martes, 3 de noviembre de 2015

Seducir a Cataluña


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A los catalanes hay que informarles de que, como en casa, en ninguna parte

El título lo he elegido por su capacidad de atraer la atención del lector, no porque me guste la expresión. No creo que nadie tenga obligación de seducir a nadie y no creo que esta expresión refleje respeto por los ciudadanos de Cataluña. Porque, en alguna medida, implica apelar a la irracionalidad.
Creo, sin embargo, que los partidarios de mantener la unidad de España deberían mejorar su argumentario.

No se trata sólo de que los habitantes de Cataluña no tengan derecho de autodeterminación. España no puede celebrar un referéndum de autodeterminación en Cataluña porque estaría negándose su condición de nación.

Tampoco se trata de poner de manifiesto lo obvio: que los separatistas catalanes están comportándose indecentemente e incumplen las normas que les obligan y que el Estado utilizará los mecanismos a su disposición en el momento en que se produzcan actos – no declaraciones – que merezcan la calificación de sedición.

Se trata de apelar al cerebro de los ciudadanos de Cataluña para que los argumentos se mezclen con sus sentimientos y de tal mezcla resulte una adhesión razonada y cómoda sentimentalmente a continuar formando parte de España.


A mi juicio, a los catalanes hay que demostrarles que Castilla primero y España después han protegido a los catalanes del común frente a sus élites eclesiásticas y nobiliarias primero y a los “clérigos” que les han gobernado, después. Y lo ha hecho en todos los ámbitos y aspectos imaginables. El contrafáctico de una Cataluña desgajada de España está disponible históricamente: siempre que  se ha desatado cualquier conflicto en Cataluña que afectara a su relación con el resto de España, han sido sus clérigos y demás miembros de la élite local los que han llevado a Cataluña al desastre. Fernando, el rey de Aragón tuvo que mediar entre campesinos – siervos de la gleba, que no existían en Castilla – y nobles. El levantamiento de 1640 condujo a separar el Rosellón y la Cerdaña del resto de Cataluña y a la pérdida de las instituciones y de la lengua propia inmediatamente después de que los clérigos catalanes se pusieran en manos del rey francés. En 1714, los mismos clérigos pusieron a Barcelona en manos de los ingleses que les pagaron “rogando” al rey católico que no tratara a Cataluña como tierra conquistada en el Tratado de Utrecht. Felipe V y los borbones posteriores favorecieron el desarrollo de Cataluña y dieron acceso a sus ciudadanos al imperio americano (que los borbones conservaron milagrosamente gracias, precisamente, a que Inglaterra no podía aceptar la unión de las coronas francesa y española). Bilbao se quedó fuera del comercio americano cuando éste se “liberalizó” porque sus élites locales se negaron a unificar el mercado español. Los catalanes, en el siglo XIX sacaron el máximo partido a la creación de un mercado único español, como destino de su incipiente industria y, ya en el siglo XX, como repositorio de mano de obra para su desarrollada economía. Y España, gracias a los intereses catalanes, se construyó como nación en el siglo XIX. En el siglo XX, siempre que España ha disfrutado de un régimen democrático, Cataluña ha sido protagonista y autónoma.

Con la llegada de la democracia, la idea de una Cataluña independiente era cosa de unos pocos. Pero, en 2003, el inepto Zapatero dijo una de sus tonterías más famosas: “Apoyaré cualquier reforma del Estatut que proponga el Parlament”. Luego, llegó de chiripa al gobierno y montó el mayor follón territorial que ha padecido España desde los años 30 del pasado siglo. Hasta hoy. La sentencia del Tribunal Constitucional, el “Espanya ens roba” y todo lo demás, son minucias comparadas con la invitación al independentismo que Zapatero dio a los clérigos catalanes que vivían cómodamente instalados en el Estado Autonómico y que, en la gran España, habían dejado de ser el número uno o tres para pasar a ser el número veintisiete, como decía Carreras.

Cataluña creció económicamente a la par que el resto de España gracias a la democracia, a la entrada en la Unión Europea y a la apertura y liberalización de nuestra economía. Barcelona entró en los mapas del mundo gracias a los juegos olímpicos de 1992, una empresa cuyos costes pesaron sobre todos los españoles y cuyos efectos beneficiosos se siguen percibiendo. La mezcla de Barcelona con el resto de España la ha vuelto indistinguible de otras grandes ciudades españolas a la vez que los pueblos catalanes se parecían más y más a sí mismos y a esos que están en la ribera del Bidasoa. Cuando sale uno de la autopista parecería que abandona una civilización para adentrarse en otra.

