lado, – exceso de expectativas – y, por otro, que la gente ha podido calibrar mejor quiénes son. No ya porque la unión con Izquierda Unida ha clarificado las cosas, sino sobre todo porque, a pesar de los intentos de hablar sólo de “sonrisas” “patria” “gente” “participación” y un “país nuevo”, la gente se ha dado cuenta de que hay sesgos totalitarios en ese partido y porque su concepto de España y de la organización de la vida social no coincide, ni de lejos con el de la inmensa mayoría de los españoles (a los especialistas en marketing político los vamos a mandar con los expertos en predicción electoral). ¿A alguien le extraña que el batacazo de Podemos se haya concentrado en el Reino de Castilla en sentido amplio, donde no ha obtenido muchos más votos que Ciudadanos? Los españoles son incompatibles con Podemos. Los españoles han dejado a Podemos, fuera del Levante y el País Vasco, en el lugar de los mejores tiempos de Izquierda Unida.
Pero Rajoy no ha ganado. Los 700.000 votantes de junio han votado al PP a pesar de Rajoy. Si lo hubieran hecho por otra razón, habrían votado al PP en diciembre. Nadie cambia su voto en seis meses si no es por una buena razón. Y en estos seis meses no ha habido buenas razones para cambiar el voto salvo, como he señalado, que Podemos no ha podido ocultar, como quería, su proyecto para la convivencia social.
El nuevo gobierno
Pero es que, sobre todo, Rajoy todavía no ha ganado. Por ahora, ha ganado el PP. Para decir que ha ganado Rajoy hay que esperar a la formación del gobierno. Y su desprecio al PSOE y a Ciudadanos lo colocan en una situación muy difícil. Ambos han dicho que están dispuestos a hablar pero que el PP debe apoyarse en el otro para formar gobierno. O sea, en el PSOE, según Ciudadanos, y en Ciudadanos, según el PSOE.
Piensen que una simple abstención en la investidura de Rajoy no es suficiente, porque un gobierno de 137 diputados estaría al vaivén de mayorías contrarias en el Congreso facilísimas de formar si a los votos de PSOE y Ciudadanos se añade el de los que están dispuestos a votar en contra de una propuesta del PP con razón y sin ella. Por tanto, Rajoy tiene que convencer a Sánchez para la grosse koalition o tiene que convencer a Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria y Nueva Canarias (coaligada con el PSOE en Canarias) para un gobierno de 169 diputados con apoyo parlamentario de los otros pequeños partidos. Rajoy ya no puede dejar que otros se equivoquen. Tiene que equivocarse él. Y, en este punto, su papel se parece cada vez más al de Mas, con la suerte de que cualquiera de los dos pactos posibles serán mucho más duraderos que el pacto de los independentistas catalanes entre sí.
En cuanto a Ciudadanos, deberían sentirse satisfechos. El sacrificio propio ha prestado un gran servicio al país. El acuerdo con el PSOE y la levedad de las críticas al PSOE durante la compaña de junio, salvaron al soldado Sánchez, en alguna medida, tanto del abrazo del oso de Podemos como del sorpasso. Y los 700.000 votantes que volvieron al PP lo hicieron porque no podían dejar que la estrategia de Rajoy de dejar crecer a Podemos para debilitar al PSOE se fuera de madre y terminara con un gobierno populista en La Moncloa. Igual que se fueron, volverán si el PP sigue sin regenerarse.
Así que, esperemos. Quizá, después de todo, Rajoy deje organizado un gobierno de coalición con un programa para cuatro años (en la línea – mejorada – del acuerdo PSOE/Ciudadanos) y quizá, también, se marche en ese mismo instante con cierta dignidad. Mi preferencia es que el PSOE se quede en la oposición.
Si tal es el caso, asistiremos al principio del fin de la corrupción; al principio del fin del capitalismo de amiguetes; al principio del fin de la patrimonialización de lo público para beneficio del partido y sus aledaños; al principio del fin de la injerencia en la Justicia; al principio del fin de la falta de respeto por la independencia de las instituciones. No se nombrará más a los pelotas superobedientes para cargos públicos y no se protegerá a los sinvergüenzas hasta el límite de lo posible. Rajoy podrá irse a descansar a Pontevedra y el PP cerrará una era de su no demasiado larga historia: la que reflejó ese inefable Baltar cuando cantaba lo de “si no eres del PP, jódete”.