Cataluña, dentro de España, es una empresa “asegurada”. Los desastres naturales y políticos que afecten a Cataluña están “reasegurados” por España. Como sólo representa una quinta parte de la Economía española, los catalanes pueden pasar mejor los malos tiempos gracias a que normalmente, los desastres no afectan a todos los españoles de igual forma y al mismo tiempo. Cuando los vascos justifican su privilegio fiscal y su falta de solidaridad diciendo que eso les ha obligado a ser más austeros y vigilantes con el gasto público porque nadie vendría a rescatarlos, son unos hipócritas. Saben que España no dejaría caer ni al País Vasco ni a Navarra. Que todos los españoles – no los alemanes, ni los suecos, ni los italianos – estaremos detrás de cada dificultad mayor que puedan enfrentar. Eso es lo que significa pertenecer a España y eso es lo que echo en falta en el argumentario de los partidarios de la unión. España no ha dejado nunca “caer” a ninguno de sus territorios ni a las gentes de ninguna parte de España. Lo único que hay que lamentar es que España no sea más grande para poder “reasegurar” a sus regiones y ciudades y asegurar a sus ciudadanos de mejor manera. A los países pequeños – es verdad – puede irles muy bien en una economía mundial mucho más abierta e interconectada que la que hemos padecido hasta el fin de la guerra fría. Pero los países no son pequeños por vocación. Hacen de la necesidad virtud. Querer ser un país pequeño es de locos. Es tanto como cargar un yunque a las espaldas cuando se sale a correr. La autonomía garantiza las ventajas de ser un país pequeño – menos costes de cooperar – sin perder las ventajas de ser un país grande. Y Europa no es un sustitutivo de España. Recuérdese, los alemanes no serán nunca solidarios con los griegos, ni con los catalanes. Ni España ha sido solidaria con Portugal y los portugueses han sufrido más en la crisis porque se han tenido que “autoasegurar”.

Cuando Cataluña aportaba a la seguridad social mucho más de lo que recibían sus habitantes en forma de pensiones, los catalanes no se quejaban. Ahora que los jubilados catalanes reciben pensiones pagadas con las contribuciones de los trabajadores y empresarios del resto de España, tampoco nadie debería quejarse. De eso va la vida en común.

En la vida en común hay quejas justificadas. Siempre. Valencia y Cataluña tienen derecho a pedir una mejor financiación. Pero la existente y las preexistentes estuvieron siempre aprobadas por los clérigos catalanes y valencianos. Habrá que cambiarla, pero no echen la culpa a nadie de que haya resultado injusta o insuficiente.

Y, en fin, ¿qué nación en el mundo respeta en mayor medida la lengua, tradiciones y costumbres que España respecto de las de sus regiones? ¿Qué nación en el mundo, con una lengua oficial hablada y entendida por todos sus habitantes tolera que se “inmersione” en la lengua regional a ciudadanos que tienen como lengua materna la lengua oficial de toda la nación? ¿Acaso se enseña napolitano en las escuelas italianas? ¿Se enseña catalán o vascuence en las escuelas francesas? ¿Y qué han hecho en Bélgica? ¿O en el País Vasco? Sólo Cataluña ha impuesto el catalán como única lengua vehicular en las escuelas públicas y los demás españoles hemos dicho “amén”. Apenas unas docenas de héroes han reclamado, simplemente, que se aumente la presencia del castellano y unos “simpáticos” clérigos catalanes les han obligado – casi – a abandonar el pueblo.

Si los catalanes quieren blindar el control por sus clérigos de la educación, tienen que contraer un compromiso creíble de que controlarán a esos clérigos para que éstos no abusen de ese poder; que reconocerán y respetarán los derechos individuales de todos y que la gran aseguradora de esos derechos individuales – que es España – no tendrá que intervenir para garantizarlos. Ese fue el argumento fundamental de España contra la independencia del País Vasco: no podíamos dejar en manos de los clérigos abertzales a nuestros compatriotas, sobre todo porque, a diferencia de los clérigos catalanes, aquellos tenían el gatillo fácil. De eso va también la vida en común y esa es la gran ventaja para los catalanes de ser parte de España.

¿Dónde van a estar los catalanes mejor que en España? En ningún lado. Y solos, estarán en manos – una vez más – de sus clérigos y nobles, esos que los llevaron al desastre, a la pobreza y al enfrentamiento social cada vez que pudieron actuar por su cuenta.

Si los catalanes utilizan, además de la amígdala, el precortex frontal de su cerebro deberían darse cuenta que es mejor para ellos y para todos (si no creyera que seguir siendo compatriota de los catalanes no es bueno para mí no habría escrito esto), para su cerebro y para su corazón seguir formando parte del común. Seguir decidiendo en común, seguir asegurándonos recíprocamente frente a los riesgos de la vida, seguir visitándonos y mezclándonos y seguir vigilando, desde el común, que nuestros clérigos respectivos no nos vuelvan a traicionar y nos metan en un lío del que no podamos salir sin graves pérdidas sentimentales y materiales para todos. Cuando esa sea la actitud de la clerecía catalana y sea la actitud, también, de los que nos representan a todos, podremos empezar a hablar de aquello sobre lo que podemos y nos tenemos que poner de acuerdo. Mientras tanto, hay que dejar a los clérigos que sigan con sus artimañas y confabulaciones y advertir al pueblo catalán que no se deje engañar, una vez más. Que nunca vino nada malo para Cataluña del otro lado del Ebro. 

